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Historias del despacho

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Terminaba mi licenciatura en derecho, cédula en trámite pero toda la actitud. Por esos días trabajaba como becaria en una agencia especializada en asesoría fiscal y matrimonial. Precisamente donde me desempeñaba como ayudante en apoyo a parejas divorciadas o en proceso de.

El despacho constaba con la renta de los últimos dos pisos de un pequeño edificio de ocho plantas. Yo de desempeñaba en el séptimo piso con dos compañeros; cada uno ocupando un cubículo modesto de tamaño, y mi jefe, el que sería el segundo al mando en la empresa y con quien compartía una oficina un tanto más grande dividido a partes desiguales por un muro de tabla roca, que me relegaba a un cubículo en lo más recóndito en un estrecho recoveco, donde a duras penas cabía mi escritorio y un par de anaqueles repletos de documentación.

Arriba, en el último piso, se encontrarían cuatro de los más veteranos trabajadores, entre ellos nuestro director general, quienes se encargaban de casos empresariales más importantes.

Íntimo y privado

El primer día que me instalé mi jefe me asignó mucho trabajo atrasado, por lo que estaría muy ocupada las primeras semanas, ahí en mi estrecho cubículo de cuatro por seis metros y sin ventanas. No era precisamente pequeño pero los anaqueles, el escritorio y la poca ventilación que tenía lo ponía muy claustrofóbico después de un tiempo.

Pasado los primeros meses las cosas comenzaban a ponerse burdas y cotidianas, el trabajo llegaba por temporadas, siendo que a veces no nos dábamos abasto y otras me la pasaba haciendo absolutamente nada.

Fue precisamente en uno de esos días de aburrimiento que terminaba de archivar algunos casos, cuando de pronto vaciaba mis pendientes sin más que hacer y aún con seis horas por delante. Entonces abrí el navegador de internet intentando perder el tiempo hasta que me delegaran otro trabajo o bien hasta la las nueve de la noche, que era mi hora de salida.

Navegando en el popular portal de videos pronto también me aburrí. Estaba realmente estresada pero no podía salir, sabiendo que mi jefe era muy estricto por no decir palabras mayores. Además de que un cliente podría llegar en cualquier momento.

Habiendo repasado ya todos los portales de mi interés, una idea me tenía sofocada. Y es que sola, abrumada, estresada y cansada, ahí en aquel recóndito, oscuro y caliente lugar ya comenzaba a sufrir un ataque de ansiedad. En verdad necesitaba relajarme y desestresarme un momento; sin poder salir a tomar aire fresco, solo quería tocarme un poco.

El cálido ambiente veraniego confinado y aprisionado entre cuatro paredes a puerta cerrada, me habría embargado con su ardiente abrazo por todo mi cuerpo. Traspasando los telares en red cerrada de mi blusa negra que no permitían ocultar nada debajo, censurando mis senos tan solo con un sujetador del mismo color, oculta tímidamente por un saco azul oscuro, que servía de escudero ante miradas indiscretas al debelar mi ropa interior.

Pero ahí, en la privacidad de mi recóndita oficina no había ninguna mirada de quien esconderme, así que, agobiada, me puse en pie para estirar un poco las piernas. Caminaba por el poco espacio que tenía sintiendo el sudor deslizarse entre mis senos, bajo mis brazos, pero sobre todo sobre todo en mi entrepierna.

Mis tacones altos negros resonaban con rudeza al chocar contra el piso de madera natural, al tiempo que mis pantimedias rozaban mis piernas justo donde terminaban y dejaban desprotegidas mis desnudos muslos húmedos y acalorados.

Mi jefe estaría ocupado, es decir, hablando por teléfono y haciendo negocios fuera de las regulaciones del despacho. Segura estaba que le había escuchado un par de veces citarse en las calles para realizar contratos por su cuenta.

No me importaba, no era de mi competencia, no me metería con él, si no lo hacía conmigo. Especialmente en ese momento, ese instante especial y privado cuando comenzaba a quitarme el saco intentado refrescarme un poco. Me sentí mucho mejor, pero aún bastante abochornada, el viento errático me estrujaba arrebatándome el aliento.

Solo quería aligerarme, lo juro, me sentía aprisionada en mi uniforme de oficina, así que me llevé las manos a mi espalda y comencé a desabotonarme mi sujetador. Aliviada al liberarme de la tención de mí íntima prenda y dejar que mis senos cayeran elegantemente descansados sobre mi pecho, por fin pude respirar mejor.

