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Plantada en el cine

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Volví a comprobar mi reloj, la séptima vez en pocos minutos. Acéptalo, me dije, no va a venir.

Esperaba dando vueltas por la entrada del cine, con una minifalda cortísima, un top escotado con la espalda descubierta, y unas sandalias ‘fóllame’ de tacón alto. Parecía la típica mujer a la que han dejado plantada, lo que era totalmente cierto.

Comprobé mi teléfono, pensando en que quizás no había escuchado la llamada o algún mensaje recibido. Algo que él debería haber hecho si quería cancelar la cita, por lo que fuese, cualquier emergencia... pero no. No había mensajes.

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Había conocido a Enrique en clase de yoga. Era el único hombre entre diez mujeres, y me impresionó su valentía para unirse a un grupo femenino... pero también su físico. Tenía un cuerpo realmente vigoroso, y me gustaba observar sus músculos mientras hacía los ejercicios. Imaginaba que estaba tumbada bajo él, sobre la estera, mientras bajaba sobre mí con esos fuertes brazos.

Decidí charlar con él después de la clase, fuimos a por unas copas, congeniamos, y nos fuimos a su casa para una estupenda noche de sexo.

Inicialmente era pasional, fogoso, un auténtico semental. Tenía una resistencia extraordinaria y me fascinaba sentir su enorme miembro palpitando dentro de mí. Y a él también le gustaba penetrarme con ganas, llenarme, mientras le apretaba con mis entrenados músculos pélvicos. A veces me torturaba, saliendo de mí lentamente y quedándose justo en la entrada de mi vagina, hasta que le rogaba que entrase de nuevo, con mis brazos y piernas rodeándole y desesperada por ser penetrada. Era una tortura exquisita, y me llevaba a un punto en que no podía evitar llegar una y otra vez, repetidamente, hasta que me dedicaba una amplia sonrisa antes de derramarse en mi interior, con un profundo gemido de animal salvaje.

Presumía de amante, ignorando las advertencias de todas mis amigas sobre su reputación de cabronazo, de usar a las mujeres para su conveniencia. ‘Puede usarme de todas las maneras que se le ocurran’, les decía, recordando los maravillosos orgasmos. En realidad, no sabía si lo nuestro iba a algún lado, pero el sexo era tan bueno que tampoco me importaba.

Sólo vino a algunas clases más de yoga, explicando que no solía mantenerse mucho tiempo en algo, que le gustaba probar cosas nuevas. Debería haber notado que también incluía a las personas.

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Le eché un vistazo a la cantidad de gente haciendo cola para entrar. Sábado noche, película popular, y por supuesto, la mayor parte de ellos eran parejas. Enrique no se presentaba, y esto sólo añadía sal a la herida.

Ya sólo faltaban cinco minutos, y tenía que tomar una decisión. Podía volver a casa, apenada, y emborracharme. O llamar a una amiga, para emborracharme con compañía. Pero también podía entrar y ver la película por mi cuenta. No es algo que no hubiese hecho antes, no es exactamente como comer sola en un restaurante. En esos casos, siempre me llevo un libro o el laptop. Pero aquí sólo tenía una pequeña revista con la programación prevista.

Pero... ¿por qué me afectaba eso de ver una película sola? Por Dios, soy una mujer adulta. Precisamente había sugerido ir al cine porque realmente quería verla, y había esperado por ella con impaciencia (incluyendo el sexo que seguiría, es cierto). Por supuesto, siempre podía esperar a que saliese en DVD, supongo. Y mientras tanto aliviar mis ganas con mi vibrador favorito.

Observé cómo entraban las últimas personas y se dirigían a la sala 1. La mejor, la de pantalla enorme y sonido Dolby surround. En este momento ya sólo pensaba en matarlo con mis propias manos. 'Una entrada, por favor', le pedí al adolescente aburrido de la taquilla. Su trabajo de fin de semana, pensé, mientras termina sus estudios.

