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Cecilia ¿Me quieres follar?
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Cuando entré a la universidad llegué con la convicción que en cuatro años exactamente me estaría graduando, aunque para ello tendría que hacer de un lado a algunas chicas. La verdad que no me consideraba un mal estudiante, pero había logrado entrar a esta universidad de renombre gracias a una beca completa por el fútbol y que mis calificaciones estaban en el promedio de 3.2, aunque esta universidad ni revisa tu aplicación si tu calificación es menos del 3.5, y solo hacen esa excepción sí en tu currículo muestra actividad deportiva sobresaliente.

Con esa meta en mente llego a mi primer salón universitario y fue en la clase de inglés que veo a mi primera tentación, la hermosa y escultural Cecilia. Creo que no le cayó nada bien a la mayoría de las chicas en el aula y mucho menos a la catedrática e incluso creo que intimidaba a algunos de los muchachos, aunque era una delicia verla de cómo llegaba vestida. La mayoría de las veces llegaba en jeans, pero estos no eran los típicos azules que la gran mayoría usa. Ella llevaba de todos los colores bien combinados con blusas o camisetas finas. Nunca recuerdo haberla visto con zapatos tenis, siempre usaba zapatillas de cuero ya sea bajas o con tacón alto. Y cuando no usaba pantalones, llegaba con unos vestidos que parecía iba para una gala, llevando de esos bolsos que la maestra decía eran de renombre y por tanto fuera del alcance de las mayorías.

La verdad que Cecilia era una chica de 20 años que gracias a sus padres se podría decir que era rica económica y sensualmente. Su padre a quien ella de broma le llamaba abuelo, era un viejo médico cirujano ya retirado que en ese tiempo rondaba los 80 años y se había casado con la madre de Cecilia cuando esta tenía 38 y él ya era un viejo arriba de los sesenta. Su riqueza no la había obtenido solo con un salario de médico, luego en una plática él mismo me contaba que le había ido muy bien en sus inversiones en compañías petroleras.

Y aquí estaba Cecilia, en una de las universidades más prestigiosas y caras del país gracias a los petrodólares de papá, aunque debo decir, no eran solo el legado y los dólares de papi, también la chica no era tan mala para el estudio. Parecía engreída al primer contacto, pero por lo menos conmigo poco a poco se fue abriendo hasta que literalmente ella misma se abrió del todo.

La verdad que no recuerdo llamarla Cecilia, en la universidad nos identificábamos por el apellido. Ese primer día ella entró dejando el aroma de un rico perfume de sus feromonas y que creo que a todos los chicos hipnotizó. Ese día llevaba unos jeans de color rojo bien tallados a su alargado y esbelto cuerpo. No pasaba del metro sesenta, pero con sus zapatos se miraba más alargada. Sus pechos eran de mediano porte y tenía un trasero redondito y llamativo. Podría decir que sus glúteos tenían ese poder de la atracción, pero tenía un rostro divino, de facciones hermosas y siempre bien maquillada. Rubia de cabello corto ondulado, cuello alargado, ojos de un verde claro, boca pequeña y de labios de un grosor medio y siempre usaba pulseras y cadenas de oro, aretes con esmeraldas o diamantes y la verdad que por su forma de vestir como que no encajaba con el resto de la población en la universidad.

Creo que en mí encontró algo de confianza y creo que se debía al corto saludo o que por lo menos reconocía su presencia con una sonrisa. Cierto día en el equipo de fútbol, el cual no tenía mucho apoyo como otros deportes, decidieron hacer una rifa de una videocasetera de la época y que cuyo costo era de $5.00 por número y mi lista contenía 20 números. Le hablé de la rifa y me extendió un billete de $100.00 y me pidió que tomara los nombres de los estudiantes del aula y que omitiera el de ella. Ese mismo día después de la clase hablamos lo de la rifa y para que se necesitaba el dinero y ella me dijo que nos ayudaría y que la siguiente semana me haría saber cómo nos podría ayudar.

