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El espejo mágico (Parte 1): Entre mis piernas

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Él la quitaba la blusa de un tirón rompiéndole los botones,  estaban los dos tan excitados que no se habían percatado de que todavía la luz del atardecer les hacía visibles para la gente que paseaba por aquel descampado y que se fijaban en aquel coche que se movía con dos figuras en su interior, sus besos, caricias exageradas y apasionadas, los dos en busca de placer, ella… Ya buscaba su polla con un solo pensamiento, quería poseerla y que la hiciera disfrutar de aquel momento, ya había conseguido sacarla de su cárcel de tela y después de varios lametones en su glande, de saborearla con su boca varias veces, se puso de rodillas sobre el sillón trasero del coche ofreciéndole la entrada de su vagina por detrás. Él levantó su falda y arrancando su tanga, oía como su vulva le llamara como una sirena a un náufrago, acerco su pene al portal prohibido para muchos y sé la metió de un solo golpe, deslizándose suavemente por aquel canal rosáceo haciendo que ella gritara de placer, un gemido tras otro, primero ella y luego él que entre gemidos no paraba de decirla.

- Grita zorra, joder… No pares de gritar puta, grita para mi putita.

- Pero qué puta eres zorra.

- Pero que coño tienes… Joder como me gusta follarte el coño.

- Te gusta, te gusta que te la meta así hija de puta, joder, pero como se puede estar tan mojada y caliente puta.

Esta historia podría ser la mía, aunque yo no estaba de acuerdo de cómo mi amigo Jaime trataba a las mujeres, como si fueran meros trapos de usar y tirar, pero esa historia desgraciadamente no me pertenecía, yo no era un tipo con suerte con las mujeres, no era un hombre guapo, tan siquiera era como se suele decir, del montón. El dueño de aquel relato pertenecía a mi amigo Jaime, amigo desde la infancia, un tipo simpático, guapo, cuerpo atlético, músculos bien perfilados, sin un ápice de grasa en el cuerpo, alto, pelo castaño, ojos verdes, según nuestras amigas con un culo perfecto, vamos un verdadero semental según ellas, semental y aprovechado, ya que solía llevarse mi coche y a la chica, dejándome solo una y otra vez, al final terminaba siempre esperando a que volviera o cogiendo un taxi para ir a mi casa.

Relatos como este me los contaba Jaime después de las noches interminables de sexo, como el de la zorra con pelo rubio, ¿o era morena?, realmente le daba igual con tal de follárselas, realmente era un carbón, pero era mi amigo, él siempre había estado allí para defenderme de los abusones o que tras la muerte de mis padres no me había dejado solo ni un momento, evitando que cayera en una depresión que me hubiera destruido como persona, había una especie de unión entre los dos, aunque si es cierto que me empezaba a cansar de que me dejara tirado, noche si y noche también, que me pidiera alguno de mis coches día si y al otro también, o el barco, o alguno de mis apartamentos para ir a follar, yo siempre le decía que era un cerdo y que algún día se arrepentiría y sonriendo me decía que algún día encontraría a una mujer que le haría sentar la cabeza y que lo sabría cuando la hiciera el amor con cariño, sin insultarla, ni despreciarla.

Yo no era que digamos muy feliz, no era un chico con suerte en el amor, como ya os he comentado, tampoco es que fuera muy agraciado, más bien era como me llegaron a definir las pocas amigas que tenía “difícil de ver” era algo que me dolía, pero lo dejaba pasar. Siempre estuve solo y esa soledad me hacía aguantar las burlas de los pocos amigos que tenía, la verdad es que no se puede decir que tuviera suerte ni en el amor, ni él la vida, no tengo familia desde que aquel fatídico día hace ya más de 8 años, cuando fallecieron mis padres y al ser hijo único herede una pequeña fortuna, casas, coches, tierras y negocios, aparte de unas cuentas bancarias bastante llenas y saneadas, en unas palabras, no tengo que preocuparme por trabajar y posiblemente si llegara a tener hijos, tampoco ellos, aunque la verdad que el dinero nunca me importo, lo cambiaría todo por amistad y sobre todo lo hubiera cambiado por tener a mis padres por más tiempo, los únicos que realmente a pesar de casi no verles, me querían tal como era.

