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The boobs cruise

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Ese 28 de diciembre del 2020 fue un día memorable, ¡Vaya que lo fue!

Andrea, entonces mi novia desde hacía 6 meses, me alcanzó en Playa del Carmen justo después de la Navidad, para estar unos días juntos antes de regresar a su tierra, donde recibiríamos el año nuevo con su hija y mis hijos.

Introduje a Andrea en el nudismo y las actividades recreativas para adultos, a muy pocas semanas de iniciar nuestra relación y ella se integró de maravilla a éstas, superando mis expectativas. En agosto fuimos a un pequeño hotel nudista, relativamente tranquilo; al mes siguiente estuvimos en un club swinger –sólo de mirones, hay que aclarar- y nos divertimos mucho; en noviembre visitamos Desire en Cancún por 4 días, donde mi novia terminó por soltarse el pelo.

En esta ocasión, nos hospedamos en la pequeña casa/oficina que tengo en Playa, lo que no significaba que fuéramos a aburrirnos. El día de su llegada fuimos directamente del aeropuerto a la playa nudista de Puerto Morelos; el siguiente estuvimos en Xpu-ha, donde ella tomó el sol topless, con una micro tanga que le compré para la ocasión. El plato fuerte lo había preparado para el lunes 28, se trataba del Boobs Cruise, un catamarán para adultos desmadrosos que sale de Cancún los lunes y los viernes de cada semana y en donde –según su publicidad- casi todo se vale, lo que habríamos de comprobar.

Lo que hace peculiar al Boobs Cruise, como su nombre lo indica es que todas las mujeres –al menos el 95% de ellas- son animadas a llevar las tetas al aire. La desnudez total es opcional, tanto para ellas como para los hombres y, al ser nuestra primera vez, yo iba preparado para encuerarme pero también con un pequeño bikini para el caso de que ningún otro varón se animara a hacer nudismo.

Llegamos al muelle adyacente al hotel Temptation pasadas las 10 de la mañana y nos resignamos a formarnos en una larga fila para registrarnos y pagar el saldo de nuestros tickets. Pronto estábamos platicando con una pareja de gringos más o menos de nuestra rodada (cincuentones), que parecían muy animados. Estaban hospedados en Temptation y pronto nos preguntaron si éramos swingers. Les respondimos que no, a lo que ellos nos respondieron que, aunque estrictamente no lo eran, les gustaba ser vistos mientras tenían sexo y ocasionalmente introducían a un soltero para que se cogiera a la señora mientras el hombre miraba, sin intervenir.

A las 11, fuertes pitidos y música estridente anunciaron la llegada del catamarán. Un centenar de pasajeros empezamos a abordarlo; aunque la mayoría éramos parejas, había 3 o 4 hombres solteros y una decena de chicas en la misma situación; pocos latinos, casi puros gringos y canadienses. El servicio de bebidas (cerveza y un punch de ron y frutas) empezó tan prono pusimos un pie en el barco; antes de 10 minutos, todos con vaso en mano, zarpábamos en las plácidas aguas de Cancún. Por los altavoces se escuchó el grito de “boobs out!” y tetas de todos tamaños y colores comenzaron a brotar aquí y allá. Las mujeres que dudaban en quitarse el top eran invitadas por los tripulantes, sobre todo por el único miembro femenino de la tripulación, que desde luego, trabajaba topless. Andrea no dudó un minuto en quitarse su vestido de playa para exhibir sus enormes pechos 36DD, ya que ni siquiera llevaba un top. Frente a nosotros, nuestros recientes conocidos estaban ya completamente desnudos, por lo que los imité quitándome el short y el pequeño bañador que llevaba “por si acaso”. Mi novia permaneció en su g-string negro traslúcido menos de un minuto, mis manos hábiles se lo deslizaron piernas abajo en un santiamén. Pronto, más de una docena de chicas estaban encueradas; los hombres mostraban menor valentía, sólo 5 o 6 nos atrevimos a mostrarnos “au naturel”.