Hasta ese punto no se había soltado la extrovertida Cecilia y su comportamiento era serio pero amigable. Desde ese día nos acercamos más y comenzó a invitarme a su casa. La verdad que Cecilia me gustaba mucho, pero ya para ese entonces me había reencontrado con una ex compañera de la época de los grados octavo y noveno y estaba por primera vez con la idea en pedirle que fuera mi novia, pues desde que volví a ver a Nadia y contemplar de nuevo su belleza, desde ese momento supe que sería la madre de mis hijos. Pero en ese tiempo éramos solo amigos y sabía que no iba ser tarea fácil, pues no solo que Nadia era una chica muy recatada, pero también era muy acechada por lo chicos de la universidad.

Cecilia una semana después me habló de hacer una cena informal en su casa, pues ellos siempre ayudaban a los vecinos y amigos de sus padres en eventos filantrópicos y que no dudaba que ahora esa misma gente no le respondiera a ella. Lo único que me pidió fue ayuda para servir bebidas y por lo demás su madre y la servidumbre de su casa se encargaría. Y es como conozco a la familia de Cecilia y me doy cuenta de que son gente de un poder adquisitivo pues solo la mansión donde vivían en esa época tenía un costo por sobre los siete millones de dólares.

Para estas instancias era como la sexta semana de estudios y con Cecilia teníamos un poco más de confianza. Fuimos a ayudar en lo que pudimos y en ese día gracias a la madre de Cecilia, quien a pesar de sus años no dejaba ser una mujer muy hermosa, fue ella quien me enseñó a preparar los martines y otros tragos para los invitados de la noche. No era mucha gente, quizá a lo mucho unas treinta personas y la verdad que me sentía un tanto decepcionado, pues en mi estilo de fiesta pensaba ver una muchedumbre haciendo más ruido. Al final del día, pues esto ocurrió una sábado por la tarde, de una cajita Cecilia sacó de 9 a 10 cheques que sumaron la cantidad de $17,000.00. La verdad que no me lo creía, pues en mi mente pensé a lo máximo unos $5,000.00 pues ya Cecilia me decía tener asegurado $3000.00 lo que para nuestras expectativas ya era mucho.

Ayudamos a limpiar, que no era mucho y mis amigos se despidieron felices por el logro y fue cuando Cecilia me lo pidió en un momento que nos encontrábamos a solas: Zena… ¿te quieres quedar esta noche? ¡Te aseguro que te las vas a pasar muy bien… esto hay que celebrarlo! – La verdad que pensaba ir a buscar a Nadia a los dormitorios de la universidad, pero me sentía obligado quedarme por todo lo que Cecilia había hecho por mí y por el equipo. Todo quedó en silencio como sí nadie viviera en aquella propiedad de bonitos jardines y los padres de Cecilia se despidieron y desaparecieron.

La piscina del jardín, pues había otra en el interior de la casa, estaba en un declive y estaba muy bien decorada y rodeada de arbustos de ciprés y de otras especies más. En un costado había un quiosco el cual servía como cantina. Cecilia tomó una cerveza y me ofreció una mientras hacíamos plática. Era la primera vez que estábamos a solas. En ese momento ella vestía una falda por arriba de sus rodillas y una blusa con un pequeño chaleco pues ya era otoño y siempre con sus zapatos de tacón los cuales se quitó y comenzó a caminar descalza. Con los minutos ella me preguntó: ¿No se te antoja darte un chapuzón?

Al principio puse de excusa que no llevaba ropa adecuada o traje de baño, pero luego ella me retó diciendo: ¡Yo tampoco! Pero solo es de quitarse algo de ropa y zambullirse. – Diciendo eso se comenzó a quitar la falda y su blusa y quedaba solo en su sostén y un bikini verde el cual tenía como cierto adorno de un bordado que parecían flores al nivel del monte venus. Nunca pensé que se quitaría el sostén frente a mí y se lanzó a la piscina. Luego me decía: ¿Tienes pena bañarte en calzoncillos? ¿Oh… no llevas calzoncillos? – Y Cecilia sonreía. Comencé a quitarme mi camisa estilo Polo y ella comenzó a hacer un sonido musical como si de una vedete desvistiéndose se tratara. Me quité el pantalón jean y los zapatos y quedé solo en calzoncillos los cuales eran estilo bikini de esos bastante transparentes. Ella solo me decía: ¡Definitivamente tienes piernas de futbolista! ¡Ojalá sean de las que metan goles! – Y volvía a reír.