Pero aquel verano una vez más mi vida iba a dar un giro de 180 grados, hacía semanas que mi vida literalmente se había puesto del revés, me llamo Juan y tengo 26 años, mi vida cambió aquella noche en la que borracho y cansado pedí un deseo, un deseo incoherente a todas luces intentando dar un rumbo radical a mi vida, un deseo que ahora me alegro de haberlo pedido y aunque no cambió el destino de mi familia, si el mío, ahora si os apetece seguir leyendo os contaré una historia tan insólita como increíble.

Estudie derecho junto a mi amigo Jaime, viene de familia, pero lo que realmente a mí me gustaba era la historia y sobre todo la arqueología, recuerdo que de pequeños jugábamos a ser dos arqueólogos famosos como Indiana Jones descubriendo civilizaciones olvidadas y enterradas por el tiempo, hoy en día sigo buscando piezas raras y viejas por mercadillos de antigüedades de todo el mundo, esos mercadillos que ves en alguna gran ciudad o en algún pueblo olvidado y justo allí en un mercadillo de Alicante fue donde encontré lo que me cambiaría la vida, un pequeño espejo, un espejo muy antiguo no más grande que la palma de una mano, estaba muy sucio y deteriorado, desde un principio me encanto y lo compre a pesar de las risas y burlas de Jaime por haber pagado una gran suma de dinero por aquel espejo salido de cualquier casa donde lo habría utilizado cualquier viejecita insatisfecha con su vida y de un gusto pésimo, además no paraba de decirme que lo más seguro iría a parar directamente al armario de cosas raras y extravagantes y no se equivocaba, porque ese fue el destino de aquel espejo nada más llegar a casa y allí quedo olvidado por unos cuantos años.

Un miércoles cualquiera de esas noches calurosas de verano, salimos a tomar unas cervezas en una de tantas terrazas de Valencia, esas donde mi amigo Jaime se tenía que quitar a las chicas de en encima, digamos que a no las aptas para su exquisito paladar porque con las otras, se preparaba como cualquier depredador saltando en cualquier momento a por su próxima víctima, aquella chica que si le agradara, aquella que le saciase de sexo y, sin embargo, yo, tenía claro que una vez más era una de esas noches que como siempre, me iría de vacío a casa. Pero aquel día algo cambió, más que algo alguien, Jaime se presentó en la terraza con una compañera de su trabajo, se llamaba Paula y trabajaba en una sucursal de Barcelona, debido a un proyecto en común se trasladó a Valencia durante más o menos un mes, ellos se conocían hacía bastante tiempo y eran muy amigos, Jaime la invitó a quedarse en su casa en vez de quedarse en un hotel, un detalle que no me extraño por como era Jaime con las mujeres y lo guapa que era ella, pero, por otro lado, no dejaba de pensar que cómo era posible, ya que él no se dejaba cazar tan fácilmente y no permitía que ninguna mujer le estropeara el placer de la caza.

Paula, una mujer espectacular, aproximadamente tendría nuestros años, piel sedosa, rosada, pelo rubio acastañado y unos ojos marrones preciosos, el cuerpo con unas medidas envidiables, 1,70 de altura más o menos, unas piernas largas y delgada, con pechos grandes, redondos y firmes, curvas bien definidas con una cintura y unas caderas deseable por muchos hombres y envidiada por muchas mujeres y un culo, mejor dejemos para otro momento la definición de un culo perfecto. Paula hizo su entrada triunfal del brazo de Jaime con un pantalón blanco muy ajustado que realzaba su figura y que le hacía un culo maravilloso, una blusa azul casi transparente, dejando ver el sujetador negro de encaje y cuando se agachaba, se le podía adivinar esos senos redondos y duros por debajo de él, era una delicia de mujer en todos los sentidos y no solo en el físico. Pasamos gran parte de la noche los dos bebiendo y hablando, ya que Jaime estaba perdido entre la marabunta de mujeres que lo reclamaban, pensé que habíamos conectado así que me decidí a atacar yo también, porque no veía Jaime ni mucho menos interesado por ella y aunque como ya dije me extraño no le di importancia.

- Juan, para no te equivoques, me encantas como persona y si no fuera porque soy lesbiana pasaría contigo un rato que seguro sería fantástico. – La contestación que me dio Paula me dejo un poco fuera de sitio, joder que corte, no sabía donde meterme, Paula me dio un beso en los labios y riéndose quitó hierro al asunto.

- Entonces Jaime y tú, ¿Jaime lo sabe? - Le pregunté directamente mirando a esos ojos que metían a cualquier hombre en un encantamiento.

