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Y si se puede, ¿por qué no?
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Tiempo de lectura: 19 minutos

Decidimos disfrutar nuestras vacaciones en Estados Unidos. El lugar seleccionado fue La Florida. Ya habíamos estado allí antes, propiamente en Miami, pero, debido a la época del año, junio, en baja temporada, quisimos explorar lugares diferentes. Las veces anteriores nos habíamos concentrado en visitar la ciudad y los alrededores, al sur, así que esta vez queríamos explorar el norte. Habíamos escuchado de una playa nudista legal, localizada en ese sector, así que, con ese objetivo en mente, elegimos alojarnos cerca a ese lugar y descubrir otras playas y otras atracciones.

La información que nos dieron, la verdad, no nos animaba mucho, pero el solo morbo por conocer el lugar justificó nuestra decisión. Nos dijeron que había una comunidad LGTBI que frecuentaba esas playas, que era un sitio donde se practicaba el nudismo con mucho respeto y que era muy visitada. Sin más datos. Y mirando aquí y allá, comparando precios y demás, finalmente seleccionamos un hotel que quedara cerca a la “Halouver Nude Beach” y, pensamos que, estando allí, si aquello no era de nuestro gusto, podríamos rentar un vehículo para desplazarnos y visitar otros lugares.

El Newport Beach Side Hotel & Resort, entonces, sería nuestra sede, y desde allí estaríamos en capacidad de viajar al centro de Miami y sus alrededores. Se nos decía que la playa quedaba a unos 8 kilómetros del hotel y que podríamos llegar a la ciudad, tomando la autopista, en unos cuarenta minutos. No íbamos a estar tan lejos, así que incluimos el alquiler del carro en nuestro presupuesto. La idea era descansar de la rutina laboral, disfrutar de lo que nos ofreciera el lugar y cambiar de ambiente.

Cuando llegamos al lugar pudimos comprobar que el sitio contaba con lo necesario para pasar los días bastante entretenidos. Las habitaciones, los restaurantes, los salones de reuniones, las cafeterías, las facilidades para practicar deportes, el gimnasio, las zonas húmedas y demás eran apropiadas para el propósito de descansar. Desde la habitación que nos asignaron había una excelente vista del mar, las playas y una gran piscina anexa a ellas.

El hotel no estaba ocupado al máximo de su capacidad, pero se veía bastante movimiento y considerábamos que tendríamos la oportunidad de conocer otras personas e interactuar en diferentes circunstancias. Y así fue. La primera noche, en el restaurante, vimos que los comensales, en su mayor parte, eran parejas, de edades similares a la nuestra. Y yo, entonces, queriendo empezar a trabajar el tema de las relaciones, pues me atreví a dirigirme a otra pareja y proponerles que cenáramos juntos. Ellos, para nuestra sorpresa, aceptaron. Y, continuando con el propósito, nos situamos en una mesa para compartir juntos la cena.

En esa primera aproximación la conversación giró en torno a conocernos mutuamente; lo usual. ¿De dónde son, qué hacen, cuál es el propósito de su visita? En fin. En parte conversábamos para pasar el tiempo, tener excusa para beber algunos tragos de licor, compartir con otras personas y alejar el aburrimiento. En esa charla, curiosamente, nos comentaron que venían con el interés de conocer las playas nudistas. De ese modo, el tema de conversación se centró en las motivaciones que a ambas parejas nos habían llevado allí.

Pronto descubrimos que había cierto morbo escondido en la intención de ir a visitar aquellas playas. Les conté una experiencia que tuvimos cuando vivimos en Kiel (Alemania), porque también tuvimos la idea de acudir a conocer ese tipo de playas. Era nuestra primera vez y, la verdad, nos dio vergüenza desnudarnos y nos sentíamos raros en medio de todos desnudos. Y la causa, quizá, era que aquella playa era frecuentada por compatriotas, latinos de otros países, y, de alguna manera, nos daba pena exhibirnos. Pero teníamos otra actitud cuando no había coterráneos a la vista. Y pensé que por la mente de quienes iban allí por primera vez, pudiera pasar lo mismo.

Cosa curiosa, quienes hablábamos abiertamente y sin tapujos, éramos los hombres. Nuestras esposas hablaban, pero se mostraban reservadas a la hora de manifestar sus experiencias y, particularmente mi esposa, cómo se había sentido en aquella ocasión. No es común que las personas se vayan desnudando en frente de otras, así que aquello, reflexivamente, no se ajustaba a nuestra forma de comportarnos socialmente. Y de allí en adelante, pues todas las consecuencias derivadas. A menos que hubiera un interés especial y realizar la práctica de desnudarse llevara a expresar otras expectativas, como desinhibirse, vencer miedos, o simplemente atreverse a hacer algo que los demás consideran inoportuno, inadecuado o indeseable.

