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Siglo XIX

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A finales del s. XIX vivía en Madrid una dama, Susana, vivía sola de una forma relativamente acomodada gracias a una pequeña renta y un piso heredados de sus padres. 

En esa época una mujer sola dependía de su marido o de su padre. Pero ella no estaba dispuesta a someterse a nadie, quería su libertad. A causa de esto decidió buscar una compañía lo mas agradable y entretenida posible.

Por culpa de la época pensó que el escándalo seria mayusculo, si se buscaba un hombre ya no solo por la moral, nadie se tomaría a bien que conviviera con un tipo. Sino además, el colmo de los colmos, por tomar ella la iniciativa. Y un hombre querría casarse y quedarse con todo, mandar él.

Era una chica decidida y caliente. Tenía ganas de sacarse las telarañas del xoxito con algo más que sus propios dedos.

Ante ese panorama decidió que su compañía debía ser de su mismo sexo, a poder ser guapa y de origen pobre. Que entraría en su casa en calidad de criada, ama de llaves y señora de compañía todo junto.

Para encontrarla recorrió porticos de iglesias y sopas de convento. Susana no se amilanaba por nada, disfrazaba su búsqueda de caridad. Así podía recorrer Madrid sin que nadie se extrañara, sin escándalos. Vagaba por las zonas donde se apiñaban mendigos y los alrededores del Manzanares al oeste y sur de Madrid.

De pronto una casa llamó su atención. Una corrala, construcción típica de la época con un patio al que daban corredores abiertos con las puertas de las viviendas. Penetró en ella por un corralón o corredor sucio y lleno de basuras.

Por allí pululaban niños medio desnudos jugando entre los escombros. En un balcón un grupo de prostitutas con los pechos al aire, fumaban y reian. Un poco más allá un hombre pegaba a una mujer y solo ella sabía si gemia de dolor o placer.

Un piso mas arriba, una chica tendía de una cuerda ropa recién lavada, entre tiestos de geranios. Aquello era un detalle que no pasó inadvertido. Una pista sobre una joven limpia y trabajadora.

La observó atentamente, el cabello recogido en alto descubriendo un cuello fino y elegante. Era morena, los ojos pardos y grandes, la nariz aguileña, los labios rojos gruesos y sensuales, deliciosos y que invitaban al beso.

Su cuello fino y torneado como una columna de mármol que el pobre vestido no podía tapar, el busto que se adivinaba estaba bien formado y parecía firme aunque no muy abundante, quizá por su juventud.

Los antebrazos aparecían finos y las manos pequeñas asomando de las cortas mangas, casi como los de una dama. Caderas redondeadas y pies descalzos diminutos.

Había encontrado lo que buscaba. Se interesó por la jóven que tendría alrededor de los diez y ocho años, quizá los diez y nueve. Se llamaba Casta, hasta ese momento le venía bien el nombre.

Ya se ocuparía Susana de que no fuera tan adecuado. Trabajaba en lo que salía siempre que fuera decente, costurera, planchadora o vendedora. Ya no tenía familia, todos habían muerto.

Dos chicas solas en el mundo, bien podrían hacerse compañía. Susana consiguió que la joven se lo contara todo en su reducido piso alquilado de una habitación.

La dama le explicó su situación y casi la obligó a aceptar el trasladarse. Le daría una vida mejor, una educación y desde luego su trabajo sería mucho más ligero que todo lo que había hecho hasta entonces.

Susana había encontrado una flor en el lodo y no iba a dejar que se pudriera en él. Metieron apresuradamente las pocas pertenencias de la joven en un coche cerrado para ir al adinerado barrio de Salamanca.

Ya en la casa la persuadió a que cambiara sus harapos por un vestido de mejor tela y corte. Y a que se pusiera unos zapatos.

- Tengo ropa preparada para ti. Vamos desnúdate, no seas tímida conmigo. La dos somos mujeres.

La joven Casta no quería abusar de la generosidad de su nueva señora. Apenas hablaba. Ella la ayudó a sacarse el raído vestido por encima de la cabeza.

Se puso colorada, su cara y cuello y casi el pecho se pusieron deliciosamente rojos al quedar solo con un viejo corsé y unas enaguas, pero todo muy limpio. Lo hizo ante la atenta mirada de su bienhechora que no perdía detalle.

Susana, quién quizás con la intención de confundirla más, la beso en la boca tiernamente. La inocencia de la joven salió a relucir e impidió que volviera a vestirse y se marchara corriendo a la pobre barriada de donde había salido.

A pesar de todo lo que había visto en ese barrio Casta había intentado permanecer pura, literalmente casta. La dama acarició suavemente con dos dedos la mejilla de la chica, bajó por el borde de su mandíbula hasta el mentón.

- Eres preciosa. Ya verás lo bien que vamos a estar juntas.

Continuó bajando por su cuello, besándolo hasta su pecho donde acarició lo que podía alcanzar con la suave yema de sus dedos. No conformándose con eso comenzó a desabrochar el corsé, aflojando cintas y corchetes que estaban cerca de desintegrarse de puro viejo.

