Mi tía Dorita, si, pero ¿y mi abuela?
No podía levantar mi mirada de ella, y ella lo notaba, así que haciéndose dueña de la situación, comenzó a lanzarme miradas pícaras, jugando disimuladamente con su lengua y el tenedor, al tiempo que me sobresalté, al sentir el roce de su pie descalzo, enfundado en su media negra, que se deleitaba en frotarse una y otra vez. Comenc...