No dudo que, así como nosotros guardábamos secretos, aquella pareja también lo hacía. Tal vez no sería apropiado, para ese momento, contemplar la posibilidad de visitar aquella playa para ligar alguna pareja, hombre o mujer dispuesto a compartir con otras personas su desnudez, venciendo obstáculos personales. Y, por qué no, quizás explorando otro nivel de la relación y vínculo humano a través de la desnudez como la propia sexualidad. Al fin y al cabo, hombres y mujeres, en la búsqueda de conocerse a sí mismos, exploran diferentes experiencias para definirse y tomar posición con respecto a algo.

Parecíamos estar de acuerdo sobre lo ideológico, pero se percibía prevención si en algún momento, por ejemplo, se propusiera pasar de la teoría a la práctica. Yo conté cómo me había dado cuenta de que mi esposa tenía gustos por los hombres de color, porque notaba sus cambios de comportamiento, su mirada, la forma como hablaba y demás. Esperaba que esa historia diera pie para que los otros se abrieran un poco más en ese sentido. Pero no fue así. Por lo tanto, la velada no pasó de la charla más o menos formal, las anécdotas de viaje y las risas. Llegado el momento nos despedimos, pero no acordamos nada en particular. Buenas noches, fue la despedida, nos seguimos viendo.

Al día siguiente, por supuesto, la visita a la playa nudista era la prioridad. Tomamos el desayuno en el hotel y decidimos pasar el resto del día por allá. Y más temprano que tarde, emprendimos nuestro viaje. Al llegar allí, la verdad, no vimos nada especial. Lo habíamos imaginado de otra manera. Pero, teniendo en mente disfrutar el paseo, decidimos acomodarnos a la situación, relajarnos y pasar el tiempo. Había muy poca gente y no muchas parejas, más bien personas solas pasando el tiempo.

Nos mantuvimos acomodados en la playa, bajo una sombrilla, alternando períodos de sol y sombra, y adentrándonos a intervalos en el mar para evitar broncearnos en exceso. Y, allí, en uno de esos intervalos, mientras yo me estaba refrescando en el agua, vi cómo alguien llegó a donde estaba mi mujer. Era un muchacho moreno, de contextura normal. Permaneció de pie, al parecer conversando con ella, y en algún momento volteó a mirar a donde yo estaba, pero siguió ahí, como si nada. Y yo, haciéndome el indiferente, también permanecí en mi lugar, tratando de mirar para otro lado. El tipo, tal vez consciente que yo no me molestaba con su presencia, se sentó al lado de mi mujer.

Al rato, me imaginé, aquel hombre, utilizando el pretexto de siempre para mantenerse al lado de la hembra, le aplicaba bronceador en sus piernas. De seguro se había ofrecido para ello, oportunidad ideal para tocar y detallar a mí mujer. Mmmm, pensé, la cosa ya se empezó a calentar. Decidí acercarme, ahora sí, para ver cómo evolucionaba aquello. El muchacho pareció no inmutarse con mi llegada. Mira, dijo mi esposa, Joel me está haciendo compañía un rato, contándome cómo es que se vive por acá. Mucho gusto, le dije. Un placer conocerle, contesto él. Y, quizá, para ganar más confianza, le preguntó a mi mujer, desnuda como estaba, si le permitía aplicarle el bronceador en su espalda y sus piernas. Y ella, sin vergüenza alguna, aceptó.

Ella se acomodó boca abajo sobre la toalla y él, embadurnándose las manos con el bronceador, procedió a masajear a mi esposa, de arriba abajo, en su espalda, nalgas, piernas y pies. No dejó ningún espacio sin palpar. Mientras tanto nos comentaba de los sitios más icónicos del lugar, los parques disponibles y las preferencias de los visitantes, al parecer indiferente de lo que hacía con mi mujer. Ella, por supuesto, encantada con las caricias. Pero, aparte de la conversación y del masaje, nada parecía insinuar algo más. Nos contó que él todos los días visitaba la playa, en las tardes, después del trabajo, a eso de las 3 pm, como una manera de relajarse de la jornada. ¿Y por qué desnudo pregunté yo? Sonriendo contestó, hombre, porque hay la facilidad y vivo cerca de aquí. No es un problema y me gusta.

El hombre, a medida que avanzaba la conversación, ganaba en confianza y se mostraba un poco más coqueto y abierto, sobre todo al dirigirse a mi mujer. Pero aquella tarde las cosas no iban a pasar de allí, simplemente porque en la charla jamás se insinuó esa posibilidad. Pasado el tiempo nos despedimos, nos preguntó donde nos alojábamos y cuando nos volveríamos a ver. No lo sé, contesté, mañana teníamos previsto ir de paseo a otro lugar, quizás darnos una vuelta por el centro de Miami, así que con seguridad estaríamos de regreso en el hotel en la tarde, y, dependiendo de la hora, de pronto habría oportunidad de volver aquí, comenté. Que disfruten la visita, nos dijo. Gracias, contestamos.

Al día siguiente, como lo habíamos pensado, decidimos ir a darnos una vuelta por los alrededores. Hay varios parques en las proximidades, de manera que optamos por visitar esos lugares y ver qué había por allí. Y en eso, turisteando aquí y allá, incluido un tour náutico para ver las playas desde mar adentro, se nos fue pasando el día. Regresamos al hotel a eso de las 6:30 pm y, en plan de relax, nos dirigimos al bar situado al lado de la piscina para tomar algo y descansar del viaje. Sentados en la barra y próximos a degustar nuestros cocteles, en una mesa, cerca de nosotros, vimos a Joel. Al principio pareció estar distraído, pero poco tiempo después reparó en nosotros y se acercó.

