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Pacto por el alma del contratante

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Miré la documentación del caso un rato antes de que se abriera el portal. Todo normal y sin rebusques.

"Pacto por el alma del contratante".

Estos casos solían ser aburridos, "aburrido" era justo el sabor que andaba buscando desde tiempo atrás. Tras el último fiasco, algunos casos simples me darían el respiro que mi equipo y yo necesitábamos.

Cuando el portal abrió, ahí estaba el cliente, en su pentagrama de sal. Sí, en serio. Le tomó algunos segundos cerrar la boca y balbucear una supuesta plegaria de protección. Fraudes que se encuentra uno en el mercado.

Di dos pasos fuera del portal tomando una forma difusa por recomendación de mi asistente. Si lo que quería era teatralidad podía arreglarlo con tal de cerrar el trato. Había sido una jornada pesada.

-¿Quién osa traerme a esta realidad? Pregunté retumbando la voz y conjurando llamas moradas tras mi cabeza mientras con un viento apagaba las velas negras teniendo cuidado de no deshacer su pentagrama (podía sentir a mi asistente y su equipo aguantado la risa).

-Oh, señor oscuro, escucha mi plegaria... Te he conjurado para realizar un pacto por mi alma.

Bueno, al menos estaba consciente de qué se trataba esto. Leí que el fiasco de 1949 de esta realidad comenzó con alguien que no sabía lo que hacía.

-Di, mortal, tu oferta y tu precio.- Dije, bajando un poco la voz y encendiendo de vuelta las velas. El cliente temblaba, pero hacía esfuerzos por mostrarse en control, pobre diablo.

-¡Escuchadme! ¡Oh, oscuro maestro!- Este cliente perdía originalidad cada que abría la boca. -¡Deseo riquezas y placeres que sólo los más excelsos alcanzan! A cambio, te daré... ¡Mi alma!

"Un poco menos de grandilocuencia, un poco más de ir al grano" dijo en mi mente mi asistente, "Al menos no pidió inmortalidad". Ordené silencio, este era justo el punto de amarrar al cliente.

-Tendrás riquezas que no alcanzarás a gastar en tu vida natural y más placer del que jamás has sentido, pero debes saber que tu alma será nuestra cuando tu cuerpo la deje.- El cliente pareció dudar un momento, pero tras un respiro profundo, levantó su vista, decidido.

-Acepto el pacto.- Dijo -Pídeme el servicio que mandes, y te obedeceré.

Eso me fastidia de esta realidad: demasiadas ideas incorrectas.

-Tu alma será nuestra, tu servicio no es necesario.- Ni que tuviera en qué ocupar a un humano de una de las realidades libres.

-Mi alma es tuya, ¡Oh, señor!

Telepáticamente mi asistente confirmó el pacto y me envió los números. Pacto cerrado. O casi.

Tras de mí, en su pared, seis números se grabaron en fuego (mas teatro, los números desaparecerían en un rato). Le tocaba al cliente comprender el uso de esos números. Se rompe el encanto de un pacto satánico si le dices que es de su lotería local. Pocos lo saben, pero esa es una de nuestras oficinas con más trabajo; un seguimiento del caso le daría más grupos de números de necesitarlo. El dinero es un concepto curioso que sólo existía en un puñado de realidades antes de que nos diéramos cuenta de lo mucho que nos facilita el trabajo.

Una chispa de entendimiento brilló en sus ojos y tomó una fotografía con su teléfono móvil. Dio un paso al frente, abriendo inadvertidamente su pentagrama, pero tan embobado en su pago que no se dio en cuenta. Daba igual; si esta realidad no estuviera protegida, podría haber tomado su alma con o sin pentagrama.

-Y... ¿de lo otro?- dijo sonrojándose.

