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Azotando a mi vecina con el cinturón

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Laura frisaba los 34 años de edad y esperaba apoyada contra la puerta de la calle para evitar que se cerrase. Pelo corto, gafas redondas de color negro, menuda, esbelta. Pechos medianos que se adivinaban firmes bajo la blusa blanca y pantalones de tela ajustados que moldeaban un culito redondo y algo temblón.

-Hola. -saludo a Eduardo cuando llegó.

-Hola. -respondió el aludido con tono de cuestión en su voz.

Eduardo era el vecino de abajo de Laura. 48 años, nada del otro mundo físicamente. Aunque practicaba deporte, nunca, ni siquiera cuando era más joven, consiguió tener el mítico vientre plano. Ahora, con algunos años más, había sacado un poco de tripita que conseguía mantener a raya mediante dietas programadas. También tenía vello en brazos y culo. Su rostro del montón, aunque alguna compañera de trabajo le había confesado que la barba le favorecía.

-Te vi llegar y decidí sujetar la puerta.

-Gracias.

Cuando llegó el ascensor fue Eduardo quien sujetó la puerta.

-Vaya, veo que eres un buen vecino. Aunque yo no soy ese tipo de mujer.

-¿Qué tipo de mujer?

-Una chica buena que merezca el buen trato.

-Vaya. Se te ve...

-Sabes, me estoy leyendo 50 sombras de grey. ¿A ti te va ese rollo?

El ascensor se detuvo en mi piso y para mi sorpresa Laura se apeó.

-¿Me invitas a algo?

-Vale, pero esta todo un poco revuelto.

La mujer entró en la casa, se sentó en una silla y ojeó la portada de una revista que había en la mesa. Era un comic y en la foto aparecía una mujer semi desnuda atada a un árbol y un hombre uniformado con un látigo en la mano.

Eduardo cogió la revista y la retiró de la mesa.

-¿Qué era eso? -preguntó Laura.

-Nada, un comic.

-¿Te gustan los azotes?

Eduardo se puso algo colorado, pero asintió.

-Vaya. Mi chico esta fuera... se porta bien en la cama, me pone a cuatro patas de vez en cuando pero me trata bien. Quiero decir, nunca se le ocurriría darme un azote. Yo no quiero que me trate mal, por supuesto, pero de vez en cuando. Una vez le dí un azote e intenté acostarme sobre sus rodillas pero noté que no se sentía a gusto y desistí.

-Quizás debieras hablarlo con él.

-Ya, pero no creo que vaya a funcionar... Oye, tú me darías unos azotes.

-¿Yo? ¿Cuándo?

-Ahora... venga, di que sí.

Diez minutos después Eduardo entró en su cuarto seguido de Laura. Metió en una cesta un par de calcetines y unos calzoncillos que tenía tirados y alisó el edredón.

Laura, por su parte, cerró la puerta y echó el cerrojo.

-Ya estamos solitos. ¿Me desnudo para la sesión? -dijo sin preámbulos visiblemente excitada.

Eduardo tragó saliva y adoptó el papel de dominador que habían pactado.

-¡Desnúdate y prepárate para una buena azotaina! -ordenó notando un ramalazo de excitación en la entrepierna.

A medida que Laura se quitaba la ropa, el pene de su vecino crecía palpitando. No había empezado el castigo y ya tenía una erección.

-Ven aquí. -dijo cuando Laura terminó de desnudarse.

Sin miramientos le pellizcó un pezón para a continuación besarla en la frente.

-Esto me va a doler más a mi que a ti pero te has portado mal y mereces que te ponga el culo colorado. ¿Lo entiendes verdad?

La mujer, que había permanecido con la cabeza gacha durante la reprimenda. Levantó los ojos y asintió. A continuación Eduardo se quitó el cinturón y Laura, sumisa, se tumbó sobre la cama boca abajo, poniendo una almohada bajo su cadera, dejando su trasero expuesto, a merced del cuero.

Eduardo dobló el cinturón por la mitad y aplicando cierta fuerza, azotó el culo de Laura. Al primer golpe le siguieron, a buen ritmo otros diecinueve, dejando las nalgas de la mujer rojas y calentitas.

Eduardo se detuvo, su miembro, estaba a punto de explotar. Se metió la mano bajo pantalón y calzoncillo y acomodó el pene a un lado. Dio dos pasos y apoyando la mano en las nalgas de su vecina, empezó a acariciarlas.

Laura contrajo los glúteos y soltó un gemido.

El miembro de Eduardo, oculto bajo la pernera de los pantalones, dejo escapar el semen mojando los calzoncillos.

Mientras, sobre la cama, Laura volvió a gemir, su cuerpo perdió el control durante unos segundos, su espalda se arqueó y una corriente de placer la recorrió de pies a cabeza.

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