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El profe (capítulo 3)

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Recién duchado, con el semblante alegre y vestido con ropa muy ligera, así me encontré cara a cara con mi exesposa. Claro que ella no sabía que también estaba con un par de mujeres más jóvenes bañándose juntas dentro del departamento. Mantuvo su inexpresiva cara y me habló:

— Hola Carlos, necesito recoger un poco de ropa de verano para Durance, dejamos aquí unas prendas embolsadas que mi madre le compró algo grandes. ¿puedo pasar a recogerlas?

— No, no puedes. Buenas tardes, Mercedes, te recuerdo que debes llamar antes de acercarte a esta propiedad, nuestras normas de conducta así lo estipulan, ni siquiera debemos mantener comunicación.

— ¿Crees que no lo sé? tampoco tengo interés en acercarme o comunicarme contigo, solo quiero esa ropa y me marcharé.

Sentía que me ardía el estómago, ya había puesto ese semblante de desprecio que tantas veces le había visto. Si alguien en este mundo me consideraba menos valioso que una cucaracha era ella. Quería cerrar la puerta y dar por concluido el asunto, pero preferí mantenerme como alguien racional.

—Bien, sé dónde están esas bolsas, aguarda aquí —le contesté, pegando la puerta y dirigiéndome a mi dormitorio e ingresando al baño, encontrándome a mis dos angelitas enjabonándose la una a la otra mientras que se susurraban algún chisme.

—Hasta que les avise no salgan del baño por favor, tenemos visita —dije en voz baja, sonriendo y pegando mis manos en forma de plegaria. Ambas se llevaron los dedos a la boca para hacer la típica señal de silencio, solo que luego de soplar se chuparon el dedo de forma sensual. Cielos con solo eso sentí mi falo volverse a despertar.

Cerré la puerta del baño, cerrando también la puerta de mi cuarto para amortiguar el sonido del agua cayendo. Sin embargo, al salir vi a mi ex en la sala, sentada cómodamente en el sillón y revisando la botella de Whisky que aún permanecía en el lugar.

—¿Conque ya estás en tus andadas no? —dijo, levantando la botella para que pudiese ver mejor su hallazgo.

—Te pedí claramente que no ingresaras —le contesté con sequedad— Y deja eso donde lo encontrarse.

Ella bajó la botella al piso, para luego levantar ambas manos vacías, como indicando que ya no tenía nada en ellas. Ingresé rápidamente con una bolsa al que alguna vez fue el cuarto de mi hija, tomé la ropa que aún conservaba de ella, y las prendas por las que me estaban visitando, para regresar inmediatamente. Logré ver que ella tenía su móvil en la mano, y acababa de tomar una foto a la botella en el piso junto a un hilo dental color negro, parte de la ropa de Daniela que, de seguro, pasé por alto en mi limpieza.

—¿Qué demonios se supone que haces? —dije casi gritando.

—¿Te vas a poner violento? —me dijo amenazándome— ¿has bebido no? —continuó— ¡Atrévete a hacer algo para terminar de enterrarte! ¡No podrás ni siquiera contratar zorras!

Me tenía contra las cuerdas, el carácter explosivo de ella era algo a lo que yo le tenía pánico. Aunque mi ex no tenía por qué acercarse a mí, siempre había logrado trastocar las cosas para ponerlas en mi contra. No me atreví a moverme, solo estaba allí parado con la bolsa en la mano sin saber qué hacer.

Ella se paró, con enorme frialdad levantó la palma de su mano como apuntando al cielo y se dio a sí misma una tremenda bofetada. Horrorizado me di cuenta lo que estaba haciendo ¡Se estaba autolesionando! No sabía cómo reaccionar, si me acercaba tal vez empeoraría todo, mientras tanto ella levantó la otra mano para hacer lo mismo, pero algo la frenó, no me miraba a mí, sino que miraba más allá.

—Que esta vez sea más fuerte —dijo Angy desde mi espalda, acercándose hasta quedar junto a mí, allí pude ver que estaba grabando con su celular la escena que estaba montando mi ex— ¡Vamos! ¿No pensaba volver a abofetearse? —la retó, el momento era muy tenso.

