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Mi compañero de banco descubrió mi bisex (parte 1)

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Tenía 18 años, cursaba el último año del secundario, me gustaban las chicas y era virgen, con las hormonas a tope. Un día debimos mudarnos al aula histórica del colegio por unas reparaciones que debían hacer en la que usábamos normalmente. Me tocó sentarme junto a Nicolás en uno de los pupitres de madera. Nico jugaba al fútbol, usaba ropa ceñida que le resaltaba su cuerpo atlético y fibroso, era agradable y simpático, pero no eramos amigos. En la clase de Biología, el profesor avisó que llamaría a dar lección. Nico me dijo que estaba nervioso porque no había estudiado. Le dije que se quedara tranquilo, que no pasaría nada. Me contó que le transpiraban las manos.

-No te puedo creer, le respondí.

-Sí, fíjate cómo la tengo y me dio su mano derecha.

La tenía caliente, pero no me pareció sudada. En ese momento, el profe pidió silencio y abrió la libreta de notas para llamar. Me apretó la mano, estremecido de temor. Llamó al primero y no fuimos nosotros, pero no me soltó la mano. Lo miré y me dijo:

-Por cábala.

-No hay problema, le respondí, y seguimos así hasta el final de la clase.

-Ya pasó, zafamos.

-Sí, tuvimos suerte, pero falta la segunda hora, me dijo. ¿Me puedo secar en tu jean? Porque mi pantalón es clarito y de tela muy fina.

Tenía razón, era parte de su conjunto deportivo porque después de la escuela iba a entrenar. Me llamó la atención, pero el profe se quedó a corregir y no dije nada. Empezó a pasar su mano por mi pierna, de la rodilla hasta casi la ingle, varias veces. Me preguntó si me molestaba y negué con la cabeza, pero me puse todo rojo, me gustaba y me excitaba.

Recomenzó la clase, el profe volvió a llamar y me dio la mano otra vez, pero con los dedos entrelazados y me la llevó a su pierna, incitándome a acariciarlo, mientras él volvía a tocarme la pierna y llegaba a mi pene, ya erecto.

-¡Cómo estás!, me susurró. Mirá cómo estoy yo, y llevó mi mano a tocar su bulto, también al palo.

-La tenés re dura, le dije y se la empezó a sobar con mi mano.

Me dejó seguir solo y siguió acariciando mi verga. Ya casi no podía respirar de la calentura. Seguimos franeleando hasta el final de la clase. Cuando todos se pararon, nos soltamos, pero estábamos al palo, así que nos quedamos sentados durante el recreo, pero sin tocarnos. Cuando se fueron casi todos, me susurró:

-Me parece que te gustó.

Asentí con la cabeza, mientras teníamos los muslos bien pegados. Seguimos con las caricias en las dos horas siguientes, así que para salir del aula y de la escuela usamos las mochilas para taparnos el bulto. Al otro día, tras una hora de clase sin decir ni hacer nada, en la segunda me preguntó si seguíamos con la cábala, así que entrelazamos las manos unos minutos y enseguida volvimos a acariciarnos y sobarnos, cada vez más atrevidos.

Seguimos así un par de días, hasta que el viernes noté que no me hablaba ni me tocaba. Dejé pasar un par de horas de clase, hasta que no pude más y me atreví a tomar la iniciativa de acariciar su pierna y se acomodó mejor en el banco, como buscando una posición.

-Tengo una sorpresa, me susurró, y llevó mi mano hasta su pene erecto ¡fuera del pantalón en plena clase! Se lo agarré y lo empecé a masajear con ganas.

-Esperá, me vas hacer acabar, susurró resoplando, y lo solté.

Empezó a acariciarme el bulto sobre mi pantalón y me preguntó si me seguía gustando sus caricias.

-Mucho, le dije. Tenemos que ir a algún lado para estar más cómodos, me sugirió.

Le conté que en mi casa no habría nadie porque la familia pasaría el fin de semana largo en la costa, pero yo me quedaba. Se le encendieron los ojos.

-Voy a mandarles un mensaje a mis viejos para decirles que me voy a tu casa para estudiar.

