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Elena la ganadera

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Los ronquidos la despertaron, iban al unísono, pensó que debía ser la primera hora de la mañana porque en aquel momento se oían los primeros ruidos de los camiones. Cuando abrió los ojos vio que el brazo peludo rodeaba su cintura, la mano regordeta en uno de sus dedos lucía un ostentoso anillo de oro falso con una cabeza de león. Notaba como en su espalda la barriga en cada ronquido se hinchaba y se contraía. Se dio la vuelta y observo una calva reluciente, de sus orejas salían pelos y bajo la chata nariz destacaba un bigote de morsa blanco, su pecho y barriga eran velludos así como su pubis, bajo la cual yacía un pene semiflacido. Tenía la boca seca, intentaba despejar su cabeza pero le dolía. Notaba restos de semen reseco en su cara y pechos. Se levantó de un salto, al incorporarse de su coño le cayeron restos de semen al suelo. Las dos camas individuales habían sido juntadas y en el otro lado roncaba otro individuo, era grandote, cara redonda y lucía media calva canosa, entre sus piernas un miembro flácido generoso en grosor. Busco su corto vestido de la noche anterior, pudo encontrarlo en un rincón de la habitación, sus medias en el otro rincón, sus zapatos debajo de la cama, lo único que le faltaba era su ropa interior. Opto por irse deprisa, la habitación tenía el ambiente cargado, olía a tabaco, a sudor y a sexo.

Elena el día de su veintisiete cumpleaños las cosas (por ser cosas) no le salieron como se esperaba, se sentía mortificada y pensaba que quizás era hora de volver a tener una relación “estable”.

Despeinada y ojerosa con los generosos pechos boteando salió al pasillo y subió al piso superior ante la mirada de dos camareras de pisos que estaban limpiando.

— Ni los buenos días ya, ¿has visto con que soberbia nos ha mirado? — dijo una de las camareras — ¿De dónde sale la pava esta ?

— De la 309, la habitación de esos dos asquerosos — contesto la otra.

— La verdad es que apestaba macho que no veas, hay gente para todo. ¡Puta asquerosa!

— No te quepa ninguna duda — dijo al mismo tiempo que sequía barriendo.

Al llegar a su habitación se miró en el espejo, estaba horrible, sus ojeras, sus labios pintados corridos. La noche anterior había celebrado su cumpleaños con su familia, se había pasado de copas, después había cogido el último bus a las tantas, había llegado al hotel a deshoras. Se vistió deprisa, con el vestido que tenía reservado para esa noche, le sentaba bien, provocador, pero valía la pena. Elena era de baja estatura, pero corpórea, de grandes pechos turgentes y espaldas anchas, su culo armonioso subido espigón tirando a grande la complementaba bien en ese cuerpo robusto, sin grasas ni protuberancias antiestéticas. Tenía la cara de su madre, angulosa de pómulos marcados, nariz pequeña y mentón saliente. Sus ojos negros saltones le daban esa vivacidad eléctrica en la mirada.

Se duchó y se puso el tanga de hilo y el sujetador a juego, soltó su media melena morena con mechas. Se puso el vestido escotado con falda corta y bajó al bar. Su cuerpo felino se insinuaba a través del traje ceñido, se sentía segura de si misma, era la dueña de la noche. El ambiente estaba aburrido, solo unas parejas de mediana edad y unos estrafalarios maduros vestidos con traje barato en la barra. La primera opción y su cansancio en primera instancia le hicieron por optar por el apuesto camarero, fue elección errónea, ya que se percató de que su novia lo esperaba en la misma barra. Bebió un Gin Tonic y analizó sus posibilidades. Eran pocas. Por descartes de la concurrencia solo quedaban los dos personajes de la barra.

Una hora más tarde ya hacía deslefar a uno de ellos mientras el otro grandullón salía del baño. No aguantó la mamada, y en tres subes y bajas con la mano vació en una abundante corrida. El grandullón sin más dilación la montó a galope tendido tras el cual no tardó en emitir sonidos guturales y se vino dentro. Al rato al quedarse dormida noto como la volvían a montar uno tras otro, y está vez vaciaron sobre ella.

Ya era de día tenía que ir de compras, se ducho y se puso el chándal rosa. Hizo unas llamadas a su familia y a Ester. A las once bajo para ir al centro.

En el mismo momento que bajaba los dos personajes de la habitación 309 estaban en la barra del bar, enseñaban al veterano barman un sujetador uno y el otro un tanga.

— ¡Pues si! Vaya puta noche de cojones — decía el gordo al barman en tono gravemente alto — como te decía, ¡nos la tiramos! No veas, la hostia puta.

— ¡Qué puta suerte, joder! — contesto el barman — no todos los días se pilla una jamelga joven ¡ Qué suertudos, la hostia puta, joder, joder y joder, no me lo puedo creer!

