Recién cumplidos 18 años fui a un pueblo de campo, durante unas vacaciones de verano invitado, por un matrimonio amigo de mis padres. Íbamos seis personas por lo que tuvimos que repartirnos entre casas de amigos.
En la casa que me quedé, me tocó de acompañante en la habitación un muchacho de unos 20 años, que curtido por el sol y por los trabajos del campo, tenía un cuerpo y una figura maravillosa, además, de que era muy bonito de cara, y tenía el pelo negro como un azabache.
Realmente yo llegué a la casa y lo vi, y lo vi que estaba bien, pero no con ojos de deseo sexual ni nada parecido. De hecho te confieso que ni pensaba estar en esa época con otro chico. Sencillamente admiré lo bien definido de su cuerpo y lo bien que se veía.
Llevaba su vida normal, o sea, sus deberes en la casa, su trabajo en el campo, etc., etc., y nos veíamos y hablábamos poquísimas veces al día, porque era bastante retraído. Normalmente cuando yo me acostaba, ya él estaba durmiendo, pues se levantaba muy temprano.
Como al segundo o tercer día de estar allí, me fui a caminar un día solo, como a las tres de la tarde, hasta un río que me habían dicho que había cerca de la casa y que uno podía bañarse, (estaba como a dos km).
Llegué al río, que realmente era como un riachuelo con una parte un poco más ancha y me pongo a caminar, por aquí y por allá, descubriendo ese mundo, cuando siento como un murmullo.
Me acerqué despacio y evitando hacer ruidos y me encontré como a cinco metros de mi, a un chico como de mi edad, haciéndole sexo oral a otro, pero de una manera como si fuera lo último fuera a hacer en su vida. El mayor gemía y le aguantaba la cabeza al otro, como para que no se le escapara.
No tengo que contarte la calentura que cogí al instante y los deseos de estar en cualquiera de las dos posiciones a pesar de que no había tenido experiencias homosexuales o heterosexuales.
Quise masturbarme allí mismo, pero lo creí peligroso, y me quedé mirando, con la pinga a punto de explotar, y cuando sentí los gemidos propios de la eyaculación, me alejé con discreción y me senté debajo de un árbol que estaría como a unos 20 metros de ellos y cerca del río.
No sé si se invirtieron los papeles después, pero como a los 5 minutos venían caminando ambos, como si nada. Se acercaron a mi y empezaron a hablar conmigo, que de donde era, que si hacía rato estaba por allí, etc. etc. y con la misma, después de creer que no sabía nada de lo que había ocurrido, se marcharon, tranquilos y campantes.
No los había perdido de vista todavía, cuando ya me estaba masturbando como un loco y soltando leche como nunca en mi vida… pero lo peor fue que como a la media hora de haberme masturbado, estaba otra vez con una erección de campeonato lo que me obligó a hacerme otra paja.
Me fui un rato después para la casa, con aquella imborrable imagen en mi mente y teniendo frecuentes erecciones y pasó, que cuando llegó mi acompañante de cuarto a la casa, si comencé a mirarlo con otros ojos y a pensar que ocurriría si estuviera con él.
Esa noche entré a la habitación como era habitual, cuando ya él estaba dormido, y me acosté en mi cama, pero a diferencia de las noches anteriores, lo miré mientras dormía y con deseos de acostarme a su lado.
Intentaba dormir y lo único que hacía era dar vueltas a un lado y otro de la cama. El recuerdo de la escena, no me lo permitía entonces comencé de nuevo a masturbarme y lo hice como dos veces, pero el fuego no salía de mi cuerpo. Pasarían como dos o tres horas, todo el mundo dormía y el único despierto en aquella casa era yo.
No sé como me llené de valor y me levanté y fui hasta la otra cama y llevé mi mano directamente a su pinga y comencé a acariciarlo. Él se despertó y dijo en voz baja -¿Quién está ahí? y le respondí, sin quitar la mano, – soy yo, y le dije mi nombre, él se acostó boca abajo, como para darme a entender que no quería que siguiera, pero yo estaba demasiado caliente como para renunciar al primer paso que había dado. Metí la mano debajo de su cuerpo y descubrí que tenía una tremenda erección, pero que además tenía una gigantesca herramienta.
Le fui dando vuelta poco a poco, porque él se hacía el dormido, pero no puso oposición ninguna, y cuando la tuve frente a mi, comencé mi primera lección autodidacta de mamar, acariciándosela con mis labios y con mi lengua y metiéndomela en la boca hasta donde era posible.
Disfrutando intensamente ese momento. Recuerdo que sentía aquella cosa dura y caliente en mi boca, y procuraba darle el mayor placer, como pensaba yo que debía ser. Hasta que sentí unos espasmos y una cantidad tremenda de leche inundó mi boca.
Me saqué la pinga de la boca, dándole las últimas caricias con mis labios y lengua, pero mantuve la leche sin saber qué hacer con ella. Pensé ir al baño a escupirla, pero me daba miedo que alguien me viera, y entonces opté por tragármela. Realmente el sabor me resultó agradable y me quedé un rato en su cama abrazado a él y con su pinga en la mano como para que no se me escapara. Él se quedó muy tranquilo.
Al rato me levanté, me acosté en mi cama y me quedé dormido. Por la mañana, sentí los gritos de su madre para que se levantara a ordeñar la vaca. He pensado tiempo después que él temía levantarse por miedo a enfrentarse a mi y que yo dijera algo o se descubriera algo.
Creo que la vida y la tranquilidad regresaron a su cuerpo cuando vio que yo lo seguí tratando como si nada, y nuestra relación fue tan pobre como había sido hasta entonces.
Cada noche mientras estuve en la casa, que fueron como cinco días más, ocurrió lo mismo, y aunque él ya me esperaba, siempre se hizo el dormido, como para no comprometerse.
El único cambio importante en mis hábitos, después de la primera noche fue que mi hambre disminuyó tremendamente, no sé si las proteínas contenidas en el semen de aquel semental, cubrían mis necesidades alimenticias diarias.
Como dos o tres años después volví, por mis medios y solo a aquel lugar, pues los recuerdos eran demasiado buenos como para no revivirlos. Me hospedé en un hotelito de la ciudad y viajé hasta la casa de mis recuerdos que estaba como a 10 km.
Conté que me habían invitado a un lugar cercano y que había pasado a saludarlos. Serían como las seis de la tarde, casi de noche. Como es normal me dijeron que me quedara a comer etc. y cuando se hizo de noche, como a las 8 dije que iba a comprar una botella de ron, y como algo normal, le dije a él que me acompañara. Aceptó y salimos, en la primera oscuridad que encontré, sin pensarlo, le agarré la pinga por encima del pantalón, y él se paró y me dijo: -¿Que tú quieres?, ¿mamármela?, a lo que respondí que si, y me dijo, -Pero aquí no puede ser, vamos para un lugar. Y me llevó, a un lugar que él sabía seguro. Esa vez, le di una tremenda mamada, con más experiencia, claro, y él por primera vez gimió y me agarraba la cabeza y le daba la velocidad que lo complacía.
Al terminar, por primera vez, me dio un tremendo abrazo, y nos besamos apasionadamente. Parece que de despedida, porque fue la última vez que lo vi. Luego me enteré que se había casado.