El calor era insoportable, mi piel irradiaba fogosa mientras escondía mi sostén en mi bolso sentada sobre mi escritorio tan solo con mi blusa completamente trasparente que ahora permitía la vista clara a mis senos sudados debelando mis pezones duros, ardientes y erectos color avellana claro.

Pero el verano era mi enemigo, solo a una estúpida se le ocurría vestir de negro en un día tan caluroso. Pensaba, haciendo aire con mis manos en abanico sobre mi cuello, cuando regresaba a mi silla detrás de mi escritorio, exhalando fuertemente intentando sacar el exceso de calor del interior de mi cuerpo.

Estaba harta, pero no tenía otra opción que esperar. Sudaba como si acabase de hacer ejercicio intentando secarme con los pañuelos que siempre cargo en mi bolso. Recorría mis brazos, cuello, y hasta lo más profundo que el corto escote de mi camisa me permitiese, pero cuando llegué a mis piernas no pude más.

Al sentir mis tibias manos secando y masajeando mis muslos, un profundo escalofrío me recorrió desde la planta de mis pies hasta la cabeza. Un turbio, oscuro y depravado sentimiento se apoderaba de mí.

Recorría lentamente mis manos con aquel pañuelo de algodón entre mis piernas, desde la parte desnuda y vulnerable arriba de mis pantimedias hasta más y más dentro, en la sombra de mi falda, donde mi caliente vagina esperaba ansiosa mis caricias. Cuando rozaba un poco por encima de mi lencería de encajes ajustada. Húmeda.

Quería parar, pero no podía. Mis manos continuaban jugueteando protegidas tras el escritorio, masajeando sensual y satisfactoriamente sobre la transparente tela de mi íntima prenda, mirando con terror la puerta de mi oficina esperando que nadie apareciera.

Pero el día estaba muerto, afuera el silencio era desolador, desquebrajado tan solo por los deprimentes pasos de mis compañeros en el piso de madera, lo que me daba la confianza de continuar satisfaciendo mis necesidades más personales, pese al lugar tan formal.

Bajo el oficial ambiente estricto del despacho, mi cuerpo gozaba cada caricia sobre mi piel, estropeadas por mi blusa negra trasparente en mis brazos, senos y cintura, a medida que deslizaba las palmas de mis manos por debajo de mi falda entre los elásticos tirantes de mis pantimedias, hasta mis bragas de encaje negras.

Entonces no pude más, y me las quité. Las deslice como pude a lo largo de mis largas piernas, despegándolas de mis nalgas y mi coño al que se habían metido, adheridas por toda la humedad del sofocante clima, hasta hacerlas caer por mis pantorrillas a mis tobillos.

Seguí tocándome, era extremadamente placentero y excitante el hacerlo en mi lugar de trabajo, con mi jefe justo afuera y justo en ese momento que tanto lo necesitaba; tan estresante, aprisionarte y caliente, caliente como yo, que me estremecía sentada a piernas abiertas tras mi escritorio mientras mis dedos se inmiscuían entre mis pliegues vaginales bañándose en mis juegos al instante, cuando de pronto tocan la puerta.

Me estremecí, y de un espasmódico sobresalto me apresure a vestirme mi saco para ocultar mis tetas, las cuales de otra manera se me verían con descaro. Sin poder acomodarme la falda ni calzarme las bragas de nuevo, mirando a mi jefe entrar con imprudencia.

El muy cabrón había tocado solo un par de veces antes de entrar con mi debido permiso. Todo para decirme que un cliente había llegado. Estaba enfadada, pero al menos creí que los haría esperar hasta que yo misma los atendiera, pero nada, él mismo se tomaba todas las libertades al hacerlos pasar al instante, dejándome literalmente con las bragas abajo.

Como pude me puse de pie acomodándome la falda para saludar educadamente, sin atreverme a caminar un solo paso para evitar tropezar con mi ropa interior aún en mis tobillos.

Se trataba de un matrimonio que deseaba divorciarse, al parecer de común acuerdo y por las vías de lo correcto. Sabía que sería un caso sencillo y comprendía porque mi jefe no lo había tomado el mismo. En parte se lo agradecía, pues así podía aprender mejor. Pero venga, que bien podría ser más sensible y respetoso con el espacio privado de una mujer; me había dejado a media paja y con la calentura que me cargaba apenas podía concentrarme en mi trabajo.

Entre tanto y tanto me tocaba un poco en mi entrepierna sintiendo como mi vagina me suplicaba por ser atendida como se debía, mientras yo explicaba con tranquilidad a mis clientes de su situación.

