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El show estelar

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Donde ahora se levanta una inmensa torre, supuestamente producto de fuertes inversiones (sólo los mal pensados sospecharían lavado de dinero), hace años estaba una famosa tienda con restaurante. En ella, la librería era famosa porque todos acudíamos a leer las revistas sin pagarlas y otros a ligar haciendo como que las leían, checar si valía la pena comprar tal o cual libro mientras disfrutaba uno la vista de las nalgas o las tetas de ésta madura o aquella joven, a la sección de tabaco acudían los que se sentían intelectuales por sus pipas y tabaco para ellas compradas con el dinero largamente ahorrado o depositado por sus papis que los seguían manteniendo y hasta vendían telescopios para aficionados a comprar lo que no necesitaban ni sabían usar.

El restaurante era famoso por discreto, miles de negocios ocurrían en sus mesas y otros tantos casos judiciales eran ventilados y arreglados en ellas, abundaban los parroquianos nostálgicos del ligue espontáneo que acudían a disfrutar de las piernas y las nalgas de las meseras del bar ataviadas de minifalda negra tableada, medias negras, chaleco rojo y perpetua charola en la mano de quienes uno nunca estaba seguro de que trajeran calzones. O por lo menos la fantasía es que no los trajeran.

Los baños eran otro cuento. Famosos porque allí pasaba de todo, ubicados en un sótano y bastante aislados del resto de la tienda-restaurante, eran ideales para muchas cosas, además de ir al baño. Un día que legítimamente fui a orinar, me di cuenta de cómo estaba la movida: había fulanos perpetuamente parados en un mingitorio fingiendo orinar, otros se les acercaban con unas pretensiones de discreción bastante cómicas y los más audaces echaban un vistazo a lo anterior y luego empezaban a asomarse por las ranuras de las puertas de los privados a ver qué les deparaba el azar. A veces allí se quedaban parados, mirando por la ranura, respirando agitados y sobándose la verga sobre el pantalón. Me intrigó la necesidad de mirar de éstos tipos, casi todos de apariencia respetable, oficinistas de multinacionales que vivían una doble y hasta triple vida, funcionarios de dependencias gubernamentales cercanas, casi todos trajeados, encoloniados, bien peinados, rasurados y guapetones. Eso me dio la idea.

Volví otro día para poner en marcha mi plan. Me encerré en uno de los privados y me senté completamente vestido, haciéndole al que allí estaba casualmente como que no quiere la cosa, fingiendo leer una revista. Escuché unos pasos lentos. Se dieron una vuelta por el lugar revisando a quienes había. El de los pasos llegó a mi puerta. Vi sus zapatos. Muy bien boleados, se apreciaba el final de un pantalón gris Oxford, casi seguramente parte de un traje. Un ojo atento podía adivinarse a través de la ranura de la puerta y allí se mantuvo un rato. Ésa era la señal que estaba esperando. Sin dejar de actuar al atento lector, pasé lentamente mi mano por el cuello en el gesto típico de “¡hace mucho calor!”. Con deliberada y desesperante lentitud fui desabrochando uno tras otro cada uno de los botones de mi camisa. Y empezó el show estelar. Muy lentamente me fui levantando al tiempo que me quitaba la camisa. Muy poco a poco. Descubrir el pecho. Acariciármelo. Tocarme los pezones. Ensalivar un dedo y pasarlo por un pezón. Lengua ensalivadora al dedo, pasarlo por el otro pezón. Lentamente. Amasarme el pecho, que se antojara la carne poniendo cara de modelo de revista porno que parecen gozar de una imaginaria verga que las taladra secretamente ante cámara. Recorrer otra vez el cuello, mesarme el largo cabello sufriendo de ése agobiante calor que tan bien se ve en las fotos. Agarrar un discreto ritmo como si bailara una calmada de verdad muy calmada. Y como la luz me caía de arriba hacia abajo, aquello era ideal para un show.

Una camisa, bien usada, da para mucho en un strip-tease. Le di la espalda a la puerta y descubrí un hombro, acariciándolo, besándolo, lamiéndolo. Después el otro. Tenía la camisa a media espalda y me la volvía poner bruscamente sólo para repetir la operación de enseñar los hombros. Alcanzaba a escuchar una respiración agitada del otro lado de la puerta. La camisa terminó finalmente colgada de un oportuno ganchito pegado en la pared.

