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“Bonita cicatriz”. Ese había sido su comentario al recibir la foto que había demorado más de una hora en sacarme, después de probar varias poses, mirándome en el espejo del baño, desnuda e inquieta
Abrí el cierre que su mono tenía en la espalda, me dolía el clítoris por la excitación. La parte de arriba del mono cayó sobre su cintura, desvelando lo que deseaba tanto. No creo que tomé más de un segundo para mirarlos, enseguida, acerqué mi boca a la altura de su pezón izquierdo.
Varios meses habían pasado desde la noche con Alejandro. Habíamos tomado la costumbre de escribirnos con frecuencia y se había convertido en el espectador más aficionado de mis sesiones de masturbación. Durante la semana, me grababa viniéndome en el baño de damas de la oficina con los dedos profunda
Final de la parte 1: «Un puto exceso de vida. Eso es lo que era Alejandro. Tenerlo para una noche era una exageración. Me había dado tanto placer que no podía imaginar más. Estaba saciada y agotada, y ni siquiera me había penetrado. Viendo que estaba muy cansada, me propuso dormir un rato. Lo abracé
No me había escrito de todo el día, ni siquiera sabía si había llegado bien a la capital. Habíamos quedado en encontrarnos a las 8 de la noche en un bar, entre su hotel y mi casa. Estaba muy estresada, pero tampoco me atrevía a mandarle un mensaje. En un momento había pensado que tal vez se trataba
Un puto ascensor emocional, eso fue. Este manipulador jugaba conmigo y me había dejado sin voz. Prendió el motor, desabrochó su pantalón, sacó su verga tensa y empezó a manejar. Ya la veía de cerca, era particularmente gruesa. Un escalofrío me recorrió al pensar en lo rico que me llenaría la concha.
La mañana fue larga. Rafaela había elegido varios arreglos para decorar la sala y solo le faltaba aprobar las muestras que le había preparado la florista, pero al ver los ramos que le presentaba, se descompuso literalmente. Según ella, no tenían nada que ver con las fotos del catálogo. Tuve que
Rafaela era un sol. Una pelirroja sonriente y enérgica, cuya belleza estallaba por sus curvas generosas y su inteligencia rara, rápida y aguda. Hablaba fuerte y bien, defendía sus opiniones en debates apasionados y fuimos amigas desde el primer semestre en la universidad de biología. Diez años y un
Me despertó una gota de sudor que se deslizaba en mi pecho. Hacía calor y había dormido hasta tarde, la luz del mediodía iluminaba el cuarto. Al darme cuenta de que estaba solita en la cama, me sentí incómoda. Él, seguramente se había despertado porque tenía cosas que hacer y, por amabilidad, me
La primera vez que lo vi, nunca me hubiera imaginado que un día lo tendría a mi merced, gimiendo mientras lo masturbaría suavemente, mamándole los huevos y con un dedo clavado en su culo.
Había sido un largo e intenso día. Insomnio, avión, reencuentro, besos, drogas, sexo, alcohol y amistad. ¿Qué otro hubiera podido esperar de un fin de semana con el barbudo?