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Recompensa para puta adolescente en aprietos

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Nuestra protagonista es Laura, una joven de 18 años que es lo que vos y yo conocemos como una puta.

Es que es así y no es por insultar, ella misma lo reconoce y disfruta serlo.

Estatura de 1,65 m; rubia con el cabello desgreñado y hasta los hombros, penetrantes ojos azules bien grandes, piel blanquita, tetas grandes y firmes, cintura pequeña y un culazo que se complementa con tremendas caderas. Un bombón que sabía de su condición.

A las malas aprendió que fue una pésima idea abandonar los estudios, fugarse de su casa familiar con un novio al que no quería y al que terminó poniendo los cuernos. Tras ser descubierta, él la dejó tirada en el departamento en el que vivían.

Ella, ahí se dio cuenta que hasta ese momento, había sido una completa buena para nada, más que para el sexo. Lo disfrutaba muchísimo y vaya que no se guardaba nada.

Pero la situación era compleja, ella debía juntar dinero para pagar el alquiler, la comida, los servicios; todo lo que su ex hacía por ella.

Buscar trabajo fue la primera opción, pero ninguno la convencía. Aparte de tener pocas habilidades, quería ponerse selectiva. Eso no una a funcionar.

Una noche, entre cigarrillos y pensamientos sueltos, se le ocurrió que si por puta se había metido en aprietos, por puta podría encontrar una solución.

Salir a la calle y pararse en una esquina a ofrecer sus encantos le parecía demasiado, así que la idea de hacer realidad una de sus fantasías y sacar rédito de ello, sonaba perfecta.

Entró a un foro de porno y citó a todos los que estuviesen con ganas, a pasar por el baño de una estación de servicio abandonada al costado de la carretera que sale de la ciudad. Allí, haría uso de los dos cubículos que quedan en pie, haría un agujero en la pared por donde los afortunados meterían el pito y ella los haría gozar. Obviamente que todo por un precio.

Entendió que no estaba en condiciones de seguir siendo exigente y decidió que si sería puta, también sería barata –también le excitaba la idea de sentirse sucia y como una total cualquiera– por lo que fijó un precio estándar para lo que sea que ocurra en ese "gloryhole".

Llegó el día. A las 10 de la mañana –temprano para ella– Laura se ubicó en el cubículo y esperó al primer cliente.

Escuchó que se abría la puerta, no hubo intercambio de palabras, nada. El hombre metió por el agujero el dinero, luego el pene.

Nada del otro mundo, tamaño regular, Laura estaba entusiasmada pero no tanto. Una paja, unos instantes de chupada y en dos minutos, Laura ya estaba tragándole la leche al primero de la jornada.

Así pasaron horas, ni ella sabe cuantas. Ninguno la entusiasmaba demasiado, todos eran tamaños regulares o pequeños que duraban poco tiempo, ella se dejaba eyacular en la cara o en las tetas, algunos simplemente caían al suelo.

Lo importante era que estaba recaudando bien. Ya iban como 35, era un éxito rotundo.

Ya cuando atardecía y Laura se predisponía a dejar su "oficina", escucha que otro hombre entra. Decide quedarse, quizás algo bueno vendría.

Esa corazonada se convirtió en premonición cuando, tras el pago correspondiente, el cliente hizo que su venga atraviese el agujero. Laura lo veía y no podía creer: una enorme pija negra, venosa, bien gruesa y larga; como de unos 23 centímetros. No dudó un segundo en empezar a pajear semejante armamento.

La agarraba con ambas manos y le sobraba espacio, sentía como se iba excitando cada vez más, un rato después ella ya estaba desnuda, mientras amasaba la terrible poronga de su cliente. Había esperado todo el día por algo así y había llegado por fin.

Mientras agarraba el enorme miembro con las dos manos, aún sobraba suficiente para que ella empiece a chupar con unas ganas y una devoción que solo una puta de raza tiene. Se metía la verga hasta la garganta y los ojos se le llenaban de lágrimas mientras salivaba y escupía en la verga para lubricarla más.

Del otro lado, el cliente gozaba, mientras ella ponía la verga entre sus tetas y la empezaba a pajear con ellas. Laura gemía de excitación a la par que su cliente, a medida que aumentaba la velocidad con la que estimulaba su pija.

La putita estaba totalmente mojada, sentía que no aguantaba más, quería sentir toda esa verga adentro suyo. Se levantó, se ubicó en forma de 90 grados contra la pared y fue acercando lentamente la pija a su húmeda y caliente vagina. La empezó a meter de a poco, pero el hombre no quería saber de juegos ni insinuaciones y se la mandó entera con fuerza. Laura pegó un alarido de dolor, las lágrimas bajaban de sus mejillas; pero ella lo disfrutaba. Jamás se hubiese imaginado que en un hediondo baño abandonado y después de haber tenido decepción tras decepción en el día, encontraría la verga más grande de su vida.

La sentía hasta el fondo, le encantaba, mientras el morocho la embestía con fuerza tal que la pared del cubículo cayó, llevándose por delante a la muy puta de Laura.

Ella se reincorporó con ayuda de su nuevo macho, lo vio y contempló a un hombre negro, alto, fornido; bastante feo pero a ella no le importaba, quería seguir comiendo verga.

Se acercó y sin mediar palabras, besó al hombre, mientras se ubicaba de cuatro en el suelo, esperando seguir siendo penetrada.

Lo que ella no se esperaba, era que la mejor parte venía ahí, ya que el hombre escupió en el ano de la señorita y procedió a meter de a poco su enorme verga en ese apretado culito. A Laura no le dio tiempo ni voluntad para decir que no, estaba entregada completamente.

El cliente fue suave hasta la mitad, pero metió el resto con fuerza y se golpe, para seguir embistiendo con fuerza el culo de Laura, que lloraba de dolor pero sentía como el dolor se convertía en placer.

Su excitación era enorme, se sentía la más sucia y fácil de las putas, dejándose romper el culo por un extraño en un lugar apestoso y por una cantidad de dinero que para todo lo que disfrutaba el cliente, era absolutamente miserable.

A ella ya no le importaba nada, quería seguir siendo usada por el vergudo negro de manos ásperas que le daba nalgadas fortísimas, mientras le decía que era una puta sucia.

Luego de un rato, el hombre paró y se acostó en el piso, ella entendió la señal. Subió sobre él, ubicó el enorme pedazo en su ya abierto culo y empezó a cabalgar, mientras apoyaba sus manos en el amplio y fuerte pecho del sudoroso negro que la agarraba del cuello con fuerza y la miraba a los ojos con una mirada de fuego, para luego escupirle en la cara y estallarle un cachetazo que a ella calentó aún más.

Laura pedía que le peguen con más fuerza y él con mil gustos intercalaba cachetazos con escupitajos, tirones de pelo y agarradas del cuello, mientras le taladraba el ojete sin piedad alguna.

Ya había caído la noche cuando el hombre sacó su verga del culo de Laura y le terminó eyaculando en toda la cara y boca una descarga que ella recibió y tragó con tanto placer.

Él se fue, la dejó ahí tirada, mientras Laura recogía su ganancia del día y, con dificultad salía del baño agarrándose de las paredes. Salió así, desnuda, con la ropa en un la mano y un bolsito colgándole del brazo, donde había juntado su recaudación.

Despeinada, desnuda, con los ojos aún llorosos, llena de moretones y marcas, regulando y con el culo roto; Laura iba por el costado de la carretera con una sonrisa. Lo había logrado, consiguió lo que quería y más. Era una putita feliz.

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