Mi exesposa se quedó paralizada, no esperaba ese desenlace. Me acerqué procurando quedar en la toma de la cámara y dejé las bolsas en medio de la sala.

—Toma la ropa y márchate por favor.

Ella no despegaba la vista de Angy, su boca se volvió una fina línea, caminó un poco, tomó las bolsas y se dirigió a la puerta, abrió y salió. Esperé a escuchar el sonido de los pasos en los escalones alejarse, cerré la puerta. Angy pausó la grabación, nos miramos y pudimos respirar tranquilos.

—¿Cómo pudo haberse casado con esa mujer? ¡es una enferma! —dijo Daniela saliendo del cuarto y acercándose a nosotros.

—Angy salvaste el día, muchas gracias —le dije, sintiendo la garganta seca, muy seca.

—No se preocupe Profe, guardaré el video por si lo necesita, ¿nos hemos ganado un premio? —me dijo coqueta, como para olvidar el mal momento vivido.

—Claro que si mis primores— contesté, agachándome y cogiendo la tanguita de Daniela para entregársela.

El pedido de comida llegó al poco tiempo de haberse marchado mi ex. Serví los platos y almorzamos charlando y riendo, ellas se esforzaron en distraerme. Durante el resto de la tarde no se volvió a tocar el tema, incluso me ayudaron a limpiar y ordenar un poco.

Fresca como una lechuga mi bombón me dijo que tenía que irse, le ganaba la hora y no quería levantar sospechas, la dejé charlar un rato a solas con Angy, luego ambas cogieron sus cosas y, cambiadas con su ropa deportiva, se turnaron para abrazarme y despedirse.

—No se nos vaya a poner triste ¿sí? —me dijo Angy, con mucho mimo.

—Profe tal vez necesite clases de recuperación durante la semana —se despidió Daniela, con un beso tipo pico, juguetona.

La perspectiva de lo vivido me generaba un enorme torrente de emociones, por una parte, tuve sexo loco con dos jóvenes, por otra, un innecesario y muy dañino encuentro con mi exmujer que por poco y me genera más problemas, suerte que la China pensó rápido en una salida al problema.

«¿Qué hago?» y «¿Qué quiero hacer?» eran dos preguntas rondando mi cabeza, tumbado en mi cama mientras recién oscurecía me puse a pensar en cosas que he hecho. Profesionalmente soy muy apto, en lo físico prometí cuidarme un poco más, y en lo sexual quería compartir un vínculo especial. No necesariamente amoroso, pero si algo con Daniela para que ella pudiese decir «él me lo hizo». Entonces como revelación divina recordé a Angy en la pose de perrito, y en la confesión de Daniela de no haber tenido sexo anal hasta ahora. Me propuse como escalón en mi vida inaugurar ese ojete, ese sería mi objetivo para seguir adelante.

El abrirle la colita a una mujer no es cosa de juego, si se quiere hacer, y hacerlo generando placer se debe de tener paciencia y los instrumentos necesarios, además de confianza, claro está.

Recordé mi primera experiencia por ese camino, fue con una amiga con derechos, un pedazo de mujer, que no tenía la carita más bella, pero sí las nalgas más redonditas y paraditas (con excepción de Daniela) que yo recordaba. A ella le gustaba el grosor de mi verga, siempre me lo comentaba, la hacía sentirse “llena”. Quería que le abriera la colita, pero con nuestra poca experiencia, de meterle la cabeza no pasábamos. Solía ocurrir que ella se ponía tensa y yo me desesperaba por empujar, pues ver a un trasero ser partido a la mitad por la polla de uno lo incentiva como no se imaginan. Junto a ella descubrí los sex-shop y sus juguetes del placer, solo que llegó su momento y cada uno tomó su camino, aunque la recuerdo con cariño. Así que me levanté de mi cama, me estiré un poco y me puse un buzo completo, para poder ir, después de casi diez años, a un sex-shop.