'Sólo tenemos estos lugares libres. ¿Dónde desea sentarse?'

Me hubiese gustado entrar y deslizarme hacia la parte de atrás, como cuando tenía catorce años. Entonces podías sentarte en cualquier sitio, y normalmente nos íbamos hacia atrás con los amigos, donde podías hacer el tonto cuanto quisieras. Lo cierto es que odio elegir mi asiento en una pantalla.

'¿Qué tal en el centro de esta fila?', me sugirió.

Las luces ya se habían apagado, mientras otro adolescente con una pequeña linterna me acompañó hasta la fila. Tuve que pedir permiso a varias personas para pasar, mientras tropezaba repetidamente con diferentes piernas. Me imaginaba que todos me miraban, y algunos murmuraron algo, disgustados por la molestia. Continué susurrando perdones hasta que conseguí llegar a mi sitio.

Miré a ambos lados. Estaba entre una chica completamente acurrucada contra su novio, la cabeza rubia felizmente apoyada en su hombro (mmmm), y un hombre con una camisa coloreada y pantalones oscuros.

Tratando de no incomodar demasiado a mis vecinos, me senté y ajusté discretamente mi falda. Tampoco había demasiado que hacer, ya que había elegido una muy corta y ajustada, que apenas cubría mis caderas. De acuerdo, no fue totalmente decisión mía. Enrique había sugerido que me pusiese algo que le 'facilitase' ciertas tareas en el cine, y en aquel momento me pareció una idea excelente. Pero ahora prefería no parecer vulgar, y coloqué la revista sobre mis rodillas para intentar cubrir algo de todo lo que exponía. Con el ceño fruncido, me prometí enviarle un mensaje lo más desagradable posible para decirle todo lo que pensaba sobre él. Pero después de la función...

Continué cocinando la situación durante los 20 minutos de bombardeo publicitario, lo que sólo hizo aumentar mi rabia. Finalmente, la película empezó y puse toda mi atención en la pantalla.

Contemplaba una escena donde la protagonista era enterrada viva, sin posibilidad aparente de escape, cuando de pronto sentí como roce de pelos en mi tobillo. Simplemente lo ignoré, dando por supuesto que no había animales en el cine. Pero como continuaba, miré hacia abajo para comprobar que el hombre había movido la pierna hacia un lado y rozaba mi tobillo desnudo con la piel de su zapato. Me quedé helada.

Él estaba mirando fijamente a la pantalla, como si no hubiese notado nada. Y quizás fuese así, puede que no se hubiese dado cuenta del contacto físico. Con cuidado, aparté mi pie y decidí no tenerlo en cuenta. Volví a concentrarme en la pantalla, y no ocurrió nada más. Estaba aliviada de no haberme sentado justo al lado de un pervertido, especialmente con el humor que tenía. Pero un poco después noté una ligerísima presión sobre mi pantorrilla, tan ligera que era casi imperceptible, haciéndome dudar de la sensación.

Mis ojos bajaron y pude observar cómo su pierna estaba tocando la mía. La tela áspera de sus jeans provocaba una sensación interesante sobre mi piel desnuda. Hmmmm. Me preguntaba qué hacer. Con todo el derecho, podría haberle dado ya una buena patada, o clavar con fuerza el tacón afilado sobre su pie, y estoy segura de que hubiera captado el mensaje. Pero mientras me decidía, me permití disfrutar la sensación un poquito más. De hecho, no era exactamente desagradable, más bien lo contrario. Y cuando noté los dedos deslizándose suavemente por mis muslos, no me pilló por sorpresa.

Quizás interpretó mi falta de respuesta como consentimiento no expresado para lo que estaba ocurriendo. Y ¿qué era lo que estaba ocurriendo? Una cierta exploración erótica en una gran sala oscura llena de gente. Desde luego no estaba en peligro, y de alguna manera sabía que en cuanto le indicase parar, él lo haría inmediatamente. Me preguntaba si alguien más podía ver lo que me estaba haciendo, lo que no hacía más que aumentar la excitación. Y lo cierto es que, a pesar de todo, me resultaba emocionante.

