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El profesor y las gemelas

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Cuando Jorge insertó aquel anuncio en el periódico, lo hizo sin demasiada convicción. "Estudiante de último curso de Filología Inglesa da clases a todos los niveles". Era consciente de que profesores de inglés no faltaban, pero confiaba en que alumnos tampoco. Al final tuvo razón, y en un par de semanas había logrado cubrir cuatro tardes a la semana con alumnos de diferentes edades. Se dejaba los viernes libres para poder descansar, y ganaba un dinero que no le venía nada mal a su precaria economía de estudiante.

Considerándose satisfecho con eso, estuvo a punto de decirle que no a la mujer que lo llamó aquella tarde para que diera clases a sus hijas. Y esa negativa no llegó a brotar de sus labios porque la mujer se le adelantó, inconsciente, pronunciando una palabra que para Jorge tenía todo el poder de la magia: "gemelas".

-Mis hijas gemelas están repitiendo el último curso de Bachiller, y necesitan una ayuda con el inglés. Estamos dispuestos a doblar lo que pides con tal de que puedan pasar a la Universidad este año.

No era la oferta económica (aunque suponía pasar de 20 euros a la hora a 40), sino la idea de pasar dos horas a la semana con las criaturas más morbosas de la Creación, dos hermanas gemelas. De modo que Jorge aceptó sin pensarlo dos veces, y la tarde del siguiente viernes se plantó en la dirección que le habían dado, dispuesto a guiar a sus dos alumnas por los intrincados caminos de la gramática y la sintaxis inglesa, ya que a cambio obtenía una buena pasta y material para noches y noches de fantasías.

La casa no era un palacio, pero estaba en un buen barrio y denotaba la seguridad económica de un matrimonio de funcionarios. Le abrió la puerta la mujer que le había hablado por teléfono, arreglada como para salir, y visiblemente contenta de verle.

-Hola Jorge, pasa, encantada de conocerte. Mis hijas vendrán enseguida. Hemos preparado la mesa del comedor para que les des las clases allí- llamó a sus hijas mientras se atusaba el pelo frente al espejo del recibidor y se colocaba los pendientes-. ¡Amanda! ¡Verónica!

Jorge permanecía de pie a la espera de que llegaran sus pupilas, un poco tenso, como siempre que empezaba con alumnos nuevos. Y entonces aparecieron por el fondo del pasillo dos pequeñas réplicas de Sunrise Adams, dos gotas de agua con media melena castaña clara, los ojos almendrados, dos cuerpos juveniles y sugerentes, vestidos de forma deportiva (Amanda con un top rojo, Verónica con una camiseta azul), como corresponde a la comodidad del hogar, pero inequívocamente apetecibles, redondos, firmes, tentadores... O dejaba esas consideraciones o empezaría su primera clase con el término "erection", de modo que sacudió toda lubricidad de su cabeza y se presentó estrechando las manos de las gemelas. La madre se excusó y los dejó solos, y los tres fueron al salón para empezar las clases. Las gemelas iban delante, y a Jorge no se le escapó la sincronizada cadencia con la que contoneaban las caderas al caminar. Sabía que aquella clase le iba a deparar muchas satisfacciones. Aunque no académicas.

Aquellas dos diosas podrían ser acicate suficiente para las fantasías sexuales del resto de su vida, pero eran dos absolutas negadas con el inglés. No había forma de hacerles entender los rudimentos más básicos de una lengua tan simple, al modo de ver de Jorge, como el inglés. El filólogo que el profesor llevaba dentro se impuso a la criatura sexualmente hiperactiva que estaba dando las clases, y Jorge estuvo a punto de perder los nervios. Las chicas se dieron cuenta de que no lo estaban haciendo bien.

-Lo siento, ¿vale?- dijo Amanda- perdona, pero es que en inglés todo me suena a "guachi guachi"- Amanda bajó la cabeza, pero Verónica se echó a reír, a lo que su hermana le replicó indignada- ¿y tú de qué te ríes, idiota?

-Ay, perdona, no me reía de ti-. Y se dirigió a Jorge para añadir- Es que me hace gracia que todo le suene a "guachi guachi", pero luego cuando ve porno se entera de todo lo que dicen. Pregúntale como se pide que te den por el culo en inglés que seguro que sabe.

Jorge se quedó de piedra, no sólo ante el comentario, sino también ante el manotazo despreocupado que Amanda le propinó a Verónica en el brazo, como queriendo decir "tía, cómo te pasas". No sabía qué decir, así que volvió a los senderos filológicos:

-El inglés no es tan difícil, y bueno, el porno es una manera de aprender lo que no te enseñan en las clases- y sonrió para relajar el ambiente y volver a centrarse en los verbos auxiliares. Sin embargo, en el fondo de su cabeza se proyectaba una imagen permanente de las dos gemelas viendo porno y toqueteándose los genitales, con la cabeza hacia atrás, suspirando primero, gimiendo después... No, no, no. Había que mantener la concentración en el inglés. Casi lo consiguió.