¡Hola! ¿Cómo la han pasado el día de hoy? Preguntó dirigiéndose a mi mujer. Bien, contestó ella, estuvimos visitando varios lugares y navegamos en una lancha para ver las playas desde el mar. ¿En el bote grande? Preguntó. Pues no sé si era el más grande, pero estaba cómodo; como para unas 20 personas quizá, contesté. Sí, dijo él, ese es. Hay unos botes más pequeños que también hacen el recorrido, pero el que ustedes tomaron es el que más se frecuenta. ¿Y tú que haces por aquí? Pregunté curioso, imaginándome que aquella coincidencia no era casualidad. El barman, Rolando, es amigo mío, contestó mirándolo a él. Me pidió que recogiera su vehículo en un taller y se lo trajera. Y en esas ando. Ah, bueno… dije.

Y ustedes, ¿qué van a hacer? Nada especial, contesté. Supongo que vamos a ir a cenar algo más tarde, y a descansar para lo que se presente mañana. Si quieres nos acompañas, se apresuró a invitarle mí mujer, sin haberme preguntado. ¿Acaso sabía ella qué pensaba yo? Les agradezco, contestó Joel, pero la verdad, como no tengo vehículo, prefiero tomar el transporte, que a esta hora es más fluido. Más tarde se complica. ¿Vives lejos? En un condominio, frente a las playas donde nos conocimos ayer. Bueno, pues si deseas, después de la cena, te llevamos. Ahora había sido yo, no sé por qué, el generoso imprudente. Siendo así, acepto. ¡Bien! Vamos a ducharnos, cambiarnos y bajamos de nuevo. Nos esperas ¿verdad? Aquí mismo, respondió.

Subimos a nuestra habitación. Le dije a Laura, mi esposa, entra tú primero y arréglate, para no demorar tanto la espera de aquel. Bueno, contestó, y fue adentrándose en el baño. Yo, mientras tanto, me tiré en la cama y empecé a curiosear lo que se veía en la televisión. Al rato salió ella. Le dije que me iba a demorar un poquito y que, si le parecía, podía bajar e irse acomodando con Joel en el comedor. Y ¿Por qué? Me preguntó. Pues para no hacerlo esperar y que se aburra. Bajemos juntos, me dijo. Bueno, arréglate pues…

Ciertamente me demoré un rato largo, porque me dio por llenar la tina y darme un baño relajado. Y mi sorpresa, cuando salí de allí, es que mi mujer ya no estaba en la habitación. Sin prisa alguna, me vestí y bajé a la planta baja. Pasé por el comedor, pero no los vi. Seguí para la piscina donde, sentados en una mesa, estaban conversando los dos. Laura se había colocado la vestimenta de mujer fatal, toda de negro, pero muy atractiva y elegante, contrastando conmigo que lucía muy informal. Seguramente, pensé, ella está en plan de impresionar al muchacho, porque no de otro modo explicaba yo esa vestimenta. Dicen que cuando las mujeres se quieren insinuar para tener sexo, pintan sus labios de rojo carmesí intenso. Y bueno, así estaba ella maquillada.

Fuimos a cenar y conversar, de manera bastante formal. Nada de insinuaciones, ni de palabras de doble sentido, ni de propuestas sospechosas. Compartimos el momento hablando de muchas cosas, pero la conversación se centró en las posibilidades de vida en los Estados Unidos, el sueño americano, las oportunidades, las facilidades para educarse y demás. Una velada muy académica diría yo, por lo cual, aparte de pasar el tiempo, no se preveía algo más. Los dejé solos en varias oportunidades, pero no me percaté de nada extraño, aunque si pude ver a la pareja con la que habíamos cenado la primera noche, quienes se acomodaban en otra mesa, acompañados de severo negro. Ya me estoy dando cuenta por dónde va el agua al molino, pensé.

Pasó el tiempo y Joel nos comentó que tenía que levantarse temprano, comentario que motivó el que apresuráramos la terminación de la reunión, y, como había prometido, procediéramos a llevarlo hasta su casa. En el camino nos mostró varios sitios que, a su parecer, valía la pena visitar. Si quieren visitar un sitio de entretenimiento para adultos, Dean’s Gold estaría bien. Yo los puedo acompañar si quieren. ¿Qué hay ahí? Pregunté. Chicas y chicos disponibles para satisfacer sus fantasías, contestó. Interesante, contestó mi mujer. Podríamos venir, ¿por qué no? Ahí vamos viendo comenté. Será nuestro estado de ánimo el que decida si incluimos el lugar dentro de las atracciones. Y un poco más tarde, llegados a nuestro destino, nos despedimos de Joel y emprendimos el regreso al hotel.