Como aún estaba un poco alcoholizado evité utilizar mi vehículo. La noche era relativamente fresca, así que salí caminando y tomé un bus rumbo al centro. La sensación era extraña, no podía esperar a ver qué novedades ofrecían las tiendas, comprar algunos juguetes e incentivar a Daniela a utilizarlos. Pero ¿y si se negaba a utilizarlos? ¿si no era su estilo? Eso me dejó pensando. Mi enana era definitivamente una mujer de mente abierta, traviesa y muy golosa, pero tampoco era que la conociese por completo. De cualquier forma, me daría el gusto de intentarlo. Como me propuse, abriría ese pequeño ojete, y haría que ella disfrutara el proceso. Quería que por sí sola pidiese ser taladrada, que lo gozase. Ese era mi objetivo.

Pronto los centros comerciales y tiendas diversas se hicieron comunes, la zona estaba aún plagada de visitantes, caminé hacia una calle aledaña y me encontré con diversos letreros, algunos de neón, con el clásico SEX SHOP, junto a tatuajes y piercings. Estas tiendas no estaban simplemente a la vista, sino que se tenía que subir al segundo nivel del edificio para poder acceder a ellas.

Escogí una y subí, pese a todo volví a sentir que acceder ahí estaba mal, un pensamiento tonto de no querer que a uno lo vean ingresando a ese tipo de lugares. Descarté esas ideas absurdas, era un adulto, un adulto fornicador y deseoso de adquirir juguetes para un oscuro y muy prieto propósito.

—¡Bienvenido! — me dijo una chica casi gritando, era quien atendía el local, que por cierto estaba vacío, lo curioso es que ella vestía un disfraz de enfermera sexy, que para su delgado cuerpo le caía muy bien.

—buenas noches señorita, quisiera…

—¡Tenemos de todo señor! ¡lubricantes! ¡dildos! ¡juguetes de todo tipo! —continuaba, muy emocionada, hasta cierto punto me causaba gracia.

—No, verá estoy buscando un dilatador anal.

—Mmm, tenemos variedades en diseño y tamaño ¡ya verá! —dicho esto ingresó un poco y me llevó a una vitrina. Mientras me conducía pude fijarme en que su falda apenas le cubría las nalguitas. Podría ser delgada pero la chavala tenía lo suyo. —¿Es para un recién iniciado o alguien ya experimentado?

—Para una amiga a la que quiero abrir, o sea iniciar.

—Tengo este modelo de bolas anales, estas más redonditas o estas tipo píldora…

Me sentía en una pastelería, cada objeto que me mostraba la vendedora era transportado en mi mente, imaginando como sería utilizarlo con Daniela. Hubo un modelo especial que me llamó la atención, las esferas en degradé parecían de plástico liso, unidas por una tira de silicona, pero la bola más grande, la final tenía un grosor similar al de mi falo, con un tope para que no se atore, rematado en una tira de pelos, imitando a una cola de zorro, era el juguete indicado.

Compre diversas cosas adicionales, una licra sensual con orificios para poder penetrar sin tener que sacar la ropa. Un traje de diabla, de rojo fuego que me encantó, un buen pote de lubricante, un pequeño dedo de goma con su correa para ser fijado todo el día. Vamos, llevé un arsenal.

La vendedora agradeció las compras, me cayó muy bien por su destreza, además de tener carita de traviesa, al final me pidió que regresara a contarle que tan bien me habían servido sus productos.

Mientras caminaba rumbo a tomar el bus de regreso a mi casa me percaté que diversas personas volteaban y se seguían con la mirada mientras caminaba, no le di mayor importancia hasta que una voz me hizo detenerme.

—Hola campeón —me acababa de saludar Fiorella, mi colega que salía de una pizzería con una caja de pizza en la mano.

—Hola Fiorella, que gusto verte ¿hoy cenarás pizza? —le dije radiante, ella también vestía buzo, uno un tanto holgado, al parecer para disimular sus prominentes pechos.

—¡Oh por dios! —dijo, quedándose parada mirando mis compras. Resulta que la bolsa era semitransparente, y los juguetes sexuales estaban a plena vista de los transeúntes.

Sacó la bolsa que protegía la caja de pizza y me la entregó, yo rápidamente acomodé mis compras, escondiéndolas de la vista.

—Lo siento, es que…

—Tranquilo, no me cuentes, nos vemos —Respondió seria.

—Cuídate, y no es lo que parece.

—No tengo nada contra la gente gay, es solo que no me lo esperaba. Nos vemos en la universidad amigo —y se marchó.