Yo sabía para donde esto iba, pues qué se puede esperar de dos chicos a solas, bajo la influencia de algunas cervezas y semidesnudos. Pensé en Nadia y la verdad que me sentía con ese sentimiento de culpa, como si la fuese a traicionar, aunque ella no era ni mi novia. Desde que la volví a ver había jurado no involucrarme con nadie más, pero se me fue difícil ante la tentación de una carita y cuerpo bonito como el de Cecilia. Llevaba esos aretes de esmeraldas y eso fue la excusa para acercarse a mí. Me pidió que le ayudara a removérselos. Salimos a las gradas de la piscina y pude ver esos pechos de tez blanca, de areola rojiza y unos pezones pequeños erectos por lo frío del agua. Cecilia me miraba de una manera seductora mientras le removía los aretes y luego me preguntó:

– Zena… ¿Tienes novia?

– No. -le he contestado.

– Entonces… ¿eres tímido?

– ¿Por qué lo dices?

– Me pareces un chico tímido. Pero la timidez se quita con una tercera o cuarta cerveza. – me dijo sonriendo.

Quizá esperaba que me fuera encima de ella inmediatamente y la verdad que las ganas no me faltaban. Estaba ante mi mostrándome sus pechos desnudos y ese pequeño bikini, el cual no era de baño, se le hundía en ambas rajaduras haciendo evidente el hueco de su conchita cuando salió de la piscina a traer otra cerveza. La verdad que me tenía excitado y mi amigo estaba lentamente despertando y sabía que si salía completamente de la piscina era como literalmente estar desnudo y eso me incomodaba no por Cecilia, pues intuía que eso es lo que ella buscaba, sino que por sus padres que podrían aparecer en cualquier momento. Regresó con un par de cervezas y me invitó a la orilla donde ella yacía sentada solo con los pies hundidos en la piscina. Yo le pregunté:

– ¿No se molestarán tus padres que me haya quedado a solas contigo?

– ¿Es eso lo que te preocupa? Mira, mi padre poco sale al jardín mucho menos a esta piscina y mi madre lo más probable se ha ido a visitar a sus amigas. Zena, solo estamos tú y yo y nadie vendrá a tu rescate. – Y se echaba a reír.

Cecilia sostenía una cerveza en la mano y me invitó a que me acercara y solo así apreciando de cerca su cuerpo y sin ningún movimiento descubría que tenía un lunar de una piel un poco más oscura en su entrepierna y otro por debajo y a un costado de su pecho izquierdo. Ella quizá observó que mi mirada estaba en sus lunares y ella comenzó a contarme que eran herencia de su madre; ella tenía esos lunares en el mismo lugar. Luego ella me decía que tenía otro en sus nalgas y con su coquetería me decía: ¡Al ratito te lo muestro!

Se zambullo en la piscina y en forma de juego se fue por sobre mi espalda y me abrazó con manos y piernas. Podía sentir lo erecto de sus pezones y a pesar del agua fría, el calor de su vientre me calentaba la espalda baja y mi miembro reaccionaba a su contacto. Yo extendí mis brazos hacia atrás y la tomé de sus piernas para acomodármela y comenzó a hablarme cerca del oído:

– Zena… ¿te la estas pasando bien?

– Sin dudarlo… me le he pasado bien.

– ¡Que bien! Pero… todavía pienso que la podemos pasar mucho mejor. ¿Ya le has hecho el amor a una chica en una piscina?

– No… nunca. ¿Por qué?

– Pues siempre hay una primera vez. Zena… no se si tú lo sabes, pero tienes un no sé qué… que me pones muy caliente. Desde la primera vez que te vi siempre imaginé que me hacías tuya aquí en la piscina. ¿No se te antoja Zena?

– ¡Claro que si… tú también me pones caliente!

– Entonces… ¿Te quedas conmigo toda la noche?

– ¿Y tus padres?

– No te preocupes de ellos. La habitación de ellos y la mía están de extremo a extremo y nunca se darán cuenta que estas aquí y, si en caso nos encontraran, no pasa nada… ya tengo mis 20 años.

