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Le entregué la cola al primo de mi esposa

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Desde los 20 años soy bisexual.  Absolutamente discreto pues en mi país no es “lo normal” y lo pongo entre comillas pues resulta hasta incómodo tener que vivir así. Pero, tampoco me quejo mucho porque me ha ido bien.

Quizás el encuentro más inquietante de todos los que he tenido fue con el primo de mi esposa, hace ya muchos años. Llegó para unos días de vacaciones a Lima con su esposa, tendrían un par de años de casados, algo menos que mi esposa y yo, pero aún sin hijos. Nosotros ya teníamos una.

Habíamos quedado salir en parejas el sábado a la noche. Le pedimos a otra prima de mi esposa para que venga esa noche a cuidar a nuestra hija que era muy pequeña. Esa tarde, mi esposa y la esposa de su primo decidieron ir de compras, llevándose a la bebe. Su primo y yo decidimos quedarnos y ellas lo prefirieron pues así estarían sueltas de compras, sin nadie que las joda por los tiempos y las esperas.

Luego de una breve siesta, me puse a ver tv en la sala. El primo de mi esposa salió de su cuarto y se sentó junto a mí. Nada fuera de lo normal, saltábamos de canal en canal y charlábamos de todo lo intrascendente que pueden hablar dos hombres que se conocen poco. Él estaba en un short corto, que me permitían ver sus piernas morenas, cortas pero fornidas. Debe medir alrededor de 1,60 m, bajo, incluso para el Perú. Yo en un buzo ligero.

Cuando me di cuenta, él había empezado, primero con discreción y luego ya más abiertamente, a tocarse el miembro, que había empezado a resaltar bajo su short. Me calenté y ya no podía dejar de mirarlo de reojo. A los pocos minutos me dijo: “primo, ¿te molestaría si lo saco?”. Me sorprendió su frescura y en ese instante supe en que terminaría todo. Le dije claro, somos dos varones, por mí no hay problema.

Se sacó el short. Se sacó el calzoncillo y quedo con la verga al aire, no enorme, pero si grande, mucho más de lo que uno podría imaginar en una persona de su estatura. Casi negra, mucho más oscura que el resto de su piel. Circuncidada, lo que hacía ver infinitamente apetitoso su glande.

Comenzó a correrse lentamente, con parsimonia, como quien lo hace solo por jugar con su miembro, sin ningún fin específico. Yo hipnotizado mirándolo. Sin que me dijera nada, comencé a acariciar sus muslos. El simplemente se dejó hacer. Al sentir que el compromiso silencioso estaba sellado me desligué de mis temores.

Le cogí la verga y comencé a masturbarlo. Pero fue un instante. Una verga así siempre es mejor en la boca que en las manos. Comencé a chupársela con fruición, sentí que él se descontrolaba. Gemía, maldecía, me decía dale puta, dale puta, dale, mama, mama perra limeña. Y eso me descontroló y seguí. Sentí salir su semen caliente, mucho, espeso, lo sentí venir y lo recibí gozoso en mis labios mamones. Lo tragué todo.

Pensé que todo terminaría allí. Sin embargo, él me dijo ahora te toca a ti primo. Yo no sabía cómo responderle que sólo era pasivo. Pero acepté igual pues estaba demasiado caliente. Rápidamente me bajo el pantalón de buzo, el calzoncillo y me colocó en el borde del sofá con el culo hacia arriba. Sin preámbulos me metió la lengua al culo. Sentí un placer sublime, que lengua, que placer sentirla recorriéndome y abriéndome tan rápidamente.

Él solo decía culo blanco y gemía. Culo blanco y limeño. Y seguía con su lengua dándome un placer increíble e inesperado. Quizás fueron 5 minutos del mejor beso negro de mi vida, cuando se levantó y me dijo “Alonso, vas a ser mi hembra”. Sin ver, sentí como se untaba saliva en su verga y moría de ansía por sentirla.

Hasta que empezó. Primero suavemente a rozar mi culo y toda mi entrenalga. Yo me sentía morir, pero él seguía solo sobándose hasta que no pude más y le dije “métemela”. Lo hizo y estaba tan caliente que entró toda en una y comenzó a cabalgarme delicioso.

Siguió con sus frases cortas “culo blanco, “culo de limeño”, “que rico Alonso” y seguía y seguía, ni él ni yo intentamos cambiar de posición, yo por sentirla gruesa y vigorosa, completamente dentro mío y él disfrutando la vista de mi culo blanco limeño. Comenzó a acelerar el ritmo y sentí que se venía y que yo me venía, felizmente pude alcanzar el calzoncillo con mi mano y lo puse delante de mi verga. Instantes antes que él explote y yo con él.

Gimió y siguió unos momentos más. Mi culo roto. Mi semen sobre el calzoncillo. El suyo empezando a desparramarse desde mi nalga. Fue un final perfecto.

Felizmente el calzoncillo recibió todo el semen. El mueble quedó inmaculado. Hubiese sido tan difícil explicarles a nuestras esposas manchas de semen en el sofá.

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