Al día siguiente, después de pasar la mañana en la piscina y almorzar, decidimos darnos una vuelta por la playa nudista. Llegados allí, fuimos nosotros quienes, caminando por la playa, encontramos a Joel acomodado debajo de una sombrilla. Hola, ¿cómo vas? Bien, dijo. Me acompañan un rato. Sí, contestó, mi mujer. Hoy no hemos hecho nada especial y andamos un tanto desprogramados. Si quieren, dijo, vamos a visitar el lugar que les mencioné ayer y se distraen un rato. Mañana tengo día libre y podría acompañarlos, si desean. Me gustaría, comenté, hacer un recorrido para conocer cómo se mueve la vida nocturna por acá. Tu podrías servirnos de guía y, si no te incomoda, yo te compensó por el trabajo. Si ustedes gustan, respondió él encogiéndose de hombros, lo podemos hacer. Quedamos, entonces, de que nos recogiera en el hotel a las 8 p.m. y servirnos de guía para el recorrido.

Muy puntual nos recogió en su vehículo, emprendiendo el recorrido propuesto, que básicamente consistía en reconocer los sitios que ofrecían entretenimiento nocturno en el sector norte de Miami. Y entre esos sitios, pregunté, ¿hay sitios de entretenimiento para damas? Hay de todo, comentó él. Si quieren nos damos una vuelta por allá. Pues ¡vamos! Dije. Joel condujo hacia Miami y nos llevó a un sitio conocido como Hunk-O-Mania, que era un sitio de stripers, especializado en shows masculinos para mujeres. Nos acomodamos allí, en zona VIP, para ver el espectáculo, que resultó bastante entretenido y todo un furor para las asistentes, en su mayoría mujeres, quienes gritaban a más no poder con cada puesta en escena. Los bailarines, por supuesto, todos con cuerpos atléticos, torsos trabajados y todos unos gimnastas.

Nosotros, Joel y yo, nos ubicamos en la parte posterior del escenario, dejando que mi esposa se involucrara con las asistentes y disfrutara del espectáculo, que incluía que alguno de los actores presumiera de su enorme pene para que las mujeres disfrutaran de él y le dieran una probadita, además de tener la libertad para tocar sus muslos, sus musculosos brazos y su torso, todo lo cual parecía excitar aún más a las damas. Había euforia y excitación en el ambiente y mujeres y hombres se mostraban dispuestas a lo que fuera. Varias de ellas, en el escenario y las mesas adyacentes, se prestaban para ser penetradas por aquellos guapos hombres, como parte del entretenimiento ofrecido. Y no faltó la fotografía de mi mujer con alguno de aquellos musculosos hombres.

Esperamos el show central de la noche y ya, entrada la madrugada, iniciamos nuestro regreso al hotel. El viaje era un tanto largo, así que regresar pareció ser la mejor decisión. Laura se mostraba entusiasmada con el evento y no ocultó que aquello le había gustado y le había despertado sus deseos de emparejarse con un macho como esos. La verdad, decía ella, con esos tipos no se necesita pensar mucho para tomar la decisión. Pero no tomamos iniciativa alguna para procurar que algo sucediera en aquel momento. La conversación durante el recorrido giró en torno a la disponibilidad de otros sitios similares en el área, qué tan concurridos eran, qué tan costosos eran, si los muchachos se prestaban para complacer a las damas, cuál era la tarifa y cosas así. Y eso, de algún modo, enfrío el calor del momento.

Así que, al llegar al hotel y un tanto somnolientos, agradecimos a Joel por su amable gesto y disponibilidad para hacer aquel recorrido, aunque lo compensé por aquello, y, al despedirnos, quedamos de encontrarnos en la playa en las horas de la tarde. En nuestro recorrido hacia nuestras habitaciones, nos dimos una vuelta por la discoteca. Estaba un tanto concurrida, y, por lo atrayente del ambiente, decidimos quedarnos un rato allí. Nos situamos en la barra, pedimos un trago y nos quedamos observando lo que sucedía en el lugar. Apenas habían pasado unos minutos desde nuestra llegada, cuando un muchacho se situó al lado de mi mujer y le entabló conversación. Ella conversó con él unos instantes, y, de un momento a otro, él le tomó de la mano y ambos se dirigieron hacia la pista de baile.

Me pareció algo normal, porque, al fin y al cabo, aquello hacía parte de la distracción y entretenimiento que pretendíamos buscar al disfrutar de nuestras vacaciones. Yo, la verdad, no estaba pensando, para nada, en bailar. Más bien tenía en mente subir a nuestra habitación, y tal vez, dar el cierre a la noche haciendo el amor con mi mujer. ¿Por qué no? Me preguntaba. Pero la aparición repentina de aquel muchacho, en ese momento, resultó sorpresiva e inesperada. Y, sabiendo yo que ella no desperdicia la oportunidad de bailar, como en otras ocasiones, tomé las cosas con calma y me dispuse a pasar la situación de la mejor manera. La vi a ella muy entretenida y, tal vez algo excitada, por lo cual el baile podría ser su manera de desfogar energía.