– Entonces debería ir a conseguir como protegernos.

– No te preocupes que yo me cuido. Tomo la píldora.

Todo estaba sobre la mesa y lo que buscaba la bella Cecilia era que yo me la follara. Realmente no me lo esperaba así, especialmente que ella me parecía bastante seria por no llamarla engreída, aunque debo admitir… conmigo no lo fue tanto. Desde ese momento fue mucho más extrovertida de lo que había sido hasta ese momento y me pidió que me sentara a la orilla de la piscina y literalmente me dijo que me la quería mamar. Seguí su pedido y me sentaba aun vistiendo mis calzoncillos que realmente no me cubría nada y ella se dirigió al quiosco y esta vez traía una copa y una botella de merlot y también había tomado una toalla.

– ¿Te gusta el vino? – Me preguntó.

– No soy muy fanático que se diga, pero de vez en cuando me tomo una copa.

– Este de seguro te va a gustar, especialmente de la manera que hoy lo voy a tomar.

La toalla la puso en el cemento a la orilla de la piscina, me pidió que me sentara sobre ella y poniendo la botella y la copa a un lado, se zambulló de nuevo a la piscina y se acercó entre mis piernas y me indicó que me acostara para ella removerme el calzoncillo. Hasta el momento solo me había visto mi miembro comprimido en ellos, pero este había salido potente y erecto y Cecilia parecía sorprendida y me dijo: – Tienes un hermoso pito y se te mira rico así depilado…no sabes las ganas que tengo de comérmelo y sentirlo en todo mi cuerpo.

Puso un poco de vino en la copa y luego con la misma copa me regó un poco del vino en una de mis piernas y comenzó a absorberlo lo más que podía. Esto se repitió un par de veces para luego echarme un poco de vino en mi falo y sin perder tiempo comenzó a chuparlo. ¡Que rico sentía como Cecilia succionaba mi verga! Pasaba su lengua por todo mi tronco y luego hizo que me acostara y poder llegar a mis huevos. Solo sentía el baño de vino a mis huevos y mi verga con la ansiosa expectativa de sentir sus labios y lengua jugueteando por todo mi pelvis.

Llegó el turno de devolverle el favor y una vez le removí su pequeño bikini, descubría una pequeña conchita totalmente depilada con un clítoris expuesto e inflamado ya por la excitación. Era una combinación de dulce y saladito cuando le hundí mi lengua en su rajadura y Cecilia solo había exclamado: ¡Qué rico… qué rico! – Se mantuvo dando leves gemidos mientras sentía lo fresco del vino caer en su abertura y luego lo caliente del aliento de mi boca y la lengua haciéndose camino de arriba a abajo. Ella solo acariciaba mi cabello que por esa época me llegaba a media espalda y creo que presentía que su orgasmo le llegaría en cualquier instante. Ella le puso pausa y me dijo que quería sentir mi verga cuando ambos estuviéramos en la piscina y se metió no sin antes llenar la última copa de vino.

Se vino de enfrente abrazándome con sus piernas y llevando la copa de vino en sus manos. Ella dirigió mi falo hacia su hueco y yo solo se lo empujé cuidadosamente y Cecilia solo gimió de placer o de dolor y, en esa posición con los segundos tenía toda mi verga en su vagina mientras le sostenía sus nalgas con mis manos. Tenía esa mirada erótica y tomado un sorbo de vino de la copa, me lo traspasaba de su boca mientras nos dábamos besos. Así quizá pasamos unos quince minutos abrazados mientras Cecilia restregaba su conchita contra mi verga y podía sentir lo hirviente de ese canal al contraste del agua de la piscina. En eso de darnos besos y estar conectados con movimientos lentos pero profundos comencé a acariciar sus nalgas y masajear su ojete con mis dedos. Creo que le habrá excitado pues podía sentir como su conchita apretaba más mi verga cuando le hacía ese masaje. Luego ella me decía: ¡Me vas a hacer acabar si sigues así! – No solo continué sobándole el ojete, también me encorvé para chupar sus pezones y mamar sus dos hermosos melones de medio tamaño y solo exclamó con el pasar de un par de minutos: ¡Tony… me voy a correr… por Dios me estás haciendo correr… carajo que rica se siente tu verga. -Y movía su pelvis con un ritmo frenético que no tardo en provocarme mi primera eyaculación. Quizá por el efecto del alcohol lo sentí una tanto pasivo pero muy relajante y le hice saber a Cecilia que me estaba corriendo y ella seguía con un vaivén constante y con ese masaje de su vientre hasta que se comprimieran mis testículos. Seguimos conectados por varios minutos y a esa edad mi verga continuaba con un buen grado de erección hasta que oímos el llamado de una de las sirvientas ofreciendo la cena.