El contacto era increíblemente sutil, suave, como si estuviese rozando el terciopelo más delicado, y me provocaba ligeros temblores. Aunque continuaba mirando a la pantalla y escuchando los diálogos y una maravillosa banda sonora, yo estaba simultáneamente en un universo paralelo que consistía únicamente en pura sensación física.

Mientras continuaba deslizando sus dedos sobre mi piel, creo que pudo notar mi agitación. Y decidió perfectamente cuándo y cómo intensificar su descaro. Me estremecí cuando su mano empezó a subir lentamente, de manera continuada, por mis muslos y bajo el borde de la fina tela de mi falda. Y entonces se detuvo, como dudando si era razonable continuar. En ese momento yo me dividía entre la indignación, la rabia y la excitación, pero ya estaba encendida y disfrutaba del momento.

Suspiré profundamente, de una manera muy perceptible, y él movió su mano un poco más, subiendo hasta que pude sentir las yemas de sus dedos acariciando el interior de mis muslos. Los labios y mi vagina, ya húmedos, tentadoramente cercanos.

Encontró la delgada tela de mi tanga de encaje, lo desplazó a un lado, y me pareció sentirle jadear discretamente al notar el arreglado vello, perfilado cuidadosamente, y el calor y humedad de mi interior. Me quedé completamente quieta, esperando, como hipnotizada. Y entonces un dedo intrépido encontró el camino y resbaló en mi interior, mientras el pulgar se encargaba maravillosamente de mi clítoris.

Yo continuaba con la vista en la pantalla, incapaz de volverme a mirarle. Normalmente habría estado ya gimiendo con ganas, pero ahora tenía que permanecer en silencio, simulando que estaba totalmente absorta con la película. Todo esto no hacía más que aumentar lo ilícito, lo inapropiado de lo que estaba haciendo, y crecía mi excitación. Era nuestro secreto.

Pero no era tan fácil controlar mis cuerdas vocales, y me daba cuenta con horror exquisito de que si continuaba jugando de esa manera con mi sexo, iba a tener un orgasmo allí mismo. Y casi mientras ese pensamiento cruzaba mi mente, llegó. De repente, con fuerza... y en silencio. Pensé que me desmayaba, mientras las contracciones corrían por mi cuerpo, atravesándome, haciéndome perder la respiración. Apreté las manos con fuerza sobre la butaca, y por un momento cerré los ojos.

Cuando los abrí de nuevo, preguntándome si había soñado todo lo ocurrido, apoyé mi mano sobre la suya. Él la agarró, sujetándola suave pero firmemente, para llevarla hacia su butaca y colocarla cuidadosamente sobre su entrepierna. Me asombró descubrir su pene desnudo, erguido, durísimo, y dirigí una rápida mirada de reojo. ¿Se había estado masturbando con la otra mano mientras me llevaba al clímax?

Había puesto su chaqueta doblada sobre sus rodillas, y se había bajado la cremallera. Mi mano estaba bajo la chaqueta, sujetando su erección. Y mientras deseaba a Hugh Jackman en la pantalla, apreciando su increíble carisma sexual, hice eyacular al extraño del asiento a mi lado.

Sólo necesité unos cuantos segundos, tan excitado estaba, y me sentí extraordinariamente poderosa. Le poseía, apretando con firmeza para percibir su dilatación y las enérgicas contracciones mientras expulsaba a borbotones una apreciable cantidad de semen, que resbalaba caliente sobre mi mano. Cuando terminó, me prestó un pañuelo. Pero un impulso desconocido me pedía llevar la mano a mi boca para probar su sabor. Y me resultó muy, muy agradable.