La música rítmica y los ríos de cerveza y el infame punch levantaron rápidamente los ya de por sí exacerbados ánimos de los pasajeros. Nuestros amigos gringos parecían tener prisa y en la primera oportunidad Jerry ya le hacía sexo oral a Lisa, quien recostada en una banca, parecía disfrutarlo bastante. A través del sonido, el animador llamó al primer juego:

“Necesitamos seis chicas de tetas grandes” dijo, “¡Realmente grandes!”, mientras la tripulación circulaba entre la multitud invitando a quienes reunían las características. Andrea se resistió bastante hasta que cedió a mis ruegos y pasó a la parte frontal, donde se celebró el concurso, bastante simplón: consistía sólo en contonearse al ritmo de la música para hacer bambolear los pechos; mi novia fue la segunda eliminada, una repentina timidez no le ayudó a desempeñarse bien y regresó junto a mí para ver el resto de la competencia. Ganó una rubia ligeramente pasada de peso que movía sus turgencias con gran maestría. Su “premio” fue hacerle “car wash” (es decir, frotarle la cara con las tetas) a tres jóvenes previamente seleccionados por la tripulación; lo hizo con entusiasmo entre los gritos, silbidos y aplausos de la concurrencia.

Siguieron la música y las bebidas. Casi todos hacíamos como que bailábamos más que al ritmo de las canciones, al de la oscilación del barco. Entonces, los altavoces emitieron “Conga”, de Gloria Estefan y una línea de mujeres se empezó a formar detrás de la líder, la tripulante femenina que intentaba guiarlas por los estrechos espacios del catamarán. Cuando unas quince estuvieron organizadas, se situaron en la parte más amplia y los hombres fuimos llamados a pasar entre las piernas de las chicas. Las instrucciones eran claras: “se arrastrarán de espaldas, boca arriba, sin tocarlas con sus manos, tampoco pueden detener su avance”. Tomé mi turno y a poco ya estaba circulando bajo ese maravilloso túnel de piernas, bikinis y vaginas (al menos la mitad estaban desnudas). La segunda chica de la fila se masturbaba mostrando sus labios húmedos; la cuarta o quinta se puso en cuclillas cuando yo pasé, de modo que pude lamerle brevemente el coño; otras chicas la imitaron, así que pude degustar un par más de almejas en su jugo. Salí de allí algo adolorido de los hombros, pero con el pito erecto y una sonrisa de niño travieso en mis labios. Andrea se carcajeaba cuando llegué junto a ella.

“Debiste de haber pasado”, le dije.

“Así estuvo bien, con verte me divertí bastante”, me respondió.

Andrea fuma, así que tuvimos que pasar a la popa del barco –como fuimos instruidos- para que pudiera disfrutar de un cigarrillo. Sentados allí, pasó el chico de los “body shots”, que consisten en verter sobre las tetas un fino hilo de alguna bebida, mientras la pareja mama el líquido, algo que ya habíamos practicado en Desire, así que lo disfrutamos bastante, como algunas otras parejas cerca de nosotros. Volvimos a la parte digamos frontal media del barco, y aprovechamos para tomar bloqueador de la mochila y aplicarnos un poco, ya que el sol estaba a tope. Cuando estábamos en esa labor, paso junto a nosotros una pelirroja de treinta y tantos años, de piel muy blanca, que tenía bastante enrojecidos la espalda, los hombros y los pechos. Me dijo en un inglés que apenas entendí y que sospeché británico, que si le podía regalar un poco de bloqueador ya que ella lo había olvidado en el hotel; le respondí que sí, a condición de que me permitiera aplicárselo yo mismo. Para mi sorpresa y fortuna aceptó de buen grado y se giró media vuelta; le puse una generosa porción en su espalda, desde el cuello hasta el nacimiento de las nalgas, que ocultaba bajo un bikini relativamente conservador. Volvió a girar para ponerse de frente y me di el gusto de untarle la crema en el vientre y las tetas, pequeñas y firmes, con pequeñas areolas rosadas y pezoncitos erectos; luego le vertí en la mano un último chorro, indicándole que era para su cara y brazos. Me agradeció y me dio un beso que, aunque fue en la boca, pareció bastante casto; luego se volvió a Andrea, quien nos miraba divertida y le dio también un beso en la boca, éste quizá un poco más picante; luego se perdió en la multitud de la proa izquierda, la más tranquila.