La esposa me miraba atentamente, ajena por completo a mi bochornoso y erótico encuentro con migo misma, que sucedía en ese mismo instante debajo de mi escritorio. Pero el esposo, él lo sabía; seguro podía imaginarse a donde iba mi mano izquierda en cada ocasión cuando se perdía de vista. Lo sé porque al mirarlo, sus ojos lo delataban, la lujuria lo consumía, sus pómulos se ruborizaban, su cuello se tensaba y su boca salivaba en exceso. Seguro era que de no ser por su mujer, me follaría ahí mismo.

Sin embargo, aquello lejos de moléstame o incomodarme me gustó mucho. Allí supe dos cosas, la primera es que había averiguado, sin quererlo, quién había sido el culpable que los orillaría al divorcio, y la segunda en descubrir, era lo mucho que me excitaba tocarme explícitamente frente a él.

Fingiendo que prestaba de toda su atención a mis palabras, sus ojos se desviaban con descaro a la apertura que dejaría ver un poco mis pechos al descubierto bajo la impúdica prenda totalmente trasparente, seguramente rezando por un descuido para poder ver aunque fuese un poco más.

Lo miraba, sabía lo que deseaba. A mí. Mi mano me masajeaba firmemente mi ardiente vagina, entre mis labios y mi clítoris completamente erecto, cuando un inoportuno espasmo me hacía estremecer, sacándome un pequeño quejido que intentaba camuflar con un tosido, mientras sentía mi mojada vagina secretar un delgado hilo de mis fluidos que escurría hasta mi silla, consecuencia de ese pequeño e inesperado orgasmo.

Estaba excitada como nunca, en verdad necesitaba hacerme correr en ese mismo instante, pero no podía, no debía. Y el esposo me mira con hambre y ferocidad, y me gustaba, y me tocaba, y más me excitaba.

La cita del día terminaba, ambos agradecían pero la mujer salía presurosa y envuelta en furia, seguramente al darse cuenta del descaro de su aún esposo seducido por mis encantos y en su presencia. Pero él, el se aferraba al momento, claro que no quería irse, pero el tiempo había terminado y debíamos despedirnos.

Entonces me saqué las bragas de mis tobillos y los acompañe a la puerta a tan solo un paso de ellos. Su mujer salió de inmediato, el se terminaba de despedir de mí cuando descaradamente me acomodaba mi saco permitiéndole darse gusto con un veloz vistazo a mis tetas completamente duras y levantadas cubiertas de la sensual tela de malla.

Espía de profesión

Por desgracia aquella pareja jamás regresó, por el precio, por el lugar, por mí. No lo sé, me sentí un poco mal, pero bueno, no siempre se consiguen todos los contratos.

De cualquier modo, ese habría sido la última vez que me habría exhibido en el consultorio de esa forma. No habría estado tan excitada como para repetir aquella experiencia nunca más. O eso pensaba.

No fue hasta bien entrado el otoño cuando me sucedió la experiencia más excitante de mi vida. Yo gozaba de un buen trabajo, me dedicaba a lo que más me gustaba y ya tenía un contrato fijo. Plenamente graduada de la universidad, mi vida no podría andar mejor, y aun así se pondría más caliente.

Era una tarde como muchas otras, nada me alertaría de lo que estaría por acontecer y que cambiaría mi vida. Eran tiempos con mucha carga de trabajo, mis días como becaria habían quedado atrás y las responsabilidades me llovían a granel.

La noche llegaba puntual oscureciendo los hasta los últimos pisos edificio, haciendo encender las luces autónomas del inmueble. En contraste, ahora, los fríos de fin de año se anticipaban haciéndose presentes en esporádicos días, cada vez más comunes.

Mi hora de salida llegaba y el trabajo no terminaba. Aún terminaba de archivar algunos documentos cuando se acerca mi jefe a mi puerta con su fiel manía de tocar la puerta y abrirla enseguida sin esperar respuesta, encargándome que diera cierre al despacho pues él se marcharía ya mismo.

En realidad no me molestaba nada, acostumbrada estaba a su falta de modales ante la privacidad de una dama, y aunque no lo hiciera con ese fin, tampoco me enfadaba quedarme hasta tarde, de hecho me gustaba; me daba tiempo de terminar con mis pendientes en solitario y sin presiones, lo que a su vez me otorgaba el lujo de llegar un poco más tarde el día siguiente.

