Nuevos relatos publicados: 6

¿Quisieras follarte a mi esposa?

  • 16
  • 28.334
  • 9,69 (35 Val.)
  • 3

Volví del trabajo a casa, un viernes en la tarde, con la intención de hacer algo diferente el fin de semana, pero sin una idea clara al respecto.  Encontré que mi esposa se había arreglado el cabello y maquillado como para una ocasión especial, pero no manifestó ninguna intención en mente con el transcurrir de los minutos. Pensé que esa era una forma de sugerir que saliéramos o hiciéramos algo diferente aquel día y esperé para ver si algo me decía, pero pasó el tiempo y no fue así.

De modo que fui yo quien, ya entrada la noche, pregunté el motivo para que ella se hubiese arreglado de esa manera. Me dijo que su amiga Sonia había pasado a saludarla y que le había pedido que la acompañara al salón de belleza, así que, estando allá, había aprovechado para arreglarse, ya que hacía días que no iba por allí. Le manifesté que tenía ganas de hacer algo, pero que no tenía nada en mente.

Ella me sugirió, entonces, que, si quería, podíamos ir a escuchar música y a bailar un rato, si a mí me apetecía. Moví mi cabeza de lado y lado, como vacilando, porque el baile no es mi fuerte y no me gusta ir a sitios donde haya mucho ruido y música a todo volumen. Sin embargo, el tema de escuchar música sí me llamó la atención. Pues, sí, dije. Alístate, entonces, pero apurémonos, porque ya va siendo tarde para salir. ¿Tarde? Dijo. No. Es a esta hora que empieza la vida nocturna.

No tardó mucho en estar lista. De hecho, se visitó para la ocasión, aunque un tanto informal, utilizando una corta falda negra, una blusa roja con escote y zapatos negros de fiesta, de tacón alto. No tardamos mucho en llegar a un lugar, de antemano conocido, donde interpretan música de jazz en vivo. El sitio estaba concurrido, cálido y con buen ambiente, así que fue fácil acomodarnos y disfrutar de la presentación del grupo que allí tocaba. Pedimos una botella de vino y unos pasabocas para pasar el rato allí.

La música sonaba bastante bien y estábamos realmente entretenidos con el espectáculo. La mayoría de asistentes escuchaba la música, conversaba, aplaudía y pedía melodías que el grupo interpretaba para complacencia de todos. Parecía que la estábamos pasando bien, pero, pasado el tiempo, Laura empezó a mirar a un lado y otro, como esperando a alguien, lo cual me causó curiosidad y me atreví a preguntar. ¡Oye! ¿Esperas a alguien? No, respondió. ¿Por qué preguntas? Replicó. Pues, porque he visto, desde hace un rato, que miras insistentemente hacia la puerta, como si estuvieras buscando a alguien. No, dijo, para nada.

Permanecimos allí, casi que, en silencio, porque el volumen de la música no daba oportunidad para hablar y, además, las melodías que interpretaban eran pegajosas y hacía que la gente estuviera entretenida y disfrutara del ambiente. Pero, Laura, pese a lo que me había dicho, seguía mirando insistentemente hacia la puerta, como buscando a alguien o reparando en alguien entre la multitud. No volví a preguntar, pero me quedé atento a detallar cuál era el objeto de su atención.

Pasados unos minutos pude darme cuenta que ella se fijaba en un hombre joven, de tez trigueña, bastante bien vestido en verdad, que destacaba entre quienes estaban allí y que al parecer estaba solo, sin compañía. Creí que, quizá, era propietario del sitio o tenía que ver algo con el negocio o con los músicos, o estaba esperando a alguien, o se había citado con alguien y le habían incumplido, porque salía y entraba repetidamente del lugar, sin fijarse en tener o no acomodo dentro del recinto.