No sé si la señora escuchó nuestros gemidos o sí nos habían visto cogiendo en la piscina, pero luego nos sorprendió ver mi esperma flotando por sobre la superficie. Cecilia hizo como cucharita sus manos y lo sacó tirándolo a un lado de la piscina. Nos fuimos a los baños donde uno se quita el cloro y ahí si había agua caliente y nos dábamos una ducha mientras Cecilia me mostraba en esta ocasión el lunar de su nalga el cual realmente a mí me parecían sensuales pero que ella se quejaba de ellos.

Cecilia aprovechaba cada segundo y ahí en la ducha comenzó de nuevo con una felación donde le tuve que decir que no me apretara tanto los huevos. Se emocionaba que tal parecía me los quería arrancar. La puse contra la pared con las piernas abiertas y así parados le he hundido todo el falo en su hirviente conchita. Me dijo que le había dolido, pero que también le encantaba ese dolor y seguí con un golpeteo que solo se escuchaba los gemidos de Cecilia y el choque de mi pelvis y las nalgas de esta bella mujer. Cecilia me pedía que la nalgueara, que la tratara como a una puta y creo que de las primeras chicas que tomé por el pelo y le gustaba esa sensación de estrangulamiento que la verdad siempre me dio pavor, pero ella parecía excitarse con un sexo tosco. Eran tanta las nalgadas que le di que parecían estas iban a brotar sangre y le taladré esa concha a morir. Me pidió que le apretara los pezones y prácticamente a mí me parecía una tortura, pero ella explotó con un tremendo orgasmo y no podía ni respirar de la excitación. Sentí como su vientre se contrajo, cómo emanaba jugo esa vagina y taladré esa conchita hasta que me corrí dejándole caer mi corrida en sus nalgas. Cecilia solo restregaba mi esperma alrededor de sus nalgas.

La verdad que me daba pena entrar a su casa. No quería sentir la mirada de la sirvienta y mucho menos las de sus padres. Pero ya estaba entrado y ver la confianza de Cecilia me hizo superar esa incomodidad. Solo estaba su madre en la mesa tomando los alimentos y en segundos nos estaban sirviendo a nosotros. La madre de Cecilia me hizo una plática muy trivial y concentró todo en lo que habíamos recaudado esa tarde. De repente Cecilia interrumpió la plática diciendo:

– Mamá… Tony se quedará con nosotros esta noche.

– Oh… en ese caso dejame enviar a que alguien desempolvé y acomodé una habitación.

– No te preocupes… y ellas deben estar cansadas por el ajetreo de la tarde. Yo me encargo de ello.

Eran ya las ocho de la noche y la madre de Cecilia se despidió diciendo que se tenía que levantar temprano a un compromiso. Cecilia me invitó a conocer su casa, la cual obviamente era una casa muy inmensa. Llegamos a su habitación y esta era de buen tamaño y tenía una terraza donde se podía salir y apreciar los jardines que estaban iluminados. Yo estaba en la terraza cuando ella me tomó por las espaldas y me decía:

– ¿Qué se te antoja hacer?

– ¿Tú que crees?

– Dímelo… me gustaría escucharlo de ti.

– ¡Me gustaría comerme tu culito!

– ¡Qué rico se me hace que me lo digas! Tony… dime… ¿Realmente te gusto?

– ¡Eres una chica muy linda!

– ¿Qué es lo que más te gusta de mí?

– Toda… tienes una carita muy linda y un trasero divino que realmente dan ganas.

– ¿Te gusta mi trasero?