Y cuando hablo de que la proa izquierda era la más tranquila del barco, no lo digo porque allí hubiera mucha calma, sino porque en la derecha las acciones estaban muy calientes. Lo más destacable en ese momento era una chica que estaba desnuda, tendida en la malla que hace las veces de piso en esa parte del catamarán, mientras que dos jóvenes le mamaban sendas tetas y otra mujer le hacía un intenso sexo oral.

Sin embargo, ese fue el momento en que el barco se detuvo para que los pasajeros bajáramos a hacer algo de snorkel. Andrea, quien no nada, se quedó a bordo con cerca de la mitad de la gente, mientras que los demás bajábamos al mar, a nadar en un arrecife lleno de vistosos peces.

Cuando volví del agua me encontré a mi novia recargada en la barandilla; me llamó y me hizo un espacio junto a ella. Desde allí podíamos ver a nuestros amigos Jerry y Lisa trenzados nuevamente, ahora en una profunda felación que me excitó de inmediato. Me recargué bien en el tubo de acero de la baranda y puse frente a mí a Andrea, metiéndole el pito entre las piernas mientras hacíamos como que bailábamos. El roce era muy estimulante para ambos, lo que completé con un magreo a sus grandes pechos al tiempo que la besaba en el cuello. Hubo un momento que pensé que uno de los dos –si no ambos- llegaríamos al orgasmo, pero había muchos distractores.

Poco más tarde, a través de los altavoces nos anunciaron que estábamos a punto de llegar a Isla Mujeres, donde bajaríamos a almorzar. Tendríamos que hacerlo vestidos, porque estaríamos en un club de playa textil. A regañadientes me puse un short y Andrea su ligero vestido de algodón. Aunque la comida no fue mala, en realidad considero que fue un tiempo desperdiciado, demasiado largo –casi hora y media- antes de volver al ambientazo del catamarán.

Mis temores respecto a que la dinámica altamente sexual que había en el barco se hubiese roto por la parada tan larga, fueron infundados. Una vez en con el barco en movimiento, todo volvió a la “normalidad”, si así puede llamarse a un centenar de personas semi desnudas o desnudas, bailando, bebiendo y jugando sensualmente.

Andrea y yo volvimos a encuerarnos y a tomar nuestro lugar en la barandilla de estribor, cerca de donde tenía lugar la acción. Junto a nosotros se acomodaron dos parejas de gringos latinos, con quienes habíamos cruzado algunas palabras mientras estuvimos en tierra. Nosotros volvimos a la posición que teníamos antes, yo recargado en el barandal y mi novia frotándose contra mí.

“¡Qué bien se la están pasando ustedes!”, nos dice de pronto una de las mujeres.

“¿Tú crees?”, le respondí.

“¡Claro, hasta se antoja!” fue su respuesta a botepronto.

“Pues allí tienes a tu marido, ¿a qué esperas?”, la animé, señalando a su esposo, quien usaba un traje de baño demasiado largo. Ella traía una braga de bikini de cobertura completa, con cintas para atar a los lados, cubriéndole su grande y aún firme trasero.

“¡Huy, no!, este hombre es muy apático, como ya viste, ni baila ni participa” dijo la mujer.

“Pero bien que mira”, intervino Andrea, para risa de todos, incluyendo la del apático. Entonces decidí lanzar una jugada arriesgada:

“Pásate un ratito para acá”, le dije. “Mi novia te va a ceder su lugar temporalmente”. Gloria, que así supimos después se llamaba la mujer, se sonrojó y rio nerviosa, pero en ese momento Andrea ya se había despegado de mí, dejando ver mi erección a tope, un pene grueso y bronceado de poco más de 18 cm de longitud que, afirman algunas chicas, no está nada despreciable.