La segunda hora de clase se les pasó volando. Ya había anochecido en el exterior. Jorge recogió sus cosas y estaba levantándose para salir cuando Verónica le detuvo para preguntarle por sus honorarios. Él contestó, un poco azorado, le parecía un tanto grosero indagar esas cuestiones:

-Pues 40 euros a la semana, ¿por qué?

Verónica dirigió una mirada altamente sospechosa a Amanda, y volvió a hablarle a Jorge:

-Es una pasta interesante. Es que queríamos ofrecerte un trato. Te lo planteo sin más rodeos, ¿ok? Tú nos das ese dinero y nosotras pasamos los sábados por la noche contigo hasta que se terminen las clases.

-¿Qué?- Jorge no daba crédito; en algún punto de la tarde que no recordaba se había producido un corte en el continuo espacio-tiempo, y ahora estaba en pleno rodaje de una película de Buñuel. Tan surrealista era la situación. Las chicas tomaron su incredulidad con más incredulidad y Amanda le repitió lo que había dicho su hermana, con unos pocos detalles más.

-Pues eso. No hay mucho más que profundizar. Vero y yo necesitamos más dinero del que nos dan nuestros padres, para cosas que a ti no te interesan. De modo que si tú nos cedes el dinero que te pagan por las clases, nosotras nos comprometemos a pasar los sábados por la noche contigo en el pisito de una amiga que lo tiene vacío.

Jorge se pasó la mano por el mentón, sopesando una oferta que, en realidad, no había que sopesar. Dos gemelas que estaban para matarlas a polvos se le ofrecían por la módica cantidad de 40 euros a la semana. ¿Qué había que pensarse? ¿A cuántos hombres agracia la diosa Fortuna con la oportunidad de terciar en un incesto lésbico? ¿A uno de cada millón? ¿A uno de cada cien millones? Era demasiado bueno. Demasiado bueno. Por fuerza tenía que ser mentira.

-¿Y cómo sé que no vais a quedaros con el dinero y luego dejarme tirado?

No debió hacer esa pregunta. Las gemelas le miraron furibundas, tremendamente ofendidas por haber sido puestas en duda. No usaron palabras para contestarle. Simplemente se levantaron, se acercaron la una a la otra y permanecieron casi un minuto entrelazadas por la boca. Era como ver a una tía morreándose con el espejo, sólo que el espejo tenía tres dimensiones y una lengua que exploraba la boca de su compañera como quien busca agua en el desierto. Quizás otro hombre se hubiera repugnado de presenciar un incesto, pero Jorge, anonadado, sólo podía disfrutar y masajear suavemente el pétreo bulto de sus pantalones. Cualquier roce un poco más intenso habría echado a perder los vaqueros.

-¿Nos crees ahora?- preguntó Verónica. Jorge asintió, incapaz de articular palabra.

Las chicas se despidieron de él y le dieron la dirección del piso donde le esperaban la noche siguiente. Jorge tuvo que descargarse en cuanto llegó a su casa, pero aun así, las 24 horas siguientes las pasó en un estado de erección semipermanente, tanto por el recuerdo de lo que habían visto sus ojos como por la anticipación de lo que vería (sentiría, olería, lamería o sería lamido) la noche del sábado.

Jorge llegó a la dirección a las 20:30, media hora antes de lo convenido. Claro que ellas habían sido más rápidas que él, porque veía luz en el piso al que debía subir. Esperó media hora deambulando alrededor del edificio, viendo a las gemelas besarse en cualquier esquina a la que mirara. Cuando su reloj marcó las 21:00, tocó el timbre y subió al piso. La puerta estaba entreabierta. Jorge pasó y cerró detrás de sí. Aquello más que un piso era un estudio, chiquito pero coqueto. Ambientado por la luz tenue y suave de unas cuantas velas, en el centro pudo ver un sofá cama ya desplegado. Las gemelas salieron del baño, una puerta a la izquierda, tomadas de la mano. No llevaban encima más que unas bragas blancas de algodón con dibujos de las Supernenas y un sujetador a juego. Se dirigieron a él y le saludaron con sendos besos cariñosos pero lascivos en la mejilla, ese tipo de beso en el que la lengua se despega de la cara después de los labios, y le condujeron al sofá.