— Y no veas, el cabronazo — dijo el grandote mientras miraba al gordo — ¡ya se corrió en la mamada! Cuando yo salí del baño ya echaba la lechada. Y no veas como estaba de buena la hijaputa. ¡Le metí dos polvazos! ¡je,je,je,je!

Elena procedía de una pequeña región ganadera, se había criado entre ganado, hasta no hacía mucho ordeñaba vacas junto a sus padres. Tuvo novio — también ganadero — hasta los veinticinco años. Sus diversiones eran en irse a otro pueblo cercano los fines de semana y los domingos por la noche volvían. Con el paso del tiempo a Elena este tipo de vida no la complementaba, necesitaba más vivencias gracias a la llegada a su casa del mundo virtual de un ordenador. A sus veintitrés años descubrió el mundo del sexo a través de una pantalla. Junto con su novio quiso experimentar esas nuevas oportunidades del sexo que se le hacían nuevas. Pero su novio carecía de esa iniciativa de cara al sexo y se mostraba ajeno, sin esa iniciativa, por lo cual todo se hacía monótono. Elena solo habiendo conocido a su novio trabajador y bonachón novio le llego la oportunidad con la llegada de elementos externos novedosos como fue la llegada de un nuevo comprador de mercancías de la ciudad, el cual cada semana enviaba algún camión para la carga de leche. No nos extenderemos mucho en detalles sobre está época y solo diremos que después de una vida rutinaria Elena en momentos puntuales era tumbada y era gozada por los camioneros.

El cambio radical de su vida llego a los veinticinco años en un día de tormenta veraniega, fue el día en que conoció a Ester.

Ester tenía 42 años, alta, delgada, de labios carnosos, cara ruda y gastada, morena de pelo corto. Venía con un todoterreno. Se excusó que se habían perdido con la tormenta, estaba de excursión y era incapaz de encontrar el camino de vuelta. Su madre la hizo pasar, incluso la invitó a café. Estaba mojada, era un día de perros. Ester se deshizo en alabanzas hacía la granja, dijo que envidiaba esa vida rural ganadera, les dijo que gente joven como Elena era la que hacía honrar la profesión de ganaderos. Su madre acogió con agrado dichos elogios y le dijo que el cabeza de familia no estaba, pero que Elena le indicaría el camino ya que ella debía atender otros quehaceres. Momentos después Elena se encontraba con Ester en el todoterreno indicándole el camino.

— ¿Te gusta este trabajo, no te aburres aquí? — preguntó Ester.

— La verdad es que no hay mucho donde ir, a no ser la granja, el pueblo más cercano está a 15 kilómetros, ¿usted es de aquí, no?

— No, del más cercano a la ciudad, a unos 30 kilómetros.

— ¿A qué se dedica? — pregunto Elena.

— Masajes, doy masajes. Y llámame Ester, hay confianza. La verdad es que he venido para hacerte una propuesta de trabajo, me han dado referencias de ti.

— ¿Quién? No sé quién puede… estoy asombrada — dijo incrédula Elena.

— Uno de por allí, no tiene importancia, solo decirte que conduce un camión, a veces os lo pasáis bien, digamos — dijo al mismo tiempo Ester con una mirada de complicidad.

— ¿Qué tipo de trabajo es eso?

— Masajes relajantes con… ya me entiendes… no te hagas la tonta…

— ¡Yo no soy una puta!

— Nadie ha dicho eso, digamos que es un poco como ordeñar una vaca — dijo Ester en tono sarcástico — y voy a pagarte, podemos hacer una prueba, ¿qué respondes? — dijo al mismo tiempo que llegaban a la carretera y le daba una tarjeta —. Este fin de semana puedes venir.

— Bueno… me tienta, la verdad… igual vengo… Bueno, vendré.

Elena se paso las noches mirando videos de masajes, incluso llamó a Ester, la cual a modo de cursillo didáctico se conectaron vía skype en pleno masaje con clientes. La proposición de Ester le tentaba, ya casi habían roto con su novio y ese fin de semana sería una buena excusa.

Elena se presentó al atardecer al lugar convenido. Era un local de tres piezas — recibidor y dos habitaciones con sus baños —, no lo que se pensaba ella, solo estaba Ester.

— ¡Cuánto me alegro de verte Elena ! Ponte la bata blanca, a modo de debut vendrá un buen cliente, es algo exigente, pero le he dicho que hoy será gratis, creo que lo harás bien, has puesto interés.

Elena se puso la bata blanca como le había indicado Ester — debajo solo sujetador y tanga — y empezó a calentarse las manos como le había aconsejado.

— ¿Qué pide este cliente? — pregunto Elena.

— Le gusta un buen completo, la paja, la mamada, el testicular y el beso negro. ¿Será demasiado, quizás?

— No, tengo ganas de probar.

— ¡Así me gusta!

A la media hora llego el cliente, le había informado que era el encargado de una de una de las fábricas y que cada fin de semana venía. Tenía 54 años, alto, con perilla canosa y barriga cervecera, velludo, de cara hinchada y mirada de cerdo.