- Señora, no puede hacer eso. Yo debo cambiarme sola.

- Primero llámame Susana, al menos aquí a solas en casa. Y luego vamos a ser como hermanas o amigas más que señora y criada. Deja que te ayude.

Su invitada estaba en un estado de consfusión tal que no sabía que hacer, pero le gustaba lo que estaba ocurriendo y respondía a los besos. Pronto quedaron al descubierto sus duros pechos y niveo abdomen.

Pero esas manos inquisitivas continuaban explorando el hermoso cuerpo. Susana no iba a parar ya por nada del mundo.

Bajaron las enaguas limpias pero raidas y comenzaron a explorar su pubis. Enredando sus dedos en el vello suave y negro que lo adornaba.

Y abrieron los otros deliciosos labios, de esa deliciosa boca asomó el clítoris como una pequeña lengua, duro por las caricias. Los dedos no pudieron pasar mucho mas allá a causa del virgo muy cerrado en ese caso.

Así como estaba desnuda del todo, la condujo al dormitorio la hizo sentar en la cama y despues tumbarse con los pies colgando. Le abrió los muslos oliendo el fresco aroma de su suave piel. Como ya se lo imaginaba la dulce joven estaba muy limpia.

Se arrodilló y comenzó a besar el tierno coñito y los adorables rizos. Con la lengua acariciaba los labios dejando que se abrieran solos a la caricia descubriendo el clítoris.

Casta gemía y suspiraba sintiendo el placer que le daba su señora. Subiendo el volumen hasta llegar a ahogados jadeos mordiendo su propia mano. Hasta que le llegó el orgasmo y pudo chupar los abundantes jugos del pubis de la muchacha.

Entonces comenzó a desnudarse ella, descubriendo su blanco y bello cuerpo. Sus grandes pechos, su liso vientre. La rubia mata de pelo que cubría la vulva, sus muslos que como de marfil parecían modelados por el artista que esculpió la Venus de Milo.

Casta la contemplaba, admirada, descubriendo a cada minuto que pasaba delicias que nunca había imaginado.

Entonces su señora se metió en la cama a su lado. Cogió su cara entre las manos y la besó dulcemente en los labios. Sus pechos se juntaron y se frotaron durante sus abrazos.

Poco a poco la joven se iba soltando y respondiendo a las cariñosas atenciones de Susana. Separó sus voluptuosos labios y dejó libre acceso a la lengua juguetona.

La tímida y curiosa mano de la jovencita se deslizó sobre la piel de la dulce amante hasta llegar a la vagina que exploró curiosa. Asombrándose de lo dentro que podían llegar sus dedos en la caliente y húmeda gruta.

Pronto una abundante corrida premió sus esfuerzos, mojando la manita. Con ella las dudas afloraron de su mente y a su boca e hizo preguntas. La respuesta fue:

- Luego, ahora goza. Disfruta.

Todo el cuerpo de la muchacha era objeto de besos y caricias, incluso unas manos abrieron sus nalgas para que los labios y la lengua rozaran su ano. La heredera sabía que estaría tan limpio como el resto de su dueña.

Casta gemía sintiendo como Susana se dedicaba en cuerpo y alma a darle placer. Cada centímetro de suave piel besado y acariciado. Los pequeños pies, lamiendo sus deditos, el empeine y los finos tobillos. Las delicadas pantorrillas, entre los muslos torneados para volver a lamer el coñito y culito de la joven.

El cuerpo de la dama también recibió las atenciones de la lengua y de los dedos curiosos de la jovencita. Su curiosidad por el cuerpo de la otra mujer y por los placeres que estaba descubriendo hizo que se soltara.

Casta con los ojos muy abiertos para no perderse detalle daban gran placer a la nívea piel de la rentista. Entre sus muslos lamía la rubia vulva haciendo lo mismo que un momento antes le habían hecho a ella. Consiguiendo así más orgasmos de su nueva señora.

La joven prodigó con sus manos y boca, besos a su nueva amante que recogió en su boca los líquidos procedentes de la vulva de su protectora.

Al día siguiente tomaron de un baño en común, en la bañera de porcelana que era un lujo extravagante que Susana se permitía. Allí renovaron sus amorosos goces eróticos, sus caricias y besos.

La dama enseñó a su jóven alumna poco a poco los secretos del amor, los que ella conocía. Los que iban a descubrir juntas, lo harían poniendo todo de su parte.

Le describió la vida de placer sin problemas que le esperaba a su lado. Casta por supuesto aceptaba todo aquello maravillada de cómo había mejorado su suerte en esos pocos días.

Que pasarían durmiendo y haciendo el amor juntas el resto de las noches y buena parte de sus días, las dos y amandose sin trabas. Casta recibió la mejor educación que Susana podía darle, ambas devoraban cada libro que caía en sus manos.

No sólo se dedicaban a pasar el día desnudas. Las dos se quisieron mucho y quizas alguna vez invitaran a alguna otra "dama" a unirse a ellas en los placeres del sexo.

(8,00)