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Una relación poco común
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Un saludo a todos los lectores, mi nombre es Fausto.

Tengo 38 de edad, estatura promedio, cuerpo atlético y desde hace 3 años soy divorciado; por lo que, ahora vivo en un pequeño, pero acogedor departamento.

En mi tiempo libre ayudo a una fundación, la cual lleva de comer a los necesitados y si los mismos gustan pueden ser alojados en su casa hogar.

Niños, adultos y ancianos en situación de calle son alimentados a diario.

Ahí fue donde conocí a Aurora.

Una chica en situación de calle, pero para mi algo que la distinguía era un cuerpo delgado, no flaco por hambre; sino, más bien por la droga que consumía.

1.68 de estatura, 23 de edad, pechos medianos, caderas redondas y bien paradas.

Apresar de su higiene descuidada, en ocasiones iba al comedor de minifalda, ombliguera escotada y con su chamarra vieja de color negro.

Yo pensaba que era una sexo servidora, que con tal de conseguir su droga se prostituía.

Era obvio que estaba equivocado; pues, al ganarme un poco de confianza con tanta insistencia de acercarme a ella, me comento que no vivía en la calle, que tenía su casa, pero que su papa la trataba de lo peor, por no llevarle dinero y para aguantar ese tipo de vida se refugiaba en el vicio.

Un día la encontré en una esquina pidiendo dinero en un estado en el cual no reconocía a casi nadie.

No me costó nada de trabajo subirla a mi coche, para llevarla a que comiera algo y darle un poco de ropa que mi ex esposa dejo.

Mis intenciones realmente no tenían malicia; a pesar de que la chica me llamaba mucho la atención.

Primero le pedí que fuera a bañarse, pero, para mi sorpresa, Aurora se desnudó frente a mi, como si estuviera coqueteando.

Esa imagen de aquella mujer desnuda, con una piel notoriamente suave, pechos, y trasero antojables, no podían salir tan fácil de mi cabeza.

Ya más en sus cinco sentidos, le escogí ropa para ver su nueva imagen.

Un vestido gris en tallado, ropa interior de color amarillo y zapatillas negras, hacían ver a Aurora casi espectacular a mi vista.

Yo me encontraba sentado, en lo que ella me modelaba ese vestido, que hacía que se viera hermosa.

En un arrebato de ella se sentó en mis piernas, dándome las gracias, seguido de un beso cargado de pasión, intuitivamente mis manos encontraron el camino debajo de su ropa para rosar con mis dedos una vagina llena de bellos púbicos, la otra mano se aferró a su trasero, cargándola y poniéndola sobre una mesa, abriendo sus piernas, para así quitar una pantaleta amarilla y prenderme de su vulva húmeda, debido a mis caricias.

Aurora se apretaba los pechos al compás de mis lengüetadas y de sus propios gemidos ahogados.

Luego de un rato la puse boca abajo en la misma mesa, quitándole el vestido, dejándola desnuda, le propine un beso negro, llegando también a su vagina.

Realmente estaba fuera de mi por la excitación, ahora la volvió a penetrar en la vagina, me atrevo a decir que Aurora estaba gozando de lo lindo. Bueno, más bien los dos gozábamos de ese placer carnal.

La lleve a mi cuarto, como si llevará a mi novia en nuestra luna de miel.

Colocándola en la cama, ella adelantándose, se puso a darme unas mamadas exquisitas.

Era tanta mi gana de poseerla que hicimos un 69, cada quien disfrutando de los jugos de cada uno.

Aurora tragaba mis líquidos sin problema alguno, al igual que yo.

Ahora la puse en cuatro y con otro beso negro, me dedique a penetrar su esfínter, cosa que ella recibió con gusto, dando tremendos alaridos de placer, haciéndome llegar al clímax de este bello y joven cuerpo.

Ella se puso encima de mi, cabalgando de un modo experto, sus pechos brincaban al compás de sus embestidas.

Ya que esa posición es mi favorita, terminamos chocando lo que sería nuestro segundo orgasmo, delicioso, satisfactorio.

Quedamos tendidos en la cama y así estuvimos toda la noche, derrochando pasión.

A partir de ese día, Aurora se volvió mi mujer. Cambio su vicio de la droga por el vicio de estar conmigo.

Y así los dos quedamos en probar nuevas cosas.

Vladimir escritor.

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