Nuevos relatos publicados: 0

¿Hay alguien ahí?

  • 12
  • 16.933
  • 10,00 (2 Val.)
  • 2

8 am.

Poco después de sonar el pitido de su despertador, se levanta de la cama. Es viernes. En principio, a la noche llegará su marido. Lleva toda la semana en Italia por negocios. Y aunque tiene unas ganas tremendas de que vuelva, lo cierto es que no le ha ido nada mal estar sola durante estos días. Anda liadísima con el desarrollo de una nueva app que en breve saldrá al público, y anda ultimando detalles. Todo tiene que estar perfecto para su estreno.

Con los ojos todavía a medio abrir, entra en el baño y se sienta. Hace pipí. Se limpia. Tira de la cisterna al levantarse. Pero no vuelve a ponerse sus braguitas. Las deja en el cesto de la ropa sucia, al igual que su camiseta de dormir con dibujitos de Pocoyó. Después, gira el grifo, dejando correr unos segundos el agua mientras espera sentada, desnuda, al borde de la bañera.

̶¡Ah!  ̶ exclama, al entrar ̶ ¡Qué fría!

Pero unos instantes más tarde, su cuerpo se habitúa a la temperatura. Se relaja. Disfruta las caricias del agua recorriendo su cuerpo desnudo. Acariciándolo. Perdiéndose en ella…

̶¿Hola?  ̶ pregunta tras cerrar el grifo ̶. ¿Hola?  ̶ repite de nuevo, esta vez más alto.

Las dudas hacen que agarre una toalla para después secarse y salir de la bañera. Le ha parecido escuchar algo, pero no sabe exactamente el qué. Ni siquiera está segura de si el ruido procedía o no de la calle.

̶ ¿Alejandro?  ̶ pregunta, esperando como respuesta la voz de su marido. Pero solo hay silencio.

Me estoy volviendo paranoica… piensa para sí misma. Desde el lunes está sola en casa, y es una apasionada de las películas de terror y suspense. Cuando llega la noche, son su momento de desconexión. Pero claro, eso trae consecuencias. La cabeza le juega malas pasadas, sobre todo cuando está sola.

Sale del baño con su toalla envolviéndola. Cubre sus pechos, y apenas alcanza a rozar sus muslos, dejando al aire zonas muy interesantes al caminar.

Cruza su dormitorio. Recorre el pasillo, asomándose en cada una de las habitaciones. El despacho. El baño principal. Y acaba en la cocina, en donde tampoco hay nadie. Nada extraño.

Al conectar la radio se escucha un tema de Fito & Fitipaldis. Se prepara un café. Unas tostadas con mantequilla y mermelada. Y mientras desayuna, repasa mentalmente las tareas de la mañana, los mails que tiene que enviar y los contenidos que debe revisar antes de publicar nada.

Recoge y limpia, tras terminar su desayuno, y sale al pasillo, dispuesta a ponerse algo cómodo antes de encerrarse en su despacho. No es plan de ponerse a trabajar con esa indumentaria. En alguna ocasión ya tuvo un descuido, y no se acordó de que iba en ropa interior hasta ya comenzada la videoconferencia. Bochornoso para ella. Delicioso para los demás.

Pero qué… se dice, quedando inmóvil al principio del pasillo. La puerta del armario al final de éste, está entornada. Y está convencida de haberla visto cerrada.

̶ ¿Hola?  ̶ dice, con su voz temblorosa ̶. Voy a llamar a la policía.

A pocos pasos, y en dirección opuesta, se encuentra la puerta principal. Si ve algo extraño salir de ese armario, lo tiene fácil para huir.

Pero no se escucha nada. Solo silencio.

Alarga la mano y sujeta lo primero que alcanza, justo a la entrada de la cocina. Un enorme cucharón sopero. Y camina. Camina despacio. Descalza y en silencio, hasta quedar justo en frente del armario. Se dispone a abrir la puerta y, al mismo tiempo, levanta el cucharón sopero con intenciones obvias...

¡Abre de un tirón y golpea! ¡Golpea repetidas veces! Pero solo hay abrigos… y una ridícula situación.

Joder… Exhala, aliviada.

