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Mateo pasó a la final y lo premiamos (parte 9)

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Después del sexo matutino entre los tres, nos secamos y les presté unos bóxers cortitos que me habían regalado, rojo a Nico y azul a Mateo, que les quedaban ceñidos al cuerpo mejor que pintados. Ya era mediodía, había dejado de llover y teníamos mucha hambre, así que hervimos unos fideos y los servimos con manteca, porque a las cuatro de la tarde Mateo intervendría en un torneo clasificatorio para los juegos provinciales. Pero surgió un problema cuando lo acompañamos a su casa a buscar los patines porque no le habían lavado el uniforme que usaría en la prueba. Se puso muy nervioso y le preguntamos si no tenía forma de conseguir que algún compañero le prestase.

-¡Todos son más altos que yo!, dijo desconsolado.

Mandó un mensaje al grupo y casi enseguida le respondió Magalí, una compañera del equipo femenino del club, que estaba lesionada y tenía un físico parecido al suyo. Fuimos a la casa de la chica para que se probase la ropa y se metió en el baño para vestirse.

-¡Me va muy justo!, dijo desde adentro.

Magalí era un bombón, menuda y marcada como Mateo, con formas muy femeninas, pero estaban sus padres en la casa y no se podía meter en el baño para ver, así que nos pidió que nos fijásemos cómo le quedaba. Entramos y cuando lo vimos nos quedamos sin aliento, así que cerramos la puerta.

De color celeste y turquesa en degradé, le quedaba muy bien ajustado al cuerpo, destacando todas sus formas, sobre todo el trasero respingón. Le pedimos que se diera vuelta y también se notaba bien su generoso paquete, que no dudamos en manotear, susurrándole

-¡Potro! ¡Qué bien que estás, te queda de primera, dan ganas de cogerte ahora!

-¡Cállense, putos!, dijo en voz baja y ya estaba de nuevo al palo.

-¡Te la vamos a chupar toda la noche después de la carrera!, le dijimos uno de cada lado, mientras le sobábamos el culo y la pija a cuatro manos.

-Se te marca el bóxer, le dije yo al oído.

-¿Qué tiene que ver?

-Te lo van a ver y se van a burlar, dijo Nico.

En eso, la chica golpeó a la puerta del baño para saber cómo le había quedado.

-Bien, le dijimos a coro, pero hay un problema.

-¿Cuál?

Salí yo cubriéndome la erección con una toalla y le conté sobre las marcas del bóxer.

-Tengo unas culotte sin costura, pero una es rosa y la otra es lila.

-¿Se las podés prestar así se las prueba? Y después las lavamos y te las devolvemos.

-Sí, no hay problema. Trajo su ropa interior y se las pasamos a Mateo.

-¡No me voy a poner esto!

-Dale, boludo, que no pasa nada. Sólo nosotros y ella sabemos lo que te pusiste.

-¿Y cuando me tenga que ir a bañar en el club después de la carrera?

-No te bañés allá, te bañás en casa.

Muy a desgano aceptó quitarse los bóxers y ponerse la culotte lila, que también le quedaba pintada y no se notaba debajo del uniforme de competición cuando se lo puso.

-¡Hummm! ¡Qué bien te calza, Matu!, le dijo la chica, mirándolo de hito en hito con un dejo de deseo.

El pícaro Nico le preguntó si no estaba para comérselo e insinuó que se lo podíamos prestar a la noche, pero después de la carrera, a lo que Magalí asintió con mirada lasciva, sin sacar los ojos del cuerpo de Mateo, lo que nos calentó aún más. Lo abrazó, lo besó y le dijo al oído que ganara, para obtener su premio.

Salimos de la casa de Magalí tapando a duras penas nuestras erecciones con bolsos y mochilas y tomamos un taxi hasta el club. Llegamos a tiempo para que Mateo pudiera reunirse con el equipo y los entrenadores para la previa y nos ubicamos en las gradas para verlo y alentarlo. Notamos que estaba nervioso y que sus compañeros le gastaban bromas, pero no le dimos importancia.

Le tocó el último grupo clasificatorio de 100 metros, que ganó con cierta comodidad. Luego participó en la posta de 4x100 metros, en la cual colaboró con la victoria de su equipo, que se frustró en la final porque el tercer compañero se cayó antes de pasarle el testigo, causándole mucha frustración y enojo. Canalizó toda la bronca en la final de 100 metros que ganó por muy poco sobre el final, mientras lo alentábamos a los gritos, así que vino a abrazarnos para agradecernos.