En la media luz propia de aquellos ambientes, a la distancia podía ver cómo aquel hombre disfrutaba de la compañía de mi mujer, aunque, a mi parecer, la intención de baile estaba convirtiéndose en algo diferente. Las manos de aquel recorrían todos los rincones del cuerpo de mi mujer, por encima de su ropa, y ella, tal vez dejándose llevar por la excitación que había sentido unas horas atrás, aceptaba y se lo permitía. Pasado el tiempo, los vi bailando, prácticamente fusionándose en un solo cuerpo y besándose con toda pasión. Bueno, pensé, Laura está muy lanzada esta noche.

Llegados a mí, pasado un rato, el muchacho se distanció de nosotros, quizá dejando que ella y yo conversáramos. Oye, ¿cómo va todo? ¿Pregunté? Te veo entretenida. Sí, me respondió. Encajamos con Juan. Es muy atento. Baila muy rico y es muy… muy especial. Ah, ¡ya! Y ¿entonces? Bueno, el tipo me tiene a mil. Y ¿eso qué significa? No te vayas a molestar, me dijo. ¿Qué? Pregunté fingiendo impaciencia. Quisiera estar con él. Entiendo, respondí. ¿Y él ya te lo sugirió? No, contestó ella. Pero tú ya sabes, una sabe qué quieren ustedes cuando comparten en una situación de estas con una mujer, pero quería hablar primero contigo y luego manifestárselo a él. Pudiera ser que no esté dispuesto. Y no pasa nada si fuera así. Y ¿dónde sería? En nuestra habitación, si te parece. O ¿dónde pudiera ser? Pues en la habitación. ¡Dale! ¡Adelante!

Se fueron a bailar otra vez y allí, pasados los minutos, era evidente que ya copulaban en la pista, aún sin estar desnudos. El hombre procuraba que mi mujer estuviera excitada al máximo y, pieza tras pieza, la interacción subía de tono. En algún momento aquel llevó sus manos a las nalgas de mi esposa, levantándole su falda. Llegué a ofuscarme un tanto por su atrevimiento, pero, aparte de mí, nadie parecía reparar en aquello y comprendía que eso era parte del juego entre macho y hembra. Lo tomé con calma y esperé a ver qué pasaba. Y, como todo se anticipaba, un rato después ambos llegaban a mí. Amor, me dijo ella, te parece si subimos ya. Bueno, respondí. ¡Vamos! Voy a firmar la cuenta y los alcanzó.

Ellos subieron primero. Al llegar yo a la habitación les encontré en el balcón. Ella ya estaba sin su falda, aún a medio vestir, manteniendo en su mano izquierda el pene de aquel, que ya tenía su pantalón ligeramente abajo. Seguramente ella esperaba que yo llegara para continuar con su aventura. Y no dudé para nada cuál había sido el motivo de su calentura, pues el miembro de aquel apenas le cabía en la mano. No más llegar yo, ellos, como si les hubiera instruido, entraron a la habitación y se dirigieron directamente a la cama. Mi mujer siguió prendada al cuello de aquel hombre, disfrutando el beso profundo y húmedo que aquel le prodigaba. Y así, en esta posición, de pie, junto a la cama, él se las arregló para irla desvistiendo, dejándola casi que desnuda.

A continuación, ella, viéndose desnuda y muy ansiosa, se dejó caer en la cama, de espaldas, abriendo sus piernas en clara invitación a recibirle. El hombre no lo dudó un instante y terminó de desnudarse, dejando en evidencia el inmenso miembro, que, erecto, palpitaba, con toda la intención de penetrar a la hembra con prontitud. Laura volteó a mirarme y entendí su gesto. ¡Claro! ¿Y el condón? Busqué entre nuestras cosas, pues siempre tenemos una provisión a la mano, y con rapidez se lo alcancé a aquel ansioso macho. Y no solo eso; también le alcancé un frasquito con aceite lubricante. Uno nunca sabe.

El abrió la envoltura del paquete, sacó el condón y con gran cuidado cubrió su radiante miembro. Le pareció adecuado lo del aceite, así que humedeció el plástico de arriba abajo con el contenido. Y después, sin demora alguna, se ubicó directamente entre las piernas de mi mujer, apuntando su herramienta al agujero de su vagina. La penetró suavecito. Vi como su voluminoso pene entraba dentro del cuerpo de mi mujer, quien, excitada, se apresuró a emitir un placentero ahhh… Y, casi al instante, se desató un acompasado y rítmico movimiento de sus cuerpos.

La sensación que le producía aquel hombre, más la calentura que tenía, debió despertar en ella sus más plácidas sensaciones, porque de inmediato apoyó los talones en la cama para poder responder con sus caderas los embates de aquel macho, que, también muy excitado, empujaba con ímpetu contra el cuerpo de mi mujer. ¡Qué rica estás! Le decía. Y con eso generaba en ella aún más excitación. Ella, a su vez, le respondía, ¿Qué rico te siento dentro de mí! Me tienes a mil. ¡Fantástico! Al oír aquello, el joven, queriendo ir aún más profundo, levantó las piernas de mi excitada esposa, primero balanceándolas a los costados mientras seguía empujando, y, después, colocándolas juntas frente a él y llevándolas hacia el pecho de mi mujer.

