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La hija del reverendo (Los Simpson)

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(Nota: En esta ocasión no pongo “one-shot” en el título porque creo que el relato está bastante abierto a una continuación, pero no prometo nada.) 

-Dios mío, Jessica, eres increíble...

-¿Te gusta, Bart? -replicó ella, conteniéndose para no gemir ante las embestidas de la enorme polla.

El primogénito de los Simpson, ya rozando la veintena, se sentía afortunado de estar saliendo con la chica más caliente y atractiva de Springfield, la poco beata hija del reverendo. Claro que, cuando le pidió salir, no era precisamente este tipo de escenas lo que tenía en mente.

El chico aminoró el ritmo de la masturbación para postergar la eyaculación. Por el contrario, Nelson cada vez penetraba a Jessica con más ímpetu, hasta el punto de que tuvo que taparle la boca para evitar que sus gritos llamaran la atención del resto de la familia de Bart. El matón la tenía a cuatro patas en la cama, mirando cara a cara a su novio, que estaba sentado en una silla. Nelson le tiraba del pelo y de vez en cuando la agarraba del cuello, pero no la azotaba porque no querían hacer demasiado ruido. Los perfectos pechos de ella se bamboleaban de forma hipnótica, acaparando la mayor parte de la atención del cornudo.

Bart y Jessica llevaban casi un año saliendo, y a las dos semanas de noviazgo él la había pillado poniéndole los cuernos con Jimbo Jones. Bueno, lo de pillar es un decir, porque ella le llamó al móvil en pleno coito y no hizo ningún esfuerzo en disimular lo que estaba ocurriendo. La joven acabó admitiendo que no estaba hecha para estar con un solo hombre, pero que disfrutaba mucho de la compañía de Bart y no quería dejar de salir con él. A Bart le dolió al principio, pero acabó decidiendo que valía la pena salir con semejante monumento de mujer, aunque tuviera que compartirla.

Jessica, por su parte, tenía claro que Bart era sumiso desde que ambos se conocieron hacía tantos años, y ahora estaba aprovechándose de ello de lo lindo. Había conseguido estar follándose a Nelson en el dormitorio de su novio y que este no solo no se opusiera, sino que observara y lo disfrutara.

La única condición de Bart era que su familia no podía enterarse, pues a la tradicional Marge le daría un ataque al corazón si supiera la clase de perversiones en las que participaba su hijito. A Jessica le pareció bien.

En cuanto a Nelson, parecía haber nacido para aquello. Reírse de los demás siempre había sido su pasatiempo favorito, pero reírse de alguien mientras te follas a su preciosa novia era otro nivel. Y, a decir verdad, la estampa de Bart, completamente desnudo, sacudiendo su relativamente pequeño pene (en realidad estaba dentro de la media, pero palidecía frente a la tranca de Nelson) era bastante ridícula.

Una vez se hubieron corrido los tres (primero Jessica, luego Bart, luego otra vez Jessica y finalmente Nelson), Nelson se despidió (no sin un último “¡ha-ha!”) y dejó a la parejita a solas.

-¿Te lo has pasado bien, cari? -preguntó ella con tono ligeramente burlón, ahora recostada sobre el pecho de su novio, ambos tumbados en la cama de él.

-Sabes que sí, Jess... -suspiró él, aunque después de pasado el calentón siempre le entraban dudas. -Aunque sigue preocupándome que se entere mi madre.

-No digas tonterías. -dijo Jessica, sin perder la sonrisa. -Tu madre es tan inocente que podríamos entrar aquí con cinco tíos y seguiría creyéndose que estamos haciendo un trabajo de clase.

-No sé si es más sorprendente que se crea que vamos a la misma clase o que se crea que voy a molestarme en hacer un trabajo... -añadió él riendo.

Bart estaba en el último curso del instituto. Claro que llevaba dos años en él, así que llamarlo “el último” seguía sonándole muy optimista. Jessica, por su parte, fue de las primeras de su promoción, por lo que ya estaba en la universidad. A Bart aún le sorprendía que Jessica tuviera tan buenas notas, ya que no era muy dada a hincar codos. En lo que no había caído era en que a lo que sí era muy dada era a hincar las rodillas.

-No te preocupes, cielo. A ojos de tu madre seguiremos siendo una pareja casta y cristiana.

Ahora estaba exagerando. Los dos sabían que Marge era perfectamente consciente de que su hijo tenía relaciones con su pareja, y podía figurarse lo que ocurría en aquella habitación cuando estaban los dos a solas. Lo que nunca podría imaginarse era lo que pasaba cuando había más gente (más chicos) con ellos.

Entre risas, Jessica se levantó, se vistió ligeramente (solo se puso sus bragas y la camiseta de Bart) y se dispuso a ir al cuarto de baño.

De camino, no le sorprendió escuchar un reproche proveniente de la habitación contigua.

-¿Ya has acabado de humillar a mi hermano? -protestó, con deje sarcástico, la irritante voz de Lisa.

La hermana de Bart estaba de pie en la puerta de su cuarto, con los brazos cruzados. Llevaba el pelo recogido en una pequeña coleta y vestía un bonito suéter y unos pantalones vaqueros. Cualquiera que hubiera visto la escena sin contexto pensaría que Jessica, semidesnuda y despeinada, era la que vivía en aquella casa y Lisa era la invitada.

