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Siempre estaré para ti, Marian (cap. 1)
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Esa mañana me desperté con bastante cansancio, producto del trasnocho por la fiesta de anoche. Ya serían las 10 am cuando me presenté en la cocina, para desayunar y me encontré a mamá sentada en una de las sillas del pantry, con la cara oculta entre sus dos manos. Estaba sollozando, silenciosamente, tal vez para que yo no me diera cuenta, no la sintiera y me preocupara.

-Buenos días, bendición… ¿Qué tienes, mamá? -le pregunté apenas me di cuenta de la situación.

-Dios te bendiga, mi amor, nada… no pasa nada, es que me cayó una basurita en el ojo y me estaba molestando. No te preocupes. ¿Quieres desayunar? -me respondió, azorada.

-Mamá, no soy un niño, te conozco muy bien y me doy cuenta que estabas llorando. Cuéntame, por favor, tenemos confianza ¿Cierto?

-No te preocupes mi amor, no es nada, ya se me pasó.

-Está bien, tengo claro que no confías en mí, no importa… -le dije, poniendo mi mejor cara de disgusto, a fin de obligarla a reaccionar.

-No te pongas así conmigo, Juan Antonio, es que no quiero preocuparte…

-Si no me dices la verdad, claro que me preocupo. Tú y yo somos muy unidos, no nos ocultamos nada, así que dime de una vez… mi dulce Marian…

-Bueno, mi amor, está bien, es que no quiero que te involucres en esto, porque en los problemas de pareja los terceros sobran. Es tu papá, parece que se quiere ir de la casa…

-Yo sabía que eso venía, me lo esperaba… con ese comportamiento tan absurdo de los últimos tiempos, algo malo se traía el señor. ¿Te pidió el divorcio?

-Este… bueno… si, mi amor, se quiere divorciar… ya se acabó el amor, dice él y por lo tanto, se quiere ir…

-Madre, tú eres una mujer joven, hermosa y muy dulce, si no te quiere que se vaya. Ya encontrarás alguien mejor que él y rapidito…

-Ni tan joven, mi amor, ya tengo 36 y mis mejores años se los di a él. Y de hermosa, no sé, ya no tanto, creo… vamos, siéntate a desayunar, que ya es media mañana. Y cuéntame ¿Cómo estuvo la fiesta anoche?

-Ya me estás cambiando la conversación, te quieres evadir… así no, mamá, necesito que me digas la verdad. Soy tu hijo y quiero apoyarte en todo lo que pueda.

-Mi amor, él es tu padre; yo, en cambio, solo soy tu madrastra, no deberías ponerte de mi parte y contra él, porque no sería justo para ti. Él ejerce la patria potestad sobre ti, no yo. Y además, como ya te dije, en los problemas de pareja, los terceros sobran. Podría ser problemático que te metieras.

Así las cosas, decidí que no la presionaría más, me desayunaría y vería los acontecimientos en la medida en que se presentaran. Pero no pensaba salir de casa este día, no la dejaría sola.

Realmente, Marian no era mi madre natural, solo mi madrastra, pero era la mujer que me había criado, que me había dado amor de madre, era mi Madre y ese era un hecho innegable.

Yo la amaba con locura, sin medida. Mi padre, en cambio, era el clásico hombre con una apariencia de personaje duro, un Charles Bronson, inmutable, proveedor de bienes materiales, pero muy poco dador de cariño. No me imaginaba qué había visto en él una mujer tan cariñosa como mamá. No recordaba la última vez que me dio un abrazo o me preguntó como estaban mis cosas. Solo se limitaba a exigirme que le pidiera la bendición y a decirme que me portara bien y estudiara. Ellos dos no me cuadraban como pareja, jamás. El hombre más seco y la mujer más dulce. Agua y aceite.

Pasó el fin de semana sin mayores acontecimientos, no logré sacarle nada más a mamá, pero no bajé la guardia. Me mantenía el mayor tiempo posible cerca de ella, pendiente de cada paso que daba. No me atrevía a desampararla. A fin de cuentas, ella lo era todo para mí.

El martes, papá regresó a casa por la noche, a la hora de la cena y se fueron a la habitación para hablar en privado. Yo no entendía casi nada, solo cuando mamá le decía que bajara la voz, para que los vecinos no se enteraran. Yo intuía que su verdadera preocupación era yo, que yo no me enterara.

