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Cosas que pueden pasar, pero no se pueden contar

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Estaba en mi casa de campo en la montaña, donde una empresa de construcción ultimaba los trabajos de restauración y expansión. El capataz, Pedro, lo conocía desde varios años. Era el típico “oso” velludo, con barriga de cervecero, alto, grande, musculoso, como es típico de su arte. Llevaba siempre el pelo muy corto, tipo “marines” y trabajaba en camiseta, mostrando sus brazos fuertes.

Era un viernes, el último día de los trabajos ya totalmente terminados. Los restantes obreros habían terminado de recoger las herramientas y cargadas en la camioneta y se despidieron adelantando la salida, porque las condiciones climáticas se estaban poniendo amenazadoras. Pedro se quedó a terminar algunos detalles y para “mostrarme” en detalle todo el trabajo que había sido realizado.

Nos quedamos solos y nos sentamos a tomar unas cervezas. Noté que Pedro mi miraba de reojo, como quien quiere preguntarte algo, pero no se atreve. Me quedé sorprendido cuando me preguntó:

«Disculpé patrón, supe que se separó de su compañera, que lástima parecía buena persona»

«Pues si Pedro, cosas que pasan, sobre todo cuando la mujer es “buena” y muy puta»

Pedro se quedó un poco sorprendido, pero su expresión cambio, como cuando se le abre una puerta de conversación a alguien.

«Bueno, eso vale para casi todas las mujeres, las únicas que se salvan son las madres y las hermanas, ¿no?»

¡Explotamos a reírnos de ganas! Me levanté y fui a buscar una botella de brandy. Estaba sintiendo frio y extrañamente, también tenía ganas de relajarme y tomar con ese hombre con el cual había iniciado una conversación bastante personal. Regresé y después de haber servido las dos copas dije:

«La verdad Pedro es que ya nuestro estar juntos no funcionaba. Se había “apagado la llama” y los dos buscábamos fuego fuera de nuestra unión. Yo me concentre con el trabajo, y ella, digamos que lo hacía con otros hombres bastante descaradamente. Por mi parte, entre compromisos laborales y viajes, desde que nos separamos he vivido seis meses en castidad»

«Wow! ¡Seis meses sin tener sexo! Eso si que es un récord. Usted es un hombre viril y de buen aspecto, un hombre de suceso que cualquier mujer desearía llevarse a la cama. Se me hace difícil imaginarme estar tanto tiempo sin tener sexo»

Íbamos per la tercera copa cuando le dije:

«Pedro, que te parece si nos tuteamos y abandonamos el “usted”, ¿“patrón” y non tratamos como dos amigos?»

«Con mucho gusto Julián. Bueno, si me puedo permitir, era una tremenda yegua, ya me imagino como se la gozaría montándosela»

Me di cuenta de que Pedro, ayudado por el alcohol, quería entrar en detalles íntimos y yo decidí seguirle la corriente:

«Pues la verdad es que era una furia en la cama tanto que últimamente a menudo no lograba complacerla por completo, lo que nos llevó a empezar a usar dildos para poder completar sus orgasmos»

«No me digas! No me lo creo. ¿Y eso?»

«Bueno, digamos que después de haber cumplido mis cincuenta y cinco años, mis “características” han disminuido y ya no logro tener las mismas prestaciones de antes»

Note que Pedro cambió de expresión. Su mirada se había convertido descaradamente en una mirada lujuriosa. Estaba todavía en camiseta y pude notar que, entre sus piernas, se evidenciaba una potente erección de un pene que debía tener dimensiones considerables. El, sin ninguna vergüenza, por encima del pantalón se lo “acomodo” mientras seguía mirándome descaradamente:

«Que te parece si damos una vuelta y te muestro los trabajos?»

Me levante mientras lo fijaba con mi mirada a su rostro y también lo que tenía debajo de su cintura. Algo extraño estaba pasándome. Quizás las fuertes ganas después de meses de austeridad sexual, las copas, o no se qué, pero lo cierto era que yo también me había excitado. Nunca había tenido alguna experiencia con otros hombres, ni había sentido el deseo de tenerlas. Pero en ese momento, solo en casa con Pedro, algo se prendió dentro de mí.

«Empecemos por el piso superior, desde el dormitorio principal donde solo agrandamos la ventana»

Entramos en la habitación y note que los obreros habían quitado todas las sabanas con las que había cubiertos los muebles.

«Que te parece esta nueva ventana, es bien grande, ¿no?»

«Si, es fantástica. ¿Y dime, pusieron el plantador externo?»

