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El crucero (05): De excursión por el desierto

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En el camarote, recostada en la cama sientes el peso de Nuria sobre tu cuerpo, cierras los ojos, sonríes mientras las manos de tu dueña no dejan de tocarte, de acariciarte, sus dedos saben dónde buscar, donde jugar, empiezas a contornearte al ritmo de sus besos, de sus caricias, el barco se mueve un poco, mece vuestro deseo, vuestro placer. Nuria se levanta y la miras, ella te sonríe mientras te muestra una verga de cuero lo suficientemente larga para las dos. Abierta de piernas te relames los labios, mientras las yemas de tus dedos acarician tus pechos, lentamente tu dueña va entrando aquella vara dentro de ti, te gusta, te encanta sentir sus dedos tocando tu vulva, acariciando tu clítoris, excitada y caliente, mojas con tus jugos esta verga que Nuria va deslizando en tu sexo empapado. Una vez lista, ella se sienta sobre ti, y entra el resto de la verga en ella. Luego se deja caer sobre tu cuerpo y con un mando activa un vibrador doble incorporado al aparato, que empieza a moverse dentro de ti y de ella. Con tu boca abierta buscas sus besos, sus labios, mientras tus pezones endurecidos se pegan a sus pechos, y tu vientre se mueve al compás de su deseo. Sois dos hembras jóvenes y hermosas disfrutando de una noche de placer y deseo, aferrada a ella sientes su respiración, el palpitar de su corazón. Te gusta cómo te ama, como te mueve, como sus manos recorren cada rincón de tu piel mientras sus labios y sus dedos se entretienen en las marcas que las distintas pruebas del día han dejado en tu cuerpo. Giras dócilmente la cara, para que pueda seguir mordisqueando los lóbulos de tu oreja, para que pueda lamer y relamer tus mejillas sonrosadas. El placer os llega a las dos, y por enésima vez le das las gracias por comprarte, por aceptarte, por hacer de ti la hembra sumisa y decidida en que te ha convertido.

Relajadas y satisfechas, moviéndoos al ritmo del oleaje que sigue moviendo el barco, no tardáis en dormiros, te encanta estar abrazada a ella, sentir su boca junto a tu cara, su piel pegada a la tuya, le acaricias las nalgas, la espalda, besas cada rincón a donde llegan tus labios, finalmente notas que el sueño te vence y deseas no despertar mientras tu dueña comparta tu cama y tu piel, pero…

A las 6 de la mañana, alguien tira de ti, gritas, protestas, Nuria se despierta, te mira y sonríe, es parte de la excursión de hoy, tu asustada no entiendes nada, ella se da la vuelta, aún es pronto para ella, pero no para ti, medio arrastrada por tus cabellos te sacan del camarote, no tardas en ver otras hembras igual de asustadas y adormecidas como tú, unos azotes en tus nalgas te despiertan del todo, a empujones te hacen bajar por las escaleras, una de las chicas cae, y golpea con sus pechos uno de los escalones, de una patada la hacen bajar rodando hasta la cubierta inferior. Finalmente llegáis a la cubierta 3, sois casi un centenar de sumisas y esclavos, sollozando, temblorosas y asustadas, y el barco sigue moviéndose, oías la lluvia golpear los cristales de las distintas cubiertas por donde habéis pasado. Ves a cornuda, te acercas a ella, le das la mano, y juntas seguís inmersas en este rebaño que a latigazos llevan hacia aquí, hacia allá.

En una de las salas interiores, os reúnen a todas, estás nerviosa, torpe, un par de bofetadas cruzan tu cara y te hacen estar pendiente de sus órdenes, levantas los brazos, atan una cuerda a tu cintura de la que cuelga una boya, cuando estáis todas atadas, abren un portón, una ráfaga de aire frio eriza tu piel, oyes el ruido del mar y una lluvia que no cesa. A latigazos, os hacen correr hacia allí, el pánico clava tus pies, no quieres ir, muchas intentáis tirar hacia atrás, pero el látigo no cesa de golpearos, y empujándoos las unas a las otras corréis hacia el vacío, delante de ti oyes los primeros gritos, chillidos de pánico, mientras van cayendo al mar, cornuda está histérica, y ni con el látigo consiguen que avance, tú al lado de ella, intentas calmarla, pero de una patada te echan al agua, a ella la cogen en volandas y también la lanzan, hay casi cuatro metros de altura hasta el agua.

