Nunca supe su nombre así que la llamaré vecina. En tiempos de la universidad, vivía en un complejo de departamentos de 6 edificios. Eran 3 edificios en línea uno al lado del otro al frente del complejo y 3 en la misma disposición justo atrás. Yo vivía en el edificio central al frente en el segundo piso.
Aquella chica vivía en el departamento exactamente atrás del mío pero en el primer piso. Aquella noche de viernes no podía dormir. Hacía calor y ya era la 1 de la mañana. Decidí abrir la ventana que daba hacia la parte trasera y fue el momento en que la vi. La vecina estaba completamente desnuda sobre el sofá de su sala. Parecía estar dormida pero a juzgar por el desgarbo de su postura y haber dejado su ventana con las persianas arriba, supuse que estaba borracha. No pude evitar admirar su cuerpo. La había visto muchas veces en la universidad y ya era de semestres avanzados.
Era más bien alta, morena, de cara redonda bonita. Ojos negros enormes y sonrisa agradable. Me había tocado verla en minifalda y tenía unas piernas muy gruesas y torneadas además de un trasero redondo. Hasta ese momento yo la consideraba robusta y tal vez hasta un poco gordita por su complexión pero ahora que la veía en la plenitud de su desnudez, pude apreciar que aunque si era de proporciones anchas, su vientre era totalmente plano, con abdominales marcados y una cintura muy angosta.
Tenía una pierna apoyada en el piso y otra extendida sobre el sofá, dejando expuesta su entrepierna. Sentí una punzada leve en mis geniales al verla así. Por un momento traté de ver si respiraba pero en eso alcancé a distinguir que doblaba por un momento la pierna sobre el sofá para luego volverla a extender. En ese momento, un hombre joven también desnudo se sentó al lado de ella sobre el borde del sofá. Aunque él quedaba de espaldas a mí, pude ver que acariciaba el cuerpo de la vecina, quien empezó a moverse como correspondiendo a las manos del desconocido. Yo empecé a sentir una elección inminente.
El hombre acariciaba lentamente el cuerpo de la vecina pero cuando avanzó sobre las piernas torneadas de aquella belleza, pude ver que delicadamente apoyó su mano sobre la rodilla de la pierna extendida, doblándola y desplazándola hacia el respaldo del sofá. Aquella maniobra sólo podía significar que deseaba exponer aquel terreno entre las piernas de la vecina. Apenas hizo aquello pude ver como con su mano acariciaba la cara interna del mismo muslo para acto seguido inclinarse y hundir su cara entre las piernas de ella.
Debo aceptar que para ese momento yo jamás había hecho sexo oral ni había visto hacerlo excepto en las escasas películas porno disponibles en los ochentas. No pude controlarme. Ni siquiera lo intenté. En ese momento empecé a masturbarme estimulado por la escena que describo antes. No sé cuánto duró pero después de un rato de estar ahí, pude ver como el hombre se aprestó a ponerse sobre la vecina. Aún a la distancia pude darme cuenta de que estaba penetrando lentamente a la chica. No lo vi ponerse condón. Cuando pareció lograr su objetivo pude ver como empezó con movimientos que inicialmente fueron solo de él pero a medida que pasaba el tiempo pude ver que la vecina empezaba a corresponder con amplios movimientos de sus caderas.
El hombre incrementó la amplitud y la velocidad de sus empujones a lo que la vecina ayudó poniendo ambas manos en el trasero de su pareja. Aquello siguió hasta que vi que ella levantaba ambas piernas al aire. Por un momento, abrazó al hombre con sus piernas como para coordinar los movimientos. Imaginé cómo sería todo ese contacto entre ambas pieles. Paulatinamente ella volvió a levantar sus piernas al aire mientras veía como abría y cerraba rítmicamente los dedos de sus pies desnudos. Recordando que tenía mi ventana abierta, fue en ese momento que empecé a escuchar gemidos provenientes de aquel departamento.
Seguían en sus movimientos y yo en los míos, ya en mi pleno goce climático fue cuando alcancé a ver qué la vecina encogía los dedos de sus pies dejando escapar varios gritos uno detrás de otro. El hombre pareció reaccionar a esos gritos arqueando su espalda en un obvio orgasmo simultáneo que fue festejado con mi propia eyaculación explosiva. El hombre se desparramó sobre la vecina y se quedó ahí un momento. Unos segundos después se levantó regalando un último vistazo del ahora sudoroso cuerpo de la vecina, antes de apagar la luz.
Nunca más me tocó semejante experiencia en aquel lugar pero admito que de aquel evento fue que aprendí los placeres del voyerismo.