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La secretaria es mi perrito. Sometiendo a Lena (I)

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En una de esas noches locas del viaje de empresa y de vuelta en el hotel, Lena, mi compañera de habitación, reconoció muy bajito y sólo después del montón de copas que llevaba encima, que nunca había tenido la ocasión de cumplir una fantasía sexual.

Cleo iba pasadísima, y para qué negarlo, yo también iba fina. Tres treintañeras borrachas haciendo el cafre, la crema de la crema de la oficina.

Entre grititos y risillas tontas, la interrogamos a saco, deseando saber, y le sacamos una torpe historia de cómo en la universidad, había tenido pared con pared a una chica que tenía medio campus revolucionado porque le iba el rollo dominador, y más de una noche se había ido a la cama con un calentón tremendo, oyendo los gemidos y las súplicas de las sumisas de su vecina.

Intercambiamos batallitas y experiencias esa noche y nos reímos muchísimo. A la mañana siguiente, con un resacón increíble, Cleo afirmaba no acordarse de nada en claro después de tirarle la copa de vino al becario encima, y Lena disimulaba muy mal la vergüenza de quien piensa que ha hablado de más. Era tan tímida que me resultaba divertidísima, y más sabiendo que en el fondo, siempre se había quedado con las ganas de que alguien la pusiera bien en su sitio.

Volvimos del viaje y retomamos la rutina de trabajo, y con el tiempo, ella pareció olvidar aquello, aliviada porque ninguna volvió a mencionar el tema.

Pero yo lo recordaba todo, y mientras más me la imaginaba despierta contra aquella pared, oyendo los gemidos y tocándose muerta de vergüenza, más ganas me daban de probar ese rollo también.

Para que te hagas una idea, Lena es bajita, con el pelo largo y oscuro y la carita pecosa. Se pone esos jerseys gordos de cuello vuelto, pero esas enormes tetas no hay forma de disimularlas con nada. Entre eso, las gafas pasadas de moda y las faldas largas, es la típica secretaria de manual.

No es precisamente un animal social como Cleo, o como yo misma.

Le saco una cabeza, y aunque tenemos el pelo más o menos de un color y un largo similar, yo lo luzco con mucha más gracia. No tengo ese inmenso busto, pero por donde pasa este culo, caen ríos de babas. El ego bien, gracias.

Total, que entre una cosa y otra, me empecé a obsesionar un poquito con el tema, y con ella.

Lena seguía como siempre, patosa y tímida, haciendo su trabajo lo mejor que podía.

Así que un día se me ocurrió un plan, y organicé en casa una cena bien completa, para una cita que nunca se presentaría. Cuando ella pasaba por delante de mi despacho, fingí una discusión telefónica y me aseguré de levantar la voz lo suficiente.

Funcionó. Lena dio un respingo al oirme insultar al aire y se asomó a ver qué me pasaba.

Muy molesta, le conté como me habían dejado plantada a última hora con todo preparado ya en casa. Interpretación digna del Oscar.

Es muy inocente. Cuando le pregunté si quería venirse a cenar a casa para no desperdiciar toda la comida que había encargado, aceptó. Según me contó por el camino, aun vivía con sus padres, y siempre le estaban dando la brasa para que hiciera vida social.

Le encantó mi apartamento, y curioseó mi librería mientras me cambiaba de ropa. Me puse un tanga negro de encaje con abertura, que había comprado especialmente para la ocasión.

Cenamos, acompañando la cena con algo de champagne para animar un poco la cosa. Luego nos acomodamos en el sofá a ver la televisión. La peli que daban era algo subida de tono, y aproveché para hacer chistes malos sobre plantones y quedarse con las ganas. Ella se rió.

Mientras en pantalla un joven bien guapo manoseaba a una chica que no quería pero sí, estudié cuidadosamente a mi presa. Se la veía muy interesada en la escena. En su casa no tenía demasiada intimidad, y el ver algo así como si nada en el salón le parecía una travesura en sí misma. Tenía las mejillas sonrosadas y la risilla fácil.

El champagne había cumplido bien su cometido.

Así que me levanté a por un pañuelo en lo mejor de la escena, para que ella no perdiese detalle. Cuando la protagonista estaba al borde del clímax, le pasé el pañuelo por delante de los ojos y me acerqué a su oreja desde atrás.

-Es muy aburrido limitarse a mirar. Se me ocurre que podíamos jugar un poco, si quieres, claro. Pero te tienes que portar muy bien.

Se quedó completamente inmóvil mientras le anudaba el pañuelo y tomó muchísimo aire.

-Te vas a portar muy bien?

Asintió con la cabeza, murmurando un "Sí" apenas audible, tensa como la cuerda de un piano.

-Y puedo hacer contigo lo que quiera?

Le solté el pelo y al acomodárselo rocé con los dedos sus gloriosas tetas, lo justo para notar sus pezones durísimos bajo la ropa. En pantalla, la chica no dejaba de gemir.

Lena se estremeció al sentir mis dedos, y asintió de nuevo.

-Sí.

-Me lo tienes que pedir por favor, Lena. Ruégame que te deje ser mi perrito.