El muchacho, para que, estaba guapo. Un hombre bien puesto diría ella, y creo que así lo estaba pensando. Dejé pasar el tiempo para ver como ella seguía los movimientos de aquel con interés, así que me vino a la cabeza la idea de que ella se había fijado en él y soñaba despierta con tenerlo cerca para conocerle, conversarle y quien sabe que más, así que osadamente apunté: Se te despertaron los “arrechocitos”, ¿verdad? Como así, dijo ella, ¿por qué? Pues porque te llevo detallando hace más de una hora y no le quitas el ojo al muchacho de la chaqueta café y buzo rojo. ¿Es que te gusta? Es un hombre atractivo, contestó. Bueno, y quisieras conocerle, ¿no es cierto? Me miró unos instantes y respondió. ¿por qué no?

Me levanté, entonces, dirigiéndome hacia la puerta, a su encuentro. Hola, saludé, haciéndome el indiferente y saliendo fuera del lugar. El hizo lo mismo. Y estuvo allí, en la puerta, al lado mío, mirando el movimiento de la calle. ¡Oye! Llamé su atención y me atreví a preguntar; ¿Trabajas aquí? No, contestó, ¿por qué? Simple curiosidad, le respondí. Estoy con mi esposa en una mesa que queda casi en frente de esta puerta y te hemos visto entrar y salir, varias veces, así que pensamos que eras parte del grupo musical o estabas relacionado con el negocio. No, contestó riéndose. Quedamos de pasar el rato aquí con un amigo, pero a última hora no pudo venir. Y ya, estando acá, pues decidí quedarme un rato.

Pero no te vemos acomodado en ninguna parte. ¿Vas a estar así toda la noche? Es que, la verdad, no me gusta sentarme solo, y además ocupo espacio que de pronto necesiten para atender a alguien que si vaya a consumir. Yo estoy aquí solo por escuchar la música. Ah, entiendo. Y ¿le gustaría sentarse? Pues, con este frío, a veces me dan ganas, pero como no estoy consumiendo, mejor me mantengo en movimiento. ¿Le gustaría acompañarnos en la mesa? ¡Le invito un trago! Me detalló de arriba abajo, como sorprendido y me respondió, ¿por qué no? Gracias.

Lo invité, entonces, a que me acompañara, llegando con él a la mesa donde se encontraba mi esposa. Buenas noches, le dije a ella, le presentó a un amigo. Buenas noches, dijo el saludándola amablemente, Camilo. Buenas noches, dijo ella, Laura. Me lo traje para acá porque lo vi parado allí, como desplazado pidiendo limosna, de modo que sentí la necesidad de dar de beber al sediento y hacer la buena obra del día. No, para nada dijo él sonriente. Le agradezco la atención. Bueno, ¿qué se toma? Nosotros estamos tomando vino, porque el plan era escuchar música y pasar un rato aquí, pero a usted lo veo en plan de acción, así que le gustará algo más fuerte. Le acepto un ron, si no es molestia contestó. Tranquilo. Sus deseos serán satisfechos. ¿Qué tipo de ron? Bacardí. ¿Solo o michelado? Michelado. Bien. Voy por el pedido.

Intencionalmente me dirigí a la barra para dejarlos solos y ver desde la distancia qué pasaba entre ellos dos. Pedí media botella de Bacardí Limón, y pedí que me prepararan un trago michelado para llevar a la mesa, pero, mientras esperaba, no observé que sucediera nada particular entre ellos. Si vi que Laura había entablado confianza con él, porque parecía charlar amistosamente e imaginé que ya le estaba averiguando su vida, obra y milagros.

Volví a la mesa y, no obstante, sonar la música, ellos parecían conversar animadamente, lo cual hacía que, al hablar, cada uno de ellos se tuviera que acercar al oído del otro para poderse comunicar en aquel ambiente. Y yo, la verdad, no podía escuchar muy bien lo que hablaban. Al parecer el muchacho era músico, estudiante de música o conocía de música, porque la conversación giraba sobre ese tema, pero yo no podía captar muy bien lo que hablaban. Yo estaba en un extremo, él, en el otro, y Laura en la mitad de los dos.

