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Aquella cola

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Ocurrió hace ya tiempo. Con Silvana éramos novios nuevos. Yo tenía 21 o 22 años y ella 19. Al poco tiempo empezamos a tener sexo de novios, de fines de semana, en algún motel donde tuve la grata y dulce tarea de desvirgarla. Unos meses después, surgió la idea de hacer un viaje a la Capital. Ella tenía allá algunos tíos y la excusa era visitarlos. Nos fuimos y casi al anochecer estuvimos en la casa de una tía. Cenamos y al rato llegó la hora de dormir. La tía era dueña de un hotel, donde tenía alguna habitación libre, por lo que decidió instalarnos ahí. Su marido, entre bromas le comentó que diría su hermano (mi entonces suegro) que no le cuidaba a la ‘nena’

-Bah, ya son grandes, que se arreglen! Y reímos todos!

La cuestión fue que la habitación tenía cama matrimonial, o sea que todo estaba para nosotros. Salvo por un detalle. Una falta mía de previsión y se trató de que viajé sin llevar preservativos y a esa hora ya era complicado salir a comprar. Así que, para no cometer imprudencias, nos conformamos con sexo oral. Más mío hacia ella que de ella hacia mí. No le agradaba demasiado y no era cuestión de forzarla. Al día siguiente desayunamos, paseamos un poco y la por la tarde nos dirigimos a casa de otro tío. Pasaríamos allí la noche, estaríamos al día siguiente unas horas y ya emprenderíamos el regreso. Lo pasamos muy bien, de charlas. Este tío de Silvana y su esposa tenían una niña pequeña muy graciosa. Ya algo tarde nos aprestamos a descansar. Aquí ya no había hotel, por lo que los tíos se llevaron a la niña a dormir con ellos y nos dejaron su habitación que tenía dos camas individuales. Nos acostamos cada uno en cada cual y quedamos quietecitos…

Desde la otra habitación llegaban los rumores de las charlas de los padres con la niña y el audio de la tele. No pasaron más que unos minutos hasta que me cambié de cama y nos acomodamos aunque fuera angosta. Comenzamos a besarnos y a pasarnos manos por todas partes hasta que aquello tomó una temperatura increíble. Seguía sin condones, o sea que no podía ni quería penetrarla para no caer en problemas de algún embarazo indeseado. Nos matamos a besos y con las manos nos buscamos y acariciamos en silencio aunque con desesperación. Yo quería penetrarla pero me contenía. Tocaba su sexo y era un mar de flujos. No menos era lo que emanaba de mi verga. Ella permanecía boca arriba y yo me extasiaba con sus tetas, chupando su sexo empapado.

De pronto Silvana se dio vuelta y quedó boca abajo, levantando la cola y con las piernas algo separadas. Era lo que podía percibir en la oscuridad apenas rota por el resplandor de una ventana. Busqué más y el aroma me guio de nuevo hasta su vagina para seguir chupando labios y clítoris inflamados. De repente se tensó. La adiviné aferrada a la almohada, hundiendo su cara por lo que el gemido fue apenas perceptible. Tiró más el culo hacia arriba y mi nariz rozó con su ano. Estaba tan empapado como la concha, producto de haber estado boca arriba, emanando líquidos que deslizaron por entre sus nalgas. Mi lengua fue incluso a agregar más humedad, lamiendo e insinuando la penetración. Entonces la idea se hizo clara en mi mente, en mi calentura y en mis deseos. Quería, debía penetrar ese ojete o explotarían mis huevos, allí mismo.

Me incorporé un poco para colocarme encima, con la verga ya deslizada por la raja de sus nalgas, su ano tentador. Como adivinando la intención, Silvana levantó un poco más la cola ofreciéndose. Era virgen anal, pero seguramente la calentura le hizo perder cualquier temor, en tanto yo ya estaba lanzado. Tomé firme mi verga para apoyarla en la entrada prometida. Una delicada fuerza de mi parte y maravillosamente la puerta se abrió para que la cabeza de mi poronga se alojara en el interior. Instintivamente apretó las nalgas exhalando un suspiro. Le di un par de palmaditas para hacer que se aflojara. Volví a empujar para que mi verga ganara espacio. Retrocedí y volví a empujar, cada vez introduciendo más y más centímetros de miembro en su intestino. La danza comenzó a cobrar ritmo. Era la gloria. Una vez que ella se habituó a la invasión, hice que se apoyara de plano en la cama. Así sus nalgas y su culo se cerraron, por lo que la presión sobre mi pene fue mayor. La seguí cogiendo y cogiendo despacio. Quería que durara esa delicia por lo que aguanté lo que pude. Hasta que sentí el torrente subir desde mis huevos para derramarse en su interior. Levantó el culo buscando más penetración. Allí se alivió la presión en mi tronco y acabé de soltar los jugos que me quedaban.

Fue una noche soñada y memorable. Nos besamos un rato más, para después dormirnos plácidamente. Cada quien en la cama asignada, para levantarnos con cara de aquí no ha pasado nada y desayunar con los tíos…

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