Cuando por fin salieron de la habitación, papá se me acercó, me puso una mano en el hombro y me dijo, muy ceremonioso:

-Hijo, ya eres un hombre, creo que debes saber lo que está pasando, por favor, siéntate aquí con nosotros, que tenemos que decirte algo muy importante. Verás, Marian y yo hemos agotado nuestro matrimonio, ya no hay amor y no debemos prolongar más la convivencia; ya no tiene sentido. Desde hace más de un año estábamos así, pero tú aún no habías cumplido los 18 por lo que esperamos un poco para no hacerte daño. Pero ya los cumpliste, hace poco y ya es hora. Marian y yo vamos a divorciarnos… me voy de la casa, para mi nuevo apartamento y tú, como hijo mío que eres y no de ella, te vendrás conmigo, a mi nueva casa. Yo le dejaré este apartamento para ella y su carro… todo está decidido.

-¿Qué? ¿Qué me vaya contigo? ¿Estás loco? Contigo no voy a ninguna parte, me quedo con ella, con mi madre ¿Lo oyes? MI MADRE, así, en mayúsculas. Tú eres mi padre solo porque me dices que me engendraste, pero no reconozco en ti nada que me haga pensar que lo eres; en cambio ella sí, me crio, me ha cuidado siempre, me quiere de verdad. Y yo a ella. Así que bájate de esa nube, señor todopoderoso, no me voy contigo. Ya tengo edad para escoger con cual de mis padres me quedo.

El hombre se quedó de piedra, asombrado de mi salida. No lo podía creer. Creo que estuvo a punto de pararse y golpearme. Marian le tocó el brazo, para indicarle que se calmara, que a lo bruto no lograría nada. Parece que el señor entendió y se sentó nuevamente, pero tenía la cara roja de la rabia. Nunca se esperó esa de su hijo, de ese hijo al que nunca le había dado muestras de cariño.

-Dime una cosa, papá ¿Y solo le vas a dejar a mamá este apartamentico y el carro viejo ese que, a veces, ni siquiera prende?

-Eso no es problema tuyo, hijo, es asunto de ella y mío. Nosotros resolveremos esas situaciones. Tú eres mi hijo y me debes respeto.

-Y tú le debes respeto a ella, como tu esposa y nunca se lo has tenido. También me debes respeto a mí, como hijo y tampoco jamás has dado muestras de eso.

Mi padre se quedó congelado, me imaginé el torbellino de preguntas que le daban vuelta en la cabeza. No sabía qué hacer, miraba un momento a Marian, otro a mí y se “quedó en el aparato”, término hípico para decir que el caballo no arrancó para la carrera. De pronto se levantó de la silla, dio un manotazo grosero a la mesa y se fue hacia la puerta. Desde allí:

-No voy a tolerarte faltas de respeto, soy tu padre y… -abrió la puerta y se marchó sin terminar su frase, porque… simplemente no tenía nada que decir.

Cuando quedamos a solas, mamá y yo, la abracé cariñosamente y le dije:

-No te preocupes, mamá, todo va a salir bien. Ese hombre no nos va a dejar pelando así como así. De eso me ocupo yo.

Pocos días después, papá se presentó nuevamente en casa para discutir con mamá. Pero mamá, al saber que venía, me pidió encarecidamente que no interviniera, que me quedara en mi habitación, para permitirles hablar ellos solos. Yo no estaba de acuerdo, no quería dejarla sola en ese trance, pero ni modo, a mamá no la iba a desobedecer, no a ella.

Papá llegó y se metieron en la habitación principal, cerraron la puerta y yo aguzaba el oído para tratar de escuchar la conversación. Nuevamente solo se escuchaba el vozarrón de él y a mamá pidiéndole que bajara la voz para que no se enteraran los vecinos. Mucho rato después y sin que yo pudiera entender mucho de lo que habían hablado, terminaron de discutir y él dijo que se marchaba, pero en eso preguntó por mi:

-¿Y mi hijo, dónde está? -le preguntó a mamá.

-En su cuarto, descansando. Vino de un partido de futbol, se duchó y se acostó para esperar la hora de cenar.

-Por favor, llámalo.

-Si, claro, ya te lo llamo. -y se dirigió a mi habitación, a llamarme.

Enseguida salí a enfrentar a papá.

-Aquí estoy, ¿Qué quieres? -le pregunté de sopetón, sin siquiera saludar.

-Esa no es manera de hablarme, primero debes pedir la bendición y saludar. Y el tonito, te lo guardas. -me disparó de inmediato.

-De acuerdo, papi, bendición y hola, y ¿Ahora qué?