Lo miré fijamente; por un momento entré en su mente, congelándolo. Tras unos momentos, encontré lo que buscaba: "El Manto de la Piedad". Nombre rimbombante que se le dio a la parte de la mente que limita la percepción. Un Fausto escribió sobre este manto hace más de un siglo, en un proyecto para normalizar nuestra naturaleza. Al final el proyecto no dio los frutos esperados, pero sé que su alma aun habita entre las estrellas más allá de la comprensión humana.

Tras hacer un par de ajustes delicados, le devolví su albedrío. Para él, el tiempo no pasó (en realidad para nosotros tampoco, pero divago), pero ese momento que se brincó le cambiaría para siempre. Abrí sus sentidos, todos ellos. A partir de ahora, la música, la comida, los perfumes, el tacto de otra piel, llenarían su mente de gran placer. Este ajuste debe hacerse con cuidado o el cliente termina escudándose de todo placer para evitar llegar al extremo del dolor. En el año 666 uno de nuestros clientes escribió sobre ello. ¿O fue en 1666? Como dije, el tiempo es distinto para nosotros.

"Envíame dos sombras". Demandé a mi asistente. Tras de mí, a ambos lados, dos portales se abrieron. Las nubes de oscuridad cobraron forma al poner un pie en esta realidad; de nuevo, El Manto protegía al cliente.

Tan pronto se recuperó, pude ver su sorpresa. La sombra de mi derecha cobró una forma voluptuosa, caderas amplias y pechos enormes, casi un cliché. Su cabello negro y liso, su piel morena canela, y ojos gatunos ámbar (sería un error en una realidad sin chicas gato, en ésta, un plus que se podía explicar con cosplay y pupilentes).

Fue la segunda sombra la que llamó mi atención: delgada, de formas muy delicadas, de piel muy blanca y ojos negros y enormes, cabello castaño ligeramente rizado. Pequeña, unos tres palmos más baja que la primera sombra, con unos pechos en punta que no competían con la generosidad de su compañera, pero que en su sutileza completaban un pequeño paquete de perfección.

"Pero, que no era..." dijo mi asistente a quien callé con un gesto. "Es posible que me haya equivocado. Di al equipo que puede marcharse. Yo completo el caso." dije mentalmente. Pude sentir la presencia de los demás abandonándome.

El cliente miraba sus sombras boquiabierto. Se preguntaba cómo es que tomaron justo la forma que él anhelaba. Es uno de los extras que definen a mi equipo. Mientras ajustaba su Manto, miré en sus deseos. Sus formas vinieron a mí. Con tiempo, el cliente sabría cómo cambiar su aspecto. Por ahora, "ellas" estaban frente a él, con ropas sacadas también de sus deseos. Deseos poco originales, aunque sorpresivamente tampoco vulgares.

Me fundí con la oscuridad de la habitación, dejando que las sombras tomaran el escenario. -Ellas estarán contigo siempre que las llames, eres libre de nombrarlas como quieras y te obedecerán en todo, pero cuidado: pueden morir y habrás de responder por ellas.- Esto no era estrictamente cierto; las sombras son entes menores que acompañan a los clientes, pero, una vez libres de su compromiso, regresan al cieno primigenio de donde las sacamos. No importa si mueren en una realidad o se termina el pacto. Esta mentira ha evitado que se haga mal uso de una sombra.

-Te llamaré Ámbar.- dijo a la primera, que sonrió mientras se acercaba. -A ti te llamaré Ariel.- Dijo extendiendo la mano a la segunda. Ámbar, ataviada en un vestido de noche, con lencería no tan delicada por debajo, jaló la mano del cliente para reposarla en el nacimiento de sus nalgas, mientras pegaba sus pechos amplios al pecho de él. Por su parte, Ariel, mas casta, aunque con una falda tableada algo corta, una playera pegada que marcaba sus pezones erectos, pasó el brazo del cliente sobre sus hombros y escondió su cara en el cuello de él.