No era la primera vez que me encargaba cerrar el despacho, siendo que cada piso tenía su propia llave y cada jefe de piso era responsable de su área. Responsabilidad que esa noche me correspondía a mí. Sin más acepté guardándome la lleve en mi bolso al recibirla de manos de mi contratista, mirándole marcharse gustoso.

En tanto regresaba a mi escritorio sin cerrar la puerta escuchando con toda claridad los pasos de mi jefe alejarse más y más. Pero entonces sus pisadas se desviaban, segura estaba de escucharle subir por las escaleras al último piso del despacho. Creí que iría a despedirse de su superior, aunque no le escuché bajar de regreso.

Habrían pasado un par de minutos cuando encontré un documento sin la firma de mi jefe, sabiendo que aún estaría arriba, lo tomé rápidamente y me apresuré a subir.

Con prisa salía de mi pequeña oficina cuando un pequeño grito se escuchaba a lo lejos. Asustada en medio del solitario edificio me detuve en seco, por mero instinto caminé despacio intentado hacer el menor ruido posible con mis botas altas negras esperando escuchar de nuevo aquel siniestro quejido.

Caminaba expectante rumbo a las escaleras, todas de madera, cuando escuché de nuevo aquel lamento, aunque más que eso, ahora me era más parecido a un gemido erótico lo que me hizo exaltarme.

Entre miedo y excitación subía lentamente las escaleras, peldaño a peldaño con la punta de mis botas, dejando el tacón alto fuera del borde para silenciar mis pasos por completo. Al llegar a los últimos escalones, justo cuando mi cabeza rebasaba el plano para poder mirar el último piso, pude ver los zapatos de mi jefe justo enfrente de mí, dentro de uno de los cubículos de la oficina central.

Aliviada y ya pasado el susto, escalé un par de pasos más arriba cuando una escalofriante escena me detuvo de nuevo. Completamente asustada e impactada me quedé, al ver a mi jefe de espaldas con los pantalones y calzoncillos hasta los tobillos follando con una compañera de quien solo se le podían mirar las medias negras de sus pantorrillas, y sus tacones rojos sobresaliendo de las caderas de mi jefe quien la empuñaba fuertemente a piernas abiertas sobre el escritorio.

No sé se alguno de ustedes habéis tenido la experiencia de mirar a alguien más follar, pero en mi caso aquella vez habría sido la primera. No lo sé, pero no era lo mismo, como mirar videos, películas o novelas. Era un momento sumamente excitante, sentía cada nervio de mi cuerpo erizarse, cada músculo se contraía como esperando el momento para salir huyendo despavorida. Pero no podía moverme, está paralizada y mi corazón explotaba en mi pecho en fuertes pulsaciones.

No podía hacer nada más que mirar, mirar a mi compañera siendo penetrada por mi jefe quien la embestía fuertemente arrancándole un pequeño gemido en cada arremetida, haciéndola gozar con su pene dentro de ella.

Pese a no poder ver con claridad la explicita escena en vivo por la infame perspectiva, las imágenes que se proyectaban en mis ojos de primera instancia eran muy excitantes. El estaros espiando, en nuestro lugar de trabajo, bajo el sepulcral silencio de la noche, en el solitario edificio y con uno de los días más fríos de otoño, era una experiencia increíble.

Entonces no pude resistir más y bajé mi mano hasta mi entrepierna, apretando fuertemente mi falta entablada negra, intentado tocar mi vagina con desesperación sobre la robusta tela, sin conseguir tan solo rosar un poco mis labios bajo mis bragas de encaje.

Pese a no conseguir tocarme como quisiera en ese momento, estaba tan excitada que aquellas sutiles caricias eran suficientes para llevarme al éxtasis sensorial, mirando a mis compañeros de trabajo follando como férreos amantes desesperadamente. Cuando me llevé mi mano que aún sujetaba el folder con documentos hasta mis senos para oprimirlos apasionadamente sobre mi blusa holgada morada de lunares blancos, restregándome mi lencería negra en mis apretadas tetas duras y calientes en mi pecho.

Estaba bien caliente, y no me importaba ser descubierta, ni siquiera lo pensaba, pero en ese momento, aquellos amantes protagonistas de tan excepcional vista se detenían. Creí que habían terminado pero no podía apartarme, estaba atrapada en sus redes exhibicionistas y mi mirada se había quedado fundida en sus cuerpos.

