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No me lo esperaba

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Cuando comenzó a trabajar en la construcción de un tanque de agua de reserva le vi de reojo y sin mucho interés. Delgado, con los dientes grandes, boca ancha, cabello corto lacio largo, cejas gruesas, 20 años y nada del otro mundo. No hablaba mucho, se la pasaba en su celular escuchando música. El típico cholito pensé yo. Comenzó a palear arena y cemento y sudaba como bestia, debajo del sol ardiente del campo panameño en marzo. Iván se llama.

Esa semana teníamos mucho trabajo en el proyecto y la cocinera llevó a su hija adolescente, Karina, a que la ayudara. Una chica maciza, bajita, con tetonas, cabello largo y negro, enrulado. Cargaba un jeans roto y se le notaba la cara de zorra sucia y arrecha porque apenas llego les hizo caritas a todos los trabajadores. Estos se babearon viendo ese culo joven y apetecible, más que en ese lugar no había mujeres y ellos salían cada 15 días o más. La mujercita sabía que sus tetas paradas llamaban la atención y se la pasaba haciéndose selfies y meneando el culo. En un momento el jeans que cargaba le marcaba los labios vaginales como si fuera una pintura.

Al segundo día ya me estaba cabreando que la mujercita se la pasaba caminando por el área de trabajo sin aparentemente nada que hacer. El olor a chucha en celo estaba sobre el aire. Iván se le iba la mirada tras la zorrita y yo encima, viéndolo como se relamía bajo el sol, su cuerpo sudado y su carita de imbécil. Cuando llegó la tarde los muchachos decidieron quitarse las camisetas porque el sol había bajado. Ahí fue donde el que se quedó babeando fui yo, Iván tenía un pecho marcadísimo, con unas tetillas duras, morenitas, una línea de vello que le bajaba entre los pectorales hasta su verga. Ahí, en la verga, sobresalía una mata de pelo negro, grueso. Igual bajo sus axilas, un buen par de pelos hirsutos. El jeans le quedaba bastante flojo y yo solo podía adivinar la pinga que se meneaba ahí adentro. Cuando pasaba a su lado podía sentir su olor a macho, un sudor agrio, fuerte, lleno de testosterona. El sudor le corría por todo el cuerpo y lo hacía brillar bajo el sol.

Como yo estaba en la parte de arriba de una casa podía ver hacia abajo donde estaban los trabajadores y hacia atrás, donde quedaba la cocina. Después del almuerzo dejé a Iván solo y me llevé a los demás para otra parte de la obra. Llegó un momento que Karina miró hacia todos lados, creo que estaba buscándome a mí, pero al no verme se fue hacia donde estaba Iván a echarle cuentos, entretenerlo y por supuesto, a arrecharlo enseñándole su culo. Estuve a punto de gritarles para que dejaran de huevear pero me contuve. Iván se acercó y la miró con toda la intensidad posible, riéndose y echando chistecitos pendejos para hacerla reír. Se les notaba la tensión sexual entre los dos. De repente se le acercó y le dijo algo al oído y se fueron a meter justo entre una pared y un arbusto, quedando exactamente en mi campo visual, bajo la casa. Si les hubiera escogido yo el lugar no habría sido mejor.

Los vi arrumarse y luego Iván agarró a la perra contra la pared. Parecía un loco, lamiéndole la boca como si quisiera arrancársela. Desde donde yo estaba los veía apretarse y escuchaba como trataban de contener sus gemidos. Iván le sacó una de sus tetonas y se puso a mamarla, con ganas. Se le notaba el sudor chorreándole la frente. El restregaba su verga contra ella y Karina le agarraba las nalgas, empujándole el paquete contra su chuchita, restregándose como si estuviera poseída. En un momento vi como el metía su mano en el jeans de ella y comenzó a restregársela o a meterle un dedo en la vagina porque ella se quedó quieta, como congelada.

En ese momento se escuchó un ruido de los trabajadores que caminaban cerca y ellos se asustaron. Cada uno agarró por su lado Yo bajé desde donde estaba y me fui directo donde Iván, que no podía disimular la pingota parada, se le marcaba por el jeans como si fuera una serpiente dura. Me hice el tonto y prometí comerme esa verga en cualquier momento. Tal como lo pensé, este chico de carita fea tenía mucho potencial.

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