«Estaba para mostrártelo, pero para que lo puedas apreciar bien debes subirte sobre la silla, pero con cuidado»

Mientras lo decía, arrimo una silla a la ventana y me hizo señas de subirme:

«Tranquilo, yo te sujeto»

Mientras me ayudaba a subirme, sentí sus manos fuertes que me sujetaban, inicialmente bajo las axilas, de seguido la cintura y al final las piernas. Sentir el roce de sus manos me produjo escalofríos y una extraña sensación de placer. Miré hacia afuera para ver la obra, pero en realidad, estaba distraído por esa extraña sensación de placer que estaba experimentando. Note que sus manos, mientras me “sujetan” en práctica, me estaban acariciando las pantorrillas. Pasaron varios minutos en la que en realidad él estaba detrás de mí, “sujetándome”, y yo parado sobre la silla sin aparente motivo. Fue Pedro que interrumpió el momento y dijo:

«Ha visto bien todo?»

«Si, Pedro lo suficiente»

Me baje de la silla con la “ayuda” de Pedro que no perdió la oportunidad de rozar sus manos por mi cuerpo, de manera ni tan disimulada. Estaba claro que él era un depredador y había capturado a su presa, y esa presa era yo. Aparto la silla y se acomodó detrás de mí. Ya no había movimientos disimulados, estaba claro cuáles eran sus intenciones. Yo estaba casi temblando, como un adolescente a su primer encuentro con una chica, pero al mismo tiempo, sin ninguna voluntad de interrumpir lo que estaba pasando. Detrás de mí sentí su pene que frotaba con fuerza entre mis nalgas y a pesar de estar haciéndolo sobre los pantalones, sentía su fuerte su erección. Por vergüenza o por disimulo dije sin mucha convicción:

«Pedro, que estás haciendo?»

El continuo como si nada, es más, sentí que se había bajado sus pantalones. Dijo:

«Mira, está nevando»

Era cierto, estaba nevando y por la cantidad de nieve ya en el piso se preanunciaba una fuerte y abundante nevada. Sus brazos habían circundado mi cintura y de seguido bajo mis pantalones que cayeron a mis pies. Con una mano sobre el vientre a atraía hacia el mientras la otra se apodero de mi pene completamente erecto:

«Pedro que haces!?»

«Shhh, nada, tranquilo, sigue mirando el paisaje, del resto me encargo yo…»

Después de pocos minutos, las manos me habían separado las nalgas y su pene apoyado entre ellas. Sentía que debía ser grande y empecé a preocuparme, sabiendo ya lo que estaría por pasar. Cierto, mi culo no era “virgen” o por lo menos non completamente. Mi excompañera, en varias oportunidades había usado uno de los falos de silicona que yo usaba con ella, introduciéndomelo por el culo. Después de las primeras veces, le había tomado gusto y note que ella hasta alcanzaba el orgasmo por la excitación que probaba en sodomizarme. Pero lo que me estaba rozando era mucho mas grueso. Pedro había venido preparado. De hecho, tomo un tubo de vaselina de no sé dónde y empezó a frotarme la entrada de mi ano.

«Pedro, no, pero que haces, ¡yo no soy gay!»

«Y entonces? ¿Yo tampoco soy gay, pero te voy a romper el culo, porque es lo que estas deseando, no es cierto? ¿No vez la hora de convertirte en mi puta, no es cierto?»

Estaba tan ido por el placer que esas palabras en vez de ofenderme me excitaban. Me estaba dando de la puta, me había bajado los pantalones, me estaba culeando y yo por el contrario, no me rebelaba si no que estaba excitado. Sus dedos gruesos y ásperos entraron uno a la vez hasta que eran tres y ellos lubricaban y agrandaban mi agujero. Yo estaba completamente sumiso y me deje llevar por el placer:

«Dóblate un poquito hacia adelante, puta, ¡qué voy a meterte mi trozo de carne para que goces!»

Obedecí como un autómata y en lo que me incurvé, sentí como la gruesa cabeza de su polla, se hacía camino entre mis entrañas. Instintivamente trate de oponer resistencia, pero Pedro, estaba decidido a romperme el culo, y empujo haciéndome gritar de dolor:

«Grita zorra, grita, tienes que gritar y aguantar, veras que dentro de poco vas a sentir solo placer, toma perra, toma»