Alarmada, me oculté tras el vértice de la pared en las escaleras, inútilmente, pues aún ahí podían verme. Pero no lo hicieron, eran ajenos a mi presencia; estarían tan concentrados en sí mismos, en sus caricias, en su pasión desmedida, y en darse placer mutuamente que no tendrían noción de nada más. Igual que yo, que no podía dejar de mirar y tocarme, presionando con rudeza mi falda para conseguir llegar hasta mi vagina la cual sentía ya completamente mojada, escurriendo un poco en los muslos de mis piernas, incapaz de separarlas por la entallada prenda de oficina.

Desde mi escondite miraba a mi compañera bajarse del escritorio para ponerse en cuatro recargando sus brazos sobre el escritorio y levantando la cola en espera del ferviente pene de mi jefe tras de ella.

La vista era increíble, podía ver las largas piernas de mi compañera sobre sus tacones altos rojos, separándolas tanto como las elásticas medias atoradas en sus rodillas se lo permitían, mientras mi jefe enfilaba su tranca parada entre sus nalgas para penetrarla hasta las profundidades de su cuerpo una vez más.

No podía ver claramente, pero aquellos tenues quejidos de placer me indicaban con todo detalle cómo se estaría deslizando su pene dentro de ella, quien seguramente estaría tan mojada como yo.

Ya completamente loca por el momento tan excitante, y segura de mi invisibilidad, me subí mi falda hasta mi cintura para poderme tocar mejor. Y entonces mis carisias me llevaron al clímax, imaginándome como mujer, lo que debía estar sintiendo mi compañera al ser empalada por mi jefe haciéndola pujar de placer con su tranca como todo un profesional. Haciéndome hervir de envidia al recordar hace tanto tiempo que no tenía un encuentro como ese, con un hombre como él, maduro, grande, fuerte y apuesto. Y hacía cuanto tiempo no gozaba como ella, con un buen pene duro, largo y bien empotrado dentro de mi vagina que aclamaba por intercambiar papeles en ese momento.

Entonces no pude más y me metí un par de dedos bajo mis apretadas bragas, obligándome a abrir mis piernas para conseguir meterme mi dedo índice apenas lo suficiente para darme placer en ese tan aclamado punto sexual, mientras con mi pulgar jugueteaba sensualmente con mi clítoris erecto y altamente sensitivo a mis caricias haciéndome gozar como nunca.

Estaba tan excitada que me había llevado hasta borde, a punto de hacerme venir. Pero ellos también estaban por terminar; los gemidos de mi compelerá se hacían cada vez más y más evidentes, se escuchaban más fuertes y sonoros, jadeando de placer, cuando escuché a mi jefe preguntarle donde los quería.

Sabiendo a qué se refería, mi compañera se sacó su pene y de un veloz salto se bajó del escritorio poniéndose de rodillas frente a mi superior. Asustada y aterrada de ser descubierta me saqué la mano de mi entrepierna y me alejé un par de pasos de regreso al piso de abajo, no sin antes mirar por fin la cara de mi compañera extasiada, alegre y sonriente ante el largo pene del jefe estrangulándolo hasta hacerlo eyacular sobre su boca, mirándola saborearse el dulce néctar fluyendo desde su rosado escroto convulsionando ante tremendo orgasmo.

Mientras mi compañera terminaba de lamber las últimas gotas del fluido de mi jefe, masajeándose sus blancas y pequeñas tetas reconfortando su cuerpo del increíble follón que le acababan de meter, yo regresaba con extrema cautela de regreso sobre mis pasos, bajando de espaldas la escalera evitando el contacto de los tacones altos de mis largas botas, aún con la falda levantada debelando mi caliente y mojada vagina en mis bragas de encaje completamente empapadas.

Con mi corazón bombeando a mil por hora, regresaba a paso veloz, sudando, jadeando y temblando, saltando sobre las puntas de mis botas directo a mi pequeña oficina, para cerrarla fuertemente tras de mí.

Entonces me senté en mi propio escritorio con las imágenes de sexo explícito aún frescas en mi mente. En cada parpadeo los miraba, una y otra vez. Al cerrar los ojos los veía; follando, gozando y gimiendo. Miraba el pene de mi jefe babeando y chorreado sobre la cara de mi compañera loca de éxtasis gozando con sus jugos, lambiendo y saboreando su pene eyaculando en sus labios.

Y mientras recordaba la experiencia más intensa de mi vida, me tocaba con todo descaro sobre mis bragas, a piernas abiertas sentada en la esquina de mi escritorio sintiendo unas breves pulsaciones en mi vagina que me estarían anunciando de un inminente y profundo orgasmo.