-Quiero hablar contigo, pero en privado, una conversación de un padre con su hijo. ¿Bajamos al parque, un ratico?

-Podemos hablar aquí mismo. Mamá me pidió que no estuviera presente, que les dejara espacio y yo la obedecí. Los dejé hablar. Ahora yo le pido a ella que se vaya a su habitación y tú y yo podemos hablar aquí en la cocina ¿De acuerdo? -dije mirando a mamá y luego a papá.

Ella asintió y se fue a su habitación, mientras él aceptó y se sentó en las sillas del pantry.

-Bueno hijo, han pasado unos días desde nuestra última conversación, estimo que has podido recapacitar y mi planteamiento sigue firme, quiero que te vengas a vivir conmigo, que soy tu padre.

-¿Me puedes explicar porque tanto empeño en que me vaya contigo? Tú y yo no tenemos nada en común, siempre he sido un estorbo en tu vida, no sé para qué me quieres allá contigo. Yo me quedo con mamá, porque la quiero y ella a mí, nos entendemos muy bien, somos grandes amigos y somos felices juntos.

-Porque eres mi hijo, coño, mi sangre. A ella no te une ningún lazo, no quiero que después te arrepientas de una mala decisión.

-Te equivocas, papá, a ella me une un lazo maravilloso, se llama amor. ¿No lo conoces? ¿No sabes de que se trata? Te lo puedo explicar…

-Hijo, estoy hablando en serio, intento tener una conversación de adultos contigo, para que no digas que siempre te trato como a un niño.

-Papá, estoy hablando muy en serio. No quiero irme contigo. Me quedo con ella y quiero que sepas que ayer consulté con uno de mis profesores de Derecho y me explicó que ya a mis 18 años puedo y tengo derecho a escoger con cual de mis padres deseo vivir, ante la circunstancia del divorcio. También consulté si Marian, por ser madrastra, calificaba como madre en este caso y me respondió que sí, porque ha existido, de siempre, un vínculo familiar de amor y de crianza. En fin, me quedo con ella y es mi última palabra. No te ofendas, pero no quiero estar contigo. Cosecha lo que sembraste, ya es hora.

-Está bien, pero no creas que me voy a rendir. Yo no abandono a los míos. Me voy, pero volveremos a hablar.

-Espera un momento, ahora que estamos solos, sin mamá, quiero saber cómo vamos a quedar los dos, ella y yo. ¿Nos dejarás el apartamento?

-Si, claro, el apartamento y el carro de ella y una pensión mensual para que puedan vivir bien.

-¿El carro de mamá, ese perol? Te lo puedes llevar para la basura. ¿Vivir bien? ¿Qué llamas tú vivir bien, alcanzados como estamos siempre? ¿De cuánto estás hablando, de la pensión, de cuánto?

-Eso no es asunto tuyo, es algo entre tu mamá y yo, no me estoy divorciando de ti sino de ella.

-Papá, tú mismo dijiste que querías hablar de hombre a hombre ¿Cierto? Pues bien, te quiero mostrar algo. Déjame buscarlo. -me paré, fui a mi habitación y regresé con un sobre que contenía una serie de fotocopias. Entonces retomé la conversación:

-¿Sabes una cosa, papi? Yo sé perfectamente quién eres, que haces y cuanto tienes. No vas a dejarnos pelados, eso te lo aseguro. Los hijos de tus tres socios son mis “amigos” y ustedes creen que somos idiotas o retrasados mentales, pero creo que los idiotas son ustedes. Hace poco recibí un sobre, anónimo, por supuesto, pero todos sabemos que detrás están las manos de ellos, que contiene copias de Actas de Asamblea, Reparto de Dividendos, Contratos, memorandas, números de cuenta en el extranjero, estados de cuentas y mucha más información delicada. ¿Quieres que hablemos de eso, papi? Te muestro. -y le entregué el fajo de copias.

El hombre comenzó a mirarlas, a leer lo que allí le había entregado y empezó a ponerse rojo. En un momento dado, pensé que, o me daba un coñazo o le daba un ataque, una apoplejía, alguna vaina así. Después de asimilar el contenido del sobre, se me quedó mirando a los ojos y me dijo, con rabia contenida:

-¿Quieres extorsionarme? ¿De eso se trata todo esto? ¿Eres mi hijo o un monstruo?