Yo, ya había acabado un par de veces, casi sin darme cuenta, pero la cosa non importo a quien me estaba dando polla. De hecho, Pedro siguió con el mete y saca por un tiempo indeterminado, y el dolor y el ardor dieron paso al placer. Un placer desconocido, nuevo, mesclado a la vergüenza y al sentimiento de culpa que, pero al mismo tiempo me excitaba: ¿¡El sabor de lo prohibido!? Probable. Ya aclarado que estaba completamente en “sus manos”, Pedro me puso en cuatro patas sobre la cama siguiéndome, dando caña. Parecía insaciable y parecía que no iba a acabar nunca. Mi ojete, ya bien “acostumbrado” al tamaño de su pene, y con la ayuda de la vaselina abundante, recibía su mete y saca sin ninguna “objeción”. Las posiciones cambiaban, pero la finalidad era la misma. Pedro tenía casi una hora arremetiendo mi culo y yo completamente rendido y sumiso, me dejaba someter a su merced y a ese placer nuevo y desconocido. Cuando me puso de espaldas y levanto mis piernas para insertarme, pude ver su expresión: Su cara roja de lujuria y su mirada de caballo en celo. Me fijaba y dijo:

«¿Cómo te encanta, perra, cierto? Lo entendí desde mucho tiempo y estaba esperando el momento propicio. Tu hembra te dejo porque tu prefieres recibirlo por el culo en vez de darlo y desde ahora en adelante, vas a gozar, pero como puta. Ha llegado el momento de bautizarte. Ponte sentado»

Yo obedecí casi lamentando que me sacara su pene, él se quitó el condón y me acerco su polla que parecía estar por estallar a la boca:

«Abre la boca, perra, chúpamela y trágate todo sin desperdiciar nada»

Su polla hervía y pulsaba, era gruesa, pero con mi saliva logró metérmela casi toda. Estaba produciéndome arcadas de vómito, pero la cosa no lo detuvo. Pocos segundos más tarde, un fuerte chorro de esperma caliente empezó a llenarme boca y garganta. Una parte la trague directamente, otra salía por los lados de mi boca. Era abundante y viscosa, un sabor nunca probado. El empujaba su polla sin piedad hasta que termino completamente. Por fin Pedro se recostó en la cama a mi lado. Estábamos empapados de sudor y yo sentía que algo salía de mi ano. La cantidad de vaselina y algún otro líquido, me fui para el baño a limpiarme. Regrese a la cama con la esperanza que Pedro se hubiese marchado, pero al contrario me estaba mirando y dijo:

«Ven a mi lado, ahora eres mía»

Durante todo el tiempo que estuvo dándome polla, Pedro había usado siempre términos femeninos: Puta, perra, zorra, y ahora “eres mía”. Estaba claro que quería subrayar que me veía como a una mujer, y para colmo puta. Me acosté a su lado y el, empezó a acariciarme delicadamente:

«Te gusto?»

No le conteste y el volvió a preguntarme:

«¿Dime, te gusto o no?»

«Claro que me gusto, y tú te diste cuenta. Es algo que no imaginaba habría pasado y ahora estoy confundido»

«Cuál es tu temor, que te hayas vuelto gay o que la gente sepa que alguien te desvirgo el culo?»

«Quizás ambas las cosas. Espero que tu sepas mantener el secreto»

«De pende de ti. Si tú quieres mantener el secreto, yo no diré nada, pero tengo que advertirte una cosa: Ya no podrás prescindir de mi polla, por lo che creo debemos volver a vernos»

«Dame tiempo para reflexionar»

«Si, pero empieza mañana, ahora necesito comerte el culo otra vez»

Hizo darme vuelta y empezó con la lengua a lamerme el ojete. Inmediatamente volví a excitarme como una perra en celo. Era una sensación nunca probada antes per muy rica. Hizo que le mamara la polla, el culo y volvió a metérmela toda por casi toda la noche. Desde esa noche, Pedro se convirtió en mi amante fijo y por tres meses, prácticamente me cogía de las dos a tres veces por semana. Un poco a la vez nos alejamos. Yo mientras tanto no tuve sexo con ningún otro hombre, pero si con mujeres. El verdadero motivo era que necesitaba comprobarme a mí mismo que aún era “hombre” y no era gay o por lo menos me había convertido en bisexual. Después de haberse interrumpido mi relación con Pedro, busque mujeres a las que les gustaba sodomizar al hombre, pero créanme, un pene verdadero no tiene ninguna semejanza con un dildo de silicona. Por lo tanto, inevitablemente sentí la necesidad de encontrar otro hombre con quien tener sexo, y fui bastante afortunado. Conocí una pareja, ella cuarenta y cinco años, el cincuenta con la que tenemos sexo entre los tres. Ella es muy caliente y perra y le gusta darnos con el strapon, a él también le gusta que le den por el culo, pero sobre todo a los dos les gusta darme a mi y yo, con mi nueva doble vida, sigo siendo un ejecutivo respetable, que a veces tiene alguna aventura con mujeres, pero, sobre todo, en el privado, sentir el placer que me follen por el culo. Cosas que pueden pasar, pero no contar… ¿O sí?

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