Cuando se escucharon pisadas de nuevo. Tacones altos resonando bajando las escaleras, escoltados por unos pasos más fuertes y secos que me indicarían con toda certeza que mis colegas de oficio se estrían marchando del despacho.

Ahí, bajo el silencioso cobijo de la noche y con los tres pisos del despacho completamente desérticos, escuchando los últimos y débiles pasos de mi jefe y su amante alejándose, un profundo suspiro emanaba desde las profundidades de mi ser, haciéndome estremecer ante el recuerdo voyerista vivido.

A razón de mi reclusión en la intimidad de mi oficina, me puse de pie y caminé un poco, temblando como nunca de excitación, tambaleándome con mis piernas titilando sobre mis largas botas de tacón alto, con la falda enrolladla en mi cintura y entonces me deslice mis bragas firmemente hasta dejarlas botadas en el suelo. Enseguida me bajé la falda, y no me detuve hasta hacerla desliarse por mis desnudas piernas hasta mis tobillos.

Con habléis movimientos me deshacía de mi falda para olvidarla sobre la madera bajo mis botas. Lentamente continuaba, desabotonando mi blusa sin prisa, sabiendo que la noche y el despacho jurídico eran míos.

Finalmente mi blusa caía y tras ella, mi sostén negro que le haría juego a mis bragas húmedas se posaba sobre el resto de mi ropa mientras mis bellas botas altas caminaban a su alrededor sosteniendo mis largas y tersas piernas rumbo a mi escritorio. Ahí me senté de nuevo, ahora, completamente desnuda, separé mis piernas y tras un veloz lengüetazo a mis dedos medios para humedecerlos, me los introduje lánguidamente en mi coño.

Estaba caliente como nunca, mi cuerpo se estremecía a cada paso, ante cada caricia, cada suave sensación de mis delgados dedos recorriendo mi escurridiza cavidad, masajeando placenteramente en lo más íntimo y privado de mí ser.

Bajo el lúgubre silencio del edificio abandonado, tan solo resquebrajado por los sonidos acuosos de mi vagina salpicando en mis dedos al ritmo de mis eróticas caricias de placer, y mis gemidos sensuales y lujuriosos que se hacían cada vez más intensos a medida que aumentaba la intensidad de mis dedos; entrando, saliendo y presionando con pasión, desgarrando en lo más profundo un fuerte e intenso orgasmo que me hacía gozar como nunca, exhalando un agudo alarido rasgando mi garganta seca por el frio, cuando en mis manos eyaculaba un pequeño chorro que salpicaba y escurría desde mis dedos hasta mi escritorio, entre intensas contracciones, seguido de otro más corto, dejando su cubierta plastificada manchada con mis deliciosos jugos de éxtasis, entre mis piernas, descansadas y aliviadas, al fin.

Mi jefe y mi dueño

Desde aquel día jamás pude ver los ojos cafés claros de mi jefe de la misma manera. Al saludarlo por las mañanas, o al conversar profesionalmente, no podía dejar de recordar aquella escena de sexo con mi compañera y sentirme llena de envidia. Ella era muy guapa y atractiva, pero no más que yo, quien por ese entonces era más joven, delgada, y gozaba de un rostro colegial encantadoramente inocente, por no mencionar mis largas y torneadas piernas, mi busto erguido y mis redonditas y coquetas nalgas que dibujaban un dulce y sabroso durazno bajo mi esbelta espalda.

Me llenaba de rabia saber que la otra se había cenado a mi jefe y yo no. Y es que he de confesar que desde que le había conocido me sentí atraída por él, tanto por su físico como por su forma de ser. Un tanto patán, pero al final sincero, directo y estricto. De cuerpo fornido, brazos musculosos y redondas nalgas, pero al mismo tiempo, una cintura estrecha y tersas manos, y su fino rostro, y sus hermosos ojos brillantes.

Me sentía menos, menos atractiva, menos hermosa, menos mujer. Menos que ella. Pero todo cambiaría si lograba arrancárselo de sus manos, y tenía las armas para hacerlo. No me detendría hasta conseguirlo.

Sucedía en un día decembrina, eran tiempos caticos en la oficina, debíamos entregar informes para poner todo a punto y tener la contabilidad en orden. Hacía días que había trabajado a mi jefe, le coqueteaba ocasionalmente y él me respondía acertadamente, con malicia y lujuria.

