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Kiitty volviera a su convento de Santiago de Chile, pero ya no era no era la hermana Marta, era Kitty. Estaba cansada de madrugar, de los Maitines, de rezar por rezar... Y además la frialdad de la celda de su convento se volviera insoportable. Tenía que masturbarse varias veces cada noche. Las
Un nieto de mi amigo Pedro hizo la primera comunión en un conocido restaurante gallego. Su hija había invitado a una prima suya que era monja. Cuando los niños fueron a jugar a las colchonetas, a la piscina de bolas... Cuando se fueron a divertir. Marta, la monja, que era una joven chilena ni alta
Entré en el bar por descansar. Ni tenía ganas de beber ni de alternar. La mascarilla me las hacía pasar putas. Era un bar cualquiera de un lugar cualquiera. Solo había una mujer sentada a una mesa. Me senté en otra mesa, guardando la distancia. Vino la camarera, una veinteañera rubia, de ojos azules
La vieja Agustina. Se llamaba Agustina y era la tía abuela de un amigo mío. Vivía en una casa en medio del monte, era delgada, baja de estatura, tenía muchos años, no estaba arrugada, y su cabello blanco lo llevaba recogido en un moño
Paco había alquilado un Toyota Yaris e iba por una carretera gallega cualquiera camino a la casa de su hijo Fermín acompañado por su hija Graciela. A la joven se le subiera la falda y enseñaba parte de los muslos de sus largas y moldeadas piernas. Le dijo su padre
Peter estaba en una biblioteca inglesa tomando apuntes cuando se sentó enfrente de él una joven espigada, rubia, de ojos azules, con el cabello recogido en una coleta. Vestía una blusa blanca y una minifalda marrón que dejaba ver unas larga y estilizadas piernas y calzaba unas deportivas blancas. Mi
Mi amigo Berto aún era virgen. Tenía una tía que era la fuente de su inspiración. Se llamaba Genoveva, tenía una hija y estaba casada con un guardia municipal. Genoveva era muy guapa, tenía 38 años y era alta y morena. Sus tetas eran fenomenales, sus caderas anchas y su culo gordo. Era una delicia
Dama pasaba por delante de la habitación de sus padres de vuelta a su habitación después de coger un helado en la nevera. Sintió los gemidos de su padre, abrió un poquito la puerta y vio cómo su madre metía la verga de su padre en la boca, la meneaba y se la lamía... Lamió el helado que salía del
Después de desayunar y hacer las tareas en su casa, Gracia, una joven de 29 años, fue a tender la ropa a la terraza de su casa, una casa de tres pisos. El sol pegaba fuerte. Llevaba puestas unas gafas de sol con monturas azules para proteger sus ojos de él. Soplaba una ligera brisa que hacía que su
Estar mucho tiempo confinados en casa una madre y un hijo aunque la madre sea una santurrona lleva a que ocurran cosas que en otra situación no ocurrirían. Eva, a la que apodan La Sosa, tiene 40 años, es morena, de ojos marrones, mide poco más de un metro sesenta, sus tetas son medianas, sus caderas
Eduardo había llegado a casa a las once de la noche. Elvira lo esperaba en la sala de estar. Con cara de pocos amigos, le dijo: -¡Cómo pudiste follar a tu hija! Eduardo, la miró de lado, y le dijo: -¿Y tú me lo preguntas, boyera? Elvira se hizo la sorprendida
Eduardo, un maduro moreno, de 1.80 de estatura, cachas y con debilidad por su hija, ya que la cuidaba cómo a una princesa, se había casado en segundas nupcias con Elvira, una joven rubia, de 1.75 de estatura, de ojos azules, con un cuerpo de infarto y quince años menor qué él. A Julia, la hija de
Hace un par de años. Ya era casi de noche. Iba en mi auto cruzando el puente de la isla de Arosa cuando la vi haciendo dedo. Era una joven morena, de estatura mediana, ojos negros, con coletas, vestía unos shorts negros, una camiseta blanca de tiras, llevaba un bolso negro en bandolera y calzaba una
La polla del vecino. Sonia, una morenita, alta, de largas y moldeadas piernas, ojos grandes y negros como la noche, melena de cabello negro azabache que le llegaba a la cintura, anchas cadera y culo redondo y prieto, se despertó. Eran casi las seis de la mañana. Estiró brazos y piernas para
Había jurado bandera y le dieran un permiso en el cuartel. En el pueblo no había mucho con que divertirse y cómo le gustaba la pesca fluvial, solía ir a pescar al río. ¡Tiempos aquellos en que los ríos eran ríos con aguas cristalinas y estaban repletos de truchas, anguilas...!, pero volvamos al río
Todo empezó durante las fiestas de san Roque de hace un par de años. La sobrina de mi mujer había venido con su madre de un país del que voy a hacer que no recuerdo el nombre. Fue verla entrar por la puerta de mi casa y ponerse mi piel de gallina. Era de estatura mediana y tenía un cuerpo que
De Eugenia, la tía de José, decía mi padre que se volviera loca el día en que se muriera su marido, ya que desde ese momento no volviera a salir de su caserón y del deceso ya hacía 17 años. Eso quería decir que no se relacionaba con la familia. La única persona que la veía era Amalia, la encargada
El domingo de la semana pasada, de noche, recibí en mi correo (capalo.33@ gmail.es) un mensaje de la que creí una soñadora, que decía así: «Soy fan suya y quería decirle que esta mañana antes de que el servicio me trajera el desayuno a la cama leí su relato -Lolita-. Me mojé tanto que mis dedos
Sonia era una morenaza de ojos negros, pelo largo y rizado, con labios gruesos y sensuales. Era guapa y lo sabía, tenía un cuerpo de escándalo y lo sabía. Sabía que levantaba pasiones y las provocaba detrás de la barra de un bar que era una de las tapaderas de un narco gallego. Le pagaban por eso
Adolfo, mi compadre, un hombre que se hiciera millonario con el contrabando de tabaco rubio, le había prometido a su hija lo que quisiera si sacaba buenas notas. La muchacha las había sacado y le pidió un viaje a Bali. Mi amigo Alfonso iba a cumplir diez años de casado y Adolfo lo sabía. Jugando una
Gonzalo no era muy alto, no era muy guapo y era gordo. Desde niño había sufrido las burlas de los otros niños. Lo pasara muy mal. Su único consuelo desde una edad muy temprana fuera Charlie, una niña que se llegara pelear con otras niñas cuando se metían con él. Era su única amiga. Ahora con
Sergio, un cincuentón, moreno, de estatura mediana y de muy bien ver, estaba asando sardinas en la parrilla de la chimenea de su galería en la noche de san Juan. Dos de sus hijos sentados a una mesa conversaban animadamente delante de sus vasos de vino tinto, sus esposas preparaban dos ensaladas con
Sebastián iba en un autobús rumbo a San Salvador, cerró los ojos y pensó en el Camino de las Flores. Recordaba el mercado de Nahuizalco, la ceiba, el árbol sagrado de Salcoatitán, un árbol con más de cinco siglos de historia, La iglesia del Cristo Negro de Juayua y sus festivales gastronómicos, los
Asier tenía 19 años, era rubio, de ojos azules, alto, delgado y muy guapo y además un buen estudiante. Su padre, Aitor, era soldado profesional. Su madre, Arantza, tenía una tienda de ropa
En Galicia se habla mucho de las meigas (brujas), pero muy poco de los meigos (brujos), en Curro de Arriba, una aldea cercana a la mía, había uno, se llamaba Jesús, pero lo apodaban El Sanalotodo porque curaba desde un reumatismo a una disfunción eréctil, pasando por un catarro o una frigidez