Habrían pasado dos tandas de música cuando ella me dice. Oye, ¿porque no vamos a otro sitio? ¿A dónde? Repliqué yo. No sé. Este lugar ya está cansón. Bueno, pues dime para donde. Vamos a bailar un rato, como para cambiar de ambiente. Pero, ¡fíjate la hora! Es solo un rato, contestó. Okey, dije, entonces despídete y vamos, pues. Había pensado que Camilo nos acompañara. Ummm, pensé, ya me zafaron del programa. ¿Y eso? Pregunté. A él le gusta bailar, me respondió, así que pensé que nos podía acompañar. Y él ¿está de acuerdo? Si, contestó ella. Entonces, voy a pagar, apunté. Espérame afuera y ve preguntando dónde hay un sitio al que podamos ir a esta hora.

Cuando salí a la puerta, después de cancelar la cuenta, los encontré charlando. ¿Ya averiguaste? Si, me dijo, señalándome ahí mismo, en la esquina siguiente. Entonces vamos, dije, poniéndome en marcha. Y ellos me siguieron hasta llegar a Cabaret, que así se llamaba el lugar, un sitio donde colocaban música crossover y que se veía bastante animado, no obstante que ya eran casi las 2 am. Y la verdad, supuse que aquello iba a ser un ratico.

Nos acomodaron, pedimos bebidas, nuevamente un trago de Bacardi para él, un trago de Vodka para mí y una botella de agua para la señora. Ni siquiera habían traído la orden cuando aquellos dos ya estaban probando la pista de baile. Para mí, aquello no es novedad, porque a Laura le encanta bailar y más si su parejo le sigue el paso y la mantiene entretenida. Y, en realidad, eso estaba pasando. Aquel joven bailaba con ritmo y llevaba el control del baile de manera notoria, de manera que ella estaba encantada, además que movía un poco las piernas después de haber estado sentados por casi cuatro horas.

Me quedé solo en la mesa, observando la actividad del lugar y los movimientos de aquellos dos, porque no volvieron a la mesa. Los ritmos de la música eran variados e igualmente la forma de bailar, así que vi como bailaban sueltos, bailaban pegados, bailaban lento, bailaban rápido, bailaban de todas formas y se veía que la pasaban bastante bien. A Camilo, al parecer, se le había arreglado la noche. Igual que a Laura, que parecía no querer parar de bailar.

Pasaron cuatro tandas de música antes de tomarse un respiro. Llegaron a la mesa, se acomodaron, probaron sus bebidas y se dispusieron a descansar un rato. ¿Cómo la están pasando? Pregunté. Bien, dijo Camilo, su esposa baila de maravilla. Y… tú no te quedas atrás, dijo ella. Gracias, respondió. Y añadió, les pido un permiso, mientras se levantaba de la mesa… voy al baño. Vaya tranquilo, dije. Y nos quedamos allí, solos, con mi esposa, viendo como se alejaba de nosotros. Bueno, hasta qué hora va la faena, pregunté. Ya es tarde. Son casi las 3:15 am. Un rato más dijo ella. Bueno, dije. Y ¿qué tal el parejo? Dije. Super, respondió ella. Bien… solo atiné a decir.

Cuando Camilo volvió empezó a sonar la música de nuevo, y ellos, de inmediato, se dirigieron a la pista. Quizá por la hora, los ritmos se tornaron más lentos, baladas románticas y boleros, de modo que aquellos se juntaron y pareciera que no se movían, sino que mecían sus cuerpos al compás de la música. Al poco rato, ellos estaban de nuevo en la mesa. Se notaba un aire de involucramiento y complicidad en ellos, pero al acomodarse, ella se sentó a mi lado, dejándome a mí frente a frente con Camilo. Yo ya intuía lo que pasaría a continuación, pues ya había pasado por situaciones parecidas, pero estaba dubitativo porque no habíamos hablado no acordado nada con ella sobre el particular.

Sin embargo, las miradas de ella hacia él y de él hacia ella, hablaban por sí solas. Así que, siendo un poco osado, me atreví a decir, Camilo, ¿te gustaría follarte a mi esposa? Y, de inmediato, aquel respondió; si usted y ella están de acuerdo, me gustaría compensarla por lo bien que me ha hecho sentir esta noche. Y tú ¿te gustaría follarte a Camilo? Pregunté. Me encantaría, respondió ella. Bueno, dije, no perdamos tiempo. Vamos antes de que se enfríe la cosa. Gracias dijo ella, dándome un beso.