Aquel día vestía con una camisa blanca delgada y trasparente, una falda color camello, pantimedias color natural, un saco y zapatos de tacón tipo aguja altos color azul marino, y debajo de todo eso, una lencería erótica de lo más sensual; contando de un sujetador y bragas con trasparencias de color rosa mexicano intenso.

Ya daban las seis de la tarde en el reloj y ahí me tienen sumergida en altas pilas de archivos que habríamos trabajado todo el año. Como es natural, mi jefe habría dejado todo para el último y ya no se daba abasto.

En medio del caos y bajo una permanente nube de polvo que emanaba de los archiveros comenzaba a agitarme de cansancio. Todo aquel ajetreo me había provocado un aumento en mi temperatura corporal que aunado al punzante y rasposo polvorín de suciedad, me habría obligado a quitarme el saco que vestía.

No lo pensé, pero de esta manera me quedaría con aquella blusa trasparente dejaría a la vista mi sensual sujetador que a su vez también tendría partes que permitirían la vista curiosa de mi jefe a mis pechos.

Pese a que no se encontraba en mis planes, ahí estaba, exhibiéndome ante mi jefe quien entre las prisas y el estresante momento disimulaba su mirada para admirar mis elegantes atributos forrados en tan encantadora lencería rosa.

Por mi parte, intentaba no pensar en ello, pero me era imposible. Saber que al fin, era del agrado de mi reclutador, que por fin me estaría viendo con otros ojos, lujuriosos, y que le gustaba, me estaba embriagando de estima y atracción hacia él.

Mirar sus ojos en llamas de deseo, su rostro sonrojado y su palo levantándose erecto bajo su pantalón me estaba poniendo muy caliente. Recordaba aquel día que le había espiado y las imágenes de su falo penetrando a mi compañera me aparecían en la menta a cada parpadeo, haciéndome sentir de nuevo esos jadeos, aquellas carisias eróticas, y esos placeres pasionales del sexo explícito en la oficina.

El tiempo pasó y sin saberlo el reloj marcaba la hora de mi salida. Nueve en punto y el trabajo aún no se le veía el fin. Pero era suficiente por ese día, estaba completamente exhausta, no podía más. Guardé mis cosas en mi bolso, me vestí mi saco de otra vez y me senté en mi silla tratando de recuperar aliento para emprender camino a casa.

La noche se hacía presente puntalmente tras otro arduo día de trabajo, yo estaba cansada como pocas veces; cerré un solo por un instante los parpados para agarrar fuerzas que me permitieran terminar las últimas horas del día, cuando mi jefe aparece en mis recuerdos. Su dulce pero lujuriosa mirada, su tierno pero varonil rostro con la barba perfectamente recortada, su fornido y escultural cuerpo macizo. Macizo como su tranca parada enfilada a penetrarme cuán tanto lo deseaba, y las ganas que tenía por servírmelo ahí mismo y que me follara como aquella zorra del segundo piso, con firmeza, con pasión, con deseo y desenfreno en mi oficina.

Entonces me quite mis lentes de aumento, los coloque con delicadeza sobre mi escritorio y me dejé llevar. Lentamente comencé a recorrer mis manos sobre mi blusa desabotonando uno que otro botón a su paso, masajeando mis senos ardientes escondidos bajo toda esa estorbosa lencería rosa. Continué hasta mis piernas, completamente fatigadas de sostenerme en aquellos tacones altos todo el día, enseguida sentí como mi cuerpo se relajaba a medida que mis manos se aproximaban a su destino predilecto.

Cobijada bajo el silencio de la noche estaba a punto de masturbarme una vez más en mi oficina, pero en ese momento entra mi jefe, con su característica falta a la privacidad femenina tomándome por sorpresa con las manos en mi cuerpo. Pero no me detuve. Por un momento nuestras miradas se cruzaron, sabíamos perfectamente lo que sucedía, y no me importó.

Sin prestarle interés a la presencia de mi jefe, quien seguramente habría entrado a despedirse, continué satisfaciendo mis más íntimas necesidades regresando a la privacidad que me ofrecían mis parpados cerrados.

Así de él dependería todo. Si le placía irse, bien podía despedirse cuando quisiera, o si en verdad me deseaba tanto como yo a él, era completamente bienvenido a quedarse, mirarme y participar.

No me importaba en realidad; estaba muy cansada, fatigada y fastidiada del estrés acumulado a lo largo de todo el día. Solo quería continuar relajadme, reconfortándome a mi misma por soportar un día más de intenso trabajo.