Te hundes en el mar, el frio y el miedo hiela tu cuerpo y tu mente, no puedes respirar, ni moverte, pero al final el instinto te hace subir a la superficie, también cornuda está chapoteando en esta agua helada, no podéis parar de temblar, os castañean los dientes, mientras sobre vosotras siguen cayendo más y más esclavas, veis unos barcos no muy lejos desde donde os llaman, las dos empezáis a nadar hacia ellos, las olas os levantan, os mueven, os hacen caer una y otra vez. Entre espasmos y temblores seguís avanzando. Cornuda y tú, sois de las primeras en llegar a uno de los barcos, desesperadamente os agarráis a unas redes que cuelgan desde cubierta, subís a bordo, toséis, escupís agua entre temblores y gritos de dolor, tienes los músculos entumecidos y un pánico como nunca has imaginado, tiran de ti y te desatan la boya de seguridad que llevabas en la cintura

Sin dejaros pensar ni descansar, a latigazos os hacen correr hacia los lados de la galera, todo está oscuro, resbalas y caes golpeándote contra la madera, otros marineros, vuelven a azotarte, a magrearte. Retorciendo uno de tus pechos te lanzan a tu sitio, apenas si puedes verlo, es una tabla sucia y mugrienta con unos astas de madera cónica de más de un palmo de largo por casi 4 dedos de ancho. El mar sigue encabritado y una ola llena de agua toda la zona, tragas agua, te escuecen los ojos y vuelves a toser, a escupir, mientras chillas de dolor. Uno de los marineros cogiéndote por los hombros te clava de un golpe a aquella asta, luego atan tus muñecas a un remo, con tus ojos llenos de lágrimas, ves como a tu lado colocan a cornuda, las dos tembláis de frio, tenéis la piel erizada, y vuestros dientes no dejan de castañear. Aun pasan unos minutos hasta que todas las esclavas estáis encadenadas a esta especie de recreación de un barco entre romano y cartaginés. Tus temblores y el movimiento constante del barco, te hacen sentir aún más el vaivén de aquella verga dura y rugosa que llena tu coño.

Sin tiempo a recuperar el aliento, empieza a sonar los golpes secos y acompasados de un inmenso tambor, es vuestro ritmo para remar, algunas dudan, otras están tan entumecidas que no son capaces ni de agarrar el remo al que están atadas, lo que enfada a la tripulación, que se esmera azotándoos una y otra vez. Cornuda y tu empezáis a mover con todas vuestras fuerzas vuestro remo, y poco a poco todas vais al ritmo que marca el tambor. La tormenta no cesa, y cuando salís del amparo del Justine, que poco o mucho os servía de mampara ante las olas, los pequeños barcos en los que estáis se mueven de manera tan intensa, que piensas que en cualquier momento se van a romper. Sin dejar de temblar, de llorar, ves como aquí y allá, esclavas y sumisos, no dejan de marearse, de vomitar, de mear e incluso cagarse encima, de puro dolor y miedo.

Cornuda y tu, intentáis no mirar a ningún sitio, solo aferraros a este remo que compartís, lo movéis con todas vuestras fuerzas que no son muchas, mientras, en el horizonte el día empieza a clarear. Lleváis más de una hora remando, tus brazos están tan doloridos que cada nuevo sonido del tambor conlleva un nuevo suplicio al tensar tus músculos, cornuda está agotada, se deja caer sobre el remo, hasta que el látigo la obliga a levantar su lomo, y seguir moviendo el remo. El frio intenso del amanecer, está dejando paso a un calor sofocante, el sol arde en el cielo y enrarece un aire sucio, que apesta a sudor, vómitos, orina y heces.

Finalmente el tambor deja de sonar, te dejas caer sobre el remo, miras a cornuda que intenta medio sonreírte, miras al resto de tus compañeras, todas tan exhaustas y doloridas como tú, unos bancos más adelante, ves a nuri, atada junto a uno de los esclavos, los dos con sus espaldas azotadas y llenas de verdugones.

Os desatan, y tirando de tus axilas te desclavan de la verga de madera, otra vez os atan las boyas y os hacen saltar del barco, a unos trescientos metros se ve la playa, aunque no tienes tiempo de ver casi nada, otra vez en el agua, casi no puedes mover los brazos, el dolor, el cansancio, los azotes hacen que cada brazada sea un suplicio, todas estáis igual de castigadas, regueros rojos de sangre de vuestros azotes se dibujan en el mar, pero has de continuar, a tu lado bracea cornuda, y algo más lejos nuri, al resto no las conoces, te suenan algunas caras, pero no saben quiénes son.