– Si… sin duda alguna.

– ¿Te gusta para follarlo o para que te gusta?

– ¡Me gustaría follarlo! ¿Ya te lo han hecho alguna vez?

– Zena… ¡eso no se le pregunta a una mujer!

– ¡Perdón… disculpa!

– ¿Te lo quieres coger? Sabes que no llevo bragas y es todo tuyo sí lo quieres.

La verdad que ni yo llevaba calzoncillos, pues los habíamos dejado secando extendidos en la regadera de la piscina. La verdad que Cecilia se me antojaba, tenía esa carita sensual y un culo divino y ya en ese momento me había olvidado de Nadia… en mi mente solo pasaba la idea de cogerme ese culo. Comencé besando su cuello, sus hombros y toda su espalda. Se había quitado su blusa y solo quedaba en brasier y con su falda. No se la quité y ella se contraminó con la cerca de la terraza, me senté en una silla y ese culo me quedó a buen nivel y me dediqué a comérselo. ¡Como gemía esa mujer! Gemía tanto que pensé que su madre nos oiría o alguien en la casa. La terraza estaba iluminada por los focos del jardín que cualquier persona nos podría ver. No parecía importarle a Cecilia y la hice que se corriera chupándole el culo y sobando su conchita. Me pedía que la penetrara, pero solo le inserté dos dedos en su vulva.

Una vez que se le fue la sensación del orgasmo, me fui detrás de ella y así parada contraminada con la cerca de la terraza le puse el glande en su ojete. Ella solo exclamó: – Zena… ¡qué rica verga tienes! – Le sobaba su ojete con mi glande y sabía que ese culo estaba ya lubricado y dilatado pues había estado jugando con él con mis dedos. Ella se apoyó contra la cerca presintiendo mi invasión y le empujó mi glande y este quedó atrapado por su esfínter no sin dar un grito que me alarmó: ¡Cabrón… qué pito más grande tienes! Ve con cuidado.

Asimiló mi glande y con los segundos y minutos toda mi verga se adentró al hueco más íntimo de esta bella mujer. No se movía tanto, pero tanta era su excitación a pesar del dolor que luego me decía: Zena… me corro… por Dios no sé qué pasa, pero me corro. Ella con su culo pegaba en mi pelvis y yo le dejé ir un vaivén incesante que por un momento pensé que esa cerca se quebraba y nos iríamos al vacío, pero resistió y la que no pudo más fue cuando Cecilia aulló como una loba y solo sentía que su culo apretaba mi verga y también yo exploté con mi tercer palo del día. Se lo llené de mi esperma y luego al este salir pude ver su sangre mezclada con mi corrida. Ella se hincó cuando mi verga salió y pensé que estaba adolorida, más sin embargo ella me dijo con su voz erótica: ¡Qué rica culeada me has dado!

Eran las diez de la noche y para un chico de 18 años y solo tres cartuchos gastados, esto era solo el comienzo de una faena que a mi recuerdo fue de ocho polvos. Creo que terminamos a eso de las tres de la mañana y me sorprendió los gemidos y alaridos de una mujer que vivía un orgasmo a la distancia. Obviamente pensé que se trataba de la madre de Cecilia, pero no podía concebir a ese viejo que apenas se movía provocándole tan intenso orgasmo. Cecilia solo sonrió y luego me dijo:

– Debe ser mi madre con uno de sus juguetitos o quizá haya invitado a uno de sus amigos.

– ¿Y tú papa?

– Ah… mi viejo lo más probable está profundamente dormido.

Esta fue la aventura con la bella Cecilia. Me propuso muchas cosas, pero a pesar de que ni siquiera le había dado un beso a Nadia, yo ya estaba enculado de esa chica. Con Cecilia cogimos alrededor de un mes hasta que ella comprendió que a pesar de su belleza y riqueza yo ya tenía los ojos en otra… la que vendría a ser mi esposa.

Un día me vio junto a ella y me felicitó por mis gustos. Lo bueno que nunca hizo teatro o melodrama y aceptaba que yo pertenecía a otra chica y que ella con su belleza y todo su dinero, podía obtener lo que ella quisiera con otros… obviamente.

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