Y Lena se mordió el labio y susurró:

-Por favor, Astrid, déjame ser tu perrito. Haré todo lo que me digas.

Una adorable mosca enredada por completo en mi red.

Bajó al suelo, a ciegas, sobre la alfombra, hasta arrodillarse a mis pies. Se quedó allí acurrucada con la cabeza gacha, como un auténtico perrito, esperando una orden.

Le saqué el jersey por la cabeza, ella se dejó hacer con las manos lacias. Satisfecha por su obediencia, le quité todo salvo las braguitas de algodón blanco. Para no haberlo hecho nunca, debía de haberlo imaginado mil veces.

Sus enormes tetas se balanceaban al ritmo de su respiración, y buscaba acercarse a mí a rastras, ansiosa por recibir instrucciones. Me gustaba verla así, con el pelo revuelto y los ojos vendados. Tomé un par de cubos de hielo de la cubeta de la botella, y me senté frente a ella.

-Esto es lo que quiero que haga mi perrito: -le dije mientras le deslizaba el trozo de hielo por los labios- vas a sostener esto en la boquita hasta que se funda, y no puedes hacer ruido. Crees que puedes?

Ella asintió con la cabeza, y sacó la lengua para recoger el hielo.

Aprovechando que se había erguido un poco, pasé el otro trozo que me quedaba en la mano alrededor de uno de sus pezones.

Se le escapó un "Mmph!" Y enseguida se recompuso. La piel de los pechos se le erizó ligeramente, sus rosados pezones duros y completamente erguidos pedían a gritos que jugara con ellos.

Despues de aplicarle el hielo, me arrodillé a su altura y se lo pellizqué con dos dedos.

Un "Ahhh" distorsionado por el pedazo de hielo que mantenía en la boca.

Respiraba con pesadez, siempre buscando pegarse a mí. Mantenía las manos juntas entre las rodillas, obediente como un buen perrito.

Sus tetas eran increíbles, firmes, pero blanditas y suaves, y jugué con su propio peso, apretándolas y dejándolas volver a su ser.

Ella se dejaba hacer maravillosamente. Respiraba cada vez más rápido, pero no soltaba el hielo que tenía entre los dientes.

Le di un ligero mordisco, haciéndola soltar aire de golpe.

-Ya sabes lo que tienen que hacer los perritos... Puedes escupir el trozo de hielo.

Ella asintió de nuevo. Buscó a tientas mis pies, y se postró ante mí. No escupió el trozo de hielo, sino que masticó y tragó. Buena chica.

Sus labios helados recorrieron mis pies y subieron hasta mis rodillas, sus manos por mis piernas, deteniéndose con timidez en mi culo. Alzándose ligeramente, metió la cabeza bajo mi falda y una vez llegó hasta mi ropa interior, aspiró, se aferró con ambas manos a mis nalgas, y tras un gélido beso, empezó a lamer.

Su entrega era total, debo decir que jamás había disfrutado de una comida semejante. Su lengua entraba y salía por la hendedura de mi tanga, tierna y fría, recubriendo totalmente mi clítoris. Sus manos se deslizaban por mi culo. Respiraba agitada y notaba su aliento haciendóme cosquillas entre las nalgas. El frío pasó a una ola de calidez muy intensa.

Me dejé caer en el sofá para disfrutarlo mejor, desabrochándome la camisa. Ella siguió mis movimientos, dejándose ir conmigo. Separé las piernas para dejarla hacer. Deslicé la pierna entre sus rodillas, alzando el pie para rozarla con el dedo. La sentí jadear.

Sus braguitas de chica buena estaban empapadas y resbaladizas, y respondió al roce penetrándome con su lengua. Esta vez el gemido fue mío.

Empecé a frotarle el pubis con el empeine, guiándome por la enorme mancha húmeda y viscosa. Ella empezó a masturbarse restregándose contra mi pierna, como una auténtica perra en celo, sin dejar de comerme el clítoris por un solo instante. Gemía descontrolada, succionaba, lamía...

La agarré por el pelo, a punto de correrme en su boca, y en uno de los vaivenes contra mi pierna, metí la mano derecha dentro de sus bragas. Aprovechando el charco, le metí un dedo hasta el fondo, y ella gritó y se corrió de golpe. Sus gritos me desbordaron del todo, y literalmente, exploté. La solté y me dejé caer hacia atrás, disfrutando el viaje.

No se movió de donde estaba, jadeando, lamiendo mis flujos con ansia.

Le solté el pañuelo y la aparté de mi con un pie.

Qué imagen!! Me miraba con ojos suplicantes y llorosos, relamiéndose los hilos brillantes que le quedaban en los labios.

-Por favor... -dijo en un susurro- seré muy buena. Haré todo lo que quieras. Puedes hacer conmigo lo que quieras. Pero por favor... Más...

Menuda zorra es mi pequeña secretaria.

Así que... Quién sabe, pequeña Lena, la noche es joven.

Qué te hago?

-Por VenoMaliziA.-

Si te ha gustado mi relato, déjame tu valoración, tu opinión, o si te apetece, una sugerencia sobre qué podemos hacerle a Lena en el próximo capítulo.

(10,00)