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El curioso mundo de la diversión para adultos

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Años antes había hecho tres descubrimientos. El primero es que soy bisexual y no tengo el menor empacho en reconocerlo. El segundo es que es muchísimo más fácil acostarse con hombres que con mujeres porque los hombres no se andan haciendo del rogar (aunque hay casos de divos que logran superar la fatuidad y pretensiones de las personas más vanidosas) y quieren lo que quieren cuando lo quieren, como lo quieren, donde lo quieren y hasta donde lo quieren; es sexo puro y duro sin ilusiones emocionales. La tercera cosa va de la mano con las dos anteriores: si proclamas a los cuatro vientos que eres un hombre bisexual recibirás el rechazo de los homosexuales y heterosexuales por igual, para ellos no eres una rareza sino una traición a sus prejuicios; la bisexualidad femenina es mucho más aceptada que la masculina y le dejo esa reflexión a las mujeres que por ello se interesen. En consecuencia, uno aprende a ser prudente y es información que compartimos con muy poca gente, lo que no asegura nada porque aun así puede haber sorpresas traicioneras. Muchos hombres viven su bisexualidad de forma secreta o, cuando menos, discreta.

En los años en que era un glorioso y joven Don Nadie de cabello largo, figura apetecible y guapura considerable, me di a la tarea de explorar muchos lugares que harían persignarse a gente de apariencia respetable (mientras en su imaginación se calientan con sus morbosas fantasías inconfesables) y en aquella ocasión llegué a una disco gay la noche de un viernes a eso de las diez. El lugar era un cliché gay en toda la extensión de la palabra: ubicada en un barrio de conocida vida nocturna gay, la disco estaba en una agradable penumbra, la música tecno sonaba a todo volumen, había televisiones por todas partes con videos porno gay mostrando a sus modelos de cuerpos imposibles, belleza inverosímil y pitos infinitos, había jaulas para cuando acudieran go-go dancers (que ésta vez estaban ausentes), las bebidas eran auténticos matarratas de precios irracionales, los trabajadores eran, con toda seguridad, policías judiciales que estudiaban detenidamente a quién podían extorsionar o de quién podían aprovecharse cobrando en especie, las mesas eran diminutas y deprimentes para dejar amplio espacio para bailar a gusto… Y tras una cortina pesada había, cómo no, un cuarto oscuro que era el verdadero centro de atención de todo mundo que allí acudíamos. Lo usual es que las mesas cercanas al cuarto oscuro estuvieran todas ocupadas porque desde allí podía verse quién entraba y, si se antojaba el que entró, ir tras él. Pero esta vez, para mi sorpresa, estaba casi vacío en lugar. Estaba yo, los trabajudiciales y un hombre guapo con un cuerpazo musculoso enfatizado por la ropa pegada que llevaba. Y nadie más.

Miré al musculoso y suspiré, éste está totalmente fuera de mi rango de alcance así que ni te ilusiones porque no te hará caso ni para decirte que no. Pensé que todos estaban dentro del cuarto oscuro, así que con la cerveza en la mano entré. Vana ilusión, adentro estaba todavía más solo que afuera. Me tomaré mi cerveza en santa calma y luego me voy. Pero entonces entró el musculoso. Yo estaba a un metro escaso de la cortina que servía como umbral para acceder al dichoso cuarto oscuro y no lo dudé. Estiré un brazo para tocar su brazo izquierdo y atraerlo hacia mí. Total, ¿qué podía pasar?, ¿que se safara?, ¿que me rechazara? No sería la primera vez y uno se va acostumbrando a esas cosas. Pero sorprendentemente reaccionó con suavidad a mi mano que lo atraía y gracias a la poca luz que se coló con su entrada alcancé a ver una sonrisa franca en sus labios mientras lo atraía a mi cuerpo. Acto seguido, empezamos a besarnos con mucha pasión. Sus labios eran sabrosos, su saliva sabía a macho caliente. Pero lo que me tenía extasiado y con la verga durísima era su cuerpo musculoso. Era un fantasía, ¿qué se sentirá acariciar a uno de ésos He-Manes de gimnasio?, ¿cogerán rico?

De momento besaba de fábula y no tenía el menor problema en dejarse acariciar donde se me pegara la regalada gana. Su respiración agitada delataba que se estaba excitando de verdad. Estaba fascinado acariciando sobre la ropa su pecho musculoso y mordiendo sus brazotes de gimnasio. No quise aguantar más y busqué liberarle el pecho para besárselo. Resulta que traía un body masculino que se abrochaba en la entrepierna. Mira, qué conveniente. Le abrí el pantalón de mezclilla y se lo bajé un poco, como a medio fantástico muslo que cubrí de besos y lamidas mientras mis dedos buscaban el famoso broche. Al encontrarlo y soltarlo, brotó una orgullosa verga de buen tamaño que me quedó a la altura de la nariz, lo que me permitió percibir su olor a verga hambrienta. No lo dudé un sólo instante, metí esa verga hambrienta a mi boca hambrienta de verga. El musculoso estaba tan excitado que gimió como sólo los hombres saben hacerlo cuando les mama la verga una boca experta. Era tal su excitación que le manaban cantidades espectaculares de líquido lubricante que muy rápido me llenaban la boca. No había nada más hermoso en el mundo para mí en ése momento que estarle mamando la verga al musculoso mientras acariciaba sus nalgas y jugaba con sus huevos. El musculoso estaba depilado, ni un sólo velllo en la entrepierna. Me incorporé a besarlo y hacerle probar sus propios líquidos, cosa que lo encendió todavía más. Le pude alzar el body hasta dejar su pecho al descubierto. Me bajé el pantalón a medio muslo, me pegué al él para sentir sus brazotes y su pecho y lo cubrí de besos, amasaba sus pectorales y lengüeteaba sus pezones mientras él me abrió las piernas con su muslo, me pegó a la pared y empezó a acariciar mi escroto con su verga como si me estuviera cogiendo. Me llenó la entrepierna de su líquido lubricante y mi culo empezaba a desearlo, así que le dí la espalda y froté mis nalgas en su verga mientras pegaba mi espalda a su pecho. Me llenaba el cuello de besos ardientes mientras sus manos estrujaban mi pecho como si fueran las tetas de una mujer, después bajaron para aferrarse a mi cintura e imponerme el ritmo. Y eso que todavía no me metía su verga, pero qué rico era sentirla en medio de mis nalgas.

Mientras tanto, mi verga estaba durísima y de pronto una boca la engulló, nunca supe quién me la mamó pero lo hacía delicioso. Al mismo tiempo alcancé a ver que otros empezaban a meterle mano a mi musculoso. Ya me estaba despidiendo mentalmente de él, fue bonito mientras duró, cuando para mi sorpresa volvió a mis labios y a mi cuerpo. Empezamos a rechazar otras manos, otras vergas, otros cuerpos. Queríamos estar solos. Me propuso irnos a su hotel. Corriendo, que ya es tarde.

El hotel era casi espantoso, pero tenía lo necesario: cama limpia, sábanas remendadas pero recién lavadas, baño oloroso a desinfectante recién regado y los clásicos jabones rosas chiquitos que delataban a quien los había usado como frecuentador de ésos deliciosos antros de vicio y perdición. En el camino no dejamos de besarnos ni acariciarnos, en alguna calle oscura le saqué la verga para mamársela y casi se vino allí. Ya en la habitación la ropa desapareció como por ensalmo y nos trenzamos en un glorioso 69. Mamar y que te la mamen con entusiasmo. Él quedó encima de mi y desde entonces supe la dicha de tener el peso de un macho caliente sobre mi cuerpo, que sólo me quiere devorar, que sólo me quiere coger, que sólo quiere derramar su semen en mi cuerpo, que sólo le importa el aquí y el ahora. Devoraba mi verga y apretaba con fuerza mis huevos como si quisiera exprimirles el semen. El dolor en los huevos, producto de sus rudas caricias, descubrí que me enardecía más que aplacarme. Y mientras mamaba mi verga con semejante voracidad y estrujaba mis huevos, con su otra mano empezó a penetrarme, con un sólo dedo. Al mismo tiempo yo estaba en la gloria, mi cabeza enmarcada por dos magníficos muslos que cubría de besos y saliva, amasaba sus carnosas y exquisitas nalgas y mamaba con desesperación ésa verga que no cesaba de manar líquido lubricante que sabía delicioso mientras él movía su cadera con un ritmo cadencioso y sostenido. Era cachondísimo ver oscilar su cadera sintiendo entrar y salir su verga de mi boca. Me estaba cogiendo por la boca, me estaba cogiendo por el culo, se comía mi verga con ansiedad, sudábamos, gemíamos, gruñíamos, amasaba sus nalgas y acariciaba sus bellos huevos con mis labios.

Rodamos y lo monté. Quería que me cogiera mientras lo montaba, mientras acariciaba ése pecho musculoso que me tenía loco, mientras besaba ésa boca maravillosa, mientras sus manotas me agarraban muslos y cintura para imponerme el ritmo que quisiera. Su verga condonizada penetró sin mayores problemas mi culo ganoso de verga. Gemí sin tapujos, hice cara de gozar que me penetrara sin inhibición alguna. Me preguntó si me sentía muy puta encima de él. Era la primera vez que alguien me hablaba en femenino mientras me cogían y para mi sorpresa eso incrementó mi excitación a un nivel insospechado.

— Me siento putísima, papi. ¿Te gusta tu puta? ¿Te gusta cómo te ha mamado la verga tu puta? Cógeme, cógete a tu puta, lléname de verga, cabrón, dame verga, hazme gemir como la puta que soy. Dame duro con tu verga, quiero sentir tus huevos chocando con mis nalgas. Así papi, que macho tan sabroso eres, la verga te sabe deliciosa y mira cómo me la estás metiendo tan duro, me haces gemir como puta, soy tu puta, soy tu puta, soy tu pinche puta.

Y de verdad me estaba metiendo una cogida de miedo mi macho musculoso, impulsaba enérgicamente su cadera, ayudándose con ésos muslos que cubrí de tantos besos y lamidas, para enterrarme la verga hasta el fondo y hacerme gemir fuertemente mientras con sus manos me tenía bien atenazado de la cintura para marcarme el ritmo de la cogida. Qué verga tan rica me estaba cogiendo, no quería que parara nunca. A veces me soltaba de la cintura y me agarraba la verga para masturbarme pero pronto lo dejaba de hacer si le rogaba, con la voz más sensual que podía, que no dejara de cogerme, que no dejara de hacerme su puta, que no dejara de darme verga, que quería que me llenara de semen, que su puta deseaba estar llena de su semen, que quería sentir su verga hincharse antes de que me echara su leche y mientras le decía eso estrujaba su pectorales de musculoso y pellizcaba sus pezones. Estábamos locos de deseo. Aceleró el ritmo y supe que su eyaculación estaba cerca. Lo desmonté y metí su verga a mi boca. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, hasta nueve fuertes chorros de semen arrojó dentro de mi boca éste macho musculoso que gruñía como sólo pueden hacerlo los hombres bien satisfechos. Me llenó la boca de semen. Era delicioso. Lo saboree con fruición mientras me masturbaba y muy poco a poco empecé a tragarlo porque no quería dejar de saborearlo. Estaba tan excitado que mi propia eyaculación se aproximó y sin que lo le dijera nada empezó a mamarme la verga con desesperación hasta que arrojé mi semen dentro de su boca. Ahora lo besé con pasión y pude saborear mi propio semen. Totalmente empapados de sudor y de semen nos recostamos con la respiración agitada y nos abrazamos fuertemente sin dejar de besarnos.

Un rato después y apenas recuperada la respiración volvimos a enlazarnos en un 69. No queríamos dejar de mamarnos la verga, de acariciar nuestras nalgas, de besar nuestros muslos, de antojar nuestros culos con los dedos. Ésta vez se vino más rápido, montado encima de mí mientras me cogía por la boca. Volví a paladear su semen de hombre caliente. No dejé que cambiara de postura y apenas había eyaculado en mi boca cuando le metí mi condonizada verga por su riquísimo culo rebotando en sus nalgas de musculoso de gimnasio. Lo tomé de la cintura y lo cogí con pasión, con fuerza, con velocidad, con dureza, se escuchaba el bello sonido de nuestros cuerpos al chocar cogiendo y sus gemidos eran sensuales y sonoros al tiempo que yo respiraba agitadamente como si estuviera corriendo a toda velocidad sudando a chorros, los dos sudábamos a chorros y nuestros cuerpos brillaban por nuestro sudor mientras no cesaba de meterle y sacarle la verga a gran velocidad, con creciente fuerza que hasta los huevos me dolían de tan enérgicas embestidas que le daba a mi macho musculoso. Cuando al fin eyaculé me sorprendí de la cantidad de semen con la que desbordé el condón y el semen que quedó dentro de éste lo derramé encima de sus nalgas mientras lo untaba en éstas y se las besaba, se las lamía, se las mordía. Caí rendido encima de él, que estaba boca abajo y completamente agotado también. Pronto nuestros cuerpos empapados de sudor y semen comenzaron a sentir frío y nos cubrimos con la remendada sábana mientras no dejábamos de besarnos y acariciarnos. Su pecho musculoso me tenía loco, adoraba el abrazo de ésos brazos fuertes, sentir sus muslos entre mis piernas, su mano buscando mi verga. Por tercera vez nos enlazamos en un desesperante 69 y ésta vez llenamos de semen nuestras bocas casi al mismo tiempo. Dormitamos un rato, abrazados en cucharita, él dándome la espalda y antojándome sus nalgas. Pero ya no podía más, estaba agotado.

Salí del casi horroroso hotel con las primeras luces del amanecer, cuando en la calle nada más andan repartidores, barrenderos, trasnochados y taxistas a la búsqueda de los rezagados de las fiestas. No sabía si lo volvería a ver otra vez o no. Lo más seguro es que no: a los 19 años cuenta más la novedad que la constancia. No me importaba, me sentía seguro de repetir la hazaña las veces que yo quisiera. Y así comencé a caminar en el fresco amanecer, sin la menor preocupación por lo que ocurriría a lo largo del día o las semanas. Vivía una vida secreta y eso me hacía sentir vivo, importante, dueño de algo que era sólo mío.

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