Este momento, el primer contacto, con los nuevos sentidos abiertos, con el olor de ellas, la humedad de sus pieles, el contacto crudo y animal, había hecho desmayar a más de un cliente, pero en éste, una notoria erección fue la única respuesta visible. Y fue la única, porque él no movió un sólo músculo. Se quedó congelado por varios segundos antes de que Ámbar tomara el control.

Ámbar tomó la túnica del cliente, deslizándola de sus hombros, dejando su torso desnudo. Delgado, lampiño, casi sin músculo visible, tembló al sentir los labios de Ámbar besar justo debajo de su pezón derecho. Un suspiro marcó el regreso a la realidad del cliente.

Hábilmente, Ámbar desabotonó el pantalón, bajando hasta acuclillarse. Sobre un bóxer enhiesto, depositó un beso que dejó marcado el labial rojo en una zona oscura de líquido pre seminal. Miró al cliente y habló por primera vez. -¿Sigo?- dijo mientras acariciaba los muslos del cliente, quien apenas pudo gesticular su asentimiento. Arriba, Ariel besaba su mejilla mientras se acurrucaba en un abrazo.

Ámbar tomó el bóxer bajándolo poco a poco. Recorrió con su lengua el punto donde el resorte dejaba paso a la piel, cada vez más abajo, y se detuvo un momento que se antojó eterno en la base del pene de él. El cliente se tensó en anticipación mientras Ariel iba besando su cara cada vez más cerca de su boca.

En el momento en que él estaba en el punto más alto de su espera, Ámbar bajó el bóxer de golpe, liberando su verga que se levantó de golpe y fue atrapada por la boca de ella, quien la guardó hasta el fondo de su garganta en un solo golpe; el cliente abrió la boca enorme jalando aire ante la oleada que lo embargó. Ariel atrapó su boca justo en ese momento metiendo su lengua en la boca de él. Con el pecho a punto de estallarle, él alcanzó un primer orgasmo tras apenas unos instantes. Ámbar tomó toda su semilla sin dejar ir una sola gota.

El cliente experimentó algunos estertores antes de cobrar consciencia de "su pobre" desempeño. Es difícil para un humano acostumbrado a las películas porno entender que, con los sentidos recién abiertos y las mujeres de sus sueños dándole placer, apenas durará más de unos instantes. Lo que hace aún más grato que, tras el primer orgasmo, su mástil sigue aún más erguido y firme que antes de su primera eyaculación.

Ámbar se puso de pie, sonriente como siempre, y propinó un largo beso al cliente. Mientras que acariciaba con la mano el duro trozo de carne, Ariel comenzó a deshacer los broches del vestido de su compañera. El vestido, vaporoso y breve, cayó al suelo dejando ver a una mujer de curvas generosas y lencería acorde con su habilidad. Ariel siguió trabajando los broches, ahora del sostén de Ámbar. Sostén que era un recurso estético; la firmeza de sus pechos desafiaban la gravedad de ésta y muchas otras realidades.

Ariel, de puntas, apretó los pechos de Ámbar ocultando los pezones a la vista del cliente. Sonrió traviesa mientras apretó para deleite de Ámbar. Ésta dio un beso largo y húmedo al cliente mientras Ariel la empujaba arrodillarse de nuevo. Los pechos, ahora libres de Ámbar, envolvieron la verga del cliente. Ariel empujaba y jalaba a Ámbar marcando el ritmo de la marea de placer que se concentraba entre sus pechos. El glande, lubricado por todo el pre seminal y leche rezagada, deslizara perfectamente entre las montañas de Ámbar, quien apretaba con sus manos sus pechos ofreciendo una cueva estrecha, anticipo de lo que vendría después. El glande del cliente despertó en él sensaciones nunca antes sentidas, tal y como se había pactado. Con esa cara, distorsionada por el placer, no había modo de que reclamara incumplimiento del contrato.

Tras algunos minutos, nuevamente, el clímax se anunció entrecortando la respiración del cliente. Ariel detuvo a Ámbar. Por un instante, el cliente se detuvo en una pausa sublime y después, múltiples chorros de leche cubrieron el rostro y pechos de Ámbar.