Él seguía ahí, lo sabía. No Hacía falta abrir los ojos, le escuchaba respirar agitadamente, lo sentía. Olía su perfume cada vez más cerca mientras le escuchaba caminar hacia dentro de mi estrecho cubículo.

Me había puesto muy contenta, intrínsecamente me aceptaba, había confirmado que me deseaba. Me alegré tanto que sonreí. Entonces abrí los ojos, me puse de pie y caminé a él lentamente a medida que me quitaba el saco a cada paso. Nos miramos fijamente, no hacía falta decir nada, lo que queríamos estaba frente a nosotros. Él a mí, y yo a él.

Tiré mi saco al piso, me senté en mi escritorio subiéndome un poco la falda y le abrí las piernas de par en par justo de frente. Ahí me toque seductoramente mi blusa desabotonada, metiendo mi mano por debajo de mi sujetador para estrujarme el seno izquierdo lanzándole así la invitación de que la cena estaba servida.

A continuación bajé mi mano para meterla por debajo de mi falda, de paso, subiéndomela hasta la cintura. Ahí me masajee un poco por encima de mis bragas rosas que contrastaban con la oscuridad de mis muslos. Él observaba atentamente, conteniendo sus impulsos animales, mirando como mis dedos jugueteaban entre los encajes trasparentes de mi ropa interior, haciéndola a un lado para debelarle mi depilada vagina rosada y completamente mojada.

Fue en ese momento cuando no resistió más. Entonces se me acercó, se arrodillo frente a mí, entre mis piernas, y sin más se metió entre ellas hasta mi coño. Ahí enseguida sentí una tibia lengua sorbiendo de mis juegos deslizándose entre mis labios vaginales internos.

Siempre imprudente. Siempre irrespetuoso, entrando sin permiso, esta vez hasta lo más privado de la intimidad de mi cuerpo. Pero se sentía tan placentero, era tan excitante, que lentamente me estaba arrancando mi primer orgasmo de la noche.

Poco a poco sentía mis piernas relajarse, mi cuerpo se tensaba y mi corazón latía intensamente, mientras mi vagina se dilataba abriendo paso al placentero sentimiento de goce entero, cuando mi garganta se me engarzaba haciéndome gemir a gimoteos aullando de éxtasis, al tiempo que le rogaba incesantemente a mi jefe que continuase y no parara hasta sentir como mi coño se habría ante él, eyaculando en su boca que bebía de mis secreciones sexuales entre los espasmos de mi vagina en sus labios.

Pero no era suficiente, estaba tan caliente que me lo tenía que coger. Aquello apenas comenzaba. Después de mi primer orgasmo de la noche, él se irguió frente a mí, me quitó las bragas y sin más me empalo duro y profundo con su hermosa y férrea polla rozada, cual se deslizaba armónicamente en mi lubricada cavidad sin fricción alguna.

Ahí, me desnudé el torso con desesperación y me entregué en cuerpo y alma ante mi superior, ante sus órdenes de dirigente, su poder y sodomía. Sometida a la merced de su falo penetrándome incesantemente haciéndome estremecer ante él como tanto lo ansiaba. Haciendo gala de mis dotes de mujer para complacerlo y ofrecerle el mejor follón de su vida, seduciéndolo al morder mis labios con extrema sensualidad, acariciar mis tetas en sus ojos, como ofreciéndole el dulce par ahora suyas para que hiciese con ellas lo que le placiera. Gimiéndole como la servidora personal que era, en señal de agradecimiento por el tremendo placer que me estaba regalando.

Entonces estiré mis piernas y las levanté hasta recargar mis pies forrados en aquellos coquetos tacones de aguja negros sobre sus hombros para que me penetrara más profundo aún. Ahí sentí como me desgarraba mi segundo orgasmo desde lo más profundo de mi coño, haciéndome gritar agudamente sin importarme nada, al tiempo que mi vagina convulsionaba ahorcando su pene dentro de mi cuerpo, contorsionando mis caderas incapaces de resistir tan poderoso orgasmo que tanto aclamaba, por fin al ser follada por mi jefe.

En ese momento aquel magistrado de hombre, sacó su pene inflamado al máximo, para finalmente dejarlo desahogarse en mi pubis, exprimiéndole aquella blanca secreción sobre mis bellos perfectamente depilados en una línea elegante, mientras le miraba enamorada, gozar de su propio orgasmo, por mí y para mí, haciendo seductores ruidillos con la lengua mostrándole mi gratitud de haberme dejado tan satisfecha.

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