Pagué la cuenta y nos apresuramos a salir de aquel lugar. Fuimos a buscar mi automóvil y, como siempre opera en estas circunstancias, él y ella se acomodaron en los puestos de atrás para ir preparando el escenario sexual que se avecinaba y no dejar pasar la excitación del momento. Y yo, mientras, me apresuraba a conducir hasta el lugar donde aquella aventura de fin de semana iba a tener su clausura. Durante el recorrido aquel no dejó de toquetear y besuquear a mi esposa por todas partes, acción que le era correspondida por ella de igual forma.

Menos mal no estábamos lejos del sitio donde aquel deseo se iba a consumar. Ingresamos al lugar y tuvimos acceso con mi vehículo al reservado asignado. No más llegar, ellos se apresuraron a bajarse y subir las escaleras hacia la habitación. De manera que, al ingresar yo al recinto, ya ella le había bajado sus pantalones y chupaba con deleite su enorme y erecto pene. El tan solo permanecía recostado a la pared, permitiendo que mi esposa degustara de él a su antojo.

Pasado un rato ella, llevada por la excitación y la calentura, procedió a desnudarlo, descubriendo, poco a poco, un cuerpo atlético y bien formado, quizá trabajado con ejercicio en gimnasio. La verdad es que el interés y curiosidad de ella por él, aquella noche, bien había valido la pena. Y mucho más el aprovechar la oportunidad de que este hombre, más joven que ella, hubiera aceptado compartir con ella esta aventura de fin de semana. Una vez desnudo, él no tuvo que hacer nada; ella misma se apresuró a despojarse de la ropa para quedar en igualdad de condiciones con su macho. Tan solo se dejó los zapatos puestos para quedar un tanto igualados en altura con él.

Permanecieron desnudos, de pie, abrazados, al borde de la cama, besándose con inusitada pasión, mientras sus manos exploraban el cuerpo del otro con curiosidad. Mi esposa no soltaba el erecto miembro de aquel, que frotaba delicadamente sin parar, tal vez para que no fuera de disminuir su dureza y disposición. El, entonces, empezó a avanzar, empujándola a ella hacia atrás hasta tropezar con el borde la cama y obligarla a sentarse y caer de espaldas sobre ella. Camilo se arrodilló en medio de sus piernas, las cuales separó a lado y lado, y se dispuso a lamer su sexo con la lengua.

Lo hacía muy hábil y delicadamente porque bien pronto Laura empezó a contorsionar su torso, y a gemir, primero tímidamente, y luego más fuerte, mientras sacudía su cabeza de lado a lado. Era evidente que estaba experimentando sensaciones fuertes a medida que Camilo exploraba su sexo con su lengua e introducía magistralmente sus dedos dentro de la vagina de mi mujer, quien estaba encantada con aquello.

El, pasados unos instantes, consideró que ya era tiempo y cubrió con su cuerpo el cuerpo de mi excitada esposa, introduciendo sin ninguna dificultad aquel duro y enorme miembro dentro de aquella vagina que lo recibió con deseo. Se veía diminuta mi mujer debajo de aquel macho, y su miembro, bombeando dentro de aquella parecía no caber en su totalidad. Ella, excitada como estaba, solo atinaba a mover sus piernas arriba y abajo al compás de las embestidas de aquel mientras ella gemía y gemía de placer, sin cesar.

Camilo, de verdad, quería que aquel encuentro fuera inolvidable para ella, así que bien pronto propició un cambio de posición. Mamita, ¿te gusta lo que estás sintiendo? Te quiero penetrar desde atrás. ¿Me dejas? Si, dijo ella, acomodándose de rodillas sobre la cama, apoyada en sus manos, en posición de perrito, mientras él procedía a ensartarla desde atrás y embestirla repetidamente con todo el vigor. Ella empezaba a gemir nuevamente y elevar el volumen de su voz a medida que la intensidad de las sensaciones aumentaba.