- Claro que lo sabe y sé muy bien cómo es él, no te preocupes, pero de verdad no quiero que esto sea conflicto entre tú y yo, me gustas Juan, pero lo siento. – Paula me hablo con claridad y no solo esa vez, sino que nuestras confidencias siguieron gran parte de la noche, conectamos tan bien que en un momento llegue a creer que al final si nos iríamos juntos, pero no, era solo un sueño, una ilusión por mi parte, me había enamorado en una noche locamente de una lesbiana y me llegaba a plantear toda mi vida, el porqué no tenía suerte con las mujeres, todas me consideraban uno de sus mejores amigos, alguien a quien poder contarle sus problemas, pero nada más y siempre cuando intentaba algo, me ponían la mano diciéndome.

- No, no Juan, no te equivoques, me siento halagada, pero no. – ¿Halagada?, ¿pero de verdad me podrían decir eso? Y un cuerno con ellas, todas eran iguales, todas me verían siempre como el amigo simpático y agradable, en alguien que se puede confiar para contarle sus problemas, que si mira esto, que si mira aquello. Realmente con Paula pasó más o menos lo mismo, pero si es cierto que había una conexión especial tanto que, uno de los temas que tratamos aquella larga noche y con más de una copa en el cuerpo fue que nos llegamos a contar nuestras preferencias, de cómo nos gustaban las mujeres, de que yo no había tenido mucha suerte con ellas e incluso, le llegué a contar mis pensamientos si yo fuera mujer, si hubiera nacido… mujer.

Al día siguiente Jaime, al enterarse del patinazo llego a casa con dos cajas de cervezas, siempre hacía lo mismo, era como querer compensar una vez más mi fracaso y sus victorias, ya que al final siempre terminamos hablando de cómo se follo aquella o como se la chupo aquella otra, aunque eso sí, esta vez al segundo tercio de cerveza me estaba pidiendo perdón, algo insólito la verdad, me pedía perdón por no haberme dicho sobre las preferencias sexuales de Paula, y así, de esta manera hablando de sus triunfos y de mi patinazo pasamos toda la tarde en mi casa tirados en el sofá, tomando una cerveza tras otra y charlando de todo un poco, aunque más de él que de mí, claro está.

-Sabes Jaime. –Empezaba una nueva conversación llevado ya por el exceso de cervezas.

-Dime Juan. –Contestaba mirándome mientras intentaba abrirse otra cerveza.

-Estoy empezándome a cansar de ti, de ti y de mi vida, te las llevas a todas eres un verdadero cabrón que las tratas como si fueran trapos y aun así te las llevas, además joder, es que Paula esta… ¡tan buena! –Le miraba con ojos desafiantes dando por acabada la cerveza que tenía de un solo trago.

-No digas eso Juan, ya verás como al final encuentras a alguien, toma anda…joder que tío. - Jaime intentaba animarme con unas palabras huecas que ni él se creía abriéndome otra cerveza.

-Está visto que como tío no valgo gran cosa, ¡joder!, como me gustaría convertirme en una tía, en una buenorra como Paula, ponerme esos trapitos y follarme a todos los tíos buenos como tú. - Lo solté de golpe sin pensarlo dos veces cerrando los ojos a la vez que apoyaba mi cabeza sobre el sillón con una media sonrisa.

- Jajaja… estás borracho Juan. – Mi comentario le había hecho estallar de risa, me miraba y reía, bebía y reía, me miraba de arriba abajo y volvía a reír.

- Si borracho, pero a que molaría. –Sentenciaba definitivamente levantando mi cerveza hacia el techo en clara actitud de brindar por lo que acababa de decir.

- Jajaja… lo dicho estás borracho cabrón, es más los dos estamos borrachos así que me voy, me voy no vaya a ser que te folle aquí mismo… jajaja. –Jaime se levantó dando tumbos y se perdió tras cerrarse la puerta dejando unas carcajadas por las escaleras.

Serían las diez de la noche y estaba borracho, muy borracho y a pesar de todo seguía sentado en el sofá, abriéndose otra cerveza y brindando conmigo mismo, pensando que sería de mi vida con aquella idea tan loca, en silencio imaginando a través de la ventana como habría sido mi vida si hubiera nacido mujer. Había pasado media hora desde que Jaime se marchó y aunque me mantenía en pie a duras penas, empecé a guardar las dos cervezas que habían sobrado en la despensa cuando me topé con un pequeño baúl, la curiosidad, el alcohol, un vago recuerdo, algo me llevo abrir aquel pequeño baúl y dentro encontré ese pequeño espejo olvidado que compre hacía años, miraba mi rostro reflejado en su pequeña superficie, el alcohol había hecho mella en mí y triste, con los ojos cansados de llorar me preguntaba en voz alta.

