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¡Qué puta es la guerra! (Kiev)

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Febrero de 2022. Palacio de Vladimir Putin (cabo Idokopás).

-¡No puede ser! Es absolutamente imposible que mi poderoso ejército no haya arrasado a esa basura de ucranianos

-No es tan sencillo, señor, contesta Serguéi Surovikin, el nuevo jefe militar al mando del ejército militar ruso. El invierno se acerca y los caminos se han vuelto impracticables para nuestros vehículos acorazados. Nuestros soldados están obligados a caminar a pie por terrenos que no conocen, y la resistencia ucraniana está luchando con toda su alma por defender su territorio. ¡Incluso han regresado a su tierra los emigrantes bien situados en Occidente para respaldar a sus compatriotas!

-¿Entonces es un problema de número de hombres? ¡ordenaré una movilización general! ¡Enviaré al frente a cualquier ciudadano que sea capaz de portar un arma!

En la humilde vivienda de Sergei no se podían creer que hubieran recibido una orden de alistamiento inmediato.

-“En mi vida he manejado un arma. Tendrían que instruirme, y eso les haría perder un tiempo muy valioso”, repetía continuamente a su honrada esposa Sonia, y a sus bellas hijas Anastasia e Irina, que acababan de cumplir veinte años y solo pensaban en divertirse con sus amigas.

No había terminado de pronunciar estas palabras cuando se abrió la puerta con estrépito para que entrara un individuo alto, con el rostro pétreo. Su nombre era Dimitri, y era un curtido oficial ruso que había combatido en la Segunda Guerra Mundial.

-¿Quién de vosotros es Sergei? Recoge los objetos que consideres más imprescindibles, guárdalos en una bolsa y acompáñame. Nos vamos a la Akademiya, donde te enseñarán a utilizar las armas necesarias para entrar en combate cuanto antes.

-¡Nooo! Chilló Sonia. No os podéis llevar a mi marido. Sin su trabajo en la granja no podremos sobrevivir al próximo invierno.

Dimitri sonrió por primera vez. Sabía que ocurriría esto, pero no esperaba que fuera tan sencillo.

-“Lo cierto es que podría decir que su marido padece de Endocarditis, por lo que quedaría exento de acudir al ejército. Pero no se me ocurre ningún motivo para arriesgar mi carrera salvando a una basura como ésta”. Un brillo iluminó los cálidos ojos de Anastasia. Se le había ocurrido una idea, aunque no sabía si iba a ser capaz de realizarla. Se acercó lentamente hacia su hermana Irina, y abrazándola, ambas mujeres se fundieron en un beso lésbico.

-“Vaya, resulta que no sois tan idiotas como parecéis”, exclamó Dimitri guardando su arma reglamentaria.

Anastasia, recuperada del inesperado beso de su hermana, comenzó a desabrochar su tosca blusa de lana, dejando al descubierto un pequeño sujetador que a duras penas podía ocultar su generoso busto.

-“¿Por qué no entráis en mi alcoba? Allí tenemos la cama más grande de la casa y podréis hacer lo que estáis pensando con mayor comodidad.

No hizo falta que le repitieran la sugerencia a Dimitri que con una sonrisa de satisfacción se encaminó hacia el cuarto que le indicó Sonia.

Una vez en el interior se sentó en la cama con la mirada recorriendo las paredes hasta que encontró lo que buscaba, una lampara de aceite.

-“Tú, la de las tetazas, coge esa lampara, derrama un poco de aceite en tus manos, y frótate los pechos, voy a necesitar que resbalen un poco. Anastasia, como un autómata, obedeció las órdenes del oficial, dejando sus ‘montañas de carne’ con un brillo muy tentador. Una vez cumplida la orden, se arrodilló frente a Dimitri ofreciendo sus pechos con las manos. Dimitri, que tenía su miembro duro como una roca, lo colocó entre los pechos de Anastasia, y la ordenó que lo frotara con ellos.

El oficial quedó sorprendido con la suavidad de los pechos de Anastasia, solo había visto pechos de ese tamaño en los prostíbulos de Donetsk, y ninguno igualaba la suavidad natural de los senos de la joven Anastasia. Naturalmente, no tardó en eyacular, regando el dulce rostro de la joven. Lo que el cruel oficial nunca soñó es que su hermana limpiara con su lengua su rostro manchado, hasta dejarlo completamente limpio. Ambas jóvenes creyeron que su humillación había terminado, pero el miembro de Dimitri al ver como se limpiaban las hermanas volvió a endurecerse, y decidió que había llegado el momento de penetrarlas.

-¿Sois vírgenes? Preguntó rudamente.

-¡Sí, lo somos, nunca hemos yacido con un hombre!

-Pues si no os puedo penetrar por un agujero, tendrá que ser por el otro.

-¿Qué otro agujero? Preguntaron, nosotras solo tenemos uno, nuestro sexo.

La sádica sonrisa de Dimitri les hizo entender que ese ‘otro agujero’ tendría que ser su ano, pero eso era imposible. ¿qué hombre querría introducir su miembro en un orificio destinado a la expulsión de excrementos?

Dimitri no les dio tiempo a que se siguieran haciendo preguntas, ya que cogiendo las caderas de Anastasia apuntó con su miembro al pequeño agujero, y tras una breve lucha se lo introdujo. El chillido de la joven retumbó en la habitación, y lejos de amilanar a Dimitri multiplicó la fuerza de sus embestidas hasta conseguir que el orificio de la joven se adaptara a la intrusión. Los pechos de la joven ucraniana se balanceaban al ritmo de las embestidas del oficial, que tras un rugido de placer llenó con su semilla el estrecho conducto de la joven ucraniana.

Dimitri dedicó unos minutos a recuperar el aliento, después se ajustó el uniforme, cogió su arma reglamentaria y se dispuso a abandonar la casa. Sin embargo, se detuvo unos instantes para decirle algo al horrorizado Sergio:

¡Eres un hombre afortunado! Si mi familia hubiera hecho esto por mí el día que me llamaron a filas no me hubiera convertido en el monstruo que soy ahora.

(Sin valorar)