Camilo la tumbó sobre la cama, de medio lado, y siguió penetrándola desde atrás, sin parar con sus embestidas, susurrándole al oído, mamita, yo sabía que, si, así como bailabas follabas, con seguridad la iba a pasar muy bien. Y la verdad, la estoy pasando muy rico. Me encanta tener mi verga dentro de ti. Se siente calientica y húmeda, y veo que tú no quieres que yo la saque ¿verdad? No, sigue así que te siento rico. No pares, decía ella.

Ahora él toma una de sus piernas y la manipula para que ella quede acostada de espaldas y él, de rodillas frente a ella, empujando mientras abre y balancea sus piernas al vaivén de sus embates. Ella esta excitadísima. Se revuelca, se acaricia sus senos y gime, hasta que ya no aguanta más y explota en un grito continuo y profundo, mientras aquel, impávido, continúa su labor, taladrando sin parar el excitado sexo de mi excitada y exhausta esposa. Déjame descansar un ratico, suplica ella.

Camilo se recuesta sobre ella y la besa, sin sacar su miembro de su cuerpo, que aún está pendiente por explotar. Ella acepta sus besos y parece desfallecer, pedir aire y descanso. El entiende y saca su miembro, recostándose a un costado de ella, pero sigue acariciando su cuerpo y especialmente sus senos con sus manos. Yo todavía no he llegado, le dice. Tranquilo, le dice ella, ya vas a llegar. Espérame un rato, dice, y sigue masajeando con sus manos el miembro de aquel, que parece no descansar.

Pasan unos minutos y ella, abriendo sus piernas le dice, bueno, dale hasta que te vengas. Y él, envalentonado con esa invitación, procede a colocarse encima de ella, penetrarla y empezar a bombear. Ella, sin pasar mucho tiempo, empieza a gemir de nuevo. Mamita, sabes qué, déjame venirme penetrándote desde atrás, ¿sí? Dale, dice ella, acomodándose en posición de perrito. Camilo, entonces, se acomoda detrás de ella, la penetra y le pide que junte sus piernas, y ella así lo hace. El, ahora, acelera las embestidas y masajea sus senos desde atrás, procurando llegar a su clímax y descargar todo su contenido.

Poco después, sin dejar de bombear, se nota que va llegando el momento y, al hacerlo, saca su miembro de la vagina de mi esposa y riega su contenido en su espalda, que queda salpicada con el viscoso y lechoso líquido que estuvo guardado en el interior de aquel. Camilo le pide a ella que se voltee y le regale una última caricia con su boca, y ella, complaciente lo hace, llevándose aquel miembro aún erecto a su boca, limpiándolos restos de semen que aun gotean en la punta del glande. Una vez lo hace, Camilo la besa delicadamente y por un eterno rato. Su miembro ya ha descansado y la luz del día ya se asoma por las ventanas de aquel cuarto. Ha sido una noche entretenida, inesperada, pero muy excitante.

Bueno, ya es hora, digo yo. Creo que ya es suficiente ¿O, no? Yo si necesito descansar, dice mi esposa. Espero que te haya gustado, dice Camilo. Si, responde ella, lo disfruté mucho y no lo voy a olvidar en muchísimo tiempo. Nunca antes me había sentido así. Lo hiciste súper. Gracias. Laura, usted también lo hace muy bien. Uno se esmera cuando está motivado y usted supo ponerme a mil. Y tampoco se me va a olvidar. Situaciones como estas no se dan todos los días. ¡Bendito sea Dios!

Y con esa última expresión de agradecimiento por los favores recibidos de tan inesperada aventura, nos despedimos. Camilo, sin embargo, no dejó de agradecer la oportunidad y de despedirse de mi esposa con un largo beso y abrazo, que por poco sugiere el preámbulo de un nuevo encuentro sexual, pero ya las cosas estaban definidas. Gracias, que te vaya bien… y así nos despedimos, finalizando así el deseo de haber querido hacer algo especial aquella noche.

(9,69)