Entraron, nada más entrar se desnudo y se tumbo en la camilla, su cipote ya apuntaba al techo, sus huevos peludos colgaban.

— ¡A la faena, nena, a ver si me relajas! — dijo en tono viril.

Empezó con un masaje torácico, hasta llegar al interior de los muslos como había visto en los videos, el pene parecía tener vida propia, solo iba dando bandazos.

— Vamos a pasar a la espalda — dijo Elena.

— No continua así, empieza por ahí abajo — dijo con mirada de cerdo.

Elena empezó como en la granja, con una maniobra de ordeño, se unto las manos y cogió el pene de dimensiones considerables por su base, al mismo tiempo que con el pulgar y el índice amarraba los testículos tensándolos. El ritmo cardíaco del hombre aumento, con la boca cerrada empezó a exhalar gruñidos. Elena se abrió la bata. Los ojos de cerdo del hombre empezaban a ser cristalinos. Elena empieza un sube y baja mientras atenaza los testículos mientras el hombre suspira y le hace señas de querer quitarle el sujetador. Elena se saca los pechos que quedan tensados por el sujetador en su parte baja. Continua el pajeo, el hombre murmura:

— ¡B-b-b-boca! ¡P-p-por favor, booca! — dice mirándola a los ojos.

Elena le abre el pequeño agujero del glande con el pulgar y el indice y le mete la lengua. De forma inmediata el hombre emite un mugido de satisfacción. Le pasa la lengua por tronco de arriba abajo y después la engulle con la boca; no puede abarcarla toda. Pero en un cabezazo como ha visto en las películas se la incrusta hasta la campanilla. Resuena en la habitación ¡gak! ¡gak! de la garganta de Elena, se la mete en la boca una y otra vez, hilillos de saliva van deslizándose por el pene.

— ¡Ohhh! ¡Mmmmm! ¡Ahhhh! ¡Qué bien lo haces cabrona! ¡Sigue! ¡Sigue! — dice el mismo tiempo que Elena le masajea los testículos con la otra mano — ¡¡Cómo me gusta!! ¡¡Joder, joder y joder!! — grita mientras ahora Elena le succiona los colgantes testículos uno por uno en sonoros chupeteos — ¡¡Dios!! ¡¡Dios!!

Elena es consciente que lo tiene a su merced, está segura de si misma. Las manos peludas del hombre se aferran desesperadas a la camilla de masaje. Aprieta los dientes.

— ¡Cómeme culo! — dice el hombre levantando las piernas y cogiéndoselas por las rodillas con sus manos quedando dobladas al aire.

Elena abre las nalgas y tras una mata de vello blanco asoma el agujero anal. Lo lametea de arriba abajo, estira todo lo que puede la lengua y la mete en el conducto y una vez allí mueve la punta. El hombre puede ver como los ojos de Elena asomando arriba se de sus testículos y polla, son como las de una gata acechando. El corazón del hombre empieza a retumbar. Pumba, pumba, patoom. Elena en esa posición le pajea la polla. La respiración del hombre se vuelve larga y cansada.

— ¡¡Ohhh!! ¡¡Ahhh!! ¡¡Vo-vo-voy a… Voy…!! ¡¡Voy a correrme!! ¡¡Me… me… me… me!! ¡¡Me corrooo!!

Elena vio como el primer chorro le llegaba al ombligo del hombre, acelero la paja y puso la polla en vertical, entonces hubo una segunda corrida potente que describió un arco para caer sobre el pecho velludo. La tercera descarga fue de menos magnitud quedando los restos en las manos de Elena. Tras un largo suspiro del hombre se hizo el silencio. Elena volvió a subirse el sujetador y atarse la bata.

Ester estaba eufórica.

— Me ha dicho que ha sido impresionante el cliente. Que eres una jabata. Me ha dicho que ha disfrutado como un berraco. Pones pasión y eso me gusta. ¿Qué maniobra has empleado para que descargara?

— Beso negro profundo intenso con pajeo a la par con ritmo acelerado.

— Se habrá corrido bien…

— Si, ha dejado una buena lechada — dijo Elena mientras se lavaba las manos y hacía gárgaras para quitarse los molestos pelos de la boca.

Había sido un fin de semana agotador, el domingo tenían previsto salir temprano a tomar algo aunque a última hora un maduro marinero había solicitado doble presencia de masajistas, así que con la puerta cerrada el último cliente ya deslefaba; Elena, se ocupó de sus testículos y Ester recibía una lechada bucal.

Entre las dos el fin de semana habían hecho 30 servicios. Las manos de Ester estaban agarrotadas y la boca acalambrada, había pajeado, dedeado culos, mamadas y comidas de culo de todos, los tipos de pollas eran grandes, pequeñas, peludas, depiladas; así como los huevos y culos... Pero estaba satisfecha. Al término de la jornada se dirigieron a tomar unas copas.

 

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