No me dio tiempo de decir nada más, ella caminaba rápido, me había comentado alguna vez que vivía por el centro, aunque las cosas se habían prestado para un terrible malentendido. Por último, me reí de la situación y seguí mi camino.

El regreso fue tranquilo, tuve cuidado de no sacar mis comprar para irlas viendo en el bus, bajé y caminé a casa, en la fresca noche se me antojó comer un poco de helado. Entre las compras que había hecho tenía un litro de helado con galletas picadas aguardándome. En esas cavilaciones estaba entretenido cuando llegué a mi condominio. En las escaleras de ingreso encontré a Angy sentada, con la cabeza entre los brazos. Parecía llevar buen rato esperándome.

—Chinita ¿qué pasó? —le pregunté.

—Hola profe, me cancelaron mi viaje, busco hotel por hoy.

—Ya veo, conozco un hotel cercano, pero creo que cobran muy caro —bromeé con ella.

—No tengo dinero… pero creo que podría pagar de otra forma —entró ella en la broma, dándole segundo sentido a sus palabras.

—El casero es muy duro y firme —le dije— te hará trabajar y sudar como no te imaginas, es probable que hasta salgas cojeando del hotel.

—Me las ingeniaré para aguantar bien a ese casero, puede que hasta le saque el jugo —con eso ya me había terminado de excitar.

Me agaché y con amabilidad le di un beso en la mejilla, la tomé de la mano y la hice levantarse, cogí su maleta como cortesía, a cambio ella se ofreció a llevar la bolsa de pizza que cargaba. Subimos hacia el departamento e ingresamos.

—¿Quién va de compras con una bolsa de pizza? —me dijo divertida, aún si adivinar el contenido de la bolsa.

—Solo alguien bien loco.

Ingresamos y nos acomodamos en la mesa tipo isla, le ofrecí una bebida, tomamos algo de gaseosa y comimos los piqueos que aún quedaban. Charlamos buen rato. Un secreto si quieres caerle bien a una dama es ser un buen oyente, y yo lo era.

Me enteré de que ella era enfermera, llevaba un tiempo trabajando para el estado en un distrito rural a varias horas de viaje, y cada cierta cantidad de días le permitían viajar a la ciudad, por ello no era común que visitara a Daniela. Me contó cosas de su familia, de ciertos problemas económicos, males de amores, entre otros. Pronto volvimos a servirnos whisky, ella hablaba porque necesitaba desahogarse, y a mi me estaba gustando conocer cada vez un poco más de ella.

—Te puedo confesar algo —le dije.

—Claro, lo que quiera profe —me respondió sonriendo.

—Desde que vi tu colita me tiene intrigado si podrás aguantarme.

—Casi me parte a la mitad hace unas horas.

—Vamos, te vi, creo que con algo de cuidado podría ponerte una buena inyección.

—No lo sé… podríamos intentar…

No la dejé pensar más, me junté a ella y le di un beso. Su pequeña boquita era una delicia, estaba algo helada por la bebida, pero pronto tomó temperatura y se volvió muy receptiva jugando con su lengua. Le dediqué tiempo a acariciarla, a rozar con ligereza su cuerpo, aún vestía la ropa deportiva con la que se había marchado en durante la tarde. Quise tomarla por la cintura, pero ella me bajó las manos a la altura de sus nalguitas, dándome a entender lo que quería.

—Hazme tuya —me susurró.

La volteé y puse sus manos contra la mesa, le hice a un lado el cabello y le mordí el cuello, subiendo hasta la oreja para luego bajar hasta donde empezaban sus hombros. Mientras tanto me había bajado lo suficiente el pantalón para sacar mi pedazo, que puse sobre su licra, hundiéndola entre las nalgas, para que la sienta, sin que se la pueda meter. Llevé mis manos a partes opuestas, una jugueteaba con sus pechos, mientras que la otra se metía entre sus piernas. Ella estaba excitadísima. Pegaba su culito hacia mí, para sentirme más, movía la cola a los lados y soltaba pequeños gemidos.

—Señorita enfermera, creo que le voy a poner una gran inyección.

—¿me dolerá Doc?

—Te haré gozar bebé.

