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Tropa Loca (3)

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Esta historia comienza en la prepa, donde varios compañeros del grupo nos juntábamos para salir de paseo o ir a las fiestas. Mi novio, Saúl, no formaba parte de esta bolita porque él estudiaba ya su licenciatura. Aunque algunas veces sí me acompañó a las fiestas que organizábamos, nunca lo hizo a las excursiones.

Precisamente en estos paseos es donde se daba la parte sexual, se hacían parejitas, que no necesariamente eran novios, y se perdían por un rato para darse mimos, toqueteos y algo más. Producto de ese algo más, nos obligó a juntar dinero para pagar dos abortos a las compañeras más inexpertas.

Yo estuve a punto de coger con uno de los amigos que más me gustaba, Felipe, pero no lo hicimos, en ese momento, sino varios años después y lo conté en el primer relato de esta serie. También relaté en la segunda parte cómo cogí años después con Soto, un compañero muy tímido que me gustaba mucho y en la época de estudiantes me lo llevé aparte en uno de los paseos del grupo, lo besé, le apachurré el pene por encima de la ropa y lo obligué a mamarme las tetas; él se dio gusto magreándolas mientras mamaba, pero se negó a más.

Hubo dos casos más. Uno de ellos con “El Geronte”, así le decíamos a Otilio porque era el mayor del salón y también el jefe de grupo. Con él me besé, acostados sobre la hierba, me subí en él e hicimos movimientos de coito, pero sin desvestirnos. Él se sacó el pene y me lo ofreció, yo sólo le di unos tironcitos y me abrí la blusa para que chupara mis pezones, que ya los había acariciado metiendo su mano. Cuando me insistió en coger, le dije que en ese momento no podía, “quizá después”, y él ya no insistió.

Sin embargo, la suerte quiso que nos encontráramos en una fiesta que se dio en casa de una tía de él. Mi esposo Saúl y yo habíamos sido invitados por una amiga mía. La reunión se hizo en la zona que ocupaba la cochera y el jardín frontal de la casa. Otilio y yo nos reconocimos de inmediato y bailamos, cosa que no le importaba a Saúl porque a él no le gusta la bulla de la música estridente y la luz negra que se estilaba entonces.

–Sigues estando tan hermosa como antes –me dijo bajando la mirada hacia mi escote–. ¡Estás mejor, ya eres madre! –exclamó recargando su ante brazo en mi pecho y yo sonriendo sólo afirmé con la cabeza–. Quiero volver a probar tu pecho… –dijo sin más y me llevó a una parte más obscura.

–Aquí no se puede –le dije dándole un beso en los labios.

Sin embargo, seguimos calentándonos. Él toqueteaba discretamente mi pecho sobre la ropa y yo me repegaba el pubis para sentir su turgencia, también, más de un par de veces bajé una mano para acariciarlo, en la última sentí el pantalón húmedo.

–Sí se puede, ¡ya verás! Cuando vayas al baño, recorre dos puertas más adelante, te espero allí –me dijo–, estaré atento cuando vayas.

En ese momento terminó la pieza y me llevó a mi lugar. Cuando pasó mi amiga, le pregunté donde quedaba el baño. Ella me señaló la puerta de acceso a la casa y me dio indicaciones. Todo esto lo observaba Otilio y se fue adentro antes que yo.

–Ahorita vengo, espero no tardarme mucho, pero traigo malestar estomacal –le dije a mi marido y me encaminé al interior.

Recorrí dos puertas más allá, tal como me dijo “El Geronte”, y vi una puerta emprejada, la empujé y Otilio me hizo pasar, la cerró con seguro, causándome algo de susto. Se trataba de un cuarto donde guardaban “tiliches”, no había ni dónde sentarse.

–Verás que sí se puede, Tita –me susurró antes de abrazarme para besarme.

Todo un experto, con una mano en mi espalda, me bajó el cierre del vestido y luego jaló los tirantes del vestido y el sostén al mismo tiempo, dejando mi pecho a su disposición.

–Varios años después, pero quiero cumplir lo que dejé pendiente, lástima que no hay tiempo… –le dije acariciándole el pelo mientras mamaba.

Estuvo chupándome el pecho un buen rato. Después me lamió los óvulos de las orejas y el cuello para calentarme más, al tiempo que se sacó el falo.

–Aunque sea poco tiempo, pero yo también quiero amarte –susurró, me levantó la falda y sentí su enorme verga entre mis piernas.

–¡Oh, qué grande se siente!, y está caliente… –exclamé deseando que me la metiera ya.

Bajé mis dos manos, con una me hice la pantaleta a un lado y con la otra acaricié el tronco. ¡Apenas podía abarcar su circunferencia con mi mano! dirigí su miembro hacia mis labios interiores y lo friccioné en mi flujo que ya empezaba a escurrir por el deseo.

Una vez que el glande húmedo de presemen resbaló hacia adentro de mi vagina, me colgué de su cuello, subí mis piernas apretando su cintura, me cargó de las nalgas y escuché los dos quejidos que lanzamos cuando me penetró hasta el fondo. Me moví, y él siguió mi ritmo con sus manos subiendo y bajando mi cuerpo.

Esa posición la practiqué muchas veces con Saúl, cuando éramos novios, por ello me salía con una maestría de puta.

Ambos temblábamos por la fogosidad del momento, y, con el contacto de sus manos en mis nalgas, aunado a los arremangones que me daba en los labios esa formidable herramienta de Otilio, comencé a tener varios orgasmos continuados, yo daba gritos ahogados en cada venida que tenía, hasta que sentí que se hinchó el tronco y escuché un bufido. Sentí tres descargas dentro de mí “¡Qué rico…!”, exclamé. “Sí, muy rico…”, dijo Otilio al comenzar a bajarme cuando su exangüe pene salió de mí. Apenas puse los pies en el piso, me subí los tirantes, di media vuelta y le pedí que me subiera la cremallera, mientras me acomodaba yo el sostén y el vestido.

“Sí se pudo”, le dije dirigiéndome a la salida del cuarto y él me abrió la puerta. Fui al baño, donde me limpié. ¡Hasta las medias traía chorreadas de flujo y semen! Al salir al patio, lo vi con una cara de satisfacción y cansancio. Tomó mi mano, la besó y me dijo “Gracias, ya estoy en paz”. “Yo también”, le dije sonriendo y me retiré a donde estaba Saúl.

–Vámonos, no estoy bien –le dije sobándome la panza.

–Te ves agotada, Nena, parece que estás enferma –dijo colocándome el dorso de su mano sobre la frente–. ¡Estás sudando y tienes la cara encendida! Despidámonos de tu amiga –señaló hacia donde ella bailaba y nos fuimos a despedir.

¡Claro que estaba con la cara y el cuerpo sudados! ¡Claro que estaba agotada!, pero era por los orgasmos que me sacó “El Geronte” y su vergota extra grande. Nunca me habían metido una de ese tamaño.

Al llegar a casa, fui al bidet para asearme. Con el chorro de agua tuve un orgasmo más y me sentí débil. Esa noche soñé que le chupaba la verga a Otilio, ¡eso me faltó! La imaginé como mi tacto la sintió: enorme, venosa y circundada. Al amanecer, me tomé el semen de Saúl, quien se despertó después que su verga había crecido en mi boca con las caricias de mi lengua y las deliciosas sorbidas que le daba al glande. Ese tamaño estaba ideal para mi boca…

De Otilio, “El Geronte”, ya no supe más, pero la cuenta entre los dos, quedó satisfactoriamente saldada.

(8,00)