Tomé a Gloria por la cintura y la acomodé frente a mí. Jalándola y retirándola hacía frotar mi pito contra sus nalgas, pero con el traje de baño, el efecto no era el deseado. Mi novia se quedó frente a Gloria, bailando frente a ambos. Yo empecé a pasar mis manos, magreando desde las caderas hasta los pechos de mi nueva compañera de “baile” y Andrea seguía con mejor ritmo nuestras evoluciones. Fue cuando mis manos llegaron abajo, que tomé las cintas que ataban su el bikini y lo solté antes de que Gloria pudiera hacer nada para evitarlo. Tomé la prenda y se la pasé al marido, que no nos perdía de vista. Éste se la metió en una bolsa de su short.

Atraje a Andrea hacia nosotros, de manera que formamos un sándwich entre los tres, con la chaparrita en medio; mis manos no se daban abasto tocando la húmeda piel de ambas mujeres. Flexioné un poco mis rodillas para bajar la altura de mi pene y, separando las piernas de Gloria, lo metí entre éstas; la postura era muy incómoda para mí, pero aguanté la figura todo lo que pude. La mujer estaba sumamente húmeda; pasé mi mano al frente y comencé a frotar su vulva, que rezumaba abundante flujo; el cuerpo de Andrea se frotaba completamente contra la chaparrita, quien en un minuto estalló en un orgasmo. Mi novia y yo la liberamos de entre nosotros y tomándola por los hombros la conduje frente a su marido; Gloria lo abrazó, lo besó, lo lamió y arrodillándose frente a él le bajó su ridícula bermuda y se lanzó sobre su miembro erecto, mamándolo con fruición. Andrea y yo nos retiramos un paso, contentos de haber conseguido lo que tanto anhelaba la mujer.

Mi novia me pidió volver a la popa del catamarán, porque tenía ganas de otro cigarrillo. Estaba terminándoselo cuando el barco aminoró la marcha y anunciaron la última parada del día, para el “skinny dip” final. La condición para bajar al mar era estar completamente desnudo y para garantizarlo, dos miembros de la tripulación -la chica y un joven- se pusieron a los lados de la rampa por la que se accede fácilmente al océano, recibiendo y resguardando los trajes de baño de quienes decidían entrar al agua. Andrea y yo nos separamos, yo bajé por la rampa y ella se encaminó hacia la proa para verme desde allí. El agua estaba deliciosamente tibia. Di unas cuantas brazadas, me puse de espaldas y voltee hacia arriba buscando a mi novia; la encontré acodada en la barandilla de proa y, junto a ella, la pelirroja a quien unté el bloqueador. Estaban muy juntas, sonrientes y tomadas por la cintura; les grité y les dije que se lanzaran al mar, a sabiendas de que Andrea no lo haría. Como respuesta, giraron sus cabezas y, para mi asombro, se fundieron en un beso. Mi miembro reaccionó de inmediato y la erección fue visible gracias a mi posición boca arriba, emergiendo como el periscopio de un barco. Mi novia se llevó el pulgar a la boca y simuló una felación; la pelirroja levantó el índice como pidiendo turno y yo reiteré a señas mi invitación a que entrara al mar. La británica se bajó su bikini dejando ver una hermosa franja de vello naranja perfectamente recortado, sobre su piel blanquísima y acto seguido se lanzó de clavado con enorme habilidad, del que emergió prácticamente a mi lado, sujetándose de mi pito turgente mientras ambos mirábamos a Andrea, quien nos gritaba en inglés:

“Take care of it, don’t rip it off”, y reía con ganas.

La pelirroja y yo nadamos un poco –ella, a diferencia de mí, lo hacía maravillosamente- y chapaleamos otro tanto. Nos manoseamos y frotamos nuestros cuerpos con esa sensación única que sólo el agua de mar te da, siempre bajo la mirada y aprobación de Andrea. Cuando la sirena del catamarán anunció que había que volver a éste nos dirigimos juntos hacia la rampa, donde ya nos esperaba mi novia, quien se me abalanzó besándome colgada de mi cuello.

“¿Te quiere secuestrar la súbdita de Chabela, flaquito?”, me dijo Andrea.

“Es que ya vio y palpó la mercancía; nacional pero pura calidad”, respondí.

“Don’t you have a kiss for me?”, dijo la británica, dirigiéndose a mi novia, quien juntó sus labios con los de ella, para mi morboso placer visual.