Se volteó y volvió a besarme, agarró mi verga y poniéndose de cuclillas me la empezó a ensalivar. Era una golosa, no parecía que esa boquita pudiese abrirse tanto, esperaba que su orificio de atrás también fuese así de elástico.

—Te voy a dar un poco de anestesia —le dije, tomando la botella de whisky y vertiendo ligeros chorros en la base de mi poronga, ella gustosa empezó a beber del tronco y de la cabeza. Sin darme cuenta le di más de lo que pensaba, pero ella encantada seguía mamando.

Mientras estaba en eso moví lo que había en la mesa y decidí premiarla. La tomé de los brazos y la senté en la mesa, le quité el pantalón casi de un tirón, le tomé una de sus esbeltas piernas y la empecé a besar, desde la pantorrilla fui avanzando, jugando con mi lengua, luego pase a sus muslos, tersos, firmes y lisos, me acercaba al centro y justo cuando parecía que llegaría al medio, me alejaba rumbo al otro muslo, ella gemía entre excitada y desesperada. Finalmente le empecé a lamer los labios, los separé y jugué con el clítoris, cada caricia era acompañada por sus movimientos de cadera y gemidos de placer. Ella se dejó llevar, apretó mi cabeza entre sus piernas y tuvo un orgasmo exquisito.

Se tumbó en la mesa, subí con pequeños besos hacia su ombligo, su vientre era plano, muy bello, continué a los pechos y volví al cuello, la jalé con cuidado para pararla.

—Ahora viene lo bueno —le dije.

Me miró entre excitada y asustada, abrí la bolsa de juguetes y saqué un antifaz con los ojos tapados, se lo puse y la dejé sin saber qué más planeaba para ella.

—¿Vas a ser una nena buena?

—Si.

—¿Si qué?

—Si profe.

Estaba a mi merced, tenerla sin poder ver me excitaba muchísimo, pero aumentaba en ella también cada sensación que pudiese causarle, le apreté un pezón y ella dio un salto. La tomé de una orejita y la conduje a nuestro sillón favorito, la hice arrodillarse en el cojín y apoyé su cabeza contra el respaldar, con lo que su colita quedó expuesta.

Ajusté la luz de la sala a lo necesario para poder disfrutar la vista, ella estaba muy mojada, se notaba que disfrutaba ser sometida. Tomé mi bolsa de regalos y saqué un poco de lubricante, lo destapé y con precisión le hice caer una gota en el ojete, ella instintivamente cerró las nalgas, pero de una nalgada, no muy fuerte, pero si sonora la hice aflojar, ella gimió, le seguía gustando el juego. Tomé sus glúteos con mis manos y se los masajeé, con mi pulgar hinque su culito, le esparcí el gel y para mi asombro se comió con facilidad el dedo entero. Se lo metí y saqué, ella gustosa se agachó más. Le metí el dedo del medio y también ingresó con facilidad. Le coloqué más gel mientras jugaba con su colita.

—Hasta ahora estás aprobada.

—Gracias Profe —me dijo sonriendo.

Saqué las bolas, las lubriqué y coloqué la más pequeña justo en la entrada de su ano.

—¿Mi alumnita sabe contar?

—Si Profe.

—Entonces cuenta —le dije, mientras introducía la pequeña, del tamaño de mi pulgar.

—Uno —dijo, luego le fui introduciendo las demás— dos… tres… aaah… —parecía que ya había cierta resistencia, pero le habían entrado tres de las seis.

Le acomodé la verga en medio de los muslos, se la froté con delicadeza por su lado interno, ella sabía qué le estaba restregando, y por un momento olvidó su culito, por lo que le metí otra.

—Cuatro… ohhhh…

Ahora solo quedaban las dos más grandes, así que le lamí toda la espalda de arriba hacia abajo, dándole pequeños mordiscos algo dolorosos, le besé las nalgas e introduje una esfera más.

—Cinco… ohhh santo cielooo…

Había arqueado un poco la espalda, signo de dolor. Necesitaba mantenerla excitada, así que bordeé el sillón y le acerqué mi pinga en la cara, ella como una posesa empezó a mamarla, succionando, pidiendo leche.

—No… no bebé, aún no —Le dije quitándosela de la boca— ábrete las nalgas —le ordené, y ella obedeció, empujándole la ultima esfera, que terminaba en una cola de zorra.

—¡Seis! —dijo extasiada.

Me puse tras ella, la nalgueé y acomodando mi falo se la metí en la vagina. Ella dio un sobresalto y se dejó penetrar, lo disfrutó, estaba fuera de sí. La cogí de la cola de zorra y le di pequeños tirones y empujones mientras la bombeaba, forzando a su anito a tener sensaciones de todo tipo. Ella juntó sus piernas y las cruzó, me apretó fuerte la verga con sus nalgas teniendo un tremendo orgasmo, con calambres y hasta dejando salir un grito.

Salí de ella, tomé de mi bolsa un frasquito pequeño y vertí el líquido en mis palmas, se trataba de aceite para el cuerpo, de agradable fragancia, le froté la espalda con delicadeza, ella seguía ofreciendo la cola, le froté las nalgas y las piernas con el aceite. Ella quedó brillando, ante la tenue luz se veía fantástica.

—Ahora te toca gozar chinita.

—¿aún más? —me dijo, con las mejillas rojas y una leve sonrisa en la cara.

Saqué una por una las bolas, y su ojete quedó abiertito, expuesto, vulnerable. Me lubriqué la poronga y le acomodé la cabeza en su anito. Empujé un poco y le metí la cabeza entera. Ella quebró más la espalda, para facilitar mi entrada. La tomé de las caderas y le empujé un poco más de verga, le entró casi hasta la mitad, pero ella ya se había puesto tensa, le di un par de nalgadas y volvió a aflojarse.

—¿Te gusta la inyección?

—Si… Si profe…

Moví las caderas y le metí otro tanto más, ella me apretaba fuerte, mi pedazo palpitaba en su interior, lubriqué un poco más.

—La sientes.

—Si, la siento, toda—me contestó con la voz entrecortada.

De una vez se la terminé de meter, hasta la base, ella lanzó un pequeño gritito, pero no se opuso.

—Ahora sí la tienes toda ¿te gusta?

Pero solo gemía, me movía un poco y ella gemía más, hice ligeras metidas y sacadas, rociando lubricante alrededor de mi pedazo. De pronto ella comenzó a acompasar mis metidas y sacadas con sus propios movimientos.

—Si que te gusta ¿no? —le dije— confiésalo.

—Siiii… ahhh…

Ahora se movía más y más, ya se había adaptado a mi verga y se estaba taladrando solita. Había entrado en modo zorra completa. Se la sacaba aún más, solo para volverla a clavar, ella aguantaba las embestidas y hacía soniditos de dolor y placer muy estimulantes.

—Te gusta duro, duro por el culo.

—¡SI! ¡AHH!

—¿Cómo te gusta?

—¡DURO POR EL CULO!

Estaba casi en mi límite, excitadísimo con el que probablemente era mejor sexo anal de mi vida. Me agaché y, tomándola por las piernas, la levanté en el aire, con su espalda chocando con mi pecho, y ella principalmente apoyada en mi verga bien introducida en su culito. La hice saltar unas cuantas veces más, la penetré hasta el tope y dejé salir toda mi leche en su interior, mi pedazo se hinchaba con cada nuevo chorro que le soltaba, fue una corrida tremenda, pese a tenerla clavada hasta el fondo un poco de leche rebalsó y salió de ella. Sin sacársela me senté en el sillón, ella seguía bien clava y muy quieta, sentada sobre mí, con su espalda apoyada en mi pecho, respirando agitada.

La abracé, acariciándola y susurrando lo bella que era. Le quité el antifaz, ella volteó y con algunas lágrimas en los ojos me dio un beso, le correspondí, dejándola descansar. Le propuse ir a darnos un duchazo.

—Esa inyección me dolió —me dijo bromeando, haciendo un puchero.

—Ya te acostumbrarás —le contesté sonriendo.

Pasé el resto de la noche con ella, charlamos un poco más y dormimos profundamente. El domingo la consentí cuanto pude, pues viajaba temprano. Hice mis deberes y cosas rutinarias, el lunes temprano me encaminé a la universidad con buen ánimo, pero no tenía ni idea de lo que me esperaba.

(10,00)