Para Jorge, aquello era como descubrir que el paraíso lo habían creado a la medida de sus deseos. Aquellas dos gatas estaban decididas a no darle ni preliminares. De repente sintió cuatro manos desvestirle, sacarle los zapatos, los vaqueros, la camiseta, todo salvo los calzoncillos. Tenía una especie de sobredosis de placer que hacía que la cabeza procesara las sensaciones más despacio que su tacto. De pronto cayó en el detalle de que no sabría decir quién era Amanda y quién era Verónica, y aquello sólo hizo que el deseo se le encendiera más. No soportaba aquella pasividad, y quiso meter baza intentando arrancar algún sujetador, pero las gemelas se lo impidieron, agitando el dedo índice delante de su cara.

-Ah, ah -dijo una de ellas, a saber cuál-. Tú estate quietecito que Vero y yo nos sabemos apañar solas.

La que había hablado, la de la supernena rubia en las bragas, era Amanda, por tanto. Esa certidumbre le arrebató a Jorge un poco del misterio que la situación le estaba deparando, pero se alegró al pensar que, en cuanto las dos se quedaran en bolas, ya no habría modo alguno de diferenciarlas.

Las chicas le dejaron tumbado sobre el sofá cama, y se situaron delante de él para que no perdiera detalle del show lésbico que estaban a punto de ofrecerle. Él plantó la mano sobre el paquete, totalmente dispuesto a relajarse y disfrutar de cada uno de sus movimientos. Amanda y Vero se besaban con paciencia, mirándole de vez en cuando, recorriéndose los cuerpos con las manos; alternaban las caricias delicadas con apretones que hacían que ambas soltaran pequeños jadeos y grititos. Se desnudaron pacientemente, con un regocijo en cada prenda directamente proporcional a la ansiedad que la escena le estaba provocando a Jorge. Amanda le sacó el sujetador a su hermana y se sentó en una silla para poder tener sus pechos a la altura de la boca. Comenzó a chupárselos con lentitud pero de manera concienzuda; Vero tenía unos pechos preciosos y finísimos, coronados por un pezón oscuro y pequeño, erecto y sensible a las caricias de la lengua de Amanda. Ésta la recorrió por el pecho hacia arriba, de nuevo hacia la boca. Vero le devolvió el placer haciendo lo mismo que había hecho ella: sacarle el sujetador y amasarle las tetas, regodeándose en su tacto primero, y en su sabor después. De vez en cuando echaban una mirada a Jorge, que no era capaz ni de pestañear, y aquella mirada desbordada de lujuria era capaz de ponerlo aún más cachondo de lo que ya estaba, si es que tal cosa era posible. Las gemelas decidieron que ya estaba bien de exhibirse, el profesor ya había sufrido lo suficiente. Fueron hasta él y le bajaron los calzoncillos. A Jorge nunca le habían dejado con la polla al aire cuatro manos iguales.

Amanda y Vero estaban, eso era evidente, más que complacidas con el efecto que habían provocado en Jorge. Con aquella generosa barra de carne, en aquel estado, podría haberse clavado un clavo en la pared. Cada una de ellas se colocó de rodillas a los lados de Jorge, de modo que él podía alcanzar a sobarles las tetas fácilmente, mientras las gemelas se inclinaban sobre su polla. Él dejó caer la cabeza hacia atrás, aunque enseguida volvió la vista para contemplarlas, entregadas a la tarea de mamarle la verga con una aplicación que, de haberla puesto en sus clases de inglés, las habría hecho obtener matrícula. Jorge supuso que semejante coordinación para lamerle los huevos, para hacer desaparecer el capullo dentro de sus bocas de forma alterna, no era producto del azar, sino de un concienzudo entrenamiento. Durante todo el día le había estado dando vueltas a la pregunta de cuánto tiempo llevarían las chicas follando a dúo. Pero a quién le importaba eso ahora. Lo único relevante era que la experiencia acumulada estaba conduciendo a Jorge más allá del nirvana sexual. Dos lenguas se deslizaban arriba y abajo por todo su pene, a veces más deprisa, a veces más despacio, las transiciones nunca se hacían a destiempo. Jorge hubiera querido aguantar un poco más, pero no había modo humano de evitarlo: se corrió en la cara de las chicas, que compartieron el líquido, como buenas hermanas, limpiándose la cara la una a la otra con la lengua.

El joven estuvo tentado de disculparse. No sólo por haberlas dejado insatisfechas, sino porque él también ansiaba follárselas, y ahora habría que esperar una semana entera para eso. Amanda y Vero fueron a lavarse la cara y regresaron al sofá al lado de Jorge. Él abrazó a ambas y las besó en la frente. Estuvieron en silencio un rato, ellas descansando, Jorge maldiciendo el tener que irse. La primera en hablar fue Amanda:

-Creo que esto ha estado muy bien.