“See you later, my friends”, se despidió la chica y se alejó hacia la proa del barco. El resto de los pasajeros que habían bajado a nadar volvió a bordo, elevaron la rampa y le embarcación avanzó de nuevo. Al menos la mitad volvieron a ponerse sus trajes de baño, pero el resto optaron por permanecer desnudos cuando la música y el baile se reanudaron. Cuatro o cinco de los tripulantes traían ahora una botella de licor dulce en una mano y una lata de crema Chantilly en la otra, y paseaban entre la multitud, vertiendo la bebida para boob shots o decorando las tetas con la espumosa crema. Andrea recibió su doble dosis de Chantilly en sendas tetas, dos breves puntos en sendos pezones, mientras que a mí me dispararon una generosa porción en mi pene semi erecto. Me di gusto lamiendo y mamando hasta el último vestigio del dulce, lo que terminó por levantar mi miembro; mi novia dudó un poco, pero sin pensarlo demasiado se acuclilló frente a mí y lamió con destreza la crema, que ya se empezaba a derretir. No hubo que hacer mucho para que esas lamidas se convirtieran en una felación en forma, de esas que tanto disfrutamos ambos; sólo la falta de un objeto sólido para apoyarme y el hecho de estar en medio de tanta gente, detuvo las acciones.

Seguimos circulando por la cubierta hasta alcanzar la proa derecha, donde el desmadre era aún mayor. Tanto la malla como en el pasillo alrededor de ésta estaban repletos; y allí en medio de ese fantástico caos, encontramos nuevamente a la británica pelirroja, quien en ese momento estaba recibiendo Chantilly en sus tetas, las que frotó contra las de Andrea para compartir la crema. Así que súbitamente tengo –pensé para mí- cuatro tetas para chupar; comencé por una de las de la inglesita, luego una de Andrea y así seguí alternando hasta saciarme. Entonces fue cuando mi novia se acercó a mi oído y me dijo:

“Flaquito, ¿Te acuerdas de la última noche en Desire, el mes pasado?”

“¡Pero cómo no me voy a acordar!”, respondí.

“Entonces sabes perfectamente de lo que me quedé con ganas de hacer, ¿No?”, preguntó. Tragué la abundante saliva que súbitamente llegó a mi boca. Tanto Andrea como yo habíamos recreado varias veces en nuestra mente la riquísima escena de la güera y la china mamándosela a un tiempo al marido de esta última, mientras que el esposo de la güera se follaba alternando a una y a otra. ¡Y pensar que la china y su esposo habían estado platicando con nosotros esa mañana sin que pudiéramos adivinar lo que estaban planeando para esa noche!

“¿Y quieres que lo hagamos aquí?”, le pregunté a mi novia. Por toda respuesta, Andrea levantó las cejas pícaramente. “Pues explícaselo tú, que parece que te entiendes mejor con la pelirroja”, le pedí.

No podía decirse que en todo el catamarán hubiera un sitio apartado o tranquilo, pero en el área de las bancas longitudinales, bajo una de las cuales habíamos colocado nuestras pertenencias, se podía encontrar un espacio. De hecho, en la banca detrás de la nuestra ya se encontraban en plena acción oral un negro joven que había deambulado todo el día por el barco con una bebida en la mano, brindando y sonriendo a diestra y siniestra, con una mujer algo mayor que él, de cuerpo delgado y perfectamente tonificado que se aplicaba con esmero sobre la respetable tranca del moreno.

Andrea sacó de la mochila la única toalla que llevábamos, una de microfibra para que no ocupara mucho espacio y la colocó doblada en dos sobre el piso, luego me pidió que me sentara en la banca. Se arrodillaron ambas sobre la toalla; mi novia tomó con una mano mi miembro –que estaba duro como una piedra- y se lo ofreció gentilmente a la pelirroja, quien con delicadeza empezó a aplicar su lengua alrededor del glande: unas vueltas en un sentido, unas en el opuesto. Se retiró y con un leve movimiento de cabeza le cedió el turno a Andrea, quien repitió los movimientos. Volvió la inglesa, que ahora decidió meterse el glande a la boca, succionando y presionando con su lengua para liberar el pene un instante y volver a la carga; repitió el movimiento 10 o 15 veces, seguida por Andrea, quien repitió la operación. Es innecesario decir que yo estaba cerca de perder el control; la mezcla del banquete visual y sensitivo que me estaban dando las chicas era mucho más de lo que había esperado en este tour.