El cliente se sentó en el piso, agotado, exhausto, en un estado de unidad universal, montando la ola del orgasmo que poco a poco se convertía en espuma. Cuando ambas se arrodillaron frente a él, se dejó llevar por el momento. Ámbar, lamiendo sus pechos, limpiaba la leche que podía. Ariel, sin dejar de mirar al cliente, limpiaba con su lengua toda la que no, para placer de Ámbar. Con los pechos limpios, la lengua de Ariel siguió explorando la cara bañada de Ámbar. Ambas se fundieron en un beso largo, húmedo e intenso. Para sorpresa del cliente, ese beso levantó nuevamente su lanza.

Cuando ellas lo notaron, gatearon hacia él. Ámbar tomó la verga y con su lengua, acarició el glande, aun lubricando. El cliente no pudo evitar un largo gemido. El borde siendo atacado alrededor por la sabia lengua de Ámbar. Poco a poco, la morena jaló a Ariel a gozar del mismo palo. Unos momentos después, ambas lenguas se enredaban, exploraban y besaban junto con la verga erecta y dura.

Esta vez, antes de que llegara otra explosión de placer, Ámbar se sentó sobre la cara del cliente. Ariel tuvo ahora la verga para ella sola y se desquitó hundiéndola en su garganta y acariciando sus bolas con ambas manos.

Ámbar abrió sus piernas mientras hacía a un lado su minúscula tanga. El liguero y medias servían como arnés para que el cliente la mantuviera pegado a su rostro. El olor del almizcle de ella, la humedad de su raja, incluso el rozar de los vellos perfectamente recordados en una tira delicada e invitante, suponían para él un placer nuevo, como quien come por primera vez una fruta jugosa después de una sequía. La lengua de él exploró todos los pliegues y esquinas, tomándose especial tiempo para acariciar con la lengua la parte superior de la entrada así como la sagrada perla. La recompensa a su esfuerzo resonó en la habitación con los gemidos invitantes de la generosa morena.

Por su parte, Ariel besaba la base y lamía las bolas del cliente. Abrió sus piernas y recorrió con su lengua y dedos el interior de los muslos de él. A veces, bajando la lengua un poco por debajo de las bolas. "Ah, claro". Pensé. "Eso es lo que sentí".

Ámbar movía su coñito restregándose en la boca de él, a punto de su propio orgasmo. Ariel, por su parte, había encontrado que el cliente apreciaba también que ella metiera su lengua entre sus nalgas. Atrapado entre las piernas de Ámbar, ofrecía poca resistencia ante la lengua, que se iba encargando de lubricarlo.

Sobre su cara, Ámbar comenzó a tensarse. Un gemido largo anunciaba su arribo al paraíso. "Es el momento". Pude sentir a Ariel pensar. Dos dedos de ella, delicados, largos, entraron de golpe en el ano de cliente. Al mismo tiempo, Ámbar dejaba caer un abundante chorro de jugos que fueron directo a la cara del cliente. Cargado con tanto placer al mismo tiempo, lanzaron al aire una nueva eyaculación que fue atrapada por la Ariel, su lengua recuperando lo que cayó entre las piernas de él, quien gemía moviéndose con los dedos de ella aún dentro de su ser.

Ariel sacó sus dedos. El cliente tomó un largo suspiro, incorporándose poco a poco sobre sus codos. Lamiéndose de los labios las últimas gotas de leche.

-¿Te gustó, amor?- Preguntó Ariel, sacándose la playera, mostrando sus pechos sutiles.

-S… Si, mucho.- dijo el cliente, con la respiración poco a poco regresando a un ritmo saludable.

-Entonces esto te va a encantar, papi.- Dijo Ámbar, ahora sentada apoyada en una mano con las piernas en compás, mientras con su otra mano abría su cueva deliciosa, mojada, dejando a su fragancia llenar la nariz del cliente. Ante esa esencia, su verga reaccionó una vez más, levantándose lista.