Ella estaba disfrutando de lo lindo. Su rostro se veía congestionado, enrojecido y emitía continuos uff, uff, uff, en medio de la faena con aquel hombre. Pero no se cambiaba por nadie. Con sus manos le agarraba sus nalgas y lo atraía hacía si. Ambos estaban encantados. Y más aquel, creería yo. Porque estaba seguro que aquella velada se había arreglado con nuestra llegada a la discoteca del hotel. ¡Quién lo iba a pensar! La intensidad de aquel encuentro era mucho más que excitante. Yo no paraba de hacerles fotografías y grabar uno que otro videíto, porque, aunque aquello es repetitivo, las actitudes de mi mujer son siempre diferentes.

El muchacho sacó su pene, acostándose a un costado de mí mujer. Y ella, entonces, sin mediar palabras, se montó sobre él, de inmediato, manipulando su miembro para insertárselo en su vagina a toda prisa. Como para no perder la intensidad del momento. Una vez lo tuvo adentro, tomó sus manos y levantando los brazos del macho, empezó a mover sus caderas desenfrenadamente, adelante, atrás, a los lados, en círculos. Parecía no tener control sobre sí misma. En otras palabras, estaba enloquecida con las sensaciones que aquel le prodigaba. Ayyy, ayyy, ayyy, empezó a vociferar. ¡Te siento rico! ¡Te siento rico! ¡Te siento rico! Repetía una y otra vez, hasta que con un sonoro Uiiichhh, pareció alcanzar su mayor orgasmo.

Recostó su cuerpo sobre el de aquel muchacho. Y así, como estaban, dormitaron un rato, recuperándose del esfuerzo. Luego ella, muy atenta a satisfacer las necesidades de su hombre, le preguntó si ya había llegado. El joven le respondió que había faltado un tris para que llegaran juntos. Entonces, mi considerada dama, lo alentó a que lo volvieran a hacer, porque no quería dejarlo a medias. Y, diciendo y haciendo, se colocó en posición de perrito. Ante eso, yo, nuevamente, le alcancé otro condón y más aceite lubricante. Y él, con mucha habilidad, otra vez estuvo listo y accedió a mi mujer por detrás, empujando con mucho vigor. Tomó a mi mujer de la cabellera y la halaba hacia sí mientras le penetraba con más y más fuerza.

En esa posición aprovechó para acariciar el cuerpo de mi mujer como quiso, especialmente sus senos. Lo cierto es que unos minutos después cesó la faena. Retiró su miembro, quedándose un rato ahí, detrás de mí mujer, quien, volteándose a mirarle, le preguntó ¿ya llegaste? Si, respondió aquel. Muchas gracias. He disfrutado de una noche muy agradable gracias a ustedes. Deseo que disfruten su estadía y espero que nos volvamos a ver. Bueno, sí, dijo mi mujer, estaremos rondando por aquí. Voy a asearme un poco, vestirme y los dejo descansar, manifestó. Tranquilo, dije, está bien. El muchacho entró al baño y al rato, ya vestido, se despidió de nosotros. Que la terminen de pasar bien.

A que se refirió con aquello, no tuve la menor idea. Quizá pensó que después de eso, Laura y yo íbamos a seguir en acción. La verdad, después de tanto ajetreo, fue que nos sentamos en el balcón a tomarnos un vino, mirar hacia abajo la gente que todavía rondaba por ahí y conversar sobre lo acontecido. Bueno ¿y qué pasó esta noche? Pregunté. Hubo mucho estímulo visual, creo yo, respondió ella. Esos tipos del show me encantaron. ¿Y por qué no tomaste la iniciativa con alguno de ellos? Me dio pena con Joel. No sé, pero no me pareció adecuado que estando tú y él ahí, yo hubiese armado fiesta con otras personas. Pero es que esos tipos, nada que ver con él y yo, argumenté. Pues sí, ¿no? Contestó ella. Cosas de mujeres. Y, hablando de otras cosas, finalmente decidimos irnos a dormir.

Al día siguiente omitimos el desayuno y bajamos tarde a almorzar. Nos sorprendió ver en la mesa de al lado a Juan, el muchacho que horas antes había follado a mi mujer, acompañado de una joven y esbelta dama. Laura y yo nos miramos extrañados. ¿Qué habría pasado la noche anterior entre ellos dos, acaso? ¿cómo es que el tipo no estaba acompañado de esa dama en la discoteca? Los observábamos y veíamos que conversaban y se comportaban normalmente. No había indicios de disgusto o desavenencias si es que, como pensábamos, aquellos eran pareja. El joven, para acabar de completar, fue indiferente con nosotros, como si jamás en su vida nos hubiéramos visto. En fin, le comenté a mi esposa, quién sabe en qué clase de fechoría estamos metidos todos.