Cierra el armario. Pero algo es distinto. El ambiente ha cambiado y percibe algo, aunque no sabe explicárselo. Es como si el aire que la rodea en ese espacio se hubiera movido, para hacer hueco a otra forma. A otro ser.

Y se da la vuelta…

Un hombre alto. Corpulento. Vestido completamente de negro. Con botas militares y guantes oscuros. Y un pasamontañas, que solo deja ver sus ojos y su boca, cubre su rostro dándole un aspecto terrorífico.

Comienza a caminar hacia ella, recorriendo lo largo del pasillo, a paso firme, seguro, retumbando a cada paso que da. Bum, bum, bum, bum.

̶ ¡Aaaah!  ̶ grita ella con fuerza, y cuando el hombre se dispone a sujetarla, ¡zas! Golpea con fuerza su cabeza con el cucharón sopero.

Ella lo rodea e intenta escapar hacia la puerta principal, pero el hombre encapuchado logra sujetarla. Primero de un brazo, y después del otro, quedando bien sujeta. Se encuentra atrapada.

̶ ¡Socor...  ̶ intenta gritar, pero rápidamente, consigue tapar su boca colocando su mano enguantada sobre esta.

La levanta, apoyando su espalda en su varonil pecho. Ella, prisionera, apenas puede hacer nada, más que dar patadas al aire y forcejear inútilmente. El olor a cuero de su guante. El miedo. No puede hacer absolutamente nada. Está indefensa.

El hombre, con su aspecto de villano, saca de su bolsillo lo que parece un trapo. Lo introduce, no sin esfuerzo, en la boca de ella, amortiguando sus gritos y dejando en vano los intentos de la joven presa por pedir ayuda. Después, saca un rollo de cinta americana, rodeando su cabeza y boca, consiguiendo silenciarla casi por completo.

La lleva hasta el salón y la lanza sobre la alfombra de pelo que recubre el suelo. Ella, boca abajo, intenta que no logre encintar sus muñecas. Pero es inútil. Él es más fuerte. Mucho más fuerte. Y, finalmente, acaba por rendirse debido al cansancio del esfuerzo realizado. Solo le queda esperar a que todo pase. Rezar, para que sea rápido.

Escucha el sonido de un cinturón al desabrocharse. El de un pantalón al bajarse. Pero no logra ver nada en esa posición, y le falta el aliento para seguir gritando. Siente la mano del intruso. Siente sus dedos. Ya no lleva guantes. Logra verlos en el suelo, a pocos centímetros sobre su cabeza. Y comienza a tocarla. Sus piernas… Sus muslos… Ella atrapa su mano con el interior de estos. Aun así, no es suficiente para evitar que alcance a tocar su coño… Su coño peludo. Muy peludo.... A su marido Alejandro le da mucho morbo, incluso le excita que nunca se quite el vello de las axilas. Por ella encantada, aunque prefiere que él sí vaya depilado por completo. Incluso su desgarradora polla.

Y lo acaricia. Acaricia su coño con delicadeza. Con tanta delicadeza, que consigue hacer que se relaje y deje sus piernas entreabiertas. Ella, no quiere que le haga daño. Él, tampoco desea hacérselo. Y pasa sus dedos. Recorre su raja, arriba y abajo, masajeando su botoncito mágico. Haciendo que incluso llegue a mojarse. Se empapa de sus flujos, a pesar de la situación. O por la situación…

Él se empalma. Está muy caliente. Su polla, cubierta de venas en relieve y dura como un enorme consolador, está más que lista para perforar a su hermosa víctima indefensa. Es la primera vez que hace algo así, y piensa disfrutarlo.

Se tumba sobre ella. Agarra el pollón por su base, y recorre, acariciando con su glande húmedo y rosado, la raja del culo de su prisionera, para finalmente, entretenerse en su ano y juguetear con este.

̶ ¿Qué dices?  ̶ pregunta el encapuchado con voz grave e imponente.

Ella balbucea algo ininteligible.

̶ Hace días que no te tocan este chochito tan rico… ¿verdad, zorra?  ̶ dice él, encarando el pollón a las puertas del coño peludo y jugoso.