-Yo también lo creo -le replicó Vero-. Pero ahora es cuando vas a tener que dar la talla, Jorge-. El aludido las miró, alucinando.

-¿Es que va a haber más?

Vero le miró como si esa pregunta fuera una completa estupidez.

-No pensarás irte y dejarnos aquí con las bragas puestas, ¿verdad?

Jorge pensó que un auténtico caballero no lleva la contraria a dos señoritas; les sonrió y se dispuso a sacarles la pieza de ropa mencionada (tan pronto como las bragas volaron hacia el suelo, él perdió la noción de quién era quién). Las tumbó en el sofá, tan abiertas como les era posible, y se dispuso a hacerlas las gemelas más felices del mundo. Les metió dos dedos a cada una y empezó a moverlos en su interior mientras les comía la boca. Empezaron a jadear y a gemir, emitiendo soniditos tan parecidos que Jorge se sorprendió de las muchas similitudes que podían guardar unas gemelas. Era como sexo con eco.

Le era imposible decidir por qué coñito empezar la cena. Ambos eran igual de atractivos, rasurados y rosaditos, dulces, cubiertos de su propio almíbar. Comenzó por el de la izquierda, que exploró con la lengua por cuantos pliegues encontró, sin sacar los dedos del coño de la derecha. Luego realizó la misma operación a la inversa, y luego otra vez, y luego otra... No se cansaba de saborearlas. Ellas tampoco se quedaban quietas, la pasividad no era lo suyo. Se toqueteaban, se masturbaban, su sobaban los pechos y se pellizcaban los pezones en mitad de una orgía de sonidos guturales que iba in crescendo hasta llenar por completo el estudio con un eco lascivo y maravilloso.

Cuando Jorge percibió que el tema de la oralidad ya estaba dado de sí, decidió que era momento de pasar a lo importante. Le hirió un poco en su hombría que las gemelas ni siquiera discutieran por ver quién era la primera en tirárselo, pero enseguida comprendió que sentirse herido por eso era una estupidez. Se las iba a follar a las dos, qué más daba el orden. Tumbó a Vero de costado y se colocó detrás de ella, insertándole la polla con morbosa lentitud, consciente de cada milímetro de carne que metía en aquella vagina anhelante de marcha. Cuando la tuvo tan adentro como la posición le dejaba, inició un bombeo suave y lento que iba acelerándose en cada embestida. Al cabo de unos minutos ya no le incomodaba la postura del brazo; sólo sabía que se estaba tirando a una gemela delante de su hermana, la cual, en un gesto generoso, se encargaba de frotarle el clítoris a la empalada para asegurarle un orgasmo bárbaro. Así fue un rato más tarde, y Amanda, al ver correrse a su hermana, reclamó su puesto.

Vero se salió sin dar tiempo a que Jorge protestara; en apenas unos segundos lo habían tumbado boca arriba y Amanda ya se le había sentado encima y le cabalgaba apoyando las manos sobre su pecho y mordiéndose el labio. Jorge la agarró por las nalgas, porque sentía la imperiosa necesidad de dirigir su movimiento, pero el gesto era inútil. Amanda se bastaba para montarle, meciendo las caderas hacia delante y hacia detrás primero, saltando después. Vero le hacía el mismo favor que ella le había hecho antes. Se situó detrás de su hermana y no sólo le acarició el clítoris sino que extendió el alcance de sus roces a los pechos. De vez en cuando pasaba la cabeza hacia delante para chuparle un poco los pezones, lo que era complicado por lo mucho que botaba. Así los tres, sudando, gritando, gimiendo, Jorge alcanzó el segundo éxtasis de la noche, y Amanda el cuarto o quizás el quinto. La alumna se salió de él, y se tumbó a su lado, junto a Vero. Jorge las besó a las dos suavemente en los labios, y ellas también se besaron, y permanecieron un par de horas dormitando sobre el sofá cama.

Al despertar, Jorge se visitó y las chicas se quedaron recogiendo un poco el piso. Amanda y Vero le despidieron amablemente en la puerta con un "hasta el viernes" que recordó de pronto a Jorge sus obligaciones como profesor. Para él, aquellas gemelas estarían siempre asociadas al sábado por la noche.

Las clases acabaron cinco semanas después. Pese a los denodados esfuerzos de Jorge, que siguió tirándoselas y viviendo en su particular edén de sexo gemelar cinco sábados más, Amanda y Verónica suspendieron el examen final. Sin embargo, eran chicas con recursos, o al menos eso pensó el profesor de inglés del instituto mientras las veía desvestirse con la boca, tumbado en el sofá cama de aquel estudio tan coqueto en el que le habían citado para hablar de las notas...

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