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Otra vez el cielo en Mar

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Estaba haciendo el aseo de la casa y tocaron a la puerta de mi casa. Pensé que sería algún vendedor y atisbé por la mirilla. ¡No podía creerlo! Era el ingeniero que una vez llevó a mi marido muy borracho a la casa. (Esa historia ya está contada en El cielo en Mar.) Habían pasado más de cinco años en que nos conocimos, ¡y lo hicimos muy bien!, aunque aquella vez no le pregunté su nombre…

Abrí de inmediato la puerta y le pedí que pasara. Pensaba recriminarle del porqué de su silencio en tanto tiempo, ya que al darle mi número telefónico esperé con ansias su llamada para volver a sentir su fuego, pero mi pasión por él se fue extinguiendo poco a poco. Al cerrar la puerta, él me tomó la mano y me besó galantemente en el dorso. Me pidió un vaso de agua y fui a la cocina para servirlo, pero él me siguió. Antes de que extendiera mi mano hacia el trastero, sentí su mano levantando mi cabello, después sus labios en mi nuca. Ya no tomé el vaso. ¡Empecé a arder en mis deseos!

Me volteé y le ofrecí mis labios. El abrazo se hizo ardiente y nuestras lenguas buscaron anudarse. Mis manos aflojaron su cinturón y metí una para acariciar su turgencia, mi pulgar distribuyó su presemen en su glande. Sus manos bajaron a mis nalgas, entraron bajo mi falda y recorrieron mi carne, sentí sus dedos acariciando los vellos de mi panocha y uno viajaba desde el pubis, luego recorría mi clítoris hasta llegar a mi cueva que destilaba jugo de pasión. Viajó intermitentemente haciendo una y otra vez el recorrido.

Con mi mano libre ayudé a que mis calzones cayeran y con la otra jalé firmemente el tronco una y otra vez mojándomela con sus ganas de amar. Me cargó y me llevó a mi cama, esa misma donde mi marido y yo nos amamos todos los días y donde él fue invitado una vez por mi marido borracho, al final de una farra, para ver cómo le mamaba la verga su esposa.

Después de que me dio ese beso apasionado en la cocina, sólo queríamos cogernos. Me depositó en la cama y se quitó la ropa de la parte inferior. Nos lanzábamos miradas anhelantes. Cuando él ya estaba sin las estorbosas prendas y su pene erguido y brillante por el líquido que mi mano le había distribuido, le sonreí con coquetería levantándome la falda y abrí las piernas para que él también gozara con el brillo de mi raja que pedía a gritos que me penetrara.

Me cubrió besándome y metiendo sus manos para atrapar mis chiches y tener un suave punto de apoyo para su movimiento. Nuestras bocas se separaron para, simultáneamente, lanzar ambas un quejido de amor donde él me regaba el interior con su semen y yo empecé con un tren de orgasmos que poco a poco los quejidos subieron de tono hasta hacerme gritar. Ni con mi marido en los mejores tiempos había sentido esto.

Descansamos, él sobre de mí y yo acariciando su pene con las contracciones de mi vagina. Dejó mis tetas y bajó a lamer y deglutir el atole que hicimos. ¡Yo me sentía en el cielo!, y es que esto no me hace mi esposo y ahora lo gozaba en nuestra cama matrimonial gracias a este señor de quien no conocía su nombre, sólo que se refirió a él como "el ingeniero" cuando una vez lo invitó mi marido a tomar en mi casa.

En eso estábamos y se escuchó el pestillo de la puerta de entrada. Me levanté rápido, bajándome la falda, y salí de la recámara cerrando la puerta. Vi que mi hija entraba a la casa.

–¿Qué pasó?, deberías estar en la escuela –le pregunté extrañada de verla.

–Se me olvidó una tarea que debo entregar después del descanso. Pedí permiso a la directora para venir por ella –dijo tomando un folder del cajón de un mueble–. Anoche se me olvidó meterla entre mis cosas –concluyó yendo hacia la cocina.

Tomó un vaso y se sirvió agua. Al terminar lo puso en el fregadero y descubrió mis calzones en el piso.

–¿Y esto? ¿Qué hace aquí? –preguntó levantándolos.

–Se han de haber caído cuando llevé la ropa sucia a la lavadora –contesté tomándolos sin darle mayor importancia.

–Bueno, me voy –dijo y se retiró–. ¡Tanta prisa que hasta dejé la puerta abierta! –exclamó cuando jaló la hoja de la manija que yo había recordado que sí cerró.

Aún con la pantaleta en la mano, la cual sentí mojada por obvias razones, cerré la puerta y me dirigí hacia la recámara que tenía la puerta abierta. Al entrar, me percaté de que “el ingeniero” ya no estaba. ¡Qué rica cogida me dio, y seguí sin saber su nombre…!

**********

Aclaración: Esta historia no la escribí yo, aunque esté relatada en primera persona. La recibí por correo y pretende ser la continuación de otra ya publicada. La verdad, me gustó mucho, tanto como la primera parte, para la cual discutimos un poco de manera epistolar sobre el desarrollo para hacerla creíble. Esta parte, como la anterior, es sólo una fantasía que nunca ocurrió.

(9,29)