Ella, sigue en sus intentos de decir algo. Pero sigue sin entenderse, a pesar de alzar su voz.

Y grita. Grita por miedo, o por placer, cuando la penetra con semejante armatoste. Introduce su polla hasta el fondo de una tacada. Y sigue gritando, o más bien gimiendo, cuando empieza a follársela de ese modo tan salvaje. Aprisionada y con su rostro pegado a la alfombra. Maniatada y amordazada. Víctima de ese bruto enmascarado, haciendo lo que desea con ella. Tratándola como a un juguete. Como a una muñeca inmóvil sin poder de decisión.

Y acelera. Acelera su ritmo. La embiste con fuerza. Con tanta fuerza que avanzan sobre la alfombra a cada penetración. Y ella berrea descontrolada. Rendida por completo. Totalmente entregada a su agresor. A su feroz violador.

Ella se retuerce. Sus espasmos pélvicos y sus gemidos, presos por la improvisada mordaza, advierten al hombre enmascarado. Se está corriendo. La joven zorrita se está corriendo, y lo hace como nunca. Sus contracciones descontroladas. Los temblores sacudiendo todo su cuerpo. Eso le pone aún más cachondo y no va a tardar en correrse. Pero espera, y sigue follándola bien duro, hasta estar completamente seguro de que ella acabó de hacerlo. Y así es. Cuando ella acaba, el hombre saca su arma venosa del interior, para encararla de nuevo a las puertas de ese bonito trasero.

Ella grita, o eso intenta. Forcejea inútilmente, intentándoselo poner difícil. Pero no lo consigue, y acaba siendo también perforada por su culo. A modo de taladro percutor, el enmascarado, tan solo consigue penetrarla en unas pocas ocasiones antes de llegar al inolvidable éxtasis.

̶ ¡Ah! ¡Ah!...  ̶ exclama él, soltando un inagotable chorro espeso dentro de ella.

Y con su polla todavía dentro, se queda un largo rato tendido sobre su víctima, inmóviles ambos, exhaustos por tanta tensión.

Finalmente, él gira su cuerpo para caer rendido al suelo. Momentos después, libera las muñecas de la mujer. Ella, literalmente, arranca la cinta americana que cubre su boca y escupe el trapo que apenas deja que respire, descubriendo que son unas bragas limpias de ella misma.

Ambos se incorporan, cuando la mujer, furiosa, arranca la capucha de ese violador enmascarado justo antes de propinarle un sonoro bofetón.

̶ Hijo de puta…  ̶ pronuncia, rabiosa.

7:50 am.

Entro sigilosamente. Imposible no hacer ruido a cada paso con mis nuevas botas molonas último modelo. Veo mi reflejo en el espejo de la entrada y, joder, cómo impresiono. Me pongo la capucha mientras me observo. Parezco todo un malote de película. En cualquier momento, aparece Chuck Norris para socorrer a mi futura víctima indefensa y darme de ostias hasta en el carné de identidad.

Céntrate… me digo a mí mismo.

Recorro el pasillo. Me asomo al dormitorio principal. Todavía duerme, aunque no debe faltar mucho para que suene su despertador. Siempre a las 8 en punto. Pero no... Tengo que hacer algo un poco más… peliculero. Voy, sigiloso, al salón. Me siento en un sillón, y decido esperarla sentado en él. Una imagen icónica. Cuando ella aparezca, verá a un intruso en su sillón. Míticas escenas en la que James Bond se veía sorprendido por su villano.

Escucho su despertador. Un cosquilleo recorre mi cuerpo. La adrenalina. Y espero. Espero mucho. Y me aburro. La escucho entrar en el baño. Escucho el chorrito de su pipí caer en el agua. Incluso escucho el sonido de lo que parece un dulce pedete de princesa. Después, se da una ducha.

Última ocurrencia. Me levanto y acerco una pequeña lámpara. La coloco en el suelo, cercana al sillón. La enciendo. Sí… Ni Quentin Tarantino. Aunque… debería mover un poco el sillón para quedar mirando a la puerta. Pero al hacerlo…

̶ Mierda…  ̶ susurro.