En la tarde, como habíamos acordado, fuimos nuevamente a visitar la playa nudista. En dos días regresaríamos a nuestro país, así que teníamos que sacar el mayor provecho de nuestra estadía. Hicimos un recorrido y no vimos a Joel por ahí. Alquilamos una sombrilla y embadurnamos nuestros cuerpos desnudos con aceite bronceador para evitar quemaduras, pero el día estaba más bien opaco, no había mucho sol y la protección parecía exagerada. Pero, era mejor prevenir y así, procedimos a dormitar bajo la brisa y la tibieza del ambiente. Joel, por alguna razón, no apareció. Estuvimos allí hasta pasadas las 6 pm y regresamos al hotel.

Al llegar a nuestra habitación, me adelanté a entrar al baño, ducharme y vestirme para ir a cenar. Cuando salí le dije a mi esposa, me adelanto, te espero en el comedor. Bueno, dijo ella, pero tal vez me demore un rato mientras me quito todo este aceite de encima. Yo me duché, me apliqué bastante jabón espumoso y quedé limpio. De todos modos, me repasé con ese jabón como tres veces, le dije. Me siento fresco y limpio. Bueno, allá te espero. Bajé al comedor, cené y me quedé esperando, porque Laura nunca bajó. Un camarero llegó hasta la mesa y me comunicó que ella había decidido cenar en la habitación. Que allá me esperaba. Y, la verdad, pensé que había cambiado de parecer por aquello del baño, quitarse la arena, remover el aceite, volverse a vestir y arreglarse para cenar. Y tal vez prefería quedarse en la habitación a descansar.

Cuando ella abrió la puerta de la habitación, quedé un tanto sorprendido. Estaba vestida con un baby doll semitransparente, un diminuto panti y medias de liguero negro. Mejor dicho, estaba vestida para seducir. Esa era su vestimenta cuando salíamos en plan de encuentro con otros hombres, así que, observándola, un tanto extrañado, pregunté. ¿Y eso? ¿A qué se debe? Joel viene de visita, respondió. ¿Y a qué hora se acordó eso? Entró una llamada mientras tú estabas abajo. Era él. Se disculpó por no haber ido a la playa, como se había acordado. Algo se le presentó. Estuvimos charlando un rato y yo lo invité a que viniera a visitarnos. ¿Y a qué se debe la vestimenta? Creo que estoy en deuda con él. ¿Por qué? Pregunté.

Creo que él nos llevó a ese recorrido con la intención de insinuárseme, pero las cosas no salieron como esperaba. Y tú ¿cómo sabes? Pregunté. Por que me lo dijo. Hablamos un largo rato sobre nuestras fantasías y experiencias pendientes. ¿Y qué tienes en mente? Pues, estar con él un rato. ¿Y es que no ha sido suficiente? Dije, tal vez, dando a entender que estaba un poco molesto. Bueno, amor, tu siempre has dicho, si se puede ¿por qué no? Y sí, desde que decidimos dar apertura a nuestras experiencias sexuales compartidas, siempre y cuando estuviésemos de acuerdo, yo mismo, tiempo atrás, justificando cualquier capricho, había dicho, ¿Por qué no? Y en esta ocasión era víctima de mi propio invento.

Sabiendo lo que podía esperar en esa visita, ya había dispuesto de bebidas y snacks para pasar el rato. Según mi mujer, lo que tenían en mente podía o no podía darse. Serían las circunstancias del momento las que definirían el paso a seguir según ella. Joel llegó a nuestra habitación como a eso de las 8:30 pm. Se sorprendió al ver como ella estaba ataviada tan pronto le abrió la puerta y entró saludándola un tanto frío en comparación a la actitud de apertura y amistad que ella demostró al recibirle. Ya, adentro, me saludó con educación. Y seguimos hacia las sillas dispuestas en el balcón de la habitación.

Una vez instalados y hechos los saludos de protocolo, fue Joel quién se atrevió a romper el hielo con un comentario. El día estuvo un poco nublado, ¿no sientes frío? Preguntó a mi esposa. Y ella, quizá intuyendo la intención del comentario, respondió. Si no te gusta, me visto diferente. No, quédate así, respondió él. Te gusta lo que ves ¿verdad? Sí, me encanta, contestó. Bueno, ¿y qué es lo que más te gusta? Siguió ella interrogando mientras sonreía. Me pareció que lo estaba haciendo sentir mal. Sin embargo, él se repuso de la inquisidora pregunta y contestó. Bueno, Laura, yo soy hombre, tu eres mujer. Qué te puedo decir. Tu marido está aquí. Me encantó tu conversación, tu manera de manejar las cosas. ¿Nada más? Sí, también otras cosas.

¿Qué otras cosas? Insistió ella. Bueno, tus piernas, tus senos y el contacto con tu piel. Eso me excitó. Y a ti, ¿qué te gustó? Que eres un hombre muy guapo, con sensibilidad, muy educado y buen conversador. ¿Nada más? También insistió él. También tu porte, tu voz, tu cuerpo y tu masculinidad, que es la manera como ella se refiere cuando ha sentido atracción por el pene de algún hombre. En este caso, Joel tenía un pene medianamente grande, pero muy grueso. Y su glande tenía la figura de un hongo, lo cual cautivaba la atención de mí mujer. Pero, pasadas estas iniciales interacciones, la conversación se volvió algo más trivial y resultamos hablando de todo y de nada, y el tema sexual pareció disiparse por un rato.