-No, papi, ni extorsión ni monstruo, pero deja de pensar que soy idiota. Se muy bien quién eres, mis “amigos” me han puesto al tanto, me abrieron los ojos y ¿sabes qué? Fue doloroso enterarme que mi padre no tiene escrúpulos, que es deshonesto y que, además, piensa dejarnos a mamá y a mí sin nada. Es triste haberte escuchado hablar de respeto, de moral, de principios y valores, toda mi vida ¡Haaa! Y de honradez… y descubrir ahora que mi papito se coge a las tres esposas de sus socios, a las tres. Y a su cuñada, la esposa de su hermano. Y que también se coge a la señora que nos abandonó hace 17 años, a esa desnaturalizada que me parió y luego salió corriendo a putear con otro hombre, humillándote a ti y abandonándome a mí. Y a su hermana, la que fue tu cuñada. Y a las dos mejores amigas de mamá. Parece que eres todo un semental. Tienes un currículum extraordinario, como para hacer una telenovela. Y no es todo, te “ganaste” el año pasado 10 MM de los verdes y el anterior otros 10, solo por nombrar dos años y mira cómo nos tienes viviendo, a tu esposa y a tu hijo… -un breve respiro y mirada a la cara enrojecida de ese hombre que estaba sentado frente a mí, a punto de colapsar y continué:

-No, papito, no te estoy extorsionando, no soy de esa calaña, solo te doy la cara porque ya soy un hombre y… me avergüenzo de ser tu hijo. Todos mis amigos se ríen de mí… y de mamá, porque a duras penas sobrevivimos mientras mi padre se da la gran vida. Eres un miserable y punto… Mis “amigos” dicen que ustedes cuatro tienen hasta prontuario criminal, imagínate por dónde van los tiros. Pero uno de mis profesores, que me aprecia mucho, especialista en divorcios y de mucho renombre en este país, se me ofreció para representar a mamá contra ti y te va a sacar hasta el último centavo. Y no solo eso, me dijo que además, tendrás que pagar las costas. En fin, papá, los papeles que te entregué son copias, los tengo bien guardados y otras copias en manos de mi abogado ¡Carajo! suena bien, mi abogado… y hay mucho más, no te imaginas. Te lo dije, papito, se bien quién eres y cuanto tienes. No soy pendejo… que tengas un buen día… y dame tu bendición.

Mi padre no pudo aguantar más y me lanzó un golpe a la cara, que me dio de lleno en el pómulo izquierdo. Caí al piso, con mucho dolor en la cara, pero entonces me paré y me le cuadré, listo para la pelea.

-Me pegaste, tal vez me lo merezca por “faltarte el respeto”, que no se si lo tienes, pero te advierto, no lo vuelvas a intentar, porque el segundo no lo aceptaré. Ya tengo edad y tamaño para darme unos coñazos contigo. Me vas a respetar como hombre que soy, me lo he ganado por todas tus faltas y tus mentiras.

El hombre se dio la vuelta y salió del apartamento, tirando un portazo fortísimo, totalmente derrotado desde el punto de vista moral. Apenas escuchó retumbar la puerta de la calle, mamá se presentó en la cocina y se asustó al verme la cara ya hinchada por el golpe y la sangre corriendo por mi mejilla; enseguida se abocó a ponerme hielo para disminuir la hinchazón. Y preguntó:

-¿Qué pasó mi amor, porque te pegó? Es un salvaje…

-Tranquila mamá, no importa, ya se quitó la careta. Bueno, se la quité… -y procedí a contarle todo, sin omisiones.

Mamá estaba asustada, no quería ser la responsable de una fractura en la relación padre hijo. Tuve que aclararle que esa fractura era de vieja data y que no tenía nada que ver con ella. Le pedí que confiara en mí, que ese bribón no se iba a salir por la tangente, con su cara tan limpia.

-Mamá, yo soy un sobreviviente desde mi nacimiento. Casi morí en el parto, luego la “señora” me abandonó para irse a follar con otros hombres y desde siempre mi padre me ha considerado un estorbo, no sé porque tanta insistencia en que me vaya a vivir con él si nunca me ha demostrado cariño. Eso es pura pantalla, para quedar como el bueno de la película y dejarte a ti como la mala. Pero te tengo a ti, a mi madrecita, la que siempre me ha querido y sabes que te adoro. Por ti soy capaz de lo que sea. No voy a permitir que ese señor nos joda, así de simple. Le has dado 16 años de tu vida a ese miserable.

Marian se quedó un poco más tranquila, en apariencia, pero yo sabía que se sentía muy mal por todo esto. No era suficiente ver su matrimonio lanzado a la basura, sino que sentía ser la causante del disgusto y distanciamiento entre papá y yo.

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