-¿Por qué tienes tanto interés en la vida sexual de tu hermano, Lisa? -respondió Jessica con un tono de impostada amabilidad.

-No me interesa, pero me preocupo por él. -se defendió Lisa, indignada. -Sé que acabarás haciéndole daño, y por muchas cosas que sea mi hermano, no se lo merece. Además, aunque intentéis no hacer ruido estamos cuarto con cuarto, ¡y yo estoy intentando estudiar!

Jessica sonrió, satisfecha de haber molestado a la sabionda de su cuñada, y se acercó a ella lentamente.

-¿Sabes lo que creo, Lisa? Creo que necesitas estudiar menos y follar más, así no estarás tan amargada. -se burló.

-A diferencia de otras, Jessica, mi felicidad no depende de cuántos hombres pasen por mi cama. -se defendió la otra con suficiencia.

Jessica se acercó todavía más, situándose a un palmo de Lisa.

-¿Y quién ha hablado de hombres? -susurró seductoramente.

La expresión de desconcierto e incomodidad de Lisa le resultó hilarante. Riéndose a carcajadas, la dejó ahí plantada y se dirigió por fin al servicio.

Después de asearse y hacer sus necesidades, a Jessica le entró sed, así que, sin importarle su estado de casi desnudez, bajó las escaleras hacia la cocina para hacerse con una Duff.

En la sala de estar se encontraba Homer, sentado en el sofá, viendo la tele y con su propia lata de cerveza en la mano.

-Buenas tardes, señor Simpson.

Había cierto tono de flirteo en la voz de la chica, pero la verdad es que no lo hacía a propósito. A estas alturas, prácticamente le salía solo cada vez que se dirigía a una persona del sexo opuesto.

-Buenas tardes, Jessica, bonita.

Homer, por su parte, hablaba con cariño y sin ningún tipo de segundas intenciones. Aun así, no pudo evitar girar la vista y echarle un vistazo a la joven. Pocas cosas conseguían apartar sus ojos de la televisión, pero el cuerpo de Jessica bien merecía la pena el esfuerzo.

Mientras Jessica atravesaba el salón no pudo evitar fijarse en el sospechoso bulto en los pantalones del hombre. Otra se hubiera sentido incómoda u ofendida, Jessica se sintió halagada y divertida, e incluso algo sorprendida por su tamaño.

-¿Es una salchicha lo que lleva en el bolsillo o es que se alegra de verme? -no pudo evitar bromear al respecto.

-¿Eh?

Homer miró con confusión hacia su propio regazo y entonces sí que consiguió sorprender a la chica. Sin ningún tipo de disimulo, metió la mano en los pantalones y sacó una enorme... salchicha.

-¡Así que ahí estabas! -exclamó, hablándole al alimento antes de llevárselo a la boca.

-Ugh...

Era difícil que un hombre incomodara a Jessica, pero Homer lo había conseguido en tiempo récord. Sin más dilación, se marchó a por su cerveza. Homer se quedó disfrutando de su birra, su salchicha y de la deliciosa visión del culo de Jessica.

En la cocina estaba Marge, preparando la cena.

-Jessica, ¿tienes que pasearte por la casa en paños menores? -la recriminó, aunque se notaba que intentaba mantener un tono cordial.

Marge no tenía nada en contra de que la joven Lovejoy saliera con su hijo, pero no le hacía gracia que la chica se paseara por su hogar tan alegremente como si estuviera en su propia casa. Sobre todo con Homer presente. Ella sabía que su marido la adoraba, pero los años no pasaban en balde y Jessica era una preciosidad... Era inevitable sentir algo de celos.

-Oh, Marge, tendrías que ver cómo me paseo por mi casa. -respondió Jessica, sin tomársela en serio.

La novia de Bart tenía cierto grado de confianza con Marge, y hasta se permitía tutearla. Con Homer, en cambio, apenas habían cruzado unas pocas frases y unas cuantas miradas.

-Bueno, pero esta no es tu casa. -insistió la mujer.

-Es que solo he salido un momento a por algo de beber... No me valía la pena volver a vestirme. -explicó Jessica, risueña, mientras sacaba la Duff de la nevera.

Marge no dijo nada y se centró en seguir haciendo la cena, intentando que Jessica no notara que se había puesto roja. Sabía que sus hijos la consideraban una mamá vieja y aburrida, pero lo cierto era que su libido siempre había estado muy alta, y ese tipo de conversaciones la hacían sentirse violenta, no por rechazo sino porque temía excitarse pensando en algo que no debía.

En cualquier caso, Jessica enseguida se marchó y volvió con Bart.

-¿Por qué has tardado tanto? -preguntó él en cuanto la vio atravesar la puerta de su habitación.

-He ido a por esto... -indicó ella levantando la lata de cerveza, a la que ya había dado un sorbo, y se la ofreció para compartirla con él.

“Y por el camino he puesto cachonda a tu madre, le he dado un pequeño espectáculo a tu padre y he hecho tambalearse la sexualidad de tu hermana.” pensó, y por un momento hasta se planteó decirlo.

-Eres increíble, Jessica... -repitió él, dándole un trago a la cerveza mientras ella volvía a desnudarse.

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