Finalmente puedes poner tus pies en el suelo de los últimos metros de mar, andas como puedes hasta dejarte caer en la arena, allí tiran de ti, te quitan tu boya, y a correazos te hacen ir hasta unos cubos con agua y comida, restos espesos y resecos de vete a saber qué, pero lo que quieres es agua, hundes tu cara en aquella agua recalentada por el sol del desierto, notas un sabor extraño, además de agua hay algo más, algo que conoces bien, a Luna le encantaba que te bebieras su orina, y al final te acostumbraste a su olor y a su sabor

Nadie os lo dice, pero apenas si son las nueve de la mañana, y ya lleváis un castigo que no os deja ni teneros en pie. Una vez consideran que ya habéis comido bastante, os ponen en pie, en la playa, la arena quema vuestros pies, aguantas como puedes, mientras ves como traen unos cubos y con unas brochas van mojando todo vuestro cuerpo, la brocha empapa tu espalda, tus tetas, tu culo, tu sexo y tus patas, incluso embadurnan tu cara. Ya estáis todas bien empapadas de este líquido, que no es otra cosa que un potente protector solar, luego engarzan una larga cadena de hierro a vuestros collares, y desde un carro con dos caballos, un par de los organizadores empiezan a dirigirse hacia el desierto, vosotras les seguís sumisas, el sudor vuelve a empapar tu piel, te duele el cuello con los constantes tirones de la cadena de acero. Algunos, disfrazados de antiguos legionarios montados en sus caballos, se pasean junto a vosotras, azotan a las que apenas pueden seguir el ritmo, toquetean a las que más les apetecen y ríen divertidos al veros sollozar, sudar, temblar, sois solo carne, eso sí, una carne hermosa y apetecible de la que piensan disfrutar al máximo.

Estás subiendo una duna, cuando una de las chicas cae, tres o cuatro también ruedan junto a ella, pero al final, entre todas conseguís levantarlas y continuar vuestra marcha. Llevas más de una hora andando, tienes la boca reseca, los labios cuarteados, tus pies hinchados por la arena caliente y todo tu cuerpo rebozado en sudor y arena. El ritmo cada vez se ralentiza mas, vuestros pies se arrastran más que andar, y ni el látigo consigue acelerar vuestra marcha, y tras cada duna, solo hay otra, y otra más, y un sol implacable quemando vuestra piel, llenando de sudor vuestros azotes.

Por fin, tras la enésima subida, veis al fondo unas casas, el júbilo de los legionarios os hacen comprender que aquel es vuestro destino, el látigo vuelve a azotaros, os gritan e insultan, mientras vosotras sacando fuerza de donde no hay aceleráis nuevamente el paso, animadas por llegar a algún sitio, donde sea, cualquier cosa será mejor que ser parte de una recua de esclavas perdidas en medio del desierto. Llegáis a las primeras casas, allí os hacen parar, todas caéis al suelo, agotadas, exhaustas y vencidas, dóciles y sumisas, dejáis que os quiten la cadena que unía vuestros collares.

Al terminar, los legionarios y el resto de miembros de la comitiva, van eligiendo hembra, es su derecho a pernada, a cobrarse en vuestra piel los honorarios de su trabajo. De una patada te da la vuelta, un nubio de casi dos metros de altura, se tumba encima tuyo, agarra tus nalgas, y al instante una verga gruesa y dura te penetra hasta el fondo, aprietas los puños, mientras no dejas de llorar, notas sus dientes mordiendo tus pechos, llena tu boca con su lengua, mientras sus manos amasan y ordeñan tus tetas, tu coño cada vez está más irritado y escocido por el roce brutal y salvaje de aquella tranca de carne dura y gruesa que en pocos instantes se vacía dentro de ti. A cornuda han preferido usarla por el culo, a cuatro patas, es penetrada una y otra vez, apenas si puede aguantar, mientras la verga llena de sangre y semen su agujero.

Finalmente os dejan tiradas y se van, son las 11 de la mañana unos instantes después se acerca uno de los organizadores, os hace levantar, pesadamente lo haces, ante ti, un larga mesa con bebidas frescas y comida, y detrás algunos autocares climatizados. El organizador os dice que las que no se vean capaces de continuar con “la excursión”, pueden ir a beber, comer y luego volver al barco en los autocares climatizados, la prueba es lo suficientemente dura, como para que vuestros amos hayan aceptado que no todas la vais a poder terminar.

Tragas saliva, por un instante dudas, ves como algunas de las chicas entre sollozos corren hacia las bebidas, les siguen otras, pero tu permaneces quieta, miras a nuri, ella lo tiene claro, no piensa moverse, luego miras a cornuda, que no sabe qué hacer, levanta su cabeza preguntándote y tu le dices que no con la cabeza, tiras tus hombros hacia atrás, muestras orgullosa tus pechos azotados, tu piel castigada y te quedas inmóvil, ella también se queda, junto con nuri y poco más de una veintena de esclavas, dispuestas a no rendirse…

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