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Tragedia

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Tu cuerpo desnudo se contonea provocativo ante mis ojos. Estamos solos tu y yo. Hemos logrado escapar de nuestras vidas monótonas y moralmente correctas. Lejos en el bosque nublado y frío, en nuestra cabaña de alquiler, somos Adán y Eva en el paraíso a punto de pecar.

Tus delicadas manos atrapan mi sexo con suavidad. Te abrazas a mi como una amante dulce y tierna. Atrapo tu rostro entre mis manos buscando tu mirada. Una lágrima solitaria resbala por tu mejilla.

–¿Por qué la vida nos castiga así? –reclamas con desdén.

Te beso con ternura enmudeciendo tus palabras y tomándote de la cintura te aferro a mí. –Nuestra historia es una tragedia teatral para el deleite de algún Dios cruel. –digo en mi mente. –Por favor no llores más mi amor. –digo secando tus lágrimas. Tú me miras con esos profundos ojos negros y por enésima vez en esta vida, me vuelvo a enamorar de ti. Ahora eres tú quien me besa. Son tus labios los que atrapan los míos con avidez.

–Hazme tuya. –sentencias con la voz temblorosa.

–Siempre has sido mía. –digo con seguridad.

Tomada de la mano te llevo hasta la cama. Tú te recuestas sobre las sábanas y te abres ante mí, como una flor por la mañana ante los rayos del sol. Me sumerjo entre tus piernas y te empiezo a saborear. –soy preso de ti y siempre lo seré. –digo en mi mente al tiempo que devoro tu sexo con frenesí. Mi lengua recorre cada rincón con empeño y tus gemidos no hacen más que azuzar mi ímpetu.

–Eres mío. –dices antes de convulsionar de placer y gozo.

Bebo de ti hasta saciar mi sed. Tu abres más las piernas para facilitarme la labor. Ebrio de lujuria exijo más y atrapo con mi mano uno de tus pequeños senos. La maternidad y los años han dejado huella en tu cuerpo, pero para mí siempre serás la mujer más bella. Devoro tu sexo con más ímpetu que antes, lamiendo y chupando. Tus gemidos se convierten en gritos de placer. Tu espalda se arquea y tus piernas empiezan a temblar. Apretó más tu seno y un gemido ahogado escapó de tu garganta.

–Eres mía. –sentencio con voz enérgica.

Me pongo de pie delante de ti para contemplarte. Te ves hermosa. En tu piel bailan las sombras que proyecta el fuego de la chimenea. Me inclino sobre ti llevando mi boca hasta tu cuello. Te beso con pasión y lujuria. Mi lengua húmeda recorre despacio tu hombro, tu oreja y tu mentón. Tu sonríes mimada y coqueta. Mi mano acaricia tus pechos y tu vientre. Me miras fijamente a los ojos. Te muerdes los labios anticipando lo que va a pasar. Dos de mis dedos se introducen en tu sexo. Un gesto mezcla de placer y dolor se dibuja en tu rostro. Eso me excita. Tú lo sabes y te excitas también. Empiezo a mover mis dedos como te gusta, cada vez más y más fuerte. Tú lo empiezas a disfrutar, gimes, gritas y te retuerces. Un gorgoteo húmedo delata que te estás viniendo ya. Tu cara de asombro me lo confirma. Saboreo mis labios en acto reflejo. Es delicioso verte así, sonrojada, sudorosa y excitada. –siempre te amaré. –digo en mi mente.

–Te quiero dentro mío. –exiges y me tumbas en la cama colocándote a horcajadas sobre mí.

Con tu mano atrapas mi sexo y con gran habilidad te lo clavas a la primera. Un gemido de satisfacción se escapa de tu boca al instante. Subes y bajas enérgicamente, acariciando tus pezones al tiempo que te deleitas con mis gestos de placer. Un gorgoteo húmedo se escucha a cada acometida de tu cuerpo.

–Siempre has sido y serás la mujer de mi vida. –digo mirándote fijamente a los ojos.

Mis palabras hacen que tu ímpetu crezca, arremetiendo contra mí con más fuerza que antes.

–Ahora mismo te siento muy dentro de mí amor. –dices al tiempo que levantas la mirada al techo, entregada totalmente al deleite.

Así nos sorprendió la mañana. Lo supimos por el canto de las aves en el bosque y los rayos de sol que se colaban por debajo de la puerta. Del fuego en la chimenea, no quedaban más que unas cuantas ascuas a punto de morir y cenizas. Nosotros aun embriagados de amor y contagiados de la infinita energía de los amantes, nos negábamos a dar por terminado nuestro quizás último encuentro.

Dedicado:

A las tragedias de la vida.

Juan J. Nicola.

28 de junio del 2022.

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