Ariel empujó al cliente hacia la invitante Ámbar, llevando la punta de él a la entrada de ella. Un beso rápido, primero en el cliente y luego en Ámbar. Él entró de un solo golpe, delicioso, decidido. Ella recibió con un gemido para despertar muertos. Pegó su coño mojado a la verga firme de él, encontrándose a medio camino en cada golpe. Cada recorrido él podía sentir su piel rozando con la caverna de ella. Apretada, lubricada, dispuesta. Los pechos de Ámbar rebotaban en sismos deliciosos mientras ella dejaba marcas en la espalda con las uñas. El dolor y el placer fundiéndose por completo. Ariel se arrodilló detrás del cliente. Bajando primero su falda tableada hasta las rodillas y luego, poco a poco, bajó su inocente panty de algodón dejando ver su secreto. Una verga delicada, delgada, de unos dos palmos, se levantaba lista. "Ahí está, entonces no me equivoqué". Pensé mientras me congratulaba.

Los dedos de Ariel encontraron su camino a la boca de él. La saliva acumulándose. Él recibió la caricia de la punta de sus dedos sin protesta, incluso cuando ella abrió sus nalgas para lubricar mejor. Ámbar atrapó en un abrazo con sus piernas al cliente. Sin dejarlo moverse. Sus brazos, su boca, apretándolo, aprisionándolo. Atrás, Ariel preparó su estocada.

Despacio, primero una punta perfectamente lubricada, luego un glande amplio y rojo, y detrás, un tallo tan delicado como su dueña, de abrió paso a las entrañas del cliente. Al principio, en su sorpresa, gimió de dolor, sus gritos acallados por la boca de Ámbar, cómplice de la conquista. Ariel detrás, una vez que se hundió hasta el fondo, dejó descansar al esfínter de él por unos minutos. Él, perdido en su mar de sensaciones, se quedó completamente quieto, abandonado. Pero la tregua duró poco. Ariel comenzó un delicioso vaivén mientras él recobraba poco a poco la conciencia sólo para empaparse en un río de placer mayor al que jamás había pensado posible.

Su verga, rebosante, se movía apretada por las paredes de Ámbar, mientras que sus propias entrañas eran atacadas por la verga de Ariel, en una sincronía bien ensayada donde las intérpretes hacían protagonista al debutante.

El dolor dio paso a un placer infinito. Su propio cuerpo despertando a sensaciones nuevas. Los pecios de ambas rozando su cuerpo, la boca de Ámbar en su cuello, la de Ariel en su nuca. Confundidos en un abrazo delirante.

Los gemidos de los tres alcanzaron su punto alto cuando Ariel, por fin, alcanzó un potente orgasmo. Sin salirse de él, descargó su semilla dentro. Él, alcanzando el deseo que por años se había negado a sí mismo, explotó de placer, sabiéndose por fin lleno de la pieza que le faltaba. Sus contracciones llenaron a su vez a Ámbar quien lo recibió en sus brazos acunándolo en su momento más vulnerable.

Los tres, recostados en el piso, abrazados, llenos, por fin se quedaron dormidos.

-"No te equivocaste". Dijo en mi mente mi asistente.

-"Creí que te habías ido". Le dije, sintiéndome ligeramente incómodo.

-"Aquí sigo. Nunca te equivocas, quería saber por qué las sombras parecían no corresponder".

-"Sí correspondían, sólo que él mismo se lo negaba". Dije. Un desperdicio.

-"Yo me encargo de marcar el caso. Me retiro" Dijo abandonando mi mente.

En algunos años, un suspiro para nosotros, el cliente dejará su cuerpo y mandaremos al departamento de recolección. Yo, por mi parte, creo que iré a darme una vuelta a la edad media de esta realidad. Hay una monja a la que le caería bien una visita. Y, ¿la verdad? A mí también.

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