Cuando esperaba que la pelirroja volviera a la carga, ésta decidió que era el momento de atender también la boca de mi novia y se abalanzó sobre ella en un beso profundo, salvaje, que fue inmediatamente correspondido por Andrea, mientras yo recorría los cuerpos de ambas con mis manos y boca, en un delicioso desorden que me embotaba el cerebro. ¡Pero faltaba más! Faltaba, desde luego, lo que Andrea se había propuesto hacer: una doble felación. Y a mi pito entumecido recibió las que en ese momento me parecieron las mejores bocas del mundo, que lamían, besaban, chupaban y se besaban de nuevo entre ellas y cuando esto ocurría, eran sus manos las que se ocupaban de mi verga enhiesta. Yo sentía que estaba a punto de estallar, pero mi cerebro se negaba a permitir que esta bacanal terminase.

Lo que siguió no podría haberlo imaginado ni en mis mejores sueños. Tras un acuerdo rápido que consumió unas cuantas palabras, las mujeres se pusieron de acuerdo. Andrea se arrodilló entre mis piernas para mamar con fruición mi miembro, comiéndoselo hasta más de la mitad. Mientras tanto, la pelirroja se paró en la banca, con un pie junto a mi cadera y el otro, pasándolo sobre mi hombro, en el respaldo, sujetándose de la estructura del techo del barco. De esa forma, su coño me quedaba directamente en la boca, bien abierto, para mi completo disfrute. Deseé tener otro par de manos para poder disfrutar a cabalidad de ambas chicas.

Mi estallido era inminente, pero el estímulo que lo detonó sin vuelta atrás fue el darme cuenta que éramos el centro de atención de unas 6 u 8 personas que nos rodeaban sin perder detalle de las acciones. Había quienes tocaban a la inglesa o a Andrea; los más tímidos se concretaban a mirar y disfrutar del improvisado show. Entonces, eyaculé; lo hice directamente en la boca de mi novia -quien gustaba como ninguna otra de las parejas que he tenido en mi vida- de degustar y tragarse mi semen. Quizá mis vibraciones al eyacular fueron transmitidas a la pelirroja, quien liberó un orgasmo acompañado de un abundante flujo que me empapó la cara.

Quedé rendido, despatarrado sobre la banca. La inglesa se sentó junto a mí, sin saber que Andrea aún tenía una última sorpresa para ella: se acercó a su boca y compartió el semen que aún mantenía en la suya. ¡Con qué pasión se besaban y se acariciaban! A un tiempo, ambas me declararon inexistente y se dedicaron una a la otra. Andrea recibió un cunnilingus intenso, casi violento, que le provocó al fin el orgasmo tan merecido después de esa larga jornada erótica.

Poco a poco los ritmos cardíacos fueron recuperando su normalidad, los tres estábamos cubiertos de sudor y otros fluidos corporales, agotados pero increíblemente satisfechos. La sirena del catamarán emitió tres largos pitidos, por los altavoces nos anunciaron la llegada al muelle en cinco minutos, era el momento de empezar a vestirse y terminar estas horas de fiesta desenfrenada.

La pelirroja nos abrazó y besó con ternura, diciendo:

“If this was a dream, I hope I don't forget anything when I wake up”.

Le pedí su nombre, le pregunté en dónde estaba hospedada y le propuse vernos más tarde o al día siguiente.

“Why risk ruining something that was perfect? I won't tell them my name, I don't want to know yours. Tonight, fuck hard thinking of me. I'll do the same".

La inglesita entonces dio media vuelta, caminó hacia la popa del barco donde tomó una bolsa de la que sacó un vestido de playa, se enfundó en él y se formó cerca de la salida para ser una de las primeras en bajar. La perdimos entre la multitud del muelle.

(10,00)