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—Son las diez de la mañana y nuestro «ogro» no ha llegado. ¿Sabes algo de él, corazón? — Preguntó desde su escritorio Magdalena, girándose en su silla y colocándose de pie, se acercó hasta uno de los archivadores para buscar alguna carpeta, sin dejar de observarme.
—¡Señorita! Al andar derrama usted tanta sal que los que vamos detrás nos hacemos mojana. —Las palabras a modo de piropo, fueron pronunciadas por un alelado Federico, al ver la llegada, –como siempre tarde– de Paola a la reunión de ventas. Y es que sí, mí pesado compañero de ventas tenía mucha razón
¿Cuándo me enamoré de Silvia? Pues lo hice cuando la vi, en el primer instante, aunque después de a pocos la pude conocer mejor. Y luego fue incrementándose en mí el sentimiento, las ganas de saber y compartir mucho más tiempo yo con ella, que los pocos instantes que mi amigo solía disfrutar con su
Una vez que dejé dormidos a mis hijos, bajé para conversar un poco con mi madre y ponerme al tanto de las noticias familiares. Mis hermanos, cada uno de ellos tan lejanos en diversos países, mis tías y sus problemas con la crianza de mis primos y primas, todo ello me servía para evitar pensar en que
—¡Ayyy, que pecadito con Amanda! Tener que dejarla a cargo de la oficina mientras nosotras nos vinimos a escoger la ropa que me llevaré a Turín. —Le dije a Magdalena mientras ingresábamos al piso y sobre el espaldar de una silla del comedor, dejaba mi bolso y el abrigo.
No era frecuente que Silvia y yo discutiéramos y menos aún, que ella con sus ofensivas palabras me sacara fácilmente de quicio, pero esa vez lo había logrado. Mi paciencia tenía un límite y ella lo estaba cruzando, no supe si lo hacía por gusto, pero ciertamente lo ejecutaba a ciegas. ¿Y de mi amor
—Silvia tesoro, mira este vestido. ¡Vamos niña! Pruébatelo, debes renovar esos trajes viejos para que luzcas radiante la otra semana en Turín. —Magdalena me mostraba un vestido veraniego de corte en X, cuello redondo, largo a media pierna y de mangas tres cuartos con un estampado floral y delicado
Amaneció y estábamos abrazados, cómo nunca debimos haber dejado de hacerlo, tras años de agradecidas alboradas. El beso mío en su respingada nariz, la palmada en sus nalgas; aquel abrazo suyo por mi espalda, varios besitos en mi cuello, en mis hombros y obviamente, su infaltable pellizcó en el culo
—Hola… Ehhh, Rodrigo ¿Cierto? Vaya pero que sorpresa. No pensé que fuera a ser tan rápido, pero claro que sí, jejeje. Te debo ese café y más por supuesto. ¿Qué te parece si nos vemos mañana en la tarde? —Me parece perfecto, le respondí.
Había dejado preparada la comida, revisado sus deberes y alistado sus uniformes de deportes. Mis pequeños jugaban, revoloteando en la sala y correteándose alrededor de la mesa del comedor. Felices, llenos de energía esperando la llegada de su padre. Demoraba un poco... Y ya lo extrañaba.
Cerré la puerta con cierta incertidumbre. En el transporte público ya iba yo pensando en aquella llamada tan intempestiva. Las palabras de mi esposo, su cara tan sorprendida como la mía y el tono nervioso de su voz, con aquellas frases concisas… ¿Tan afanadas? Recuerdo muy bien que le dije que lo
El sofá cama resultó ser un buen obsequio. Dormí relativamente bien. Al principio me costó conciliar el sueño porque hacía mucho tiempo que no lo hacía solo, también años sin discutir con mi esposa y menos sintiendo tanta decepción. Increíblemente me dormí sintiéndome mal por ella y no tanto por mí.
—Esto es una locura Jefe. Las muchachas en la oficina van a terminar murmurando que entre usted y yo sucede algo más que una simple colaboración de mi parte para su famoso «aniversario». —Le hablé mientras él ponía en marcha el coche.
Salí en silencio de mi hogar, sin hacer ningún ruido como si yo fuera un vulgar ladrón. Afuera amanecía frío y gris. Penumbra todavía. Subí a mi coche sin tener un destino cierto, giré la llave y puse en marcha el motor, más no cambié la marcha ni pisé el acelerador. Inmóvil el auto, inanimado yo.
—¿Rocky?... ¿Y no piensas decirme nada? —Me dijo Paola, colocando su mano izquierda sobre mi muslo derecho, como para llamar mi atención hacia sus palabras. La había escuchado pero yo estaba pensativo–.
Un destello lejano parpadeó un instante, fastidiando el iris marrón de mis ojos, llamando mi atención. Sacándome de mis pensamientos, trayéndome de nuevo a aquel presente, seguramente producido al mover algún cristal de una de las ventanas de los pisos del frente, que yo podía observar tras de aquel
—Y… ¿Ahora qué hago? Pensé a quien acudir, obviamente a mi esposo ni hablar. ¿Alguna compañera de oficina? No, claro que no. Dejaría en evidencia a mi jefe y eso sería imperdonable
Casi medio día y sin saber de él. Cada que veía abrir la puerta de la oficina, ilusionada elevaba mis ojos para observar, esperando por su llegada. Continuaba angustiada, revisando, acumulando papeles y folders, a uno y otro lado de mi escritorio. Pensaba en él y en su dolor. Por detrás del espaldar
—¡Buenos días amor! —Le dije a mi esposo una madrugada del comienzo de julio. — ya tengo listo el desayuno y los niños están terminando de alistar sus maletines. Y me lancé entre sus brazos para besarlo y demostrarle todo mi cariño a modo de… ¿Compensación?
Cuando salí de aquel bar esa noche, “El Puertas” ya no estaba. Apuré mis pasos para conseguir llegar al piso, unas calles más hacia el sur. Nada más entrar recibí una notificación en el móvil…
—¿Hugo? Pues si no está aquí, debe estar con Paco y con Luis. —Pero a Martha eso no le hizo gracia y torció su boca, o desconocía los nombres de los sobrinitos del Pato Donald. Después volteó su cabeza para mirar, colocando su mano sobre la frente a modo de visera, como oteando el lejano