- ¿Por qué la vida me trata así? - Esa era la pregunta que me hacía a cada momento del día. Sin saber cómo diablos había llegado nuevamente al sofá, tenía en una mano una cerveza y en la otra aquel espejo al que daba vueltas y vueltas sobre sí, miraba aquel pequeño espejo fijándome en sus aristas redondeadas, en el cristal medio roto y sé cómo, conseguí ver a duras penas una inscripción en la parte trasera que estaba escrita en lo que parecía ser latín antiguo, después de verter un poco de cerveza para limpiarlo pude leerlo con claridad y traduje aquel texto en aquel antiguo idioma, no porque yo lo supiera, sino porque Google hoy en día, nos da esa oportunidad y como si fuera algo mágico, como si fuera una lámpara mágica pronuncie esas palabras que nunca debí pronunciar a tenor de lo que pasó más adelante… o quizás si, quizás pronunciarlas fue la mejor decisión que tomé aquella noche…algo que me cambiaría la vida.

- Recogitando occasionem dabo ut somnia vera fiant, pronuntia et sic erit, - Con el reflejo doy la oportunidad de convertir tus sueños realidad, pronúnciate y así será. – Estaba sentado y con voz grave y solemne, pronuncie en alto aquellas primeras palabras y haciendo una pausa y también en latín dije con claridad.

- Volo esse pulcra mulier. Quiero ser una mujer hermosa – Era mi deseo, el deseo de un borracho que llevaba rumiando toda la noche y esas, fueron las últimas palabras que recuerdo antes de desplomarme sobre el sofá vencido por el alcohol y el cansancio.

Era tarde cuando desperté, la luz que entraba por el ventanal de mi habitación eran como rayos cegadores, casi las dos de la tarde, había dormido de tirón toda la noche y toda la mañana, aparte de la resaca me sentía raro, no me acordaba del último día que dormí más de seis horas seguidas, la boca pastosa y un fuerte dolor a cabeza era el premio que había conseguido, todo me daba vueltas, tan siquiera recordaba cómo demonios había llegado a la cama y de pronto me encontré mirándome fijamente en el espejo de cuerpo entero de mi habitación, algo no iba bien, seguro que la luz que entraba a raudales haciendo que entornara los ojos o que mi cabeza que no paraba de martillear, tenían algo ver con la visión que tenía delante de mí, me frotaba los ojos y el reflejo de aquel espejo poco a poco fue siendo más nítida, más Cristalina, me podía ver alargando la mano hasta tocar el espejo con las yemas de los dedos, incrédulo por lo que tenía delante, el rostro de sorpresa sin llegar a creer todavía lo que estaba viendo.

- Joder… joder… pero que coño.

Repetía hasta la saciedad esas palabras mientras que miraba incrédulo el espejo, observaba la palma de mi mano una y otra vez, luego el brazo hasta los hombro y una vez más la mirada se clavaba en el espejo, con la otra mano me tocaba por encima de mi camiseta y con tocar, quiero decir a los dos pechos duros y redondos que tenía debajo de mi camiseta blanca de los Led Zeppelín, dos bultos que elevaban mi camiseta, no me lo podía creer, tenía pechos, y según me levantaba la camiseta resonaba nuevamente entre aquellas cuatro paredes la única palabra que parecía que saber.

- joder… joder… joder.

Agachaba la cabeza mirándome aquellos hermosos pechos con sendas areolas perfectas de un marrón claro y en el centro dos pezones realmente deliciosos, no me lo podía creer, me intentaba convencer de que seguía dormido, un sueño donde estaba observando con detenimiento como mis manos pasean por aquellos pechos pegados a mi cuerpo, que las yemas de los dedos dibujan las areolas y esculpiendo unos pezones tan sensibles al tacto que en un segundo se pusieron duros, seguro que era un sueño y tenía que despertar, aunque todavía no me había mirado el rostro o quizás si, no lo sé, pero cuando lo hice una cara de mujer, un rostro femenino y muy hermoso, con ojos grandes y verdes, melena castaña y unas facciones que los habría firmado la mismísima afrodita.