Al finalizar la película, no estaba segura sobre si debería salir de allí rápidamente. Él podría estar avergonzado, y no sabía qué esperar. Pero reconozco que soy curiosa, y me sentía cachonda de nuevo.

Las luces encendidas nos brindaron la oportunidad para poder vernos adecuadamente. Un hombre maduro, alto, de espalda ancha y brazos fuertes. Masculino, realmente viril. Me sonrió con cierta indecisión, y yo le devolví la sonrisa.

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‘¿Quieres ir a algún otro lugar?, me preguntó con una voz profunda, calmada. Y sólo pude asentir… ‘Sí, claro’.

Avanzamos hacia el vestíbulo juntos, entre el resto de la gente. ‘Conozco un lugar muy cerca’, dijo, tomando mi mano. Caminando por uno de los pasillos me dijo al oído, ‘Espera aquí’. Y desapareció en los servicios de caballeros, donde imaginaba que estaría buscando la máquina de condones.

Apareció de nuevo un par de minutos después, me agarró de la muñeca y me empujó dentro de uno de los compartimentos. Quise abrir la boca para protestar, pero susurró, ‘Shhhh. No sé tú, pero no creo que pueda aguantar hasta que lleguemos a mi casa’.

Sin tiempo para reaccionar me empujó contra la división, se arrodilló entre mis piernas, levantó mi falda, me arrancó el tanga empapado y empezó a lamerme de una manera absolutamente extraordinaria. Conducía su lengua entre mis labios, introduciendo la punta de la lengua en mi vagina, y con un movimiento repentino la llevaba hacia arriba hasta tocar suavemente el clítoris. Acelerando el ritmo poco a poco, en seguida alcancé mi segundo orgasmo de la tarde, de nuevo silencioso, pero a la vez asombrosamente intenso.

Y mientras todavía me tambaleaba, mis piernas temblando, agarró su miembro brutalmente hinchado, enrojecido, y lo dirigió a la entrada de mi abierto y expectante sexo. ‘Penétrame ya, ¡ya!’, le susurré.

Mis músculos pélvicos se apoderaron de su erección cuando entró con un único movimiento, con decisión. Y comenzó a moverse de forma vigorosa, adentro y afuera, haciéndome contener la respiración con cada embestida. Cada vez con más ímpetu, hasta que literalmente explotó en mi interior y me inundó completamente, así de fuerte lo sentí. Y con esa sensación de tenerlo dentro de mí, llenándome, notando sus contracciones, llegué casi al mismo tiempo. Por tercera vez, apretándome fuertemente contra él con un orgasmo todavía más brutal, la cabeza hacia atrás y la espalda arqueada, y las piernas doblándose ya sin fuerza.

Mientras tanto, ambos manteníamos una mano sobre la boca del otro, ahogando nuestros gemidos, desesperados por no ser descubiertos. Oímos a varios tipos que entraron y salieron durante varios minutos, y cuando el camino estaba libre, corrimos al pasillo como una pareja de adolescentes traviesos.

Una vez fuera del cine, decidí presentarme. ‘Soy Pilar’.

Él sonrió tímidamente. ‘Esteban. Gracias por una tarde maravillosa, Pilar’.

‘Todavía no ha terminado’, señalé.

‘Correcto. ¿Sabes qué quiero hacer justo ahora?’

Sacudí mi cabeza, pensando que ya nada podría sorprenderme.

‘Esto’, y de repente abrió la boca y gritó. Con fuerza, como si se estuviera corriendo de nuevo. Y me uní, liberando la contención de las últimas dos horas, vocalizando todo el placer experimentado.

‘Ya me siento mejor’, suspiró. ‘¿Y ahora qué?’

Le tomé la mano. ‘Vamos a mi casa, a por otra sesión de buen sexo. Pero escuela tradicional, sobre una cama, y sin restricciones de ruido esta vez’.

‘Suena muy bien. Pero mientras tanto, ¿qué te pareció la película?’

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