̶ ¿Hola?  ̶ pregunta, desde el baño.

Me ha escuchado. Joder… Joder…

̶ ¿Hola?  ̶ repite de nuevo.

¡Cambio de plan! Apago la lámpara y vuelvo a dejarla en su lugar. Tengo que esconderme. El armario. ¡Rápido!

̶ ¿Alejandro?

Una vez dentro, espero. Pienso. Creo escucharla recorrer el pasillo. El corazón me va a estallar. Que no abra, que no abra… No estoy hecho para esto.

…de esas que dicen te quiero si ven la cartera llena. Se escucha sonar una canción. Está en la cocina. Bien. Tengo que conseguir algo para atarla. Atarla y amordazarla. Abro el armario con cuidado. Me asomo. No hay nadie. Salgo, y me dirijo al dormitorio. Busco, y acabo por alcanzar unas braguitas plegadas que hay sobre la cómoda. Cinta americana… me digo.

Recorro el pasillo. Me asomo por la puerta de la cocina. Ahí está ella, con su pelo mojado y una toallita que apenas cubre su cuerpo, dejando ver gran parte de su culo. Cruzo al otro lado sin que me vea. Llego al recibidor. Busco en los cajones. ¡Ajá! Cinta americana.

Cambio de planes. Vuelvo al salón. Me gusta la idea del sillón. Y llego al pasillo.

Joder…

8:30 am.

̶ Hijo de puta…  ̶ pronuncio, rabiosa, después de soltarle un bofetón.

Él, sorprendido, se toca la cara y encoje sus hombros.

̶ Me has dado un susto de muerte, imbécil  ̶ le reprocho.

̶ Creo que me lo he currado… ¿no? Se trataba de sorprenderte y…

Su carita de pena siempre funciona. Y, la verdad, tiene razón. Se trataba de sorprenderme. Hace semanas que salió el tema en una cena entre parejas de amigos. Ya ni me acordaba. Estuvimos conversando sobre fantasías. Pero no sobre las típicas fantasías recurrentes, sino sobre las que todos ocultamos en un rinconcito de nuestra cabeza y que tan solo se descubren tras unas copas de más. ¿La mía? Ser violada. Sorprendida, forzada e inmovilizada, para luego follarme bien duro, sin que yo pueda hacer nada. Claro que… debe hacerlo alguien que a mí me guste. Que me haga lo que me gusta. Y como a mí me gusta… claro. Eso no es que te violen. Eso es que un tío bueno te lea la mente, so zorra, contesta una de mis amigas entre risas. Y sí, creo que…

̶ Creo que sí… Te lo has currado, amor  ̶ le digo, agradeciendo su esfuerzo.

Le doy un beso. Abrazo a mi hombretón. Lo miro.

̶ ¿Y esa indumentaria?  ̶ pregunto, sonriendo a modo de burla.

̶ Es mi indumentaria de malote  ̶ contesta, orgulloso.

Alejandro es aficionado a esas ridículas pelis de acción. Es más, si tuviéramos un gato, apuesto a que me lo habría encontrado esperando en el sillón del salón, acariciándolo e iluminado por una luz tenue a modo de villano. Seguro.

̶ ¿Cuándo volviste?  ̶ pregunto, confusa ̶. ¿Y tus cosas?

̶ El avión aterrizó al amanecer. Tengo las maletas todavía en el maletero del auto…

Yo solo asiento. No sé qué decir, visto el trabajo que ha tenido para llevar a cabo su plan.

̶ ¿Cuándo te diste cuenta de que era yo?  ̶ pregunta, curioso.

Yo sonrío.

̶ Al golpearte con el cucharón. Tus gestos. Tu manera de quejarte… Eres un poquito… niña.

̶ Ah… Está bien…

Yo río. Río mucho. Y vuelvo a besar sus labios.

̶ ¿Sabes? Voy a tomarme la mañana libre  ̶ le digo casi susurrando ̶. Así que… date una buena ducha y desayuna fuerte, que…

̶ Que…

Levanto mis cejas repetidas veces, y lo capta a la primera. Sí, nene. Ahora que has empezado, vas a tener que seguir.

(10,00)