-¡Vamos campeón!, le gritamos mirándolo a los ojos, pero pudimos contenernos de ir más allá.

Estaba agitado, pero se lo notaba extasiado y nos dijo que le habíamos traído suerte con la compañía y el aliento. Después nos enteramos que su padre no compartía su afición por el patín, porque le parecía poco varonil. Acariciando su cuello transpirado, le susurré que se acordara que tenía puesto un culotte y que no se fuese a bañar con sus compañeros.

-¡Sí, gracias por hacerme acordar!, nos dijo con voz agitada por el esfuerzo final.

Llegaron las premiaciones y le tocó la última, que aplaudimos con entusiasmo y luego una reunión con el entrenador en el vestuario, que lo felicitó ante todo el equipo por su clasificación al torneo provincial. Le dieron una manteada que, por suerte, no fue salvaje, pero lo tocaron por todas partes, lo que casi fue una violación en patota, como nos contó él después.

Entre una cosa y la otra, salimos alrededor de las ocho de la noche y el entrenador y su esposa se ofrecieron a llevarnos a mi casa en su auto, porque les quedaba de paso. Nos sentamos los tres atrás, con Mateo en el medio, por lo que aprovechamos para manosearlo cubriéndonos con su bolso y nuestras mochilas. Se puso rojo como la primera vez con sus padres y empezó a reírse con nosotros.

-Estás acalorado, Mateo, le dijo la esposa del entrenador.

-Sí, me tengo que ir a bañar a la casa de mi amigo porque no me traje el champú ni la toalla por el apuro, se justificó.

Mientras, con Nico nos alternábamos en sobarle la poronga parada por encima del uniforme y manosearle los muslos. Para tratar de evitar nuestro manoseo, se adelantó en el asiento y fue peor, porque nos ensañamos con sus preciosas nalgas. Sin embargo, por su suave meneo, notamos que nuestras caricias y la situación en general le gustaban.

Nos dejaron en la puerta de mi casa, les agradecimos y esperamos a que se marcharan en su auto. Abrí la puerta, entramos y mientras yo cerraba y ponía los pasadores, Nico y Mateo se besaban furiosamente y me apoyaban sus bultos en el culo, que meneaba gustoso. Me volví y me sumé al morreo de tres, acariciándoles los glúteos a los dos y metiendo mi lengua entre las suyas, en un franeleo que duró varios minutos y nos puso a mil.

Cada tanto nos mirábamos a los ojos y volvíamos a besarnos con mucha pasión, hasta que pusimos a Mateo entre los dos para apoyarlo y acariciarlo por delante y por detrás y él se mecía entre nuestros cuerpos muy agitado y excitado por su triunfo. Nos bajamos las bermudas y sacamos nuestras pijas para que nos pajeara mientras lo manoseábamos furiosamente y él nos besaba alternativamente hasta la sofocación, inclinaba su culo para apretarse más contra la pija de Nico para luego empujarse hacia mí para apoyarme.

-Tenemos que parar, dijo Nico. El campeón se tiene que duchar.

Lo acompañamos hasta el baño para sacarle el uniforme muy lentamente para acariciarlo y franelearlo hasta que le dejamos sólo vestido con la culotte de Magalí, humedecido con su líquido seminal y el sudor.

-Me la tengo que sacar para lavarla.

-Quedátela, que te la lavamos puesta nosotros en la ducha.

Se metió debajo de la lluvia, mientras terminábamos de desnudarnos torpemente al intentar besarnos y pajearnos entre nosotros.

-¡Putos! No pueden parar ni para sacarse la ropa, nos dijo sonriendo.

Nos metimos en la ducha con él para enjabonarlo todo, sobre todo en el culo y en los genitales, por debajo de la culotte, que refregábamos con nuestras pijas, mientras él se entregaba dócilmente a nuestras caricias y morreos. De a poco le fuimos bajando la culotte, su pija me saltó en la cara y me apresuré a enjuagarla y pajearla para tenerla a punto de caramelo y tragármela deliciosamente, mientras Nico lo apoyaba y lavaba bien la culotte para colgarla en el toallero y luego se dedicaba a horadarle el culito a Mateo con dos y tres dedos, al tiempo que el campeón se inclinaba gimiendo de placer sobre su hombro para besarlo con frenesí y me agarraba de la cabeza para cogerme por la boca por enésima vez.

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