Sin detenerme, aún de espaldas a la puerta y moviéndome con la cadencia de la música calmada que nadie escuchaba, acaricié con ambas manos mi cuello, mis hombros, acariciaba mis propios brazos lentamente besando y lamiendo mis bíceps, acariciándolos con mi propia cara. Acaricié mi pecho de espaldas a la puerta, que se imaginara el espectáculo y cuando calculé que a mi mirón la desesperación le llegaba a niveles poco saludables, me giré con lentitud con mis manos acariciando mi pecho, pellizcando mi pezones y poniendo cara de mucho placer.

Mis manos descendieron a mi entrepierna y sobre mi pantalón acaricié mi verga, que se notara que estaba muy parada. Metí una mano, lentamente, por el pantalón: mira cómo me agarro la verga para masturbarme. Comencé a oscilar lentamente, como si estuviera embarrando mi verga en las nalgas de alguien muy ganoso y rogaba porque en ése momento no fuera a sonar la alerta sísmica porque iba a ser particularmente peliagudo salir a toda velocidad poniéndome la camisa, ya deja tú lo de traer la verga bien parada. Con la mano dentro del pantalón agarrándome la verga, giré otra vez dando la espalda a la puerta y ahora metí mi otra mano por la parte trasera del pantalón para sabrosearme las nalgas, para darle a antojar mis nalgas que yo mismo gozaba como si fueran las de alguien más. Abría mis piernas para que se me pegara más el pantalón y la escena fuera más morbosa. Aún de espaldas a la puerta abrí mi cremallera para sacarme la verga y que el mirón notara que lo hacía, que se imaginara mi verga afuera ya y recibiendo mis caricias.

Con cruel lentitud bajé mi pantalón hasta las rodillas, luciéndole mis nalgas y mis muslos que nunca dejé de acariciar. Me empiné para que gozara de mi culo al abrirme las nalgas y pasarme los dedos acariciándolo, que me viera los huevos al agarrármelos y se le antojaran.

Giré con la verga en la mano sabiendo que era lo que mi mirón quería ver. Con una mano masajeaba mis huevos y con la otra acariciaba mi verga, luciéndosela, presumiéndole su grosor y dándosela antojar. La mano que tenía en mis huevos también recorría mi cuerpo. Empecé a mirar directamente a la ranura de la puerta donde sabía que estaban los ojos de mi mirón. Quiso abrir la puerta pero al estar ésta asegurada por dentro, no pudo. Sabiendo que me miraba, con una mano libre (la otra no soltaba mi verga) le hice un lento gesto de calma y después llevé un dedo a mis labios para imponerle silencio. Ése dedo lo chupé como si de una verga se tratara.

Saber que me estaban viendo tenía mi verga durísima. Descubrí que me gusta ser visto y admirado, deseado sin que pudieran alcanzarme. Comprendí lo que muchas mujeres saben. Seguí masturbándome lentamente, tenía un show que dar y no podía defraudar a mi público. Me masturbaba y movía mi cuerpo cadenciosamente como si cogiera a alguien lentamente. Y al fin me vine, eyaculé cantidades mayúsculas de semen, sentí fuertes las contracciones de la pelvis, el culo y hasta los huevos me dolieron. Todo mi semen acabó contra la puerta.

Muy lentamente me vestí. Mi mirón quiso otra vez entrar. Ésta vez le hice con la mano el gesto de mostrarle cinco dedos y después señalar con el índice hacia un allá imaginario: “en cinco minutos te veo allá afuera”. El mirón lo comprendió y salió hecho una bala.

Lo que el mirón no sabía, porque no alcanzó a verlo, es que yo tenía una mochila con un pantalón diferente y otra camisa, un look totalmente diferente al que vio. Até mi cabello en una cola de caballo y salí con paso firme y decidido, parecía un joven profesionista sin otra particularidad. Aún dentro de la tienda compré cigarros y unos chicles, me aseguré que nadie me seguía y pude ver al mirón esperando al inicio de la escalera descendente que conducía a los baños. Había pasado junto a él sin que se percatara. Sonreí y me fui muy quitado de la pena. Me estaba volviendo adicto a vivir mis fantasías. Si éste país no fuera tan mojigato, habría hecho el mismo show ante mujeres.

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