Era una auténtica aparición, la de un ángel con rostro y cuerpo de mujer, mis manos acariciaban mi rostro explorando suavemente, mis ojos, mis pómulos, mi nariz y unos labios carnosos y rosáceos, aquella exploración continuaba otra vez por encima de mi camiseta, apretándome los pechos, levantándola para ver un vientre plano y aterciopelado, no tenía claro si seguía dormido, si seguía soñando, si seguía…

- Joder, pero que coño - Me quede helado, mis manos habían seguido su camino descendente y debajo del pantalón de deporte, debajo de mi bóxer descubría que mi sexo ya no estaba allí, estaba plano como el de una mujer, no tenía ni pene, ni testículos, solo el bello seguido de una abertura en la piel, una raja que al meter los dedos en ella la sentí húmeda.

Mi rostro, mi nuevo rostro era todo un poema, reflejado en aquel enorme espejo que tan siquiera me acordaba de tener, miraba a mi alrededor y reconocía mi casa, pero no así sus muebles, miraba las fotografías colgadas en la pared y eran mis padres con una niña, con una adolescente, con una mujer de 19 años, pero que no era yo, era este rostro, este cuerpo reflejado en el espejo. Poco a poco iba buscando, descubriendo que en los armarios en vez de pantalones y camisas, había vestidos y blusas, en los cajones en vez de calzones y bóxer, había bragas y tangas, en el zapatero en vez de botas sucias, zapatos de tacón, ya había recorrido toda la casa, si era la mía, pero parecía cambiada y una vez más me quedé mirando fijamente aquel espejo, aquella mujer que tenía delante de mí y que era mi propio reflejo.

Empecé a desnudarme allí mismo hasta quedarme desnudo por completo o mejor dicho desnuda, me empecé tocar una vez más mis brazos y mis piernas, unas piernas suaves, sedosas y bien contorneadas, pase las manos por el pecho, por mi sexo y a medida que me iba tocando, me iba excitando, era todo nuevo para mí, zonas de mi cuerpo que habían pasado de no ser nada a zonas muy sensibles como mis pezones, otras que seguían igual como mi vientre que al pasar mis dedos por él, casi sin rozarme, se me erizaba el bello, pero sobre todo, por encima de todo, aquella zona donde antes me excitaba, donde se elevaba mi excitación ya no estaban, me sentía raro… rara, sentía en mi interior un… No sé que, en mi vientre un calor inusual, un calor que sentía como bajaba al tocarme, al pasar mi mano y mis dedos en donde antes tenía el pene y los testículos, ahora tenía un clítoris, unos labios húmedos, una abertura tan sensible como húmeda y mojada, era mi vagina.

A través del espejo veía como mis dedos jugaban por encima de la entrada de mi vagina, me estaba regalando varios escalofríos, movía mis dedos en forma circular y me veía en la imagen como cerraba mis piernas, como mi boca se abría queriendo gritar, el placer que me estaba dando al tocarme aquel pequeño botón rosáceo que iba aumentando su tamaño, endureciéndose, la sensación era inimaginable por mí hasta aquel momento, era evidentemente la primera vez que sentía algo así, era como si mil voltios de placer me atravesaran el cuerpo, inconscientemente chupaba mis dedos y volvía acariciarme, a pasar una vez más mis dedos en forma circular por el clítoris, nunca me había imaginado el placer que una mujer sentía al tocarlo, tampoco es que hubiera tenido muchas experiencias, pero las que sí tuve, simplemente las veía retorcerse de placer pensando que quizás era algo exagerado por la ocasión o por la excitación y ahora veía lo equivocado que estaba, o mejor dicho ¿equivocada?, el lío en mi cabeza era descomunal.

Mis manos estaban realmente entretenidas, una jugueteando con el clítoris y la otra con los pechos, en el reflejo se veía el placer en mi rostro, de mi figura ahora femenina que se iba sentando en el suelo de madera apoyándome sobre dos enormes cocines que se habían caído de la cama, ya en el suelo abría las piernas para ver mi sexo en el espejo, mis dedos acariciaban y abrían mis labios vaginales y podía ver la abertura de mi vagina, era una sensación que nunca antes había experimentado, el bello de mi piel se erizaba cuando veía que mis dedos empezaron a meterse en aquella raja húmeda y caliente, primero uno y luego otro, observe como en la imagen del espejo, mi reflejo se mordía el labio, había abierto un poco las piernas y mientras mis dedos se metían furtivamente dentro de mí, me masajeaba el clítoris haciendo que emitirá unos gemidos que empezaban a envolver la habitación, yendo en aumento cuando mis dedos penetraban más dentro de mí.

Cada vez más excitada me seguía masturbando mirando el espejo, había pequeñas treguas en las que me acariciaba los pechos, pellizcando mis pezones y terminaba saboreando los dedos envueltos en los fluidos de mi interior, mi clítoris era mi fiel compañero y una y otra vez de forma circular con dos dedos sacaba los gemidos más dulces, ya no hacía falta que chupara mis dedos para lubricarlo, simplemente pasaba mi mano, mis dedos por mis labios empapados de mí, notaba algo extraño y como era evidente nunca había sentido aquello, pero sentía como la humedad de mi interior se acrecentaba, tenía los labios muy húmedos y mi vagina totalmente mojada, mis dedos entraban y salían del aquel agujero rosado sin parar de gemir, me gustaba tanto que puse uno de los almohadones entre mis piernas y sentada sobre él, empecé a mover mi pelvis frotándome con él.

La imagen del espejo era sumamente pornográfica, como una amazona montada sobre un almohadón, moviendo mi pelvis hacia adelante y hacia atrás, la imagen de mi rostro empezaba a desencajarse, cerraba los ojos de placer y mi cabeza se echaba hacia delante con la melena cayendo a ambos lados cubriéndome los pechos, continuamente recogía mi pelo pasándolo todo hacia un lado y me echaba hacia atrás, estaba tan fuera de mí, que mis dedos habían desaparecido nuevamente dentro de mi vagina penetrándome más profundamente, moviéndose hacia dentro y hacia afuera, ahora con más rapidez mientras que con la otra mano pulsaba y acariciaba el clítoris sin parar de frotarme con el almohadón, gemía y gritaba de placer mientras me mordía los labios y tragaba saliva, sin saber muy bien todavía que era toda aquella brujería, brujería que, por otro lado, me encantaba.

Había dejado a un lado el almohadón y sentada de rodillas con mis nalgas sobre mis talones miraba y miraba el espejo, la cara de satisfacción, de placer y de pronto los gemidos se apagaron y dieron paso a pequeños gritos cada vez más altos, que me pasaba, hacía tiempo que notaba como por la vagina me salía una sustancia blanquecina y cremosa, pero esto era diferente, notaba una especie de quemazón en el vientre que se extendía por mi cuerpo, que paraliza mis movimientos e incluso hacía que tuviera pequeños espasmos, no sé cómo definir lo que sentía, era un placer incontrolable que me hacía gritar sin sonido para luego estallar en un grito atronador.

Mi vagina empezaba a inundarse, a chorrear algún tipo de líquido transparente, al principio más viscoso, pero luego era líquido y salía por mi vagina pequeños chorros intermitentes de los que yo no tenía control alguno, gritaba como una loca, solo gemía y gritaba con la respiración entrecortada, acto seguido volvía a masajear el clítoris y otra ola de placer acompañada de más líquido arrancaba nuevamente mis gritos, me estaba corriendo aunque no lo supiera todavía, estaba teniendo un orgasmo, el primer orgasmo como mujer, reía y gemía hasta terminar derrumbándome de espaldas arrodillada en el suelo delante de un charco frente a mí en el suelo de madera de la habitación.

Poco a poco recobré la conciencia y tras ducharme fue el momento de reflexionar qué es lo que había pasado, no estaba soñando de eso, estaba seguro, mejor dicho segura, me rompía la cabeza pensando en todo lo que me estaba pasando y fue cuando empecé atar cabos.

- Y si… joder no… no tiene sentido, pero no tiene otra explicación… ¿El espejo? ¿Ha sido el espejo? El deseo de anoche. – Pensaba en voz alta y terminaba por admitir que el deseo de alguna manera se había cumplido, ¿pero cómo?, ¿sería permanente?, ¿y si pedía otro deseo invirtiendo este?, ¿sería posible?, estaba lleno de dudas, durante el día pensaba, paseaba por toda la casa, no me acostumbraba a este nuevo cuerpo, en ocasiones pensaba como hombre y también como mujer y me estaba volviendo loco… Loca.

Poco a poco me iba descubriendo, haciéndome a la idea de aquella nueva situación, aquella nueva realidad y al final tomé una decisión, algo que descubriréis si queréis, más adelante, en la segunda parte.

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