Mientras conversábamos, sin embargo, mí esposa se las arreglaba para apretar la mano de Joel y acariciar sus muslos, muy cerca del bulto que ya se insinuaba por debajo de su ropa. Bebimos varios tragos y, curiosamente, Laura estaba bastante bebedora, algo que no es muy usual en ella. He hice la observación, ¡oye! si algo vas a hacer, es mejor que no bebas tanto o vas a echar todo al traste. Tranquilo, me dijo, yo sé lo que estoy haciendo. Me pareció un poco agresiva su respuesta, pero, en procura de no arruinar la velada, preferí guardar silencio y mantenerme a la expectativa. Ya ambos parecían tener claras sus intenciones, pero la cosa no avanzaba, para nada.

Al rato, mí mujer, musita a mi oído. Oye, ¿puedes retirar la mesa? Y, sin decir nada, así lo hice, quedando libre el espacio que nos separaba. Ella, entonces, se colocó de rodillas frente a Joel, soltó su cinturón, abrió el cierre de su pantalón y expuso su pene a la vista de todos, después de lo cual, y más bien apresuradamente, se lo llevó a la boca y empezó a lamerlo por todas partes. Su miembro rápidamente empezó a crecer y endurecerse aún más dentro de su boca, caricia que le excitó sobre manera. ¡Qué dulce lo haces! Dijo él. Ella, habiendo empezado la maniobra, trataba de bajar el pantalón para liberar su miembro, pero la posición en que estaba lo impedía. Entonces, Joel, para facilitar las cosas, se levantó.

Mi esposa siguió de rodillas, frente a él, concentrada en chupar y lamer aquel pene a su entera satisfacción. El hombre, hay que decirlo, estaba entusiasmadísimo porque tal vez suponía que era él quien debía tomar la iniciativa y se había demorado en hacerlo. Y aquel gesto por parte de ella, quizá lo había liberado de tal responsabilidad y ya estaba entrando en el papel de macho, que quizá ella estaba esperando. Y, en ese papel, él la tomo por la cabeza y empezó a guiar sus movimientos para que su pene entrara y saliera de su boca. Él se movía, introduciendo su pene, como si la boca de mí mujer fuera su vagina. Y ella, para nada, rechazaba tal acción.

Aprovechando que el pantalón había caído al suelo, mi esposa, mientras era follada en su boca, acariciaba los muslos y las nalgas de aquel con una delicadeza tal, que excitaba aún más a ese macho mientras arreciaba sus embestidas. Poco después, sin embargo, él se retiró y ella, de inmediato, se fue hacia la cama y se tumbó de espaldas a esperarle. Yo intervine. Ponte el condón, le dije. Lo hizo presuroso y, sin perder tiempo, apartando sus piernas a los lados, la abordó y la penetró con inusitado entusiasmo. Había estado esperando el momento y para nada lo iba a desaprovechar, así que empezó a bombear dentro de mi mujer con gran vigor. Mi mujer también empujaba, contrarrestando sus movimientos.

Pasado un rato él dijo ya, levantándose y acercando su pene al rostro de mí esposa, quien abrió su boca, esperando la descarga. El eyaculó dentro de su boca y ella esperó a recibir toda la descarga, después de lo cual tragó su semen, apretó sus testículos con su mano y chupó de nuevo su miembro dejándolo limpio. Al final, por si aquello no hubiera sido poco, atrajo aquel hombre hacia sí, de manera que él tuvo que recostarse sobre ella, para besarlo apasionadamente. Y así se quedaron un rato, contorsionado sus cuerpos, uno contra el otro, mientras desfogaban el calor del momento. Nunca había visto eso antes y, de verdad, me excitó presenciar la escena.

¿De dónde habrá sacado ella la idea de hacer tal cosa? Nunca lo había permitido, incluso con hombres más guapos y dotados que este. Pero, en fin, como ella misma dice muchas veces: son cosas de mujeres. Después, charlando entre los tres para relajarnos y pasar la página, me enteré que él le había confesado telefónicamente que esa era una de sus fantasías por cumplir y que mi adorada esposa se había mostrado dispuesta a complacerlo. Y todo había transcurrido mientras yo estaba cenando. Después de aquello la velada continuó en tono amistoso. Los dos permanecieron desnudos mientras nos consumíamos la botella de vodka que había dispuesto para el evento.

Pero no pasó nada más. Mi esposa había desfogado todos sus deseos sexuales con dos hombres, en menos de 24 horas. La situación, como ella dijo, de mucha estimulación visual, le había disparado el apetito. Joel se vistió y muy educadamente se despidió. El día siguiente lo dedicamos a pasear por los alrededores. Vimos a la esposa de nuestra pareja amiga, con quien compartimos mesa la primera vez, otra vez acompañada por su semental negro. Su marido, al vernos, nos giñaba el ojo. Por lo visto, la esposa de aquel también estaba disfrutando de sus aventuras sexuales. Y a lo mejor también se preguntaría. Y si se puede, ¿por qué no?

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