-¡Dale!, ¿pero tenés ropa?

-En la mochila, me dijo.

Se vino en el colectivo conmigo. Salimos del cole al anochecer y fuimos caminando hasta la parada. Viajamos de pie y el colectivo se fue llenando. Quedamos en el medio, bien apretados, él detrás de mí apoyándome con su pene bien duro. Yo estaba igual, así que tuve que cubrirme con la mochila. En cierto momento, el colectivo dobló algo rápido y él me tomó de la cintura para sostenerse. No dábamos más de lo caliente que estábamos. Me dieron ganas de volverme para besarlo y acariciarlo, pero pude contenerme.

A mitad de camino, en la parada de la estación de trenes, el colectivo casi se vació, así que nos sentamos en el último asiento doble, con las mochilas en el regazo. Él se sentó del lado de la ventanilla. El conductor estaba charlando muy entretenido con una chica y otra pareja adelante y en el fondo no había nadie. Casi enseguida, puso la mochila a un costado, sacó su pene húmedo del pantalón, me lo hizo ver y me sacó la lengua, mientras me acariciaba.

Lo miré asombrado y se lo sobé como siempre. Me hizo que no con la cabeza y volvió a sacar la lengua. Se acercó a mi oído y me susurró:

-Si me la chupás, voy a ser tu novia todo el fin de semana.

-¿Acá? ¿En el bondi?

Asintió sonriendo. Vacilé un poco y me lancé. Era la primera vez que chupaba una pija y me sorprendió lo suave y delicada que era la piel del glande, así que se lo lamí varias veces y lo chupé como si fuera un helado y de a poco me fui tragando la pija con ganas, a fondo por momentos, y él alzaba sus caderas para metérmela bien adentro de la boca, hasta que tuve que presionarle la pierna porque me atragantaba. Seguí chupando suavemente el glande y el tronco hasta la base, gozando de la nueva experiencia por varios minutos, hasta que me frenó susurrándome en la nuca:

-Esperá que no doy más y me vas a hacer acabar.

Despacio y a desgano fui dejando de chupar y comer aquel manjar y me incorporé, ya que faltaba poco para llegar a mi barrio. Me susurró al oído:

-¿Se la chupaste a alguien antes?

-¡No!

-¿Seguro? Porque la mamás muy bien.

-Es que me gusta mucho. Si bajás con la pija fuera del pantalón, te la chupo en la calle.

Y así lo hizo, bajamos por la puerta trasera, él ocultando su falo con la mochila de la vista del conductor. Debíamos caminar tres cuadras hasta mi casa por calles arboladas y oscuras. Íbamos de la mano y me dijo:

-¿En ese árbol te va?, señalando uno grande, frondoso y bien oculto en la oscuridad.

-¡Dale!, le respondí algo nervioso, porque estaba en mi barrio, pero no había nadie en la calle.

Se recostó contra el tronco y de nuevo con la pija fuera del pantalón, bien erecta y húmeda. Dejé mi mochila en el piso y me arrodillé para recomenzar con la mamada, que fue de campeonato, mientras le agarraba las nalgas para que me cogiera por la boca, con los ojos cerrados de gozo. Tras unos minutos, estaba tan entusiasmado chupando que no me di cuenta que se acercaban algunas personas por la vereda. Él me alzó por las axilas de golpe y me abrazó.

-Viene gente, me susurró, lo miré a los ojos y me besó agarrándome de la cabeza para ocultar que éramos dos chicos.

Nos metimos la lengua a fondo mientras lo tomaba de las nalgas para apretarlo contra mí, sin importarme nada. Él me acariciaba la cabeza mientras nos besábamos con furia y con temor, hasta que la familia se alejó. Nos recompusimos, lo miré a los ojos mientras se guardaba la pija erecta y húmeda dentro del pantalón.

Me volvió a preguntar si alguien me había enseñado a chupar la pija, si lo había hecho con algún otro. Le dije que no, que era la primera que me comía una, que me gustó un montón y lo volví a besar con muchas ganas y mucha lengua. Estábamos muy calientes y respondió apasionadamente comiéndome la boca bien a fondo.

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