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Con las dos vergas dentro empezamos a movernos al compás, entre gemidos de machos y una hembra caliente, entre estertores y palabras sucias, me emputecían estos dos cabrones, la sensación indescriptible, cogida por dos vergudos, potentes e insaciables
Pude sentir lo ajustado de su vagina, tanto tiempo sin actividad habían hecho el milagro de volver a ser casi virgen, yo podía sentir cada centímetro de su interior, como dedos excitando mi pene, masturbándolo, ella sabía moverse muy bien, era toda una puta.
Y en ese momento empezó mi mente a tramar algo, mi suegra. No estaba tan mal, tendría 48 años, con su cuerpo engrosado por la edad, nalgas amplias, y cintura un poco ancha también, tetas grandes, en sus tiempos debió tener un cuerpazo, quedaban vestigios de ello.
Yo no comprendía porque tanto misterio, y no alcanzaba a distinguir nada, hasta que mis ojos se habituaron a la oscuridad y pude descubrir de que se trataba. ¡Puta madre!, ahí estaba mi tío dormido, había llegado esa tarde de Estados Unidos, los tres en la misma cama.
Había luna llena, y el reflejo de la luz daba tintes de plata a los árboles y a la hierba, y ahí en una escena de cine lúdico, ella y yo desnudos cabalgando por la pradera, unidos por el deseo carnal y la sensación de lo prohibido, que ansiaba saciar sus instintos.
La pasión se había desatado, su exigencia de verga era mucha, la abstinencia la había convertido en una olla de presión, y yo la destapé. Mi tía Rosa ensartada en mi cipote gemía y se retorcía de placer.
Y en un acto de osadía le tome su cabeza con mis manos y la empuje hacia mi verga, ella se resistió y protestó, -que diablos haces? –cúreme con un besito por favor, le dije.
Un día fui a ver a mi tía, y la encontré recostada en su cama, serían como las 7 pm, ella leía una revista, estaba tirada de espaldas, con las piernas abiertas y la falda subida, que dejaba ver sus pantis de color blanco, metidos entre sus nalgas y pude apreciar la belleza de sus piernas.
Sentí la mano de Mariana apretando mis huevos, y tomando la base de mi verga, para apuntársela a su amiga-amante, luego se sentó sobre mi cara y me dijo, chúpame la puchita tío, y yo metí mi larga lengua en su cuevita casi virgen, tan apretadita su colita.
Y mire por debajo del escritorio, ella tenía sus piernas ligeramente abiertas, pensando tal vez que no había nadie, y poco a poco se fue descuidado más, hasta que las abrió de par en par, airando su cueva candente, y pude ver sus calzoncitos blancos, su rajita notándose por la costura intermedia.
Después algunos minutos escuché que Humberto le decía “ahora yo arriba” y escuché como se movían en la cama, y ella abrió las piernas para la embestida de su hombre, y él se la metió de un golpe.
Wooow, ahí estaba ese pedazo inmenso de carne blanca, mucho más grande que como me la había imaginado, en comparación de la mía esa era una verdadera verga de macho, verga de burro, con la cabeza roja, sus venas saltadas, y erecta completamente.
Ella me decía al oído –cuñadito la tienes bien grande hasta me duele, cuñadito chulo, así, dámela más. –No hagas ruido –le decía, y ella me apretaba más entre sus piernas.
Y ahí estaba ella, dormida, con una pierna doblada dejando ver todo su culo y su puchita palpitante, yo miraba extasiado tocándome la verga frenéticamente, entré a mi cuarto para resoplar un poco, porque el corazón se me salía.
Cada vez que cogíamos, ella al borde de su primer orgasmo se acordaba de la tremenda cogida que le había dado su exjefe Humberto, y ya muy caliente suplicaba –Quiero esa verga grande dentro de mí –me decía.
Siéntate, le dije. Y se sentó despacito entrando poco a poco toda mi verga. No protestó cuando la sintió, creo que ella también lo deseaba tanto como yo, ella